Fotografía: Aurea Itandehui Ramírez y María F. Esparza
Texto: María González
El pasado viernes 16 de agosto se realizaron marchas y concentraciones de mujeres en diferentes espacios públicos de, por lo menos, 15 ciudades del país. Las asistentes protestaron contra la violencia sexual policíaca y exigieron justicia para todas las mujeres que han sido violentadas por algún agente de seguridad del Estado (ya sea del ejército, marina o cualquier tipo de policía). Estas exigencias no son un tema menor ya que, dadas las circunstancias, hablamos de crímenes de Estado y lo más indignante es que estos se cometen sistemáticamente en México con una tasa de impunidad prácticamente total. El reclamo se dirige también hacia cualquiera que cometa dichos crímenes: la abrumadora cifra de violaciones, agresiones a mujeres y feminicidios crece cada día y resulta en que México ocupa el primer lugar en feminicidios en América Latina según un informe de Amnistía Internacional México.
Dicha movilización es la segunda realizada –la primera se realizó el lunes 12 de agosto convocada bajo el hashtag #NoMeCuidanMeViolan– tras hacerse público el caso de una joven de 17 años que a inicios de agosto fue violada, dentro de una patrulla, por cuatro policías de la Ciudad de México en la alcaldía de Azcapotzalco. El viernes 9 de agosto se dio a conocer otro caso en el que una joven de 16 años fue abusada sexualmente dentro del Museo Archivo de la Fotografía por otro policía, esta vez perteneciente a la Policía Bancaria Industrial.
Este par de casos podrían verse como «la gota que derramó el vaso». La manifestación del pasado viernes en la Ciudad de México brilló y se coloreó con humo rosa, con diamantina lanzada al aire y las voces enfurecidas de miles de mujeres, jóvenes, adultas y hasta niñas resonando al compás de los tambores en la Glorieta de Insurgentes.
Más tarde, la manifestación también resplandeció con el fuego iniciado con los carteles arrancados de las vitrinas destrozadas de la estación del metrobús Insurgentes y posteriormente, con el fuego prendido en una estación de policía ubicada en la calle de Florencia en la colonia Juárez. Una multitud coreaba la famosa canción mexicana para pegarle a la piñata mientras una joven atinaba con un palo a destruir una cámara de seguridad que colgaba de su cable. Los vidrios rotos y las pintas con aerosol fueron huella efímera que la manifestación dejó a su paso advirtiendo sobre los policías violadores, exigiendo justicia y estampando símbolos y pintas de la lucha feminista en una buena gama de colores. Esta huella de furia llegó hasta el Ángel de la Independencia que compañeras nos corrigen: «no es un Ángel de la Independencia, es una Victoria Alada».
En las redes sociales explotó la indignación de una parte de la sociedad al respecto de «la vandalización de la ciudad», exclamando que «hay formas de hacer las cosas» y porque «qué culpa tienen el metrobús o el Ángel». Otra parte de la sociedad les ha sugerido retomar sus clases de historia para conocer un poco más sobre los procesos emancipatorios de la humanidad; les invitan a que busquen el término acción directa en internet; dialogan defendiendo la legitimidad de la furia feminista o les increpan por tener mayor empatía y preocupación por una pared, un monumento o un vidrio que por tantas mujeres lastimadas, violadas, muertas o desaparecidas. A fin de cuentas, este fin de semana las colectivas feministas organizadas para protestar, ya fuera con diamantina o con fuego a los inmuebles, lograron todas juntas y como no sucedía desde hace años, colocar sobre la mesa el tema de la violencia que vivimos las mujeres en una escala de nivel nacional e internacional.
Y además muchas han advertido: «Esto ya no va a parar ¡No volverán a tener la comodidad de nuestro silencio!»
Acá una mirada solidaria de la fuerza que se desató el viernes: