Texto de Heriberto Paredes
Video de Gustavo Ruiz
—Oye, ¿y sobre la obra y el proyecto, cuáles crees que sean las injerencias pedagógicas y políticas?, me pregunta uno de ellos al terminar la entrevista, invirtiendo los papeles.
—Considero que depende del alcance que podamos lograr para que más personas conozcan su trabajo, y hablo en plural porque es ya parte de nuestro trabajo y de nuestra concepción de lo que hace falta en este país.
—Justo eso, el alcance, es ahí en donde queremos trabajar más.
—En lo pedagógico esta obra es fundamental, conecta dos mundos que aparentemente no están relacionados. Por un lado la investigación acerca de este tema tan complejo y presente; por el otro, la parte testimonial que da rostro e identidad a las historias que se cuentan por ahí. Las personas aprehenden mejor cuando se sienten identificadas con los personajes. Si no desmitificamos este tema del narco nunca podremos acabar con él.
—¿Y en lo político?
—Está claro que hablar de lo que se quiere ocultar o disfrazar, plantearlo con su crudeza pero con una dimensión humana, es sin duda una afrenta al poder del Estado, que es una de las caras del problema, no su antagonista como bien quiere hacernos pensar.
«¿De qué otra cosa podríamos hablar?», cuestiona la artista visual Teresa Margolles. Su pregunta es de las más vigentes en estos días de incertidumbre para los padres de 43 estudiantes normalistas desaparecidos desde el pasado 26 de septiembre. El grupo –no sé si llamarlo teatral, puesto que su trabajo se enmarca en esta dimensión pero supera por mucho las concepciones disciplinarias– Lagartijas tiradas al sol plantea una manera, una ruta para hablar de los temas que no pueden callarse, que urgen ser tratados y discutidos más allá de la perspectiva bélica o victimizante.
El hecho mismo de cruzar los caminos de la investigación con los del montaje escénico es un reto que brinda muchas posibilidades al abordaje de temas o fragmentos de la realidad que requieren varias vueltas de tuerca para su comprensión. El estado de las cosas en México es abrumante, el narco estado es cada vez más visible, de maneras cada día más contundentes, el papel del Estado –como ente reguladora de la aplicación de derechos y el bienestar de la población– es una mentira cubierta de nostalgia; en este sentido, la crudeza de las intrínsecas relaciones entre gobernantes y funcionarios con organizaciones criminales es, desafortunadamente, lo cotidiano, lo normal.
El Tigre, personaje central de la puesta en escena «Está escrita en sus campos», es alguien como nosotros, por decirlo de cierto modo, alguien con quien podemos compartir la historia o con quien tenemos algún elemento que nos hace reconocernos; pero es también el eslabón más bajo de la cadena de muerte y destrucción que significa el narcotráfico y el crimen organizado. Es, si se me permite el símil, el equivalente a esas personas que reparten propaganda electoral o de partidos políticos y se llevan una migaja si se compara con las riquezas que los grandes capos obtienen. Es la hormiga del negocio y por esta condición es posible reconocernos y tal vez ver con cierta perspectiva su vida… porque podría ser la nuestra también.
El ejercicio de Lagartijas es doble: el montaje de la historia de El Tigre y presentar una investigación que permite ir de lo más cercano a lo más lejano sin desconectar cada ámbito. La puesta en escena es una suerte de exposición de la integridad de la problemática, tal vez por eso sea una herramienta para la construcción de la memoria de este país. No la memoria despersonalizada y banal televisiva sino la memoria de lo que no se dice, de lo que causa temor e incertidumbre. Por eso las denuncias de contubernio entre el crimen organizado y los diferentes niveles de gobierno resulta complejo, porque aún no estamos tan aclimatados a observar la verdad y (d)enunciarla tal y como es: México lindo y querido, está gobernado –con todo lo que eso implica– por organizaciones criminales que a veces aparecen a la luz pública como políticos profesionales y otras como sicarios despiadados. Caras distintas de la misma moneda.
Las puertas que abre Lagartijas son inmensas. Dejemos por el momento que sea esta pieza y sus antecesoras, las que delineen la ruta de esta memoria de un país en ruinas y en llamas. Se trata sin duda de un proyecto artístico, crítico y de investigación, o lo que es lo mismo, una labor elaborativa, una tarea… de toda la vida.
«Está escrita en sus campos» de Francisco Barreiro vuelve a los escenarios partir del 31 de enero y el 1, 7, 8, 14 y 15 de febrero de 2015. Sábados a las 19:00 y los domingos a las 18:00 en el Museo Universitario del Chopo.