El 7 de enero de 2015, alrededor de las 11:30 horas, un comando armado irrumpió en las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo, ubicadas al norte de París. El ataque fue preciso. Los dos agresores rafaguearon a los humoristas que se encontraban en plena junta. Sobrevivieron 11 personas pero en el lugar murieron los periodistas Jean Cabut, Georges Wolinski, Bernard Verlhac, Elsa Cayat, Mustapha Ourad y Stéphane Charbonnier, director de la redacción y cuya firma artística era Charb. Desde 2011, el dibujante de 47 años contaba con una protección policiaca permanente debido a que había recibido amenazas. El agente Franck Brinsolaro que lo custodiaba también pereció, así como el elemento policiaco Ahmed Merabet, acribillado a las afueras de la redacción. La misma suerte corrieron el economista Bernard Maris, el promotor cultural Michel Renaud y Frédéric Boisseau, quien se encontraba reparando una máquina de bebidas en la recepción del inmueble.
Yo crecí con Charlie Hebdo
Caída la tarde, Francia vistió de luto. En la ciudad de Toulouse, el grito de «Charlie, Charlie, Charlie…» hizo retumbar la plaza central. —Es que no me entiendes ¡Yo crecí con Charlie Hebdo! —reclamó un amigo, queriendo explicarme lo mucho que le habían quitado esa mañana. Es como si aniquilaran al Chamuco, como si nos quitaran de golpe a un Gabriel Vagras, un Rius, un Helguera y un Patrico, pensé. Tras un prolongado suspiro, miles de asistentes comenzaron a corear «Libertad de expresión, Libertad de expresión…».
La historia de Charlie Hebdo es más vieja que la mayoría de los manifestantes —prosiguió mi amigo aprovechando que el silencio había vuelto a la plaza. Su antecedente directo es L’Hebdo Hara Kiri, una revista mensual fundada en 1960 bajo la dirección de François Cannava y Georges Bernier, alias profesor Choron, quienes provocaron desde sus inicios la ira de los conservadores. Fueron parte de esta primera generación de moneros: Gébé, Reiser, Topor, Willem y Siné, pero también los finados Jean Cabut alias Cabu, y Georges Wolinski, quien se distinguió por su amor a la caricatura pornográfica.
En noviembre de 1970, el gobierno francés prohibió la publicación de Hara Kiri, no por romper con la moral cristiana sino por haberse mofado de la muerte del general Charles de Gaulle. En vez de rendir tributo al ex-presidente (1958-1969), Hara Kiri lo puso al mismo nivel que los 146 muertos del llamado «Bal Trágico». En contraste, sólo «1 muerto en Colombey» (lugar de residencia del generalísimo), ironizaba el titular.
Una semana después apareció Charlie Hebdo (en referencia al caso Charles de Gaulle), más ácida en su crítica a la iglesia católica, más vulgar y más adepta al sexo desbocado. Siguiendo los pasos de la estadounidense Mad, fundada en 1952, y acompañada en su irreverente destino por la francesa Fluide Glacial, la revista Charlie Hebdo consiguió aglutinar a los mejores moneros galos hasta 1982, cuando dejó de publicarse por falta de recursos.
El semanario retomó sus actividades en 1992 bajo la dirección de Philippe Val. Para entonces ya no era necesario romper los tabúes sexuales ni tampoco ridiculizar a la derecha conservadora. Ésta ya había perdido las riendas del país, los contenidos sexuales se habían vuelto tan comunes que ya casi no espantaban a nadie ni se vendían en los puestos de periódico.
Con la llegada del Partido Socialista al poder (1981 a 1995), los moneros tuvieron que aprender a mirar los errores de la izquierda con la cual se identificaban, a desnudar el cinismo del aparato de Estado, a dejar los penes y las nalgas para dedicarse plenamente a la sátira política.
En su edición número 1000, de agosto de 2011, Charlie Hebdo se definió a sí mismo como «El periódico que entierra a los presidentes». Efectivamente, los moneros se habían botaneado parejo a François Mitterrand, Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy. De cierto modo, se habían vuelto provocadores profesionales, obreros de la risa y paradójicamente, garantes de la democracia, íconos de la libertad de expresión para una generación entera.
Bajo amenaza
En una entrevista realizada ayer por el noticiario 28 minutes, en el cual colaboraba Charlie Hebdo, el abogado del semanario contó cómo se había tenido que enfrentar a todo tipo de susceptibilidades, desde la del político soberbio que no soportaba verse ridiculizado, hasta la de católicos, judíos y musulmanes heridos en sus creencias, incapaces de entender que «en una república laica no se prohíbe el blasfema». Pero hasta entonces, la lucha de la ideas se había desenvuelto en el terreno legal, en los tribunales.
Las amenazas subieron de nivel en 2006, cuando Charlie Hebdo decidió publicar la polémica representación del profeta Mahoma con una bomba envuelta en su turbante. Su autor, el danés Kurt Westergaard, quien vive desde entonces bajo resguardo policiaco, jamás imaginó que su dibujo sería utilizado por algunos fanáticos como una prueba irrefutable de que el mundo occidental en su conjunto odiaba a los musulmanes. Tampoco imaginó que decenas de embajadas europeas y estadounidenses arderían en medio oriente y hasta en Indonesia. Lejos de preocuparse por consideraciones teológicas –a saber que el profeta del Islam no debe ser representado de ninguna forma más que a través del verbo–, Charlie Hebdo y otros medios europeos, en un acto solidario, asumieron el riesgo de publicar esa y otras caricaturas.
Ya con Charb a la cabeza del grupo de humoristas, el semanario siguió publicando caricaturas referentes a los debates de su tiempo. La prohibición de portar atuendos religiosos en las escuelas públicas (ley de 2004) y el debate sobre el velo integral y la burka, hicieron patente la dificultad que enfrenta la sociedad francesa para reconocerse en su configuración actual, en particular el «problema árabe». Sin embargo, debido a su trayectoria histórica contra el catolicismo y las fuerzas conservadoras, fue casi natural que Charlie Hebdo participara en estos debates de manera poco sutil, como era su costumbre, prestándose al linchamiento mediático de los musulmanes.
En su edición del 2 de noviembre de 2011, el semanario que se imprime a 45 000 ejemplares se difundió con el título Charia Hebdo, referente al código de conducta que rige al Islam, la Charía. La Primavera Árabe acababa de ser traicionada en su propia cuna, Túnez, donde el movimiento salafista amenazaba con convertir la Charía en sistema de leyes. En este sentido, los editores de la revista consideraron chistoso poner en su portada a un barbudo diciendo «cien latigazos si no te mueres de risa», sólo que esta vez la gota derramó el vaso. El mismo día, el edificio de la redacción fue incendiado y la página web fue pirateada por un grupo de hackers turcos que dejó el mensaje siguiente: «Que Dios los maldiga. Seremos su peor pesadilla en Internet».
A partir de este ataque, varios dibujantes y el propio director de la redacción fueron asignados a un programa de protección de periodistas. Siguieron blasfemando a diestra y siniestra hasta el día de ayer, dando batalla en los tribunales para defenderse de todo tipo de integristas y caraduras. Pero sus lápices y sus guardaespaldas no pudieron nada contra la intolerancia armada.
Los demonios andan sueltos
El silencio asola en la plaza central de Toulouse. No hay templetes ni profetas capaces de poner palabras sobre este crimen. Lo que era chusco hace unos días se volvió tragedia este 7 de enero. De pronto, un grupo entona la Marsellesa pero la multitud se impone con un «Charlie, Charlie, Charlie…» que acalla a los nacionalistas trasnochados. ¿A quién se le rinde homenaje? ¿A los caricaturistas o a la Nación? En estos momentos, la gente se pregunta dónde está el enemigo común, adentro o afuera.
Las pistas de la investigación criminal arrojan que los agresores son jóvenes fanáticos oriundos de los barrios pobres de París. No se sabe si actuaron de manera aislada o si seguían órdenes de alguna de las redes del Yihad internacional. Lo cierto es que sus actos fortalecen las tensiones internas de la sociedad francesa y reafirman las ideas de quienes piensan que la cultura musulmana y la occidental son incompatibles.
¿A quién le conviene este atentado? Principalmente a quienes profetizan el «choque de civilizaciones», a la extrema derecha francesa que ahora cuenta con renovados argumentos para cerrar las fronteras, expulsar a los extranjeros e imponer la pena de muerte.
¿A quiénes perjudica? Además de justificar medidas de control de población que reducen la libertad de todas y todos, se está dando pie para que se cometan actos ciegos de represalia sobre las minorías musulmanas, aunque éstas no comulguen con el fanatismo. De hecho, la mayoría de los refugiados provenientes de Siria y Afganistán son musulmanes que huyen del belicismo islámico y de las bombas occidentales para encontrar la paz en el suelo europeo.
Espero que la confusión, que es la que llevó a los asesinos a «vengar a dios» de esta forma, no gane terreno sobre las almas de la vieja Francia. Espero que la extrema derecha no consiga recuperar para sí misma la historia de un semanario esencialmente antifascista y cuyos miembros, a pesar de sus osadías y errores de criterio, tenían más de libertarios que de nacionalistas.
¡ Como nos cuesta emcontrar la unidad en la diversidad ! No es tan fácil como decirlo. Pienso que la raíz está en
los sistemas educativos arcaicos y encajonados que estamos viviendo.
Este artículo hace docencia. Colaboró en mi proceso de humanización.