Valentina, rompió la adversidad

Por Beatriz García/Periódico Debate

Mujer de lucha. Mujer que resiste, mujer que trabaja, mujer que sueña, mujer que vibra, mujer que da vida, mujer que comparte, mujer que sonríe; mujer que vive. Así se ha descubierto, así la han descubierto a Valentina Rosendo Cantú, indígena me’phaa de 29 años de edad, originaria de la comunidad de Caxitepec, municipio de Acatepec, en la Montaña alta de Guerrero.

Hace 12 años su vida se desmoronó en Barranca Bejuco. Un pueblo enclavado en la inmensa y solitaria montaña que le corresponde a Acatepec, región donde la marginación y la pobreza campean.

El 16 de febrero de 2002 Valentina terminó de lavar ropa en un arroyo cercano a su domicilio, cuando la rodearon ocho soldados, que le interrogaron de manera intimidatoria por unos “encapuchados” mientras le mostraban una fotografía y una lista de 11 personas.

Valentina tenía 17 años y sintió miedo; entendía español pero no lo hablaba bien, por lo que no respondió al interrogatorio. Un soldado la golpeó con la culata de su fusil en el estómago, le pegó en la cara y le jaló el cabello, luego la violó. Después, otro soldado le hizo lo mismo mientras los seis restantes se burlaban.

Regresó a casa y lloró de impotencia en los brazos de su hija Yenis de tres meses de nacida y de Fidel Bernardino, su pareja. Después salió a pedir ayuda médica pero ni en la clínica de su pueblo, ni en el hospital general en Ayutla la aceptaron. Veinte días después, el 8 de marzo, Valentina se armó de valor y denunció la violación.

Se presentó ante el Ministerio Público (MP) del distrito judicial de Allende y aún cuando el agente se dio cuenta de que se le dificultaba el español, le negó el derecho de contar con un perito traductor. Fue Fidel Bernardino quien la apoyó como intérprete.

Ese es el momento que Valentina recuerda como el inico de la lucha.

—¿Cómo te sientes después de estos 12 años?

—No ha sido un camino fácil, fue un camino con muchas piedras, pero aquí estoy. –Responde segura de sí misma, tranquila–.

Valentina orgullosa de sus logros, dice que sabe que ya no es aquella chiquilla de 17 años, aquella: «que no sabe por dónde caminar, no sabía qué decisión tomar y también se dejó mucho golpear y sufrir, pero hoy en día ya es otra. Valentina al primer grito [de quien sea] contesta un no, aquí no es bienvenido y adiós», lo dice y suelta una carcajada.

Tuvo que conocer una nueva Valentina para salir de aquellas montañas que la apretujaban y así alzar la voz para buscar justicia.

Hoy su rosto mira hacia adelante, su voz es firme, con un español que tuvo que aprender para hacer frente y exigir justicia al Estado mexicano, responsable de aquellos hechos.

Y sí, el camino no ha sido fácil: el no callarse, el luchar, le ha costado amenazas, hostigamiento por parte de militares, que han provocado que se exiliara de su pueblo junto con su hija.

—Extraño mi pueblo, pero recibí amenazas –dice con un dejo de tristeza–.

Aunque espera muy pronto regresar, ahora sólo va de visita.

Pero en este trayecto también han existido cosas buenas, sobre todo amistades, personas que han sido importantes, de quienes reconoce que «le han ayudado a sostenerse» para estar segura.

Su caso fue presentado por el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil) y la Organización del Pueblo Indígena Me´phaa (OPIM) ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en noviembre de 2003.

Ante el incumplimiento de las recomendaciones al Estado mexicano, la CIDH, el 2 de agosto de 2009 demandó a México ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (COIDH).

Valentina acompañada de las defensoras de derechos humanos del CDH Tlachinollan.

Valentina acompañada de las defensoras de derechos humanos del CDH Tlachinollan. Fotografía: Beatriz García

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Pero Valentina no sólo ha tenido que enfrentarse a la violencia institucional. La primera piedra con la que se topó y que sacudió su corazón y su vida entera fueron los insultos que su pueblo le lanzó, que no la apoyó. La cultura de su pueblo encarnada de prejuicios provocó que la llamaran “la mujer violada”, “la mujer de los militares”.

Aunado a ello el presidente municipal en turno en Acatepec –el priísta Gerónimo Godoy–, lanzó amenazas al pueblo de que retiraría los apoyos gubernamentales, si la respaldaban.

Dos años después de los hechos, Valentina huyó de su pueblo, con su pequeña y Fidel rumbo a Chilpancingo. Lo único que se llevaron fueron sus carencias.

Aquel apoyo que Fidel le brindó en un inicio, se fue desmoronando. Las palabras que repetía una y otra vez la gente del pueblo contra Valentina, trastocaban la hombría de Fidel. Así como los consejos de su familia que le decían: «Valentina ya no sirve».

Cada vez que Fidel se embriagaba, la insultaba, hasta llegar al punto de golpearla una y otra vez.

Un día, sin tener dinero para pagar la renta y con la responsabilidad de que Yenis entrara a la escuela, sin más, dejó sobre la mesa 50 pesos y le dijo a Valentina que no regresaría. Lo cumplió.

«Yo me enfrenté a un obstáculo muy grande, trabajar tres turnos para poder yo salir adelante. Trabajé en la mañana cuidando niños, a media tarde limpieza en una casa y en la noche en un taco de Cuernavaca», dice con su español que nos recuerda que su lengua materna es el m’ephaa.

—¿Qué te mantuvo firme y fuerte, qué te motivó a seguir?

—Lo que me hizo seguir fue mi hija, mis hermanos, siempre he tenido el apoyo de mi familia. Viendo a mi hija vuelvo a reaccionar, muchas veces quise dejar, muchas veces me llegó una desesperación fuerte, pero la que me dio una luz para seguir, mi hija.

Su hija Yenis de ahora 12 años de edad, es su mejor aliada, entre ellas no hay secretos. Yenis acepta los consejos de Valentina, van al parque, hablan de sexualidad, de derechos humanos, de lo que les gusta y de lo que no, de lo que quieren. Valentina siempre le insiste a Yenis «hablar con la verdad».

Yenis le ha dicho a Valentina que la admira, que quiere ser como ella, luchona, fuerte, pero también le ha advertido, que no quiere sufrir.

«Soy mil usos: soy mamá, soy hermana, soy hija; pero como mujer me costó trabajo. Después de lo que me pasó no soportaba que un hombre se me acercara, recibir un abrazo de cariño», afirma que para vencerlo recibió terapias psicológicas.

Apenas hace tres años Valentina todavía se sentía, desequilibrada, dividida en dos: por un lado una Valentina que sentía la necesidad de cuidar su origen, su familia, su pueblo; por el otro, una Valentina que no paraba de buscar justicia.

Ese equilibrio, recuerda, lo encontró cuando hubo aquel Reconocimiento Público de Responsabilidad Internacional del Estado Mexicano sobre los hechos violentos que vivió a recomendación de la CoIDH, el 15 de diciembre de 2011.

Valentina durante la entrevista con Beatriz.

Valentina durante la entrevista con Beatriz. Fotografía: Beatriz García

Valentina tardó cinco años en visitar Caxitepec. Ese día se encontró con un panorama distinto. «La gente ya no me trababa como cuando me salí, muchas de esas mujeres me pidieron disculpas, tuve la oportunidad de que me confesaran ellas todo lo que pasaron ahí».

«Yo entendí muchas cosas, también pasaron lo mismo cuando fue la masacre de El Charco, abusaron de ellas, y no dijeron nada. Me dijeron: ¿cómo pudiste llegar tan lejos, cómo pudiste salir adelante, para nosotras eres una niña todavía, cómo pudiste tener valor de enfrentar al gobierno? Tú eres nuestra voz; tú eres nuestra lucha. Te admiramos».

—¿Y qué sentías?

—Como una cobija que te apachurra, con un cariño tan bonito, sientes que vale la pena, que no estás luchando por ti sola, estás luchando por tu alrededor. A pesar de todo lo que pasé nunca fue tan mal.

Su padre Victoriano Rosendo falleció el día del cumpleaños de Valentina, el 14 de febrero de 2012. Ella le agradece tanto su apoyo, las herramientas y valor que le dejó. Sus últimas palabras fueron para ella, él se iba contento, satisfecho de los logros de su hija, que podría seguir adelante, fuerte y apoyar a sus hermanos.

Vale, como muchos la conocen, ha transmitido su experiencia a cientos de mujeres que, así como ella, se han encontrado atrapadas, mujeres que no hablaron.

La primera vez que dio una plática, recuerda, fue en 2010. Habló sobre los derechos de la mujer, enfrentándose a argumentos machistas, las viudas salieron en su apoyo.

—¿Qué les dices a las mujeres?

—Que alcen la voz, que no se queden calladas, que no están solas, que hay muchos que las apoyan, tenemos que hablar para que sepan lo que estamos pasando, que busquen la justicia, hay que tener valor, no es fácil pero hay que decir.

Poco a poco ha logrado ver el impacto que ha generado compartir su vida, reconoce que aún hay machismo, aunque piensa que ha disminuido, que la mentalidad ha cambiado. Observa que hay más participación de mujeres.

Ver que en los espacios donde ha compartido su experiencia participan niñas de menos de 15 años, embarazadas.

De la Montaña alta ha visitado: Mexcaltepec, Tres Cruces, El Camalote y La Parota, así como la Ciudad de México. Fuera del país, Alemania y Turquía.

—¿Después de este tiempo te has topado con tratos discriminatorios?

—Sí, una vez me toco dar una conferencia en México, en una escuela universitaria y no sabían que era yo, no me dejaban pasar.

«No, tú no vas aquí» –le cortaron el paso por no llevar el gafete–.

—¿Por qué? –preguntó–.

—No, es que no puedes entrar, ¿de dónde vienes?, –le insistió–.

—De Acatepec, municipio de Guerrero, –repuso–.

—No, no puedes entrar, aquí nada más están los que van a hablar.

—¡Yo soy de las que va hablar allá adentro!, –precisó–.

—¡Ay sí, ajá!, –le contestaron con incredulidad–.

En ese momento Valentina sacó de su bolso la invitación y fue entonces que le permitieron el paso.

—¡Ah no sí, pásele!, qué gusto no sabía que eras tú…–recuerda Valentina el trato–.

Ese episodio le molestó tanto, pero sabía que ahora era momento de responder segura, que no era posible que hasta que la reconocieron la trataron con amabilidad.

«No necesariamente debes ser una persona reconocida para ser tratado bien, todos somos importantes».

Ahora, Valentina quiere ser partera y regresar a su pueblo, donde conoce las carencias y la pobreza que tienen como consecuencia altos niveles de muerte materna. Ella quiere ayudar a su gente.

Su lucha no ha terminado. La detención en diciembre pasado de los militares que abusaron sexualmente de Valentina, a los que se los dictó auto de formal prisión, apenas cumple con parte de las recomendaciones del a COIDH. «Aún falta mucho por cumplir de parte de las autoridades por sus casos», afirma. Ya que Valentina no fue la única que denunció al Estado mexicano, también la indígena me´phaa Inés Fernández Ortega. Ambas «mujeres me´phaa pusieron a temblar al Estado mexicano» concluye Vale.