Una legión de madres con hijas asesinadas. Denuncias de feminicidio durante el Segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan [Rumbo al 8M]

Por Carla Lamoyi
Fotografías por Natalia Magdaleno y Regina López

He aplazado la escritura de este texto el mayor tiempo que me fue posible porque me provoca un tremendo dolor y una sensación de impotencia. Volver a leer mis anotaciones y escuchar los audios que grabamos durante la mesa de denuncia realizada en el Segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, convocado por las mujeres zapatistas y celebrado en diciembre de 2019, significa revivir aquel momento y darme cuenta que la situación de los feminicidios en México no sólo no ha cambiado, sino que se ha hecho (como si esto pudiera ser posible) más insoportable.

Fuí con mis amigas al encuentro, y después de la inauguración, me senté en uno de los costados del templete a escuchar con atención las denuncias que recién comenzaban. Denunciar es un proceso complejo, nos vuelve vulnerables porque implica una aceptación de lo sucedido con todos sus detalles y el saber que las cosas no serán fáciles, que el camino para que haya justicia y para que sanemos nuestras heridas será largo, o tal vez inalcanzable. Nada volverá a ser como antes de que se ejerciera esa violencia.

Habían pasado un par de mujeres a denunciar, cuando tomó el micrófono la madre de Karen. Karen fue violada y asesinada junto a su hermano Erick por su primo en 2017 en el municipio de Ecatepec, Estado de México, una de las zonas del país en donde el feminicidio tiene las cifras más altas. Sacristana Mosso Rendón contaba los pormenores de la incapacidad del Estado mexicano para dar justicia, los huecos legales para juzgar y procesar menores. Pero también hablaba de los gustos de Karen y Erick, de lo que soñaban, de su futuro, para que la memoria de sus hijos no quedara en los detalles de su asesinato, sino, en su experiencia de vida. Estas palabras se grabaron en mi recuerdo y ahora son parte de mi, y de todas las que estábamos ahí. Desde el fondo una de las presentes gritó: «Karen vive, la lucha sigue, Erick vive, la lucha sigue» y todas repetimos ese mantra de lucha y de cariño por las que ya no están.

Al poco tiempo pasó al micrófono Irinea Buendía, madre de Mariana Lima Buendía. Contó su historia: Mariana fue asesinada por su esposo en 2010, y su feminicidio fue encubierto como suicidio. Él era policía judicial, y aunque Mariana lo había denunciado por abuso y maltrato, existía una intención de protegerlo, por parte de esa institución, que en su lugar, debería protegernos a nosotras. Irinea narra la falta de lógica ante la versión de las autoridades, y lleva en las manos un cordón de cortina de 2 milímetros para explicar lo inverosímil de esa historia, de esa «verdad».

La lucha continua de Irenea por buscar justicia sentó un precedente. El 25 de marzo de 2015, seis años después de iniciada su travesía, en la «nos tuvimos que convertir en peritos, en expertas de la carpeta de investigación de nuestras hijas»; logró que el asesinato de Mariana fuera considerado lo que fue, un feminicidio, y que se iniciara un proceso legal con el que se crearía la Sentencia Mariana Lima Buendía, la cual constituye el primer pronunciamiento de la Suprema Corte de Justicia relacionado con el fenómeno de feminicidio, para juzgar casos de muertes por violencia con perspectiva de género.

Después del relato de Irinea pasó al centro del templete Aracely Osorio, madre de Lesvy Berlín Osorio, asesinada en 2017 en Ciudad Universitaria, casa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), acompañada de otras dos mujeres que sostenían una manta que fue bordada durante las once audiencias que se realizaron para dar justicia al caso de Lesvy. Lesvy fue «suicidada» y revictimizada, haciéndola culpable de su muerte; por la ropa que vestía, por donde se encontraba, por sus decisiones de vida. Dos años tomaron para que hubiera una sentencia para su asesino, y en palabras de Aracely, esto sólo se logró gracias el acompañamiento de mujeres y colectivas feministas.

Aracely habló de la sororidad que sintió cuando tres chicas que se enteraron del asesinato de su hija en Ciudad Universitaria, aun sin conocerla, empezaron a exigir justicia. Sus palabras, me recuerdan la cita del libro El feminismo es para todo el mundo de bell hooks, que dice que «La sororidad feminista está enraizada en el compromiso de luchar contra la injusticia patriarcal, sin importar la forma que toma esa injusticia. La solidaridad política entre mujeres, siempre socava el sexismo y prepara la destrucción del patriarcado».

Gracias al esfuerzo de Aracely y de muchas otras, ahora hay un memorial interactivo en la Procuraduría General de Justicia Ciudad de México (PGJ CDMX), que conmemora la vida de Lesvy y de todas las asesinadas, y que les recuerda a las autoridades su indiferencia ante las dificultades de presentar una denuncia y obtener justicia: la violencia institucional que ejercen.

Por el micrófono también pasaron María Becerril, Madre de Zyanya Estefanía Fajardo Becerril quien fue asesinada en Puebla en 2018, y Lidia Florencio madre de Diana Velásquez Florencio, asesinada en Chimalhuacán, Estado de México en 2017.

En menos de cuatro horas oímos cinco historias de feminicidios sin justicia, y como todas las presentes, me sentía agotada, drenada, completamente abrumada. También recordamos que poco antes del encuentro, habían asesinado a Nazaret Bautista Lara en la Universidad Autónoma de Chapingo, Texcoco, Estado de México, y cómo hasta hoy, no ha habido ningún esclarecimiento. Resultaba perverso darse cuenta que la mayoría de los casos de feminicidio que narraban las madres fueron ahorcamientos catalogados como suicidio, ya fuera por encubrimiento, por negligencia en la investigación o por ambas.

Según la antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde el feminicidio «comprende el conjunto de delitos de lesa humanidad que reúnen crímenes, secuestros, desapariciones de mujeres y niñas ante un colapso institucional. Se da una fractura en el Estado de derecho que favorece una impunidad ante estos delitos.»

Sacristana, Irenea, Araceli, María, Lidia y todas las madres que hablaron al micrófono, representan la lucha contra un Estado patriarcal fallido. Por que en estas muertes el Estado mexicano es cómplice. La búsqueda de justicia para sus hijas, es una cuestión colectiva, por todas las asesinadas y por las que estamos vivas.

Era imposible escuchar y no empatizar, al imaginarse en alguna de las dos caras de la moneda. Somos tanto las madres como las hijas. La ineficacia de la justicia mexicana, es sólo el desenlace más trágico de la violencia hacia las mujeres. Violencia sobre violencia, porque no sólo nos matan de formas horribles, además nos culpan de nuestras muertes, y violentan a las que buscan justicia para las que ya no están o para las que no pueden o no tienen la fuerza para alzar la voz.

A esa legión de madres con hijas asesinadas, se les suman diariamente diez más. Hace unas semanas fui con mis amigas a la marcha feminista realizada el 14 de febrero, para exigir la disculpa pública de las autoridades del periódico La Prensa por filtrar las imágenes del cuerpo mutilado de Ingrid Escamilla, quien fue asesinada por su esposo el 9 de febrero. Durante la protesta el presidente y Estado protegieron monumentos e instituciones privadas, mientras no se hacía caso a nuestras demandas. En su lugar fuimos gaseadas.

Días después caminaba con una amiga, mientras hablábamos de los feminicidios del Estado de México, y cómo la sociedad permanece pasiva, juzgando a las que alzamos la voz; cuando bajamos las escaleras de la línea 12 del metro y vimos el letrero de búsqueda de Fátima Cecilia de 7 años. Poco antes nos habíamos enterado de su muerte y el hallazgo de su cuerpo. En ese momento sentí un golpe en el estómago y muchas ganas de llorar. El letrero reafirmaba nuestra cercanía a esta realidad, el riesgo constante de ser asesinadas; y comprobaba el instante en el que Fátima pasó de estar viva, de ser buscada, a ser parte de las estadísticas de feminicidio. Una familia, una madre más, que comenzaba ese viacrucis para exigir justicia. ¿A cuántas más tienen que asesinar para que esto pare?

Nuestro miedo es inocultable, nuestras rabia es incontenible y nos negamos a soportar un minuto más de esta situación sin hacer nadar. Este 8 de marzo marcharemos en contra de la violencia patriarcal, con las madres, por la justicia para sus hijas, por nuestras madres, por nuestras amigas, por nosotras, por todas. Ni un feminicidio más, ni una violación más, ni un acoso más, ¡porque si tocan a una, respondemos todas! Nos vemos en las calles.