Francia: «estado de emergencia» y capitalismo de la seguridad

Entrevista con Mathieu Rigouste,
investigador independiente y activista,
publicada originalmente en italiano.

Fotografía de portada: CC BY-NC-SA Claude TRUONG-NGOC


Desde el 5 de febrero pasado, el parlamento francés examina un proyecto de ley constitucional «de protección de la Nación», que tiene como propósito inscribir en la constitución de este país el mecanismo jurídico del estado de emergencia. Este otorga más poderes a las fuerzas militares y policiacas, y da a los representantes del Estado, luz verde para aplicar medidas policiacas sin permiso previo de la autoridad judicial, tan sólo por la simple sospecha de amenazas a la seguridad pública.

Es el último round de esta supuesta «guerra contra el terrorismo», declarada por el gobierno socialista francés de François Hollande después de los atentados del 13 de noviembre en París, cuando el gobierno francés decidió aplicar el «estado de emergencia» durante tres meses como supuesta «medida de protección» de la población. Implementó entonces una serie de acciones «excepcionales» como: la prohibición del derecho a manifestarse en los espacios públicos, el restablecimiento de controles fronterizos en la Unión Europea, la realización de miles de cateos en todo el país, el arresto domiciliario de todos los individuos declarados «sospechosos» por el Estado y la neutralización de los derechos de defensa.

El concepto «estado de emergencia», que se está aplicando ahora en Francia es, en realidad, un régimen inventado por el gobierno socialista de Pierre Mendès-France en 1955 –época en la que Argelia estaba todavía bajo el yugo colonial francés– como respuesta a la guerra declarada por el Frente de Liberación Nacional argelino.

Para entender mejor a qué correspondía este régimen jurídico y cómo el Estado francés sigue usándolo, hemos traducido esta entrevista hecha al investigador francés Mathieu Rigouste, quien se autodefine como investigador independiente y activista, y es miembro de la Campaña para la Requisición, el Apoyo mutuo y la Autogestión (CREA). Desde hace cuatro años, la CREA ocupa edificios en Toulouse, en el suroeste de Francia, como respuesta concreta ante la falta de vivienda.

En 2008, Mathieu Rigouste publicó su tesis de doctorado: «El enemigo interior, la genealogía colonial y militar del orden de la seguridad en la Francia contemporánea». En ella, analiza de qué manera los métodos de contrainsurgencia desarrollados por Francia en sus antiguos territorios colonizados, principalmente Indochina y Argelia, fueron repatriados y ajustados a la metrópoli con el fin de controlar y reprimir los barrios populares donde los obreros y trabajadores originarios de las antiguas colonias francesas estaban colocados.

En la entrevista que sigue, Rigouste contextualiza los recientes atentados de noviembre y el consecutivo despliegue de nuevas políticas de seguridad en Francia en este largo proceso de militarización del país y de industrialización de su fuerza policiaca, cuyas raíces nacen con la formación del Estado colonial capitalista.

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Esta entrevista fue realizada en diciembre de 2015. En este ultimo mes de febrero, los parlamentarios aprobaron la revisión de la constitución francesa con el fin de sumar a su articulo 36 la posibilidad por el poder ejecutivo de recurrir al «estado de emergencia». Y añadieron además al cambio constitucional en curso un segundo articulo, que permite al poder legislativo quitar la nacionalidad o los derechos civiles de alguien como condena adicional a las condenas de cárcel por crimenes, «actos de terrorismo» o «amenaza a la nación». No se pudo profundizar aquí el análisis de este articulo adicional, aunque representa una evolución mayor del marco legislativo francés.

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En tus investigaciones elaboras una genealogía colonial y militar del orden contemporáneo de la seguridad. Con respecto a eso, ¿qué papel desempeñó la declaración de emergencia durante la guerra de liberación nacional argelina?

El «estado de emergencia» es un dispositivo jurídico creado, inicialmente, para poder realizar la guerra colonial sobre el territorio del Estado sin paralizar todo el sistema de acumulación capitalista. Permite en fin de cuenta de desplegar una forma de guerra policiaca contra una parte de la población, sin poner al país y toda la economía en estado de sitio.

La Constitución de la Quinta República francesa fue forjada por y para la guerra, dentro y en contra de la población. Es un sistema jurídico que le da en cualquier momento al jefe de Estado –es decir, a una fracción dominante de la burguesía en un momento dado– la posibilidad de suspender la separación teórica de los poderes. Así, esta fracción dominante puede tomar las riendas de la máquina de guerra para llevarla contra una parte del pueblo, sin las obligaciones de legitimación jurídico-legales activadas normalmente al interior del territorio para mitificar el «estado de derecho» y justificar el sistema de dominaciones «democráticas».

NOTA: Mathieu Rigouste se refiere aquí a la figura jurídica del «estado de sitio», prevista por el artículo 36 de la constitución de la Quinta República francesa, que permite al presidente de Francia y a su consejo de ministros, en caso de peligro grande o de guerra, de proceder a la transmisión de los poderes del Estado francés de los civiles a los mandos militares, sin consulta del parlamento. Es este artículo 36 que se encuentra actualmente bajo proceso de revisión en Francia, para añadirle constitucionalmente la figura jurídica del «estado de emergencia».

La Constitución de la Quinta república francesa fue promulgada en el máximo momento de la guerra de Argelia, en 1958. Fue el resultado de un verdadero golpe de Estado operado por una parte del aparato militar francés, que actuaron para poner de nuevo al poder un militar, el general de Gaulle. El imperialismo francés exportó este modelo constitucional así como estas doctrinas de contrainsurgencia hacia numerosos Estados neocoloniales y/o contratistas. Fue así como países como Colombia o algunas colonias francesas en África adquirieron este dispositivo constitucional, al mismo tiempo que sus altos mandos militares y luego policiales hacían suya la doctrina de contrainsurgencia francesa y también, muchas veces, los equipos materiales que van de la mano. Han implementado estructuras político-militares para orientar la puesta en marcha de sistemas económicos depredadores ultra-liberales.

El «estado de emergencia» es un dispositivo jurídico de contrainsurgencia; pero también constituye uno de los ejes de una restructuración jurídico-política del Estado-Nación que permite a los industriales de la violencia sacar beneficios de guerras internas, de intensidad y duración variable. Como numerosos dispositivos de excepción que puedan optimizar los costos del control, será captado por y para el capitalismo de la seguridad.

Durante la guerra de Argelia, pero también en Nueva Caledonia (2) en 1985, o durante las revueltas de los barrios populares en 2005 en Francia y aún hoy, el decreto de «estado de emergencia» permitió intensificar los recursos atribuidos con el fin de cazar a los «enemigos interiores» designados por las cabecillas políticas. Permite el uso de dispositivos que buscan paralizar la vida social de la parte de la población sospechosa de ser «semillero de sediciosos».

Lo han empleado para declarar toques de queda e industrializar allanamientos administrativos; multiplicar detenciones preventivas, arrestos domiciliarios y detenciones arbitrarias. Permite desmembrar redes, prohibir ciertos lugares y territorios, vaciarlos de su población y abrir campos de internamientos disfrazados de «centros administrativos». Todo esto mientras hace funcionar el mercado capitalista.

Durante la guerra de Argelia, el espectro «anti-terrorista» designaba al «fellagha manipulado por los comunistas»: se trataba de aplastar las conciencias revolucionarias del pueblo colonizado de Argelia, de su proletariado emigrado en la metrópoli, y de todo el que luchaba contra el imperialismo francés al interior del territorio.

Fellagha: palabra árabe, sinónima de «bandido» o de “guerrillero”, que era usada durante el siglo veinte en África del Norte (y particularmente durante la Guerra de Argelia) para nombrar a los independentistas que luchaban en contra del régimen colonial francés. Así, las guerras coloniales de los años 50 fueron el laboratorio y la matriz de nuevas formas de poder y de acumulación basadas en la posibilidad de rentabilizar el control a través de un uso industrial y racionalizado del terror de Estado. Es necesario precisar que durante las dos guerras mundiales de 1914-1918 y 1939-1945, los productores de mercancías vinculadas a la guerra se organizaron en estratos muy poderosos en el seno de las burguesías occidentales, hasta llegar a ser complejos industriales-militares que se regocijan con la guerra permanente. Se fueron apoderando de los grandes medios de comunicación comerciales para «impulsar la idea de defensa y seguridad en la población», según sus propias palabras.

Durante esa primera parte del siglo XX, como los costos del control de la población aumentaron mucho, los administradores debieron encontrar maneras de rentabilizarlo. Fue así como los esquemas de poder que funcionaban en el mundo colonial imperialista empezaron a proliferar y luego a convertirse en la espina dorsal de la producción del orden social; nuevos o antiguos dispositivos que buscaban subcontratar el control de la población por ella misma, es decir fomentando el autocontrol. Entre otras cosas, importaron sistemas de conocimientos y de poder que fueron diseñados para el mando de los colonizados y colonizadas. Lo que se tradujó en un regimen de segregación y de gestión socio-racista de los barrios populares por la policia, la justicia y los servicios socio-culturales del Estado francés

El control se convirtió en un verdadero mercado en el período después de 1968. Obligado a reestructurarse frente a las crisis que iba provocando, el capitalismo intentó primero privatizar el control, como una válvula de escape. Luego, la explotación comercial de la «guerra interna», es decir el mercado de la seguridad, se convirtió en una de sus perspectivas de sobrevivencia. Después del «keynesianismo militar», que había permitido al capitalismo sacar beneficio de la crisis de los años 30, estamos enfrentados hoy en día a un «keynesianismo de la seguridad»: venta de camara de videovigilancia, drones, armas subletales y todo tipo de equipamentamiento policiaco-militar.

Por todas estas razones, y porque se beneficia desde hace varios siglos de territorios colonizados y de enclaves endocoloniales(1) donde experimenta nuevas formas de control y de explotación, el imperialismo francés desempeña un papel de primer plano en la historia del Estado y de la reestructuración de la seguridad.

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Ya durante las revueltas de 2005 el «estado de emergencia» había sido declarado
por el presidente francés Chirac, ¿a qué lógica obedecía tal proclamación?

Había una parte simbólica, de puesta en escena de la venganza de Estado. Se trataba de decir en específico: «¡Cuidado, que el Estado está en guerra al interior!». Como en el capitalismo de la seguridad, los gobiernos y los medios de comunicación dominantes se pasan el tiempo declarando la guerra a todo lo que se mueve, hay que invertir en la puesta en escena para sugerir y gestionar la admiración o el terror.

Pero se trataba también de concentrar energías de todas las instituciones para la «pacificación» de los barrios populares segregados, para no tener que enviar al ejército. Varias fracciones de las clases gobernantes vieron en ello una opción seria en 2005 tras las dificultades de la policía. Declarar el «estado de emergencia» permitía experimentar una especie de batalla militar-policiaca contra «las zonas grises interiores», como dice la ideología de la seguridad.

El levantamiento popular de 2005 es una respuesta a la precariedad y al aplastamiento policiaco de los barrios, el cual nos ha mostrado que el orden de la seguridad es, a pesar de lo que se intenta hacernos creer, bastante frágil. Al buscar sacar beneficio de la gestión de los «desórdenes» y de las «crisis» que él mismo produce, juega continuamente con fuerzas que pueden derrocarlo.

En 2005, el Estado probó y puso en escena para los estados mayores del mundo entero, un prototipo de despliegue general de sus capacidades policiacas «en tiempos de paz», es decir buscando no obstaculizar la acumulación del capital. Los «Retex» de este ejercicio apasionaron a los estados-mayores y a las industrias militares de la seguridad del mundo entero. Porque el costo y los medios de la puesta en marcha de un mando militar-policiaco permanente sobre «la población» –es decir, las clases populares– determinan la posibilidad de implementar las reestructuraciones ultra-liberales exigidas por el gran capital transnacional.

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Hablemos de hoy. Desde los atentados del 13 de noviembre, estamos de nuevo
en un «estado de emergencia». ¿Qué ha pasado en las últimas semanas?

A principios de diciembre, el Estado envió a sus aparatos represivos a que realizaran, de manera relativamente autónoma, pero con supervisión a posteriori, más de 2 mil allanamientos, 600 detenciones preventivas (entre éstas, a 400 manifestantes contra el estado de emergencia o contra la COP21) y más de 300 arrestos domiciliarios (25 de ellos a militantes contra la COP21). Los barrios y las clases populares fueron sometidos a una intensificación de la segregación y del acoso policiaco, mediático y judicial. Como siempre, son los más pobres, las mujeres, las personas víctimas de discriminación racial, los musulmanes y los sin-papeles quienes han sido gravemente afectados, de manera conjunta, por el lado más feroz del sistema de dominio.

Tras haber rastreado militarmente el territorio metropolitano después de los ataques de enero de 2015 [ataques armados en contra del periódico satírico francés Charlie Hebdo], declarando el estado de emergencia sobre todo el territorio, el gobierno francés empezó a experimentar con una nueva forma de militarización de la sociedad capitalista. Acaba de invertir en la instalación de 5 mil nuevos policías y gendarmes, aumentar el número de «reservistas» de 27 mil a 40 mil, proporcionar el presupuesto para el despliegue y acuartelar, ahora de manera permanente, a los 10 mil militares movilizados en la operación Centinela [desplegada tras los ataques de enero de 2015].

El decreto de «estado de emergencia» corresponde históricamente, en la conciencia colectiva de la clase dirigente, al repertorio jurídico-simbólico privilegiado de «la guerra interior». Cuando sobrevienen las «crisis» provocadas por el mismo sistema con su rapacidad, la clase dirigente puede decidir optar por una estrategia que busca instrumentalizar este «choque» para reestructurar el sistema. Saca entonces algo de los repertorios de ideas y prácticas que el imperialismo ha suministrado históricamente, y cuyo uso es exigido por las fracciones militares de la seguridad. Desde el inicio de los años 70, el capitalismo de la seguridad obliga a los Estados imperialistas a que empleen estrategias de choque y de tensión, como repertorios cada vez más privilegiados para la gestión de las «crisis».

Todas las potencias imperialistas quedan fascinadas por cada experiencia, ansiosas por dotarse de nuevos medios para reforzar los apartheids sociales que fundan y protegen sus sistemas de explotación. También porque les urge saber cómo sus industrias de control, vigilancia y represión podrán apoderarse de los sectores económicos y financieros generados por esta forma de «guerra interior permanente», que se elabora cada día un poco más. El 2015 ha sido un año récord para las ventas de armas francesas: Francia se convierte así en el segundo exportador mundial detrás de los Estados Unidos y delante de Rusia, con 17 mil millones de euros de volumen de negocios alcanzado a principio de diciembre.

La ideología de la seguridad señala el «islamismo» y el «terrorismo» para justificar nuevas guerras coloniales en Malí, en la República Centroafricana, Afganistán, Irak o Siria, pero también para someter a los barrios populares, que representan un obstáculo para la reestructuración urbana. Y desde los años 60 hasta hoy, el orden de la seguridad reasigna también los esquemas de contrainsurgencia en contra de los movimientos sociales y de los movimientos revolucionarios.

Mis investigaciones muestran que las sociedades imperialistas no dejan de importar dispositivos de dominación provenientes de las guerras coloniales para reestructurar sus modelos de poder. Renuevan y ajustan doctrinas e ideologías, funcionarios y redes, materiales y tecnologías para la reestructuración de los apartheids sociales y la gestión de los barrios populares. Las adaptan y las reajustan para el control y la domesticación de las luchas sociales y de los movimientos revolucionarios. Durante la segunda parte del siglo XX, todo ello se fue convirtiendo en un gigantesco mercado mundial.

El esquema de poder militar-policiaco que el gobierno francés va implementando sobre su territorio metropolitano desde enero de 2015 es también una forma de reimportación, de renovación y de reajuste de modelos de mando concebidos por y para los Estados del mundo colonizado. Este prototipo que se está elaborando interesa a las burguesías occidentales así como a las clases dominantes orientales que están ávidas por adquirir medidas de control sobre las sublevaciones populares, las cuales no dejarán de enfrentarse a las políticas de austeridad y a las reestructuraciones ultra-liberales que definen la estrategia capitalista para los años que vienen.

El «estado de emergencia» permite experimentar una forma de gobernabilidad a través de la guerra interna en el seno mismo de la población. Puede ser declarado en cualquier momento, pero para un tiempo determinado. Es lo que por el momento obstaculiza la expansión del mercado de la guerra interna, pero está ahora en curso de reestructuración. El gobierno francés, al servicio del capitalismo de la seguridad, elabora actualmente una jurisdicción del «estado de emergencia permanente», es decir, un nuevo marco legal que permita intensificar la implementación de una sociedad de mando militar-policiaco.

La construcción mediática de la «guerra al terrorismo» oculta cuidadosamente la colaboración entre potencias imperialistas teóricamente opuestas, con «valores» supuestamente incompatibles. Es así como las petro-monarquías como Arabia Saudita y Qatar alimentan y condicionan la existencia de una parte significativa del complejo industrial-militar francés. A través de la Compañía Francesa de Asistencia Especializada (COFRAS) luego de Defensa/Consejo Internacional (DCI), toda una parte de la «Base Industrial de Defensa» (BID) francesa fue edificada en el transcurso de los años 60 con el fin de proporcionar a los emiratos del Medio Oriente los «conocimientos militares franceses». En mayo de 2015, Dassault-Aviations presumía así en sus propios medios de comunicación (ValeursActuelles) de haber vendido 24 aviones «Rafale» al Qatar. Estos cazas habían sido poco exportados hasta su uso-demostración en vivo en las recientes Opex (Operaciones Exteriores) francesas en Afganistán (2007-2011), Libia (2011), Sahel (2013), Irak y Centroáfrica (2014).

Cada guerra, y ahora cada batalla interna, constituye una vitrina comercial, un campo publicitario mundial con demostraciones en condiciones reales para las mercancías de los complejos industrial-militares implicados. Estos tienen todo interés en promoverlos y que perduren lo más que se pueda.

Ahora más que nunca, una parte importante de la burguesía industrial-militar vive de esta colaboración estrecha con las petro-monarquías del Golfo. A través de ellas, desde los años 70 hasta hoy, diferentes «esferas de influencia islamistas» han sido financiadas, armadas y/o apoyadas según los intereses conjuntos de los imperialismos occidentales y medio-orientales.

Financiado y armado, directa o indirectamente, simultánea o alternativamente por Estados Unidos, Turquía, Francia y Arabia Saudita, Daesh (también llamado «Estado Islámico») nació de las manipulaciones occidentales del «islamismo» y de las devastaciones militares, financieras y sociales llevadas en el Próximo y Medio Oriente por las potencias que encabezan la OTAN y el FMI. Pero Daesh se convirtió en un Estado al servicio de un capitalismo feroz, basado en el despojo y en el comercio del petróleo, un sistema autoritario y desigual, patriarcal y supremacista. Es una potencia conquistadora que mata, despoja y oprime, como lo hacen de otra manera y a una escala tremendamente superior las potencias capitalistas, racistas y patriarcales occidentales, a través de sus políticas económicas e intervenciones militares por todo el planeta. El imperialismo occidental no mata con cinturones de explosivos, reina con bombardeos industriales y aerotransportados, llevados por ejércitos «racionales y civilizados».

Daesh es también un ejército imperialista, aún joven y en vías de maduración pero propulsado a toda velocidad por las políticas devastadoras del imperialismo occidental sobre las cuales se apoya para desarrollarse. Daesh no es un monstruo, es el hijo pródigo de los imperialismos. El hijo repudiado por sus padres porque, demasiado ocupado en imitarlos, se volvió uno de sus competidores directos.

Y nosotros, los pueblos desiguales del mundo, estamos atrapados en las mandíbulas de estos sistemas falsamente antagonistas. Parece que estamos condenados a vivir y morir por sus guerras y sus economías. Una parte de las clases populares del «primer mundo», criadas para sobrevivir sentadas sobre la cabeza de otros pueblos, sólo se conmueve por los muertos más cercanos, estos cuerpos colocados bajo los proyectores por los grandes medios de comunicación. Porque estos últimos ocultan también las devastaciones humanas y ecológicas producidas todos los días por las clases dominantes occidentales en el resto del mundo. Y estos aparatos comerciales de mistificación silencian también la existencia de soluciones.

Esconden, por ejemplo, la resistencia inflexible del pueblo kurdo que combate a Daesh solo, enfrentándose también a los asaltos de los imperialismos occidentales en la región, mientras sigue llevando un proceso revolucionario anticapitalista y feminista en los pueblos que libera y federa. Los medios de los dominantes ocultan o maquillan estas luchas porque éstas los amenazan, como los amenaza la posibilidad de que se organice una solidaridad real, material y concreta entre los pueblos.

Si este sistema subsiste, es porque logra dividir y oponer entre sí a lxs dominadxs y explotadxs. Sin duda, seguiremos sufriendo esta dispersión de nuestras fuerzas mientras no logremos construir formas de autonomía popular lo suficiente fuertes para destruir la hegemonía imperialista. Los verdugos que se auto-designan como nuestros protectores a través de la «Unión nacional» nos obligan a aliarnos con nuestros amos, porque todos ellos tienen un gran interés en seguir ocultando el hecho de que no forman parte de la solución, sino del problema. Y que la única esperanza de emancipación colectiva está en nuestras manos.