Las favelas son ocupaciones de colinas que constituyen un ejemplo de lucha y resistencia de aquella población en busca de alternativas contra la desigualdad, pues su cercanía con zonas donde usualmente se obtiene acceso a servicios básicos de la ciudad, es sistemáticamente atacada por actores goberno-empresariales. En la historia reciente de Río de Janeiro, alrededor de 1930, surgieron los primeros asentamientos en la zona oeste de la ciudad donde población de bajos ingresos encontró una opción para construir sus viviendas. Sin embargo desde 1937 y hasta la década de los setentas existió una ley que prohibió la construcción de nuevas favelas e incluso detuvo obras de mejoría a las existentes.
Resultado de esa política se desató una estrategia donde acontecieron desalojos como el de la favela de Catacumba, la cual albergó más de 10 mil personas y fue removida en 1970 por la sencilla razón de poseer una vista privilegiada a la laguna Rodrigo de Freitas. La comunidad fue cercenada víctima de la especulación inmobiliaria y la zona se transformó en un lugar donde hoy se erigen edificios de lujo. Para 1972 el 20% de las favelas cariocas habían sido eliminadas lo que no impidió que otras crecieran, sobre todo en la zona norte de la ciudad.
En 1974 el gobierno local «suspendió», en el papel, su plan de erradicación, sin embargo las comunidades quedaron en el abandono durante más de 30 años y actualmente mantienen su (r)existencia frente a la marginalización y vulneración de sus derechos, de entre ellos, el más primordial: el respeto a la vida. Y esa historia continua agravándose con el paso del tiempo.
En las casi 1,000 favelas que existen actualmente viven casi 2 millones de personas, por lo menos un tercio de la población de Río de Janeiro, sin embargo la negación permanente a esas comunidades se plasma en las políticas implementadas por los diferentes niveles del gobierno brasileño que promueven construcciones de infraestructura para la segregación; ejemplos sobran, tal como lo que sucede con Vila Autódromo donde se pretende borrar la comunidad que alguna vez albergó 600 familias para dar paso a un corredor de transporte (23 km de extensión desplegados sobre el segundo mayor bosque urbano del mundo, parte de la reserva Marapendi en un área de 12 mil hectáreas) que conecte a los privilegiados barrios del oeste con el futuro parque olímpico.
Al mismo tiempo recortes de líneas de bus que conectan la marginada zona norte con el exclusivo sur de la ciudad producen más lucro a los empresarios a costa de los viajes caros y extenuantes a los que son sometidxs lxs trabajadorxs (para quienes el pago del transporte público es su tercer mayor gasto, después del alquiler y la comida) que construyen diariamente Río de Janeiro.
Brasil es un país donde el 10% de la población posee el 42% del total de las riquezas nacionales. El salario mínimo de 788 reales (cerca de 240 dólares) es otorgado a un tercio de sus habitantes y menos de 1% de la sociedad gana 20 salarios mínimos. Las mujeres ganan 30% menos y la población negra apenas la mitad de lo que ganan aquellxs con piel blanca. Casi 5 millones de familias no tienen tierra para trabajar y el país cuenta con un déficit habitacional del mismo número de viviendas.
En este contexto las acciones ejecutadas para maquillar Río de Janeiro como ciudad global alimentan la desigualdad y pauperización de un sector mayoritario de la población. El megalómano patrón desatado para privatizar el espacio público encuentra un conveniente representante en la operación del «Puerto Maravilla». Más de 20 billones de reales serán otorgados en los próximos 15 años a los monstruos de la ingeniera brasileña: el consorcio Porto Novo (que incluye de nuevo al corruptor predilecto, Oderbrecht, OAS y Carioca Engenharia) usurpará la responsabilidad de todos los servicios de la región como limpieza urbana, iluminación pública, drenaje, etc; sin embargo el verdadero lucro resultará de la especulación en el valor de los barrios del centro de la ciudad donde ya removió 600 familias pobres en una zona con más de 20 mil habitantes de comunidades que están siendo expulsadas por medio de un proceso de gentrificación que engulle la zona centro con mayor potencial turístico y con posibilidades de más y mayores construcciones.
Los antecedentes de este proceso datan desde 2009 cuando se aprobó la ley 12.035 que establece la cesión del patrimonio público inmobiliario para la realización de las Olimpiadas de 2016; en ella se cuenta también la cesión de espacios públicos en «exclusividad» y se contempla una partida de recursos para cubrir los eventuales déficits del comité organizador de los Juegos Olímpicos en Río. Debido a los desalojos forzosos provocados por las obras de los megaeventos y la especulación inmobiliaria se afectará a un aproximado de 170 mil personas con lo cual la «limpieza social» habrá reconstruido la ciudad en función de aquellos pocos que en su voracidad devoran los derechos de una urbe que consideran sólo suya.
En el horizonte se manifiesta el incesante control de los espacios públicos y las restricciones de movilidad urbana se intensifican. E inclusive para cumplir con ese objetivo se recurre al método más salvaje: el exterminio silenciado que se despliega diariamente dentro de las favelas mediante las Unidades de Policía Pacificadora (UPPs).
No existen balas perdidas
11 mil personas han sido asesinadas a manos de policías pacificadores en Río de Janeiro durante el periodo de 2008 a 2012. Pese a la descarada masacre, el discurso para justificar la existencia de víctimas inocentes llega al extremo de hablar de «víctimas por bala perdida». Pero no existen municiones mortales flotando en el aire, lo que ocurre es parte de una política genocida del Estado brasileño que incluye la criminalización y el exterminio de la pobreza; un país que detesta la igualdad en la sociedad y sólo ofrece a la juventud marginalizada la prisión o el cementerio antes que oportunidades para tejer una salida de aquella opresión abrumadora en las comunidades ocupadas por la violencia policiaca.
Los datos más actuales confirman esto. Para 2013 el número de homicidios en Río de Janeiro fue de 4 mil 761 (la inmensa mayoría jóvenes negros entre 15 a 29 años), de ellos 416 asesinatos fueron cometidos por la policía, quienes recibieron un ticket directo a la impunidad al registrar dichas muertes bajo el eufemismo de «autos de resistencia» figura creada durante el periodo de la dictadura militar brasileña (1964-1985) para legitimar la represión policial y utilizada hasta la actualidad para el encubrimiento de crímenes ya que justifica la acción violenta por resistencia a la autoridad policial, como si hubiera enfrentamiento y el agente que dispara lo hace para defenderse cuando en realidad son ejecuciones sumarias. Para hacer una rápida comparación: mientras que en los 20 países que mantienen la pena de muerte en el mundo fueron ejecutadas 676 personas durante 2011 (sin contar China quien no publica datos), sólo en los estados de São Paulo y Río de Janeiro, fueron asesinadas 961 personas durante el mismo lapso y sus casos archivados bajo la etiqueta de los «autos de resistencia».
Desde hace tres años movimientos sociales luchan por la aprobación del proyecto de Ley 4471 el cual pretende acabar con la justificación de las lesiones y muertes producidas por los policías mediante los autos de resistencia. Sin embargo dicha iniciativa ha encontrado gran rechazo en el influyente sector legislativo de la BBB o banca de la bíblia, bala y buey (en referencia a sus integrantes conservadores afines a los sectores militares, agroindustriales y evangelistas que tienen gran poder en el congreso brasileño y representan la oligarquía de ese país).
Uno de los movimientos que continua en la lucha para aprobar dicha modificación es el grupo independiente de Madres de Mayo, el cual nació en São Paulo después de que en siete días del mes de mayo de 2006, más de 600 jóvenes fueran asesinados por policías. Como menciona fuerte y alto Débora Silva, fundadora y coordinadora del grupo durante el acto para exigir justicia a un año de la ejecución policiaca de Jhonatha de Oliveira Lima en la favela de Manguinhos, realizado el 23 de mayo de 2015 en Río de Janeiro. «Estoy aquí como madre negra para decir que no nos vamos acobardar frente a ese estado asesino; el movimiento Madres de Mayo nació para una transformación y nosotras no hablamos sólo del dedo que aprieta el gatillo contra nuestros hijos. Estamos en la lucha por el fin de los «autos de resistencia», contra la bancada de la bala y evangélica quienes resisten para no colocar en práctica el proyecto de Ley 4471 que es nuestra; nosotras vamos a resucitar a nuestros hijos uno por uno con esa ley aprobada, vamos a luchar sin rendirnos porque madres de mayo son guerreras como Ana Paula» dice mirando a la madre de Jhonatha, luchadora social desde el asesinato de su hijo, quien trabaja junto al Foro Social de Manguinhos, organizadorxs del evento.
«Ese orden y progreso maldito tiene que ser deshecho; hoy estamos preocupadas con la PL171 (proyecto para reducir la edad de mayoría penal de los 18 a 16 años) que es sinónimo de fascismo, impuesta por una burguesía que vive de la corrupción y del presupuesto público para educación, salud, vivienda pues sólo desvían el gasto en seguridad que nos ofrece exterminio y encarcelamiento. Nosotras no aceptamos que Brasil produzca 150 mil madres de mayo por año, eso es peor que una guerra. Vamos a discutir la pena de muerte y a mostrar al mundo que en Brasil se aplica en la periferia. Pero la justicia no va a venir a tocar a la puerta, tenemos que unirnos para ello. Nuestros muertos tienen voz, nuestros hijos tienen voz, nosotras como madres tenemos que gritar para que nos den más luz, eso no lo podemos olvidar. Tenemos la necesidad de demostrar que la dictadura no acabó, las balas clandestinas continúan, personas pobres siguen siendo enterradas bajo una estaca con número, pero tienen nombre, apellido y vienen de una mujer».
Jackson, Thales, Marlon, Edinilson, Wallace, Joseph, Aliélson, Diogo, Claudia, Amarildo, Eduardo, Edilton, Douglas, Mateus, Andreu, Jhonatha, Paulo, Larissa, Alan, Gilson, Cátia, Joana…Todxs tienen nombre y quien luche por ellxs.
Contra el genocidio del pueblo negro: ni un paso atrás
Hoje o quilombo vem dizer, favela vem dizer,
a rua vem dizer que
é nós por nós
Un ejemplo enorme en Río de Janeiro es la lucha de las mujeres negras de favelas, de aquella periferia que osa no callarse ante el dolor y violaciones cometidas por el Estado brasileño; es la fuerza de sus antepasadxs que esta presente en las batallas de Ana Paula, Fatima, Fatinha, Débora, Monica, Terezinha, Deize y todas las mujeres que son ejemplos de lucha y fortaleza femenina contra el terrorismo del estado brasileño.
El 16 de enero de 2013 la comunidad de Manguinhos pasó a ser ocupada por la 29a UPP en ser implementada en Rio de Janeiro. Con la presencia constante de casi 600 policías los abusos se convirtieron en el cotidiano en la vida de lxs habitantes de las favelas. El 17 de octubre de 2013 el hijo de Fátima de Menezes, Paulo Roberto de 18 años fue perseguido por policías de la UPP, golpeado y asfixiado por cinco agentes que gustaban de acosar al joven negro quien recibió ese «castigo» por haber reclamado el maltrato de los policías contra su hermano días antes. Después de lo ocurrido sus familiares recibieron constantes amenazas de parte de los implicados en el asesinato. El 14 de mayo de 2014 en la misma comunidad Jhonatha de Oliveira Lima de 19 años regresaba de la casa de su pareja cuando fue asesinado por un tiro en la espalda. El homicidio ocurrió cuando policías pacificadores disparaban contra habitantes que protestaban por la violencia de las UPPs.
Más de un año después, el 24 de junio de 2015 se realizó una audiencia en el tribunal de justicia del estado de Río de Janeiro. En aquella sesión ocurrieron interrogatorios a dos de los policías que actuaron contra la población aquel día de 2014. Su discurso sigue un patrón común en el cual buscan defender la atrocidad cometida: si dispararon fue en defensa propia contra delincuentes. Ana Paula no pudo entrar al auditorio donde la hipocresía de los agentes se desnudaba con sus contradicciones en los relatos y los gestos nerviosos con los que antecedían sus palabras. Sin embargo aún no existe una sentencia y el proceso se postergó hasta mediados de octubre. Así opera la justicia brasileña.
Un mes antes, entre lxs habitantes de las favelas de Manguinhos, Ana Paula exigía justicia junto a otras madres que perdieron a sus hijos en manos de la asesina policía de Río. «Estoy aquí, apenas una madre, haciendo mi parte, mi contribución pero es necesario que todos estemos juntos en esta lucha porque ella es por nuestras vidas. Estamos luchando por el derecho de vivir, cada vida, cada sangre que es derramada en el suelo es como si fuera mi hijo cayendo de nuevo y eso acaba con nosotros» dice conmovida, micrófono en mano. Sus palabras hacen eco en otros casos que muestran el racismo con el que se convive a diario en la hipocresía de lxs habitantes de esta ciudad.
Por su parte Fatinha Silva, habitante de la favela de Rocinha, expone uno de los testimonios que muestran cómo la organización, solidaridad y fortaleza de estas madres transforma el luto en la rabia que lucha por justicia. «El 17 abril de 2012 mi hijo, Hugo Leonardo, fue asesinado por dos tiros de la UPP, ellos alegaron que fue intercambio de tiros y eso es mentira. Mi hijo rubio nunca fue abordado por policías y Hugo, negro, siempre era molestado, ¿por qué es que nosotros, dentro de la favela, viviendo en la periferia, dicen que somos bandidos? No somos traficantes. Ahora exijo justicia a esa policía que es una farsa, policía asesina, cobarde, ¿sólo sirven para atacarnos? Mi familia fue amenazada de muerte después de aquello. Eran las 4:20 de la tarde cuando mataron a mi hijo; él había ido a recoger a mi nieto y en un momento después estaba en el piso, con la camisa en la boca preguntando a sus asesino «¿por qué haces eso conmigo?» Ahí uno de los policías le respondió, «de dónde crees que tu vienes, ahora termino el servicio» y dio un tiro en la cabeza a mi hijo ,¿por qué? Era otro negro, desempleado de favela pero que no debía nada a nadie.¡ Yo quiero justicia! Yo sólo salí de mi casa cuando mataron a Amarildo y se exhibió toda la suciedad que existe; ahí descubrí a Deize, Patricia, mis amores, porque fue con ellas que comencé a tomar fuerza» dice mientras Ana Paula se aproxima y le planta un beso en el rostro ante la presencia de la comunidad quienes minutos después alistan pancartas y gargantas para romper con el terrible silencio que el estado criminal pretende imponer en la favela. Puños en alto y dignidad de frente, las mujeres de Manguinhos confrontan la violencia con organización.
Tenemos que recordar a lxs nuestrxs
Nuestros padres, abuelos y bisabuelos, todos muertos el mismo día. Ese día largo del año que persiste y no acaba. Fueron muertos por las mismas manos que cambian de cuerpo, las manos de gentes que tienen las leyes y el dinero…
Es la mano del capitán que está detrás de cada hombre uniformado que dan nombre a avenidas y calles que atraviesan estas tierras…pero recuérdese, fueron nuestros hijos que murieron y no tuvieron funeral, ellos no se convirtieron en monumento ni en nombre de calles…fueron nuestros hijos que murieron sin la protección de las leyes y sin la satisfacción del dinero… ellos vivieron 13, 15, 20, 30, 40 años, los cargamos en nuestros vientres, nos dieron luz, nos dieron vida y eso no lo vamos a olvidar…
¿Cómo ellos osan negar que nosotras hablemos el nombre de nuestros hijos? ¿Cómo ellos impiden enterrar los cuerpos por nuestros cantos? ¿Por qué ellos querrían arrancar ese pedazo de nosotras? No olvidaremos esa parte amputada, ese dolor como picadura de algo que ya no existe más…
Es nuestro deber no dejar, aunque nos aprisionen con las leyes, aunque nos amedrenten con sus fusiles
¡Ellos no van a vivir alimentados de mi miedo!
Tenemos que recordar a los nuestros
Tenemos que recordar a los nuestros
Tenemos que recordar a los muertos¿Y ustedes van ayudarme en ese estímulo? ¿Van ayudarme? No dejen que mi grito se convierta en una palabra muda, a recular por el paisaje ¿Me ayudan a agrietar las ametralladoras?
Recuérdese, es sangre nuestra que da de beber al cemento de cada nueva ciudad: Nuestrxs muertxs tienen voz.