No todos somos perfectos y todos cometemos errores

Este texto es una pretensión, la pretensión de hacer hablar de alguna manera aquella voz que no hace mucho, frente a un micrófono y en una mañana soleada, se atrevió a franquear el muro del silencio. Pretendo revivir esa voz para ser más preciso, me interesa que esa voz tenga el eco que no ha tenido hasta ahora, que por lo menos sea capaz de llegar un murmullo de su dolor a otros oídos y rostros mudos por la violencia. Mi labor no es solitaria, es la continuación de varios esfuerzos que también deben ser replicados, que tienen un lugar en esta reconstrucción mitad narración, mitad diálogo. Ser osado desde el principio exige mucho a lo largo del trayecto, por eso creo que este intento es tan sólo eso, un ensayo, una prueba de que es posible recuperar voces dolientes para potencializarlas a través de mecanismos inciertos como la escritura.

Rosa F. es una mujer de corta estatura, delgada, de cabello oscuro y largo, recuerda a aquel estereotipo que se tiene de las mujeres que en fin de semana pasean contentas y tímidas por Chapultepec, sin embargo, existe un elemento que rompe el orden aparente: su mirada no tiene ya el brillo que una mujer de veintitantos puede transmitir un sábado por la mañana. La violencia como historia en sus años de juventud ha dejado una mirada temerosa, algo desconfiada y sobre todo melancólica.

A su corta edad tiene un hijo que cursa la primaria y una bebé que apenas conoce el mundo; es altamente preocupante que mientras nos acomodamos para comenzar la entrevista, la doctora M. (el otro eslabón sin el cual este relato no existiría) me advierte que no debo expresarme mucho frente al niño porque puede recordarme, y en ese caso, mencionar el episodio frente a su padre, ocasionando una situación de riesgo para Rosa F. Miro de reojo al niño de rostro alegre aunque callada, pienso en la cantidad apabullante de casos de violencia doméstica, de violencia contra las mujeres, y más allá de un dato estadístico, me apremia la urgencia de amplificar de algún modo esta voz para que el texto hable y dialogue.

Todo comenzó con un viso de violencia, un gesto mínimo pero significativo de lo que vendría, una mañana de provincia, luego de ciertos escarnios aparentemente románticos Rosa F. fue golpeada por la voz dura e imprevisible de su novio, un predicador católico; la reacción de sorpresa no le impidió cuestionar directamente la violencia -porque las palabras hieren como balas de vez en cuando- con la que su novio se dirigía a ella sin justificación alguna. Como todo acto patético, el perdón vino con un falso lloriqueo y el ambiguo argumento de que nadie es perfecto, como si la violencia contra ella y contra millones de mujeres en este mundo fuera explicable a partir de un parámetro de pequeñas imperfecciones, como si ella mereciera de vez en cuando sentir la imperfección de su novio a través de gritos y prohibiciones.

Por todas partes, la lucha de las mujeres se define en la vida cotidiana

Él andaba predicando en retiros, para jóvenes, en las pascuas juveniles y yo había entrado a un retiro de los que él andaba impartiendo temas, y dirigía un grupo de pastoral juvenil, y fue ahí donde lo conocí…y por lo tanto muy allegado a Dios. […] Siempre me llamó la atención la iglesia, acercarme a las cosas de Dios, y creí que él también podía ser un apoyo para mí… Aún así ya sentía rasgos de, como que era muy agresivo pero como que no lo quería ver, él siempre me decía que los demás lo hacían enojar, los demás le tenían envidia. Eso me hacía pensar que era una persona que sí le interesaba ver, no solamente por él sino también apoyar a los demás, incluso daba consejos a los jóvenes, hasta a los matrimonios.

Esta fue la primera llamada, sin embargo, Rosa F. no prestó mayor cuidado a aquel momento de tensión desbordada, se dejó llevar un poco por la confianza que le tenía -finalmente era un predicador de la palabra de Dios y nadie con esta tarea podría hacerle daño- y un poco por la inocencia que aún perdura al final de la adolescencia. Tal vez esta señal, en otros casos, hubiera sido suficiente para terminar la relación, pero en este caso, a pesar de que la violencia de las palabras se volcó sobre ella para marcar límites arbitrarios, para volverse una violencia prohibitiva de las libertades, en esta historia que se asoma en los resquicios de la infamia, no fue así. Mientras recuerdo con claridad el rostro envejecido de esta joven, la cinta corre y el intento por comprender qué sucede en estos casos se apodera de mi labor periodística.

Estudié la preparatoria y me inscribí en la universidad, pasé el examen y ya estaba terminando un semestre, fue cuando yo andaba ya con él, ya éramos novios y me empezó a decir que nos casáramos, que el me iba a seguir apoyando, que no me iba a salir de la escuela y que él iba a ser un apoyo para mí…y pues sí, todo le creí, resulta que ya estando casada el primer sábado que le dije que iba a ir a la escuela, resulta que no, que si me mandaba yo sola que quién me creía que era yo, que si quería la calle o el matrimonio… Bueno, ahí fue un buen pleito porque ya no me dejó ir y así le insistí varios sábados, porque nada más iba los sábados, y ya no me dejó ir. Así es que dejé mi semestre, ya casi terminaba cuando ya no pude seguir. Él estudió nada más la secundaria.

Pese a los signos que mostraron la presencia de una hostilidad aún desconocida, Rosa F. contrajo matrimonio con la bestia, puso en juego su proyecto de vida bajo la premisa de confianza que se basaba en una mediocre argumentación: no todos somos perfectos y todos cometemos errores. Rosa F. había decidido luchar para estudiar y al mismo tiempo logró algunos ingresos en el mundo de la docencia rural; al momento de casarse cursaba ya la carrera de pedagogía. Su esposo, le impidió continuar con sus estudios, le prohibió hablar con la gente y salir de casa, inclusos continuar con sus reuniones pastorales; él, a pesar de haber asegurado lo contrario, se convirtió en un impedimento y traicionó a Rosa F., la deshumanizó convirtiéndola en una cosa. No es este un caso singular, es tan sólo una muestra del cáncer que invade a nuestras sociedades.

Ese fue mi dolor. Ya con el tiempo como que fui cayendo, fui cayendo y ya dejé de rezongarle, de ya no defender mi derecho, porque este era un problema ya no solamente de discusión sino de golpes. […] Después de que nos casamos por la iglesia, fue como a los quince días o antes quizá que los golpes empezaron, ya estando casada me di cuenta de que todo era una falsedad…


Considero pertinente subrayar la dificultad que existe en la determinación del comienzo, muchas veces los acontecimientos cotidianos se vuelven actos violentos y los testimonios que nos permiten asomarnos a este momento -crucial para comprender la problemática- nos hablan de una tolerancia  inexplicable ante prohibiciones y regaños, a pesar de que muchas de las mujeres que sufren este infierno no estaban dispuestas a soportar que su pareja las violentara verbal o físicamente. Es angustiante como los juegos psicológicos basados en la generación del miedo son absorbentes, desarman inmediatamente y sobre todo permiten que las víctimas jueguen el juego de la subordinación.

La intención principal de este esfuerzo es buscar pistas para intentar comprender qué mecanismos hacen posible la sujeción doméstica, el surgimiento de un infierno silencioso que sólo se asoma en algunas marcas que aparecen en el cuerpo de la mujer golpeada; nuestro país padece esta realidad de una manera peculiar: en lugar de condenar y combatir esta situación, la exalta en su discursividad machista, en su doble moral, en la terrible y bien atada creencia que afirma que las mujeres son objetos controlables que no poseen los mismos derechos que los hombres.

Todo sucede de manera vertiginosa, los reclamos vienen y dan paso a las groserías, luego vienen los empujones y todo puede terminar hasta en la muerte, esta es la ruta que sigue la violencia ejercida por los hombres en contra de las mujeres. Para Rosa F. esta escalada significó un cambio de vida definitivo, la pérdida de la seguridad en sí misma y la aceptación forzada de una inferioridad que explicaba los maltratos, tanto de su esposo como de la familia de él, pero significó también, aunque con otros ritmos y con mayor dificultad, la recuperación de la dignidad: a través de los golpes que su esposo le daba y del dolor emanado Rosa F. se dio cuenta que no era una cosa, que no era alguien inferior y que por lo tanto tenía que luchar hasta recuperar su condición anterior; esta lucha aún continúa.

Ya no trataba de escucharme, porque si él la estaba regando en algo ni siquiera me decía discúlpame, él seguía en sus decisiones y ni siquiera aceptaba su error; la que siempre tenía que reconocer que tenía la culpa era yo, entonces yo me daba cuenta que no, me decía es que tu esto, es que tu no te apuras a hacer las cosas, es que no caminas rápido y es que yo quiero esto y si tu quieres ir con tu mamá y yo no quiero y es que tu le hablas a tal persona y a mi no me gusta que le hables a la gente, o sea, siempre era yo la culpable y él no. La relación era difícil porque yo sintiéndome ya lastimada, pues claro que no me sentía feliz, ya casi ni para hablarle bien y eso le molestaba también, si me veía llorar a veces hasta me pegaba y él quería que no llorará y ese era su coraje. Se desquitaba y se iba con su mamá y no regresaba, él resultó muy hipócrita porque seguía asistiendo a las reuniones de la iglesia mientras a mi me daba mis cachetadas y hasta golpes. A veces hasta lo escuchaba porque en la iglesia había micrófono y estaba enfrente de mi casa…


¿Cuáles son los oscuros mecanismos que operan en la mente del hombre que golpea a su pareja? Esta pregunta aún no tiene respuesta, permanece como un cerrojo casi imposible de abrir, sin embargo, las consecuencias de esta violenta ecuación se ve reflejadas en miles de casos en los que las mujeres resultan afectadas y en el peor de los casos, asesinadas. Recuerdo una de las consignas que se levantaron frente al brutal asesinato de la universitaria Ali a manos de su novio: el amor no mata. Es factible suponer que se trata de la educación recibida en el seno de una sociedad, como la mexicana, profundamente machista, de las destrucciones del ser atribuidas a la mal formada modernidad o tal vez una de las causas la encontremos en explicaciones médicas, en ciertas patologías, lo cierto es que la violencia desatada por los hombres contra las mujeres no cesa, se multiplica y afina sus métodos de agresión.

Vivíamos a la mitad de camino entre la casa de sus papás y la de los míos, de momento [mis padres] iban pero no se daban cuenta, yo trataba de ocultarles todo y no estaba bien. (Mientras la cinta corre ella recibe una llamada de su esposo, las explicaciones asoman inmediatamente, el ruido de los coches y los sonidos de un parque se multiplican, la doctora M. y yo intercambiamos miradas de preocupación) De momento yo trataba de disimular que nada estaba pasando ahí, porque mi mamá se quedaba con la idea de que todo iba a estar bien porque lo conocían como predicador de la iglesia y todo el pueblo lo conocía, pero después se fueron dando cuenta, mi mamá llegaba y me saludaba de mano y él no le daba la mano, le hablaba y no le contestaba. Los vecinos fueron los que le comentaron a mi mamá que su hija está mal, se escucha en el día o en las noches que se están peleando y se escucha que él le pega, la verdad se la pasa mal, se ve que no son felices. Mis padres fueron a hablar con los suyos y él lo tomó a mal, así que para mí era mejor quedarme callada y no decirle ni a su gente.


El contexto que permite la existencia de la violencia doméstica es sin duda un contexto cómplice, por aceptación o por omisión pero siempre cómplice; resulta alarmante -y significativo para entender los tiempos de capitalismo salvaje que vivimos- que una moral engañosa opera en las reacciones de los que perciben la violencia desde fuera: al no denunciar, al no ofrecer apoyo a la víctima, al hacer oídos sordos y al bajar la vista si por la calle se encuentran con la vecina que viene a paso lento, llena de moretones en la cara. De las autoridades mejor ni hablar, es mucho más grave robar un litro de leche que violar y golpear a una mujer, el primer delito no alcanza fianza y el segundo sí, las investigaciones cuando se presentan denuncias son lentas en extremo y las medidas cautelares dejan mucho que desear, la historia de siempre, el Estado no está preocupado por esta problemáticas que escapan a la lógica electoral o a las cuestiones de “fondo” en que aparentemente se encuentran los gobernantes.

Sin embargo también es cierto que muchas mujeres no se atreven a denunciar el infierno en el que viven, por una incredulidad en las instituciones (situación muchas veces bien fundada en la experiencia) y por el temor latente de ser golpeadas por las bestias que tienen como esposos; este cuadro aparentemente no deja salida más que el silencio, más que la terrible aceptación de la vida cotidiana: así es ser mujer en un país como México, ni modo. Una constelación de artilugios se mueven en las mentes de las víctimas, no les permiten reaccionar generando así una dependencia que sostiene la violencia, nuevamente la pregunta salta violentamente ¿por qué es tan difícil frenar esto? ¿será que algún día estos relatos dolientes y escalofriantes serán cosa del pasado?

Cada mujer una historia que escuchar

Teníamos una tienda y se dejó de vender porque la gente se alejaba, se iba a otros lados porque luego él no los atendía bien y se fueron retirando, y otra porque sabían que era bien celoso, los hombres ya ni iban a comprar; me acuerdo muy bien que luego si iba un hombre a comprar, a propósito, me mandaba a despachar para ver que hacía yo al ver a un hombre, me acuerdo bien que se salía y ahí delante de ellos me daba de cachetadas y si me tardaba un poquito ya estaba diciendo que yo me estaba riendo con ellos o que los veía. Las personas que lo conocían ya ni se metían a comprar ahí y en vista de que la tienda iba bajando, cada vez era menos venta, mejor se fue para Estados Unidos y en ese tiempo me fui con mi mamá, él regresó como al año y medio y de regreso estuvimos viviendo en casa de sus papás.

Existen casos en los que se dan condiciones de semiesclavitud, en los que los hombres tienen aprisionada a su compañera para que les sirva, pero por si eso no fuera poco, en más ocasiones de las que nos gustaría aceptar, la familia del esposo solapa, aplaude y fomenta esta situación, incluso con ellos mismos, es decir, la mujer luego de ser cosificada, despojada de su dignidad y maltratada física y psicológicamente tiene que vivir sirviendo a estas personas como si fuera su obligación y lo que le permite aún tener derecho a la comida. ¿De qué manera contribuimos a que esta realidad continúe y empeore?

Él siempre tomaba más en cuenta a su familia y a mí no, siempre me tenía que parar lo más temprano que se podía para que cuando ellos ya estuvieran despiertos ya estuviera el café o como allá se trata de poner nixtamal, moler y hacer las tortillas, para que cuando ellos despertaran ya estuviera por lo menos la masa para hacer las tortillas. Y luego no nada más eran sus padres sino que se venían su hija con todos sus hijos y el esposo y ay luego se hacía la enferma y luego él me decía que le hiciera la comida a su hermana o lávale su ropa, los pañales de sus niños, o dale de comer a mi cuñado, dale de comer a mi papá porque su mamá se iba a ver a la abuela durante dos semanas y ya me quedaba con el paquete de toda su familia. Aún así jamás, jamás le pude dar el gusto ni a él ni a su familia; recuerdo que yo por más que hacía el esfuerzo de atender bien a mi suegro, a mi cuñada, sus hijos, al marido, nunca los vi contentos y cualquier cosa le molestaba a él, luego me decía que la comida estaba muy salada y me la aventaba a la cara, que la comida estaba muy picosa y que le hiciera otra cosa y lo otro ya no se lo comía, y en su casa sus papás nada más se quedaban viendo… Su madre me decía que él tenía la razón, que yo debía de hacerle caso a lo que él me decía para que ya no se enojara, yo por más que me esmeraba no lo lograba. Cuando no le gustaba la comida me la aventaba a la cara o a los pies… ahí me la pasé muy mal, también tenía que ir por la leña, algo que ni en mi casa hacía, me tenía que ir por la leña por que ni para eso él servía, se la pasaba acostado viendo la tele o en la calle, porque él si era libre, él si podía salir y yo no porque el quehacer no me lo permitía. Él se crecía, siempre decía, tu no entiendes, no sirves para nada, eres una cucaracha, siempre así me decía y delante de su familia me agarraba del cabello y me daba de cachetadas y muchas palabras llenas de desprecio…(nuevamente un silencio se hace presente de manera incómoda, Rosa F. llora silenciosamente de rabia y dolor mientras los ruidos de la calle nos regresan a un mundo decadente en donde suceden infiernos de este tipo).


Lo peor del caso es que hombres como estos, golpeadores, muy machos según su minúsculo cerebro,  creen que son superiores y que tienen el derecho a poseer varias mujeres, a ser ellos los protagonistas de varios escenarios de violencia, a arruinarle la vida no a una sino a cuánta mujer se pueda. Funestos hombres como estos son los que también se muestran ecuánimes y comprensivos en público, hacen promesas que no piensan cumplir, convencen a mujeres con mañas propias de un criminal, sobrepasan el límite entre la condición humana y la bestialidad, porque, definitivamente, ellos no pueden pertenecer enteramente al género humano… o tal vez sí, tal vez se trate del cabal reflejo de una degradación social que comenzó desde que tenemos memoria, porque la dominación de las mujeres es una situación histórica que ha ido modificándose a cuenta gotas, porque hasta este momento, las estructuras sociales que dieron pie al capitalismo reinante no han sino contribuido a esta situación patriarcal, y aquellos intentos de construir un socialismo real han dejada intacta esta dominación. Poco podemos quejarnos sin ver a nuestro alrededor, sin pensar en nuestras actitudes y aceptar que hemos contribuido a esta deshumanización, un pequeño acto, una omisión, tal vez un rasgo sutil que de haber sido atendido hubiera podido frenar una fatalidad…

Lo sentía distante, siempre había sido frío pero en aquellos momentos lo sentía mucho más, y luego me decía que ahorita venía, decía que iba a la iglesia o a una reunión de los partidos políticos pero por puro decir porque no podía cuestionarlo o preguntarle de qué se trató; luego llegaba a las dos o tres de la mañana y quería cenar y tortillas recién hechas, no quería recalentadas. En una ocasión le encontré una carta y una foto de una chava con la que andaba entonces no le quise reclamar porque pensé que me iba a pegar, pero sí se las enseñé a su papás y ellos me dijeron que lo dejara, que él no iba a cambiar y que ya estaba grande. Comencé a pensar en salirme pero tenía miedo de que me quitara a mi hija, porque siempre me decía que pobre de mí si lo dejaba, decía que era capaz de matar a alguien de mí familia y a nuestra hija te la quito porque ella es mujer y no te toca a ti, las mujeres les tocan a los hombres, tu no vas a hacer para otro. Siempre lo creí capaz, como siempre me andaba pegando, y siempre me detenía. La gente del pueblo me comentó que a la cha

Situación actual de las mujeres en México...

va ya la tenía embarazada y pues eso me provocó más dolor, porque por más que trato de hacer todo bien no les doy el gusto ni a él ni a su gente; me fui deprimiendo mucho y a veces hasta decía que lo mejor era no vivir. Me enfermé y no querían gastar nada en mí y una tía me dijo que viniera a la ciudad, a pesar de que todos se opusieron porque no tendrían a nadie para hacer el quehacer, mi tía insistió mucho y dijo que si no te dejaban ella levantaría un acta denunciando que yo estaba enferma y que no me querían atender. Él también se vino para acá pero vivía aparte, aunque yo siempre le llevaba de comer a donde trabajaba y un día lo encontré con una chava…empezó a decirme que le pusiera doble comida, dos tortas, dos gelatinas, dos cucharas, hasta que un día lo encontré con esa mujer comiéndose la comida que yo le había puesto.

Intentar que este texto hable y dialogue no resulta fácil, de hecho es lo más complicado, en primer lugar porque para que realmente exista un diálogo lo mínimo que podríamos hacer es escuchar las palabras de Rosa F. y luego contestarle con algunas acciones, no directamente relacionadas con ella claro está, pero sí con un cambio sustancial en las relaciones que establecemos, un diálogo que se convierta en acción, aunque pequeña pero significativa para tratar de salir del papel o la pantalla y que estas palabras superen la inactividad al que fueron confinadas por el dolor.

Si tan sólo este texto se convirtiera en una denuncia, en una comezón cada vez que vemos como un hombre violenta a una mujer, pero también cuando una mujer cae en las redes destructivas de la dependencia y de la inferioridad, de esta forma esto no sería un intento fácil de olvidar, un texto más, un texto en internet que no supera ni siquiera la descarga. Esta es una preocupación que cuestiona todo el reportaje, pero que al mismo tiempo impulsa la necesidad de transmitir esa voz, la voz de Rosa F. y subir el volumen, dejar que su voz vaya acaparando las hojas en blanco para que sea ella la que protagonice su propia historia, que aunque de dolor, es suya y nadie tiene el derecho de arrebatársela…

Siempre discutiendo, lo peor es que siempre era delante de mi hijo. Pasó el tiempo y salió con otra mujer pero le hablaba al celular la chava que había dejado embarazada en el pueblo, tenía que tragarme mi coraje y callarme para no pelear, pero ya estaba muy desesperada por tantas cosas. Un día me preguntó que porqué estaba tan seria, que si no estaba a gusto con él que lo dejara, que me podía ir cuando quisiera pero en aquel entonces todavía no sabía moverme bien y no tenía dinero, entonces me siguió golpeando. Esa vez me pegó con el cinturón, me dio de cachetadas y me arrastró, esa vez ya me estaba ahorcando y me dijo que me iba a matar, que no le importaba pagar toda su vida en la cárcel pero que él prefería matarme, afortunadamente no me mató; las vecinas me preguntaron qué pasaba y me decían que ellas me iban a ayudar, yo siempre tuve miedo de las represalias, pero empecé a lavarle a las vecinas y a juntar dinero para tener algo, aunque sea para mi pasaje y luego me hablaron de otro trabajo, de una tienda; ya lo tenía pensado y hablé con un sacerdote, porque él siempre me decía que era pecado dejarlo porque nos habíamos casado ante Dios y que lo iba a pagar porque no sabía aguantar a un hombre. Las vecinas me llevaron con un sacerdote para que viera que no estaba cometiendo un pecado a dejarlo, el padre me dijo que el matrimonio es cosa de dos y que si yo cargaba con toda la responsabilidad él no estaba cumpliendo con su palabra, porque me maltrata y no me hace feliz, no estás cometiendo ningún pecado, pecado es que sigas aguantando todos esos golpes y que sigas ahí; así no le sirves a Dios. Tuve fuerza para dejarlo. En una ocasión me pegó, luego se metió a bañar y mientras arreglé mis papeles y los de mi niño, él salió y le dije que iba a las tortillas, mi niña lo quiso abrazar y él la aventó, salí, tomé un micro y le hablé a mi tía para que me ayudara a regresar a mi pueblo; allá levanté un acta y acepté unas terapias de psicología porque siempre sentía que la culpable era yo, me dijeron que primero debía quererme a mí misma y que debía dedicarme tiempo, que me hiciera la comida para mí y que si a él no le gustaba ni modo., no trates de complacer a los demás me dijeron. Con el acta tampoco encontré mucho apoyo porque lo mandaron llamar y nos carearon a los dos y el juez me dijo que debería reconocer mi error, que las mujeres quieren encontrar un hombre perfecto y a todos los hombres nos gusta andar con más mujeres, todos los hombres tienen un defecto; él estaba muy dócil, prometiendo que ya no me iba a apegar, cosas así y no sentí que me apoyaran porque ni siquiera le dijeron algo a él. Su madre me dijo que en sus tiempos ella había aguantado mucho más, que con tantito yo ya lo quería dejar, esas cosas, pero ya no me afectaba mucho porque ya tenía fuerza después de hablar con el sacerdote. Me separé de él allá en mi pueblo, pero me fue difícil porque ganaba muy poco en mi trabajo y necesitaba ropa para mi niña y pagar el agua y la luz y la renta y para las comidas, se me hacía muy difícil; él me seguía insistiendo y pues como es esto, el círculo de la violencia y regresé con él. Hubo un cambio, no al cien por ciento pero ahora ya le podía decir algo o solamente me le quedaba viendo y no decía nada, ahora ya le podía reclamar todo lo que no me gustaba de él…siempre en mi mente ha estado, si algo no funciona pues ya, pero cuando regresé con él tuve todavía mucho miedo.


Si la revolución no es de géneros, no será revolución

Mientras que la voz de él está ausente, la voz de Rosa F. hace posible imaginar que la realidad de violencia contra las mujeres, lejos de ser algo maniqueo, se trata de una compleja red de dependencias e inseguridades, lo que quiero decir es que, mientras ella nos habla de su historia desde el dolor y la incertidumbre, también deja ver su sentimiento de culpa por ser también responsable en esta violenta relación. Mientras que su esposo es el generador de violencia –física y psicológica- ella es una receptora que ha generado cierta tolerancia ante la sucesión de faltas aparentes, de errores que generan la desesperación de él y por lo tanto, de alguna manera, justifican la agresividad con la que reacciona. Al preguntar al testimonio de Rosa F., esta y otras interrogantes también podemos ver las formas en las que el dolor deja ver ciertos rasgos de nuestra sociedad, características que dan cuenta de la profunda inexistencia de un cambio en las conciencias. En todo caso, lo que esta y otras voces tienen guardadas para nuestra sociedad es sin duda un sin fin de aprendizajes y las pistas para intentar revolucionar las relaciones sociales predominantes hoy.

Ninguna institución, nadie pudo impedir que el circulo de la violencia continuara, todo mundo es cómplice de que la poca ayuda que recibió no fuera determinante para que Rosa F. cerrara ese capítulo de su vida y abriera otro, pero sobre todo es visible como el discurso machista que argumenta la superioridad masculina es el discurso de un Estado, el mexicano…una razón más para luchar por su desestructuración, para luchar por una revolución que no sea traicionada. Mientras tanto, la voz de Rosa F. no termina de escucharse en intentos vagos por salir del papel, no deja de intentar romper la barrera del discurso y convertirse en una acción que, por fin, cambie la página de esta historia.

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