La huella de unas elecciones sin sangre

Por Paco Gomez Nadal

Juanita Ramírez lloró en la noche del domingo 7 de octubre. «Cuando la señora dijo que el comandante había ganado, yo lloré y como que solté toda la tensión». No bajó a la celebración porque ella vive «donde es peligroso», en el barrio de La Vega, muy diferente de sus Llanos originarios. Por eso, a la mañana siguiente acicaló a Cosita Rica, su perrita y se vino al centro administrativo e histórico de Caracas para celebrar la victoria.

El último informe del poder electoral en Venezuela, el CNE, con el 97.65% de los votos escrutados a 9 de octubre, le da a Chávez un 55.14% de los votos (8.062.056) y a Capriles el 44.24% (6.468.450) y confirma una histórica participación del 80.86% del padrón electoral.

A Juanita le mira de reojo Simón Bolívar. Cierto es que el prócer de la independencia le da nombre a esta emblemática plaza de Caracas pero es que, además, por obra y gracias del chavismo, parece haber descendido del caballo dispuesto a echarse unos cantes con los compadres que acá celebran el nuevo periodo de seis años en la presidencia de Hugo Chávez Frías (2013-2019). Francisco Agudo le echa la mano por el hombro a este Bolívar de carne y hueso y reconoce que el domingo, el día de las elecciones, a las 3 de la tarde «estábamos cagaos». «Es que a ese carajo [Henrique Capriles] le ha votado gente de los barrios, no hay que hablar pendejadas…. y eso debe hacer reflexionar mi hermano». Los datos confirman las afirmaciones de este maestro: si en las presidenciales de 2006 el candidato de la oposición, el ahora prófugo de la justicia, Manuel Rosales, sólo logró 4.3 millones de votos y un 36%, ahora Capriles llega casi a los 6.5 millones de votos y logra 8 puntos más. Esos son muchos votos.

Francisco tiene un discurso que pasa de lo popular a lo articulado en fracciones de segundo. Como la mayoría de la gente que uno se cruza por la calle, tiene el índice de color morado, señal de que pasó por las urnas. «¿Sabe lo que pasa? Es que esto está a medio camino y si la derecha ganaba se iba todo al carajo. Aunque se ha hecho mucho en lo simbólico, falta mucha educación, mucha educación política, mucha más participación de la gente», explica el maestro en uno de los muchos corrillos de debate que se arman y se desarman esta mañana en la Plaza. Hay «¡Chávez te amo!» y «¡Uh, Ah, Chávez no se va!». Hay gritos y hay música. Hay baile. Hay color en un día sin mucho calor. Pero lo que más hay es debate. A unas pocas cuadras de allí, desde el Palacio de Miraflores, el presidente daba una exclusiva que suena positiva: esta mañana ha hablado con Henrique Capriles y, aunque no se haya filtrado el contenido de la conversación, cuando la información es desde trincheras tan ajenas se agradece que los líderes crucen -‘solo’- palabras.

«Esto no es una aldea en la que Chávez sepa todo y haga todo. Es el pueblo el que tiene que hacer esta revolución, potenciando la Contraloría Social, los Consejos Comunales…», explica otro de los politólogos callejeros. Todos y todas se deliran socialistas y chavistas, pero son críticos y saben que en las elecciones de ayer hubo un mensaje claro. «A mí que no me digan pana… en 2006 Chávez ganó como por 3 millones de votos y ahora como por uno y medio… eso significa mucho ¿no?», exclama Henry. Y Miguel Carpio, un joven militante de cachucha verde olivo calada le responde: “Claro pana.. lo que significa es que hay que depurar algunos órganos del Estado, acabar con esta burocracia que hace eterna los padecimientos del pueblo y hay que meterle mano dura a la inseguridad».

Paso de corrillo en corrillo y el análisis de las bases chavistas es similar: si Chávez y su gente no arremete contra la corrupción y la inseguridad, y Henrique Capriles sigue al frente de la oposición, será difícil reeditar el triunfo en las urnas.

«Es que lo de la inseguridad es terrible. Yo soy obrera del Ministerio de Educación y he notado una mejora tremenda en mis derechos y beneficios… pero lo de la inseguridad nos pone la vida bien difícil”. Nubia Bolívar lleva unos aretes con la imagen de Chávez impresa en unas pequeñas sandalias de colores patrios. Y confiesa cierta decepción. “Se sacó el proyecto adelante y ganamos, pero son pocos votos para lo que queríamos [se refiere a los 10 millones de votos que había puesto el PSUV como meta. Se quedaron rozando lo 8 millones]».

Cambio de gobierno

Dice Orlando, un «socialista» que proviene del campo, que el problema de la revolución es que «los malandros del sistema anterior pasan ahora por revolucionarios y dañan mucho». Es decir: que las estructuras ya estaban maleadas antes de 1998 y que Chávez no ha sabido construir unas nuevas libres de los males que comporta el inmenso caudal económico del petróleo y de los negocios sucios. «Por eso hay que cambiar el Gobierno. El comandante [Chávez] tiene que empezar 2013 con un cambio en la vicepresidencia para que esta se dedique al tema de la seguridad, y tiene que limpiar su entorno. Porque, para que mentirnos, hay gente alrededor de él que no le ayuda y él no puede hacer todo solo».

La mayoría de los que rodean a Orlando asienten con la cabeza y dan sus ideas sobre a quién habría que cambiar o dejar en el poder. Freddy está lejos de este corrillo, pero está exultante. “Ganamos que es lo importante y yo sí creo que el comandante va a saber escuchar a su pueblo y hacer lo cambios necesarios”. Ronda siempre en las conversaciones que lo que haga o no Chávez tendrá que acontecer pronto, porque la mayoría, sin decirlo, baja la mirada ante la posibilidad de que el presidente de Venezuela no supere su cáncer. «Anoche yo estuve celebrando, pero Chávez se retiró muy pronto, yo creo que andaba muy cansado… bueno o quería celebrar con los suyos más cercanos, no sé…». Pasa un hombre encorbatado cruzando la plaza y saluda a Freddy. La respuesta de éste es entusiasta: «Eh ¿viste que ganamos?»

–  Ganaste tu, pana. Yo no gané, pero somos venezolanos

–  ¡Epa!, eso es, sin rencores, a trabajar juntos

Algunos partidarios de Henrique Capriles también han entrado a los corros de la plaza y se discute aunque sin violencia. Eso sí, los gritos llaman la atención de un policía que entra a mediar. Al darse cuenta de que no hay bronca, decide hacer su aporte: «¡Viva la Patria!, ¡Viva Chávez!».

Freddy también grita. Luego baja la voz y me pregunta por el exterior. «Ese periódico… ¿cómo es que se llama? ABC, o algo así…vaya vaina que tiene contra nosotros ¿no?». Está preocupado por las campañas de algunos medios internacionales contra Chávez y lo que representa, pero también está orgulloso de que «el mundo nos mira con esperanza. Al menos, las gentes de izquierdas, pero ese hermanamiento es hermoso mi hermano». Y algunos de los animosos de los corrillos hablan de eso, de que es el momento de meterle más socialismo a esta revolución con centros comerciales. «Las relaciones de producción siguen siendo capitalistas, pero es que hay que entender que se trata de cambiar un modelo mundial con muchas presiones y muchos intereses en juego», le explica a un entusiasta anticapitalista un militante con ciertos galones.

Me despido de Freddy y camino hacia la esquina caliente, un punto de la Plaza Bolívar donde se mantiene de forma permanente una carpa de discusión, información y actividad política. Allí se puede ver VTV, el canal Venezolana de Televisión, o comprar documentales sobre el proceso de Venezuela, sobre Chávez, Bolívar, la Revolución Francesa o Chomsky. Allá hay compañeros solidarios de Argentina y Uruguay que han venido a dar seguimiento a las elecciones. En el centro de la plaza el alboroto crece. Un joven y un anciano, armados de sendas guitarras, calientan el ambiente y la alegría se desborda. La gente baila, se abraza, saluda a todo extranjero en un tono de hermandad emocionante. También hay gritos más pasionales, declaraciones encendidas de amor y fervor al comandante. Afiches con el rostro de Simón Bolívar. Gritos por la liberación de Latinoamérica… Un fotorreportero panameño reflexiona en alto para recordar que «en pocos sitios de América Latina las plazas son un foro de debate así, libre, sin violencia, sin censura». Yo le respondo que sólo he visto algo parecido en Bolivia, pero sin esta fiesta que contagia.

Caracas sigue siendo Caracas

El chavismo festeja y reflexiona con mucha más autocrítica y más puntería de lo que algunos quieren pensar. Lejos de esta plaza, la vida continúa con normalidad. Caracas sigue siendo Caracas después del 7 de octubre, aunque las partes en contienda habían calentado tanto la “batalla” electoral que parecía que el día después sería diferente. No. Todo es igual. En el centro comercial Metrocenter, pegado a la estación de Metro Capitolio, las masas de consumidores siguen comprando los teléfonos celulares de última generación como si los regalaran. Me paso por acá porque Francisco Agudo me había dado una interesante y contundente teoría sobre el efecto de la justicia social que todos aseguran que ha aplicado Chávez. «La plata de nuestra riqueza petrolera la está distribuyendo, eso es seguro. Hay mucha justicia social, viviendas para la gente que no puede tener una por su cuenta, educación,  recuperó la cultura para el pueblo -porque antes estaba secuestrada por la burguesía-, pero… falta mucha educación, mucha conciencia. Mire, antes de Chávez, en 1998, la pobreza era pobre, no sé si me entiende». Le pregunto: y ahora… ¿cómo es?. «Pues amigo, ahora los pobres tienen televisión satelital, internet en el rancho, el rancho ya no es de madera sino que tiene dos pisos de cemento y… se matan en Metrocenter para cambiar el celular. Algo así».

En Chacao, uno de los exclusivos barrios de la capital, los restaurantes han vuelto a abrir y los 4 x 4 de lujo circulan como un día antes. En Plaza Francia, un pequeño grupo de estudiantes partidarios de Capriles comienzan una reunión con banderas negras. No tienen ganas de hablar. Cerca ya de las seis de la tarde de este día después que no parece el de el ratón de un tsunami un grupo de unos 150 estudiantes universitarios de clase media alta cortan la Avenida Francisco Miranda en Altamira, una de las zonas más exclusivas de la capital.

Desde la Plaza Bolívar a este lugar hay 11,5 kilómetros de distancia. La distancia entre dos Venezuelas. Los que protestan por un supuesto fraude electoral que no ve ni si quiera Henrique Capriles llevan piercing, transmiten la protesta desde sus teléfonos celulares ‘inteligentes’, sus cortes de pelo son de lo más diverso y postmoderno, y a ratos hacen algo de skate en la parte de atrás de este corte de calles. Lo que se siente es su frustración por no haber ganado las elecciones, porque Capriles no los haya llamado a la insurrección tras conocerse los resultados, por la absoluta normalidad con la que la vida se ha reanudado en el país.

De hecho, nadie diría que estamos en el país del que había escrito tanto, del que se había previsto lo peor, donde algunos medios y algunos pirómanos quisieron ver un volcán imposible de controlar y contar una erupción cercana a la guerra civil. Nada de eso hay.