La convención dicta que Otelo ha de ser representado como un hombre esencialmente bueno que cae en la red de intrigas tejida por Yago, uno de sus subalternos, quien motivado por la ambición se mete en su cabeza para propiciarle celos —ese «demonio de ojos verdes que se burla de la carne de la que se alimenta»—, con el objeto de hacerle caer en desgracia. Otelo, como es sabido, mata a su esposa Desdémona al sentirse traicionado y deshonrado por su supuesta infidelidad.
En la época en que fue escrita (1603), posiblemente la reacción del moro fue percibida como adecuada por la mayoría de los espectadores. Y esto porque se asumía que las mujeres tenían dueño y como afirma la propia Desdémona, debían obediencia a sus padres y a sus maridos. Para muchos lo injusto de su asesinato provenía del hecho de que era fruto de una serie de mentiras, pero acabar ahorcada a manos del esposo no debió ser un destino extraño para las adúlteras. El adulterio masculino, en cambio, generalmente ha sido tratado con mayor permisividad.
¿Ha cambiado en algo dicha situación? Cualquier relectura de Otelo debería hacerse esta pregunta. Y eso es lo que probablemente hicieron Andrea Salmerón Sanginés y Alfonso Cárcamo al retomar el texto de William Shakespeare para realizar su adaptación a nuestro contexto en La maté por un pañuelo, actualmente en cartelera en el Teatro Isabela Corona.
Otelo en esta versión es un general de origen humilde, con sangre indígena, que ha ido escalando puestos debido a sus méritos militares, y que es tratado con respeto debido al miedo que logra imponer en políticos que a sus espaldas lo desprecian. Éstos por su parte son un puñado de arribistas que se regodean en su racismo, su clasismo y su misoginia. Entre ellos hay una mujer que explota a otras mujeres, representadas a su vez por una edecán que está presente en calidad de convidada de piedra pero que al final juega un papel fundamental, para quien sabe leer alegorías.
Finalmente están Desdémona, uno de los personajes que más fieles se mantienen a su modelo original, pues aunque joven, representa a la mujer tradicional que ha sido educada bajo códigos vetustos. Y por otro lado Emilia, la esposa de Yago, que en esta adaptación amplía la reflexión que Shakespeare pone en su boca a través de aquel famoso diálogo que muchos han considerado como feminista avant la lettre. Entre ambas tejen una de las escenas más memorables y tristes de la obra.
El montaje ha generado polémica. No a todos les ha gustado escuchar una retahíla de diálogos racistas, clasistas y misóginos, en lugar de los versos del bardo de Stratford-upon-Avon. Y tampoco ver a Otelo tratado como un feminicida. ¿Podría ser de otra manera? Revisando los diarios veremos que los palacios de hoy son ocupados por políticos que dicen cosas peores, de hecho en el texto se reconocen frases que realmente han sido expresadas por varios de ellos en los últimos sexenios. Y por otra parte, si Otelo no es un feminicida, ¿entonces qué es?
Porque aunque dicho personaje y Yago sean contrapuestos en muchos sentidos —pues mientras uno representa el mérito y la integridad, el otro es la imagen viva de la corrupción y la vileza—, ambos comparten una serie de ideas y creencias respecto al papel que juegan las mujeres en el mundo. Si las semillas de discordia que Yago siembra en Otelo crecen y tienen ese efecto tan devastador, es porque caen en un suelo que ha sido fertilizado durante siglos por las convenciones de un mundo patriarcal.
En suma, aunque Otelo no pudo ser llamado feminicida en el siglo XVII —empezando porque la escritora y activista feminista Diana Rusell no había introducido el término al debate público, lo que ocurrió hasta 1976 durante el Tribunal Internacional de Crímenes Contra la Mujer—, hoy día, en una adaptación de su historia a nuestro contexto, no puede dejar de ser reconocido y señalado como tal.
Andrea Salmerón Sanginés ha contado en diversos momentos que la inspiración para desarrollar esta adaptación —la cual también dirige— se dió a raíz de que conoció el trabajo de la Colectiva Bordamos Feminicidios, que como su nombre lo indica, borda en pañuelos los nombres y las historias de las mujeres asesinadas en nuestro país. La idea original comenzó como un ejercicio de memoria colectiva para recordar a los muertos y desaparecidos a partir de la guerra iniciada por Felipe Calderón, sin embargo al poco tiempo quienes hoy integran dicha colectiva, identificaron la necesidad de nombrar específicamente a las víctimas de la violencia feminicida.
Por otra parte, durante el montaje de la obra tuvo lugar la más reciente ola del movimiento #MeToo en México, que denuncia las violencias machistas ejercidas contra las mujeres tanto en ámbitos domésticos como profesionales. Ésta generó una serie de debates necesarios y no pocas polémicas. Muchos gremios —incluido por supuesto el teatral— se cimbraron al ver que hombres con trayectorias reconocidas eran señalados públicamente por haber agredido de diversas formas a sus alumnas, colegas, novias, esposas, amigas, amantes, madres, hermanas, hijas, etcétera.
El suicidio del músico y escritor Armando Vega Gil a partir de que fue denunciado, queriéndolo o no ocasionó que el debate girara en torno a la posibilidad de ser difamado desde el anonimato, enviando a un segundo plano la voz de las mujeres expresada en el vendaval de denuncias que con toda probabilidad sucedieron. Los testimonios en cada uno de los hashtags de Twitter habilitados para tal efecto se contaron por cientos.
En este contexto se estrenó la obra en el Teatro Juan Ruíz de Alarcón del Centro Cultural Universitario, el 9 de mayo de 2019, iniciando una primer temporada de treinta funciones. Las reacciones que hasta ahora ha generado en el público han sido diversas, pero una constante en mis congéneres es la incomodidad. En las mujeres, en cambio, he percibido sentimientos que van de la indignación hasta la más profunda tristeza. El espejo que nos coloca frente a los ojos refleja uno de los aspectos más crudos de nuestra realidad, que sin embargo hay que ver para poder empezar a cambiar.
Aunque La maté por un pañuelo no es, ni quiere ser, fiel a la obra de William Shakespeare, muestra un profundo respeto hacia la misma, pues la trata como lo que Jorge Luis Borges e Ítalo Calvino definieron como un clásico: un texto que nunca termina de decir lo que tiene que decir, que produce interpretaciones sin término, que despierta sentimientos inesperados en cada lectura, que no te deja indiferente, que te interpela. En suma, como una historia viva.
La maté por un pañuelo inició su segunda temporada en el Teatro Isabela Corona, ubicado en el Eje Central Lázaro Cárdenas número 445, junto a la Plaza de las Tres Culturas.
Continuará presentándose en dicho espacio hasta el 1 de septiembre de 2019, jueves, viernes y sábado a las 7:00 PM, y domingo a las 6:00 PM.
Dramaturgia: Andrea Salmerón Sanginés y Alfonso Cárcamo sobre Otelo de William Shakespeare.
Dirección: Andrea Salmerón Sanginés.
Diseño de escenografía e iluminación: Tania Rodríguez.
Diseño de vestuario: Jerildy Bosch.
Diseño de sonido y música original: Miguel Hernández M.
Elenco: Antonio Vega, Carlos Álvarez, Daniela Arroio, Emma Sofía Peraza, Erwin Veytia, José María Negri, Juan Cabello, Leonardo Zamudio, María Sandoval, Nicolás de Llaca y Sofía Sylwin.