Por Marco Arnez
Mercedes es el tigre y Juana la Capiguara. Todas las tardes, luego de haber cumplido con sus tareas y los deberes del hogar, se “champan”(sumergen) en las refrescantes aguas del el río Ichoa. Y a nadar de aquí para allá, contrarrestando el calor que reina en la comunidad de Santiago, en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, TIPNIS. Intentan no mojar su cabello que está recibiendo un tratamiento con aceite de motacú. «Uhú»… «uhú»… «uhú»… dice Juana imitando a la capiguara mientras Mercedes hace un gruñido, enseña sus manos como garras y se champa en el agua para perseguir a su hermana, en un entretenido juego infantil.
Don Cecilio y Doña Rosa, padres de las 2 pequeñas y otros 5 hijos más, recuerdan cómo se evitó que en el pueblo de Santiago, los agentes del gobierno ingresen a imponer la tardía y fraudulenta consulta sobre la carretera que partiría el TIPNIS. Mientras don Cecilio y Doña Rosa se encontraban en la IX marcha, rumbo a La Paz, un helicóptero intentó aterrizar en la cancha de Santiago, su hija mayor, una adolescente de hermosos ojos rasgados y mirada decidida, juntó algo de pastos secos e inició una enorme fogata, que alertó a la comunidad y evitó el aterrizaje de la nave en esta comunidad que ha dicho NO a la consulta ni a la carretera.
Hay mucha gente joven en Santiago y muchos niños, nadie quiere que la carretera intervenga su territorio. Muchos de los habitantes de la comunidad no han terminado la escuela, Don Cecilio nos pide que le enseñemos a utilizar la calculadora para no ser engañado cuando compra el combustible en Trinidad para impulsar con un «peque-peque» (un pequeño motor) el «casco» (canoa) en el que se transporta la gente de las comunidades del TIPNIS. Este hombre tiene la modesta actitud de alguien que no sabe mucho, que no conoce mucho, que no ha estudiado; pero sabe lo que ninguna universidad enseña: el valor del territorio y su forma de vida. Sabe además en qué remansos se juntan los peces, cómo se comporta la palometa, la boga, el surubí, el machete, los yayuses y paletudos, sabe reconocer las pisadas del tigre, el asedio de los troperos, el rumor de los manechis, reconoce el olor del surazo y sabe adivinar la lluvia y los vientos. Sabe que nadie va a venir a «civilizarlo» y a decirle cómo tiene que vivir… sabe cómo defender su territorio… su «Loma Santa», concepto en que se funden la historia y el mito de su civilización: la búsqueda de la tierra sin mal, de un lugar encantado que no se inunda y donde pueden vivir de su entorno y en relación con la naturaleza, pescar, cazar y chaquear para comer, no para lucrar. Sabe que lo plurinacional no es solo una palabra bonita en una constitución.
El psiquiatra Frantz Fanon decía respecto a la revolución africana, que no bastaba con que los negros tomen el poder y administren el mismo Estado colonial, sino que éste debería ser desmantelado. Lo mismo puede decirse del «Proceso de cambio», porque no sirve de nada que un indígena tome el poder, si éste va a continuar el legado colonial de «civilizar» y convertirnos a todos en ciudadanos occidentales y modernos convenciéndonos de nuestra condición de «pobres» y «subdesarrollados». Los Mojeños, los Chimanes y Yuracarés tienen el derecho de reafirmar en su territorio su propia vida y condiciones de existencia, no porque lo diga la ONU o la OIT, o porque al “estado plurinacional” se le ocurra consentirlo, sino porque así lo autodeterminan ellos mismos y así han vivido siempre. Porque Mercedes no quiere ser Shakira ni Lady Gaga, Juana no quiere ser Katty Perry, quieren seguir siendo el tigre y la capiguara.
Hermoso relato, lo voy a tomar para ilustrar un texto que estoy escribiendo sobre colonialismo y patriarcado, con su permiso. Saludos.
Gracias por el sentimiento descrito en esto.