«Si globalizan la miseria, globalizamos la resistencia»

Por Andrea Zambrano Rojas y Mayra Flores
Colectiva Mujeres de Frente

Quito, 12 de Octubre de 2019

En estos días en Ecuador el paro nacional significa decir hasta aquí al despojo y empobrecimiento al cual se han visto sometidos los pueblos indígenas desde la invasión española. El paro nacional significa, detener los procesos de acumulación del capital corporativo y financiero de los grupos de poder en Ecuador y transnacionales en sus pactos con el Gobierno de Lenin Moreno. El paro nacional son los pueblos y nacionalidades indígenas, campesinos, estudiantes, movimientos sociales de mujeres, feministas, ecologistas; es el pueblo organizado levantándose en defensa de la vida de todos, de todas, del mundo.

Para quienes vivimos en las ciudades, parar también es detenerse a pensar quiénes están sosteniendo nuestras vidas. Regresar nuestra mirada al campo y escuchar sus voces que hablan de la auto soberanía que les es arrebatada por las pretensiones de las agroindustrias y el gran capital encerradas en kits tecnológicos que solo acarrean destrucción del suelo, de la comunidad y la vida.

Parar, es también, escuchar las exigencias de los sectores populares, y el grito enardecido de sus hijos e hijas que salen a reclamar la justicia siempre ciega ante los suyos. Que saben a cabalidad que este gobierno los quiere explotados, presos o muertos.

Parar, es transparentarnos con nosotros mismos y re-conocer qué es lo que nos mueve; parar para movilizar, para movilizarnos. Es ante la indignación y la brutalidad ver en la mano amiga el gesto amable, el hombro que soporta, la risa que calma. Parar, es observar y aprender acerca de cómo hacer y ser comunidad.

Desde el 3 de octubre el movimiento indígena lidera el paro nacional en Ecuador en respuesta a las políticas neoliberales del presidente Lenin Moreno y su gabinete. Se corta el subsidio a la gasolina, se reducen los salarios de trabajadores públicos, en un contexto de desempleo y paulatino empobrecimiento, que afectan de manera más aplastante a quienes han sido históricamente despojados, discriminados y empobrecidos.

Los movimientos sociales, feministas, estudiantiles, ecologistas, anticapitalistas, antirracistas y el pueblo organizado en la mayoría de ciudades del país se unen en la lucha al movimiento indígena y campesino. Porque somos conscientes de qué significa la arremetida neoliberal en Ecuador y en América Latina, sabemos que son nuestras vidas las que se precarizan y quienes terminamos asumiendo los costos de la intervención geopolítica de las cúpulas capitalistas atrás de FMI.

Ante nuestra negativa categórica al Decreto Número 883, no hemos encontrado ningún puente de diálogo. Porque parar también ha significado evidenciar las redes de las élites, los medios que no informan o desinforman, el poderío de la burguesía mercantil costera donde fue a refugiarse el presidente, y la hipocresía de los políticos que alguna vez se supieron defensores de los derechos humanos, pero hoy arremeten con brutalidad y conveniencia contra el pueblo.

Mientras nosotras y nosotros salimos a las calles de manera pacífica para apoyar el paro, en uso de nuestro derecho a la legítima protesta, no hemos encontrado sino mecanismos de represión que se han incrementado desde el primer día de movilización, cuando el gobierno declaró el estado de excepción y más adelante el toque de queda. Esto ha significado la reducción de derechos civiles y el aumento progresivo del uso de la fuerza policial y militar.

La Ministra del Interior, María Paula Romo, ha dado carta blanca a estas herramientas de represión, así como ha justificado cada una de ella a través de medios oficiales, desconociendo a su vez los miles de heridos, su responsabilidad en las muertes suscitadas y el malestar general de la población alrededor del país. El Ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín, ha mencionado públicamente que se podrá hacer uso de armas letales, lo cual ya se ha empezado a evidenciar.

Para los pueblo y nacionalidades indígenas las peticiones de este paro nacional han sido claras. Se rechaza categóricamente los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, cuyo paquete de medidas económicas vienen condensadas en el decreto número 883, mismo que conlleva la flexibilización, privatización y desregularización laboral. Esta es la misma consigna de sectores populares y movimientos sociales en todas las ciudades del país, en consecuencia, a la afectación directa a sus sustentos.

La violencia ha sido, y continúa siendo, inhumana, indiscriminada y negligente contra la vida de hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos y ancianas. Como pueblo ecuatoriano presenciamos indignados lo que los medios callan o tergiversan, hemos visto policías atropellar con sus vehículos a la gente, arremeter con insensatez contra estudiantes al punto de dejarlos inconscientes, acorralar a dos jóvenes hasta llevarlos a la muerte. Niños y niñas desorientados, que se pierden de sus familias en el caos de las bombas lacrimógenas.

Estas jornadas de violencia contra el pueblo por parte del Gobierno ecuatoriano, han dejado 4 muertos confirmados en Quito y 1 en Molleturo (al 10 de Octubre de 2019) y cientos de heridos, cientos de detenidos en todo el país. Existen personas desaparecidas. Policías y militares, el miércoles 9 de octubre, han hecho un uso tan indiscriminado de la fuerza, que incluso lanzaron bombas lacrimógenas en refugios y zonas de paz.

Ante el poder aplastante de la alianza del Gobierno con la empresa privada y las transnacionales extractivistas y desarrollistas, desde la tierra emerge el levantamiento indígena que nos comparte su sabiduría sobre cómo ser y hacer comunidad. Nos recuerdan que somos un todo y que vivimos en relación orgánica con el mundo y todo lo que lo habita.

En las marchas que han venido desde la sierra, amazonía y costa, son mujeres las que nos recuerdan que la resistencia no es reciente. El patrón ya no es el de la hacienda, el patrón ha reconfigurado sus formas, pero la resistencia continua. Las consignas que gritábamos la noche del 10 de octubre, junto a la Asamblea Nacional del Ecuador, retumbaron esa memoria: «a la lucha compañeras, a la lucha y a la unión, que nosotras somos muchas y uno solo es el patrón», «Queremos chicha, queremos maíz, Fondo Monetario, fuera del país». Ellas, las mujeres runas, nietas del levantamiento indígena de 1919 nos enseñan sobre organización y resistencia.

El movimiento indígena, movimientos populares y campesinos, movimiento estudiantil y obrero hacen y se hacen justicia cuando se reconocen como organismos vivos, creativos y creadores, guardianes de la vida, en sus concepciones de justicia que distan mucho de la justicia colonial, consolidando tejidos más fuertes en comunidades que se sostienen en el tiempo. Un ejemplo de la justicia que vimos en el movimiento indígena fue su trato con los policías retenidos por atacar los centros de paz. El movimiento indígena los alimentó, los aconsejó, los escuchó y los liberó.

Las feministas que también somos parte de esta lucha, reivindicamos el cuidado que sostiene la vida de una manera afectiva, abrigada y sensible. El gesto del cuidado, a pesar de ser embestido por formas neoliberales del capitalismo y el Estado con sus formas punitivas y aniquilantes, es la manera en cómo hemos decidido relacionarnos con el mundo y quienes lo habitamos.

El gesto del cuidado es el de mover la olla improvisada, el de poner la pamba mesa, el de limpiar heridas, el de poner el hombro, de cargar la guagua, de caminar juntas. Pero también, es el del acompañamiento jurídico, de escribir el comunicado, de recibir las donaciones, de marchar cantando, de patear la bomba, de pasar el vinagre, de fumar la cara, de resistir la calle.

Dejarnos afectar por los dolores, alegrías y vivencias de los y las otras, hacer rituales de sanación, honrar la vida de quienes fueron asesinados luchando, organizar marchas, son algunas formas en que hacemos y nos hacemos justicia. La riqueza del paro está en nuestra diversidad, así aportamos desde diferentes lugares a las comunidades que conformamos. Construimos un espacio lleno de imaginación, libertad, esperanza, empatía y confianza en medio de un neoliberalismo aplastante. Sentimos y sabemos que nuestros actos y gestos individuales y comunes por la defensa de la vida, los territorios y la libertad, tienen resonancia en el mundo, por eso persistimos en nuestras luchas, que es la lucha de todas y todos.

¡Que viva el Paro, Carajo!