Los proyectos de «los dueños sin pueblos» y las propuestas de «los pueblos sin dueño»

Tres temas en general: Uno, el contexto particular de lo que está pasando en Colombia, y en qué condiciones se firma el acuerdo. Dos, el análisis de qué paz se está hablando, y porqué para nosotros es solamente la firma de un acuerdo bilateral de cese al fuego entre las FARC y el gobierno. Tres, las posibilidades y los desafíos para los pueblos en el contexto actual y en el marco de esta firma.

Después de esta introducción, Vilma Almendra, indígena nasa del Norte del Cauca, hace una pausa, mira los asistentes en los ojos, toma aire y empieza un recuento largo, rápido, emocionado, enojado, fiero, que le sale del corazón y que para nosotros dura una hora pero, para los pueblos del Norte del Cauca, tiene cientos de años. Es una historia de despojo, prepotencia, robo y violencia. Pero también de resistencia, fuerza, amor, dignidad. Una historia que nos hizo pensar que hay algo en común entre el «sí» del movimiento indígena colombiano a los Acuerdos de Paz entre gobierno y FARC-EP y la propuesta del EZLN al Congreso Nacional Indígena (CNI) de candidatear una mujer indígena que represente un Concejo Indígena a las presidenciales mexicanas de 2018. Y que este algo, sea la vida. Su vida.

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Vilma Almendra hablando durante el más reciente Congreso Nacional Indígena en el CIDECI de San Cristóbal de Las Casas. Fotografía: Cumbia del Sur

Las palabras de Vilma y de Manuel Rozental, explicaron las razones de las comunidades indígenas colombianas en pedir la firma de unos acuerdos cuyo contenido va en contra de todo lo que vienen combatiendo desde décadas. En estas motivaciones, nos pareció encontrar un eco de las que tal vez contribuyeron a que las comunidades indígenas de México recibieran una propuesta que a primera vista parece igual de incongruente con todo lo planteado en los últimos veinte años.

A menos de un mes de la reapertura de los trabajos del 5º CNI, este texto no quiere establecer si el subcomandante insurgente Moisés quiere ser presidente, porque ya dijo que no. Lo que quiere es compartir la palabra de esta pareja de pensadores y amigos colombianos, porque desde la primera vez que la escuchamos nos pareció una interesante llave de lectura para entender la propuesta que el EZLN hizo al CNI. Puesto que los únicos realmente llamados a leerla, pensarla, repensarla, entenderla, abrazarla o rechazarla, son los pueblos indígenas de México.

Uno: El contexto. De cuando para luchar se necesita estar vivos.

Históricamente nos han aplicado las «cuatro ex» que Manuel siempre nombra: exploración, explotación, exterminio, exclusión. De hace más de 500 años esas han sido permanentes, con diferentes máscaras, diferentes instituciones, y en los últimos años con el neoextractivismo. Lo que se puede ver en Colombia es lo mismo que nos saturamos de escuchar aquí en el anterior CNI y que hemos escuchado estos dos días [1]: hidroeléctricas, mineras, fracking, narcotráfico… Toda esta cantidad de estrategias de terror y guerra, cosas que son simplemente para despojar los territorios, garantizar la entrada de las transnacionales y mercantilizar todo. Y los que sobramos pues que se mueran o los matamos con las guerras.

Así empieza la contextualización de Vilma, dos frases que resumen cinco siglos de vejaciones y abusos sufridos por los pueblos indígenas de América Latina. Y no es una queja, ni una denuncia, más bien es un hecho que llena de digna rabia, sobretodo al reconocer que a las razones históricas «ahora se tiene que agregar otra forma de despojo, menos estudiada, menos manifiesta, pero no por eso menos nefasta: la cooptación y la captura de los movimientos».

Cuenta ella que en el Norte del Cauca se empezó a experimentar después de 2008, cuando de ahí salió la Minga de Resistencia Social y Comunitaria con su agenda popular, y el pueblo colombiano se levantó, con una movilización capaz de aglutinar varios procesos, de los cortadores de caña de azúcar a los judiciales, de los estudiantes a los camioneros.

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Más de 40.000 personas, entre indígenas, afrocolombianos, campesinos e integrantes de organizaciones sociales, marcharon hasta Cali, esperando reunirse con el presidente para que sus exigencias sean escuchadas. Fotografía: Omar Vera (CC BY-NC-SA 2.0)

Después de eso, el castigo al Cauca fue esta cooptación. Caen como buitres muchas ONGs y muchos otros aparatos del Estado y lo que hacen es que empiezan a robarnos el discurso, a robarnos la palabra, y hablan de la Madre Tierra, en Ecuador hablan del Buen Vivir… agarran estos conceptos y los vacían de sentido y los utilizan para decir que son nosotros, pero en realidad son ellos, y están para acumular, están para despojar y están para legitimar todo este proyecto de muerte.

Los así llamados «Acuerdos de Paz entre las FARC-EP y el gobierno colombiano» serían el ejemplo más actual de esta captura de la lucha que se ha venido dando desde 2010. El punto central de la movilización indígena que salió con tanta fuerza desde el Cauca, para luego tejerse a otros procesos y movimientos, era «No al Modelo Económico Transnacional y no a los Tratados de Libre Comercio».

Sabíamos que era una constitución supranacional donde los colombianos pasábamos de ser sujetos de derecho a sujetos de derecho de las corporaciones, y esto era matar todo y era darle garantía a los señores de la muerte y de la guerra. Sin embargo, desde la entrada de las ONG’s el proyecto originario empezó a cambiar a favor de una agenda que empezó disminuyendo las movilizaciones y terminó afirmando que dicho punto no se podía abordar, que mejor había que pelear por salud, recursos, educación, gobierno autónomo, territorio, etc. En otras palabras, una agenda que había salido tan emancipadora, con un proceso trabajado desde el 2000 hasta el 2008, desde 2010 se empezó a convertir en algo diferente, que al final pudo caber en la agenda de negociación de las FARC con el gobierno, una negociación que para tener éxito necesitó la captura de los movimientos más radicales, emancipadores y vivos del país.

El resultado fueron las palabras de Humberto de la Calle, el negociador por Colombia, que cuando en Noruega se anunció la apertura del diálogo mencionó que «el Modelo no era negociable». Manuel las repite una y otra vez, y denuncia este episodio como un momento clave para entender que la paz propuesta no podía ser verdadera, puesto que lo que había generado la guerra era precisamente dicho Modelo.

En cambio, en la agenda popular propuesta por la Minga de Resistencia Social y Comunitaria del Norte del Cauca, el «No al Modelo Económico» era el primero de cincos puntos que salieron de un proceso de consulta «duro, largo, controvertido, difícil pero precioso, al cual le decimos barrido, y que se había llevado a cabo de casa en casa, de aldea en aldea» para informar a la gente sobre las condiciones impuestas por el modelo neoliberal y escuchar su postura.

Los demás puntos de la agenda preveían, en este orden: suplantar la legislación vigente por una política desde abajo propuesta por los pueblos; rechazar el discurso de defensa de los derechos humanos en favor de denuncias más contundentes; pedir el derecho a la educación, la salud y la consulta; construir un tejido de unidad de los pueblos, es decir una institucionalidad otra.

Sin embargo, todos estos puntos empezaron a ser, como dice Manuel, «misteriosamente modificados precisamente a partir de aquel 2008 que fue el año de la movilización más grande». Toda la gente que defendía esta agenda empezó a ser perseguida, amenazada de muerte y exiliada. Y apareció una contra-agenda de negociación promovida por Organizaciones No Gubernamentales (ONG’s) y grupos vinculados a las FARC que empezaron a trabajar en el Cauca con nombres aparentemente reformadores como La Casa del Pensamiento.

Necesitaban la Minga y la legitimidad que tenía para entrar al proceso de negociación, y lo que tenían que hacer era cambiar de una agenda que transformaba y venía de los pueblos en una agenda reducida que no modificara la estructura. La misma agenda que hablaba de Tratados de Libre Comercio hablaba también de derechos humanos, y con un genérico «No a la minería» resumía toda una lucha que antes era el núcleo de la propuesta. Con eso, y con la promesa de mucha plata, empezaron a capturar la dirigencia del movimiento indígena, a cooptar procesos como el Congreso de los Pueblos, que nació de la Minga, empezaron a tomárselos. Cuando apareció la agenda de negociación FARC-Estado nosotros dijimos: «¡uy! esta es igualita a la que nos transformaron».

La estrategia que describe Manuel es sencilla pero efectiva y no se puede decir que México no la conozca. De ahí en adelante ha habido más Mingas, pero todas han sido enfocadas a conseguir cantidades enormes de recursos para la educación, la salud y otros asuntos vinculados con un supuesto bienestar y desarrollo. Nunca más la propuesta ha vuelto a rechazar el Modelo Económico, siempre los cambios estructurales han sido postergados y hasta la fecha nunca han sido reformados.

Así, Manuel y Vilma, triste pero enérgicamente, afirman que la dirigencia indígena colombiana está capturada por un proceso de negociación que va más allá del acuerdo entre las FARC y el gobierno, y para cuyo éxito fue fundamental el papel jugado por los defensores de los derechos humanos.

En la agenda originaria del Cauca, no solo todo el aparato derechohumanista no estaba presente sino que se denunciaba claramente su intención de maniobrar la palabra de los pueblos. Donde las comunidades hablaban de robo y despojo, ellos cambiaban por una genérica denuncia de violación de los derechos humanos, encubriendo así el beneficiario y el propósito de dicha violación.

La gente en el Cauca entendió que lo que había que decir era «nos están matando para robarnos, el terror es un instrumento del libre comercio, y si lo presentamos como violación de derechos humanos les sirve al sistema para encubrir».

Pero el discurso de las organizaciones era muy atractivo, y sus recursos económicos casi ilimitados, considerando que el financiamiento venía de la Unión Europea, quien sostenía la defensa de los derechos humanos a la par de negociar un TLC con Colombia.

Así el encubrimiento funcionó y, según Manuel, no originó solo la contaminación del proceso en el Cauca sino también una cooptación de la opinión publica nacional: la gente empezó a creer que saliendo a la calle a reclamar que se les respetaran sus derechos humanos estaba cumpliendo, demostrando que el resultado de años de guerra había sido, además de despojar enormes cantidades de territorio, también crea «una mentalidad entre el terror y el circo, una ignorancia política extraordinaria, un desinterés para lo político enorme, y una reducción de lo político a meras fórmulas, incluidas la de izquierda».

Manuel le llama «ocupación del territorio del imaginario», un proceso lento de marginación de lo político como aburrido, ajeno, insoportable, que explica, en su opinión, el resultado del plebiscito: más del 66% de la población que no salió ni a votar, creyó ciegamente la versión del gobierno según el cual la consulta era sobre «la paz de Santos y las FARC», mientras en realidad se trataba de darle aliento al país, de interrumpir una guerra para reorganizar las fuerzas y no estar obligados a escoger entre el binomio fascista de Santos-FARC y la ultraderecha de Uribe.

Quienes lo entendieron perfectamente fueron las comunidades más golpeadas por la guerra, las que fueron despojadas no solo de sus tierras sino también de su discurso y que, con una aparente incongruencia, se revelaron las más dispuestas a aceptar esta versión manipulada y violentada de una agenda de paz que, años atrás, ellas mismas habían propuesto. «Y no por brutos», concluye Manuel, «sino que porque estos pueblos se levantaron a pesar de la guerra y en medio de la guerra, y saben que si no les están disparando de un lado y del otro se van a levantar otra vez». En otras palabras, para levantarse estos pueblos necesitan estar con vida y en esta elección la verdad no hay nada incongruente.

Dos: De qué paz estamos hablando.

Los acuerdos se deben de firmar, se les debe garantizar un mínimo a esta gente que nació con una revolución histórica y que en los 60 y 70 fueron los que acompañaron la lucha y la resistencia.

Vilma no olvida cuando, a pesar de tener su propia fuerza con el Quintín Lame, el movimiento del Cauca reconocía a las FARC como Ejército del Pueblo. Sin embargo, en los últimos años los muertos han venido tanto del lado de la guerrilla como de los paramilitares y militares. Los últimos cuatros Tehualas, las guías espirituales que armonizan el territorio nasa, han sido asesinados por las FARC. De víctimas han pasado a ser victimarios, y todo para obtener el control de un territorio, el Norte del Cauca, estratégico para el trasiego de droga, armas, y mucha otras mercancías.

Las FARC no quieren desaparecer el movimiento indígena, quieren domesticarlo, que se movilice pero obediente, bajo el control de la izquierda radical o de ellos. Pero el Norte del Cauca habla de una autonomía que es no depender de nadie, tener una posición propia y defender la vida y el territorio.

Una defensa de la vida que, a diferencia de otros movimientos, para el Cauca ha significado no matar a nadie, «no volver sagrados los instrumentos de guerra, porque ética y estratégicamente eso no ha servido». Sin mucha especulación son los mismos hechos que les han demostrado que la estrategia de confrontación no es victoriosa. Las comunidades no tardaron mucho en entender que a los ataques de las FARC solo correspondían otras tantas agresiones por parte del Estado, que bajo el cuento de defender la patria mandaba miles de soldados a vigilar y cuidar las torres de Carlos Slim y de Comcel. Y, una vez en el territorio, los soldados contaminaban, violaban, robaban, y desarmonizaban todo.

Por cada golpe estratégico de ellos, los que pagábamos los platos rotos éramos nosotros. Este acuerdo no es de paz, es un cese al fuego bilateral entre ellos dos, pero es importante porque al menos si se paran las balas entre las FARC y los militares, lugares como Jambaló y Toribío podrán vivir sin esta guerra de ellos, y será más fácil levantarse.

Así que la paz es en realidad un acuerdo de cese el fuego bilateral. Manuel coincide, y propone de examinar el contenido para que quede claro que ésta supuesta paz no tiene ningún sustento. Tan solo el mantenimiento del sistema neoliberal como marco general es una razón suficiente para no tomar seriamente el proyecto. Pero hay más.

El acuerdo, expone Manuel, se compone de 297 páginas y está dividido en seis puntos: reforma rural integral; ampliación de la democracia; cese al fuego y hostilidades bilateral y definitivo; solución al problema de las drogas ilícitas; tema de las victimas y un mecanismo de verificación e implementación. De estos, el único estructural es el de la reforma agraria que presenta el gran problema de no ser aplicable bajo vigencia de un Tratado de Libre Comercio. Es decir, las diez millones de hectáreas de terrenos baldíos que deberían ser distribuidos entre campesinos y ex guerrilleros ha sido ya destinada a un plan de desarrollo definido por la Ley denominada ZIDRES, (Zonas de Interés para el Desarrollo Rural, Económico y Social).

Las tierras que tendrían que garantizar la paz resultan ya apartadas «para el desarrollo». Como también la semilla nativa del campo colombiano, que los acuerdos afirman proteger e incentivar mientras en realidad ya ha sido entregada a Monsanto, a través de la homónima Ley. En otras palabras, al firmar los acuerdos de paz, Colombia estaría violando tratados internacionales; bajo TLC la reforma rural integral no es aplicable. Como no es realizable la ampliación de la democracia sin un verdadero cambio en la estructura política del país, así que también este punto se reducirá al ingreso, por parte de algunos dirigentes de las FARC, en el tradicional sistema de partidos.

Lejos de ser una propuesta de paz, estos acuerdos son para Manuel «la definición del horizonte político permitido», donde la dicotomía Uribe-Santos/FARC constituye una enorme limitación mental que la clase dirigente ha impuesto al pueblo, para que Colombia piense que no hay alternativas. Lo que se denuncia aquí no es solo el contenido de los acuerdos, sino el engaño político de quienes pretenden que los y las colombianas crean que este contenido es el único posible.

Para los pueblos originarios, en cambio, una verdadera propuesta de paz puede existir, pero debe surgir desde abajo y llevar determinaciones y prioridades completamente diferentes.

Tres: Posibilidades y desafíos.

Existe otro factor que no ha sido tomado en cuenta en los acuerdos, y que preocupa al Norte del Cauca: la reagrupación y fortalecimiento del paramilitarismo que se ha venido dando en los últimos cinco años. Manuel y Vilma denuncian que pueblos como Naya, donde en el 2001 hubo una tremenda masacre, se han visto amenazados por paramilitares y/o simpatizantes de las FARC que les han dicho que tras los acuerdos firmados «ellos volverán a mandar». Las confrontaciones por la tierras seguirán y ahora tendrán también el rostro de las reservas campesinas que se quieren implementar donde están los resguardos indígenas. La resistencia a los proyectos agroindustriales y mineros será siempre más perseguidas: después de la presentación de los acuerdos 20 líderes y lideresas indígenas del país, campesinos y de la urbanidad, que se oponían a fracking, la minería y a los demás proyectos de muerte, han sido asesinados.

«¿Cómo es posible que estemos hablando de paz y estén matando a la gente que está cuestionando este modelo económico que se blindó con los acuerdos?», se pregunta Manuel. «Hay una minoría», agrega Vilma, «que está clara con esta posición que estamos presentando aquí, que saben que es una cosa mínima que hay que hacer, pero la paz no es de ahí, que la paz se construye desde abajo». Y en este proyecto de construcción, que puede seguir al cese al fuego, ellos ven la posibilidad de resurgir del movimiento.

Las y los Liberadores de Uma Kiwe, la Madre Tierra, integrantes de un proceso que históricamente plantea la recuperación de la tierra, son parte de la minoría de la cual habla Vilma. De espacios de renovación como este hay que re-empezar a organizarse. Para los y las Liberadores la firma de la constitución fue un duro golpe, y aún más dura fue la masacre de Nilo en 1991. Pero en 2004 volvieron a tomar fuerza, y empezaron a dar un nuevo sentido a la recuperación de la tierra que iba más allá del expropio de la propiedad y contemplaba la liberación de todas «las amarras del capital», que incluyen proyectos de monocultivos y de extracción.

En diciembre 2014, el pueblo nasa entró, nuevamente, en el proceso de liberación de la Madre Tierra. Las tierras que tienen que liberar son sus tierras ancestrales del plano. Fotografía: Patxi Beltzaiz

Liberar la Madre Tierra es lo que están haciendo los compañeros, retomando la palabra de 2004 y, a final de 2014, han tomado muchas hectáreas de Ardila Lulle que estaban infestadas de monocultivos y ahí están sembrando frijol, maíz, yuca y comida para la gente. Se están generando inventos para los buenos vivires, se está desafiando no solo el sistema y el capital, con que arrancan la muerte y siembran la vida, sino que están desbordando las contradicciones internas y los autoritarismos que dicen que no hay que movilizarse porque no conviene, porque estamos en negociaciones con el gobierno, y no hay que movilizarse sino Santos no nos recibe, no nos da la plata.

Así, los que reconstruirán Colombia no lo harán a la luz de los reflectores y desde La Habana, sino que silenciosamente y desde abajo. Ellos y ellas necesitan los acuerdos de paz para salir de la guerra. No les ha seducido su contenido pero ocupan este espacio de maniobra que un cese al fuego les puede ofrecer para volver a ampliar el horizonte político, y no solo del Norte del Cauca, sino que nacional, si habrá alguien dispuesto a acompañarlos en este camino. Este es el punto.

Si no resistimos, si no gestionamos nuestra comida, si no gestionamos nuestras relaciones, nuestras formas de organizarnos, nos van a acabar a todos. El desafío es romper estas categorías desde la articulación, empezar a tejer una agenda de unidad, empezar a caminar la paz.

Existen muchas diferencias entre la Colombia de los acuerdos y el México de la propuesta. Sin embargo, la autolimitación de pensar que solo se puede escoger entre «algo malo» y «algo peor» nos parece una profunda similitud que comparten estos dos países. Dice Manuel, «los acuerdos caben en Colombia pero Colombia no cabe en estos acuerdos». Dice el EZLN, «nuestros sueños no caben en sus urnas, pero tampoco nuestras pesadillas».

Las posibilidades que tenemos son inmensas, nos han hecho creer que nuestro espacio político tiene el tamaño de un estanque mientras en realidad es un océano. Acuerdos y urnas son instrumentos, herramienta posible para destruir un horizonte político imposible, para cambiar los proyectos «de los dueños sin pueblos» en propuestas de «los pueblos sin dueño».

Notas
[1]  Los días del más reciente CNI, del 9 al 14 de octubre de 2016.