Volver a la guerra. Zeina Abirached: infancia y memoria en Líbano

Foto: Zeina Abirached en la Fil, por Mariana Peña (2010) / Texto: Lulú Barrera

Miro en la fotografía a una niña que sonríe, su imagen se filtra desde el interior de una casa, oscura por dentro, mientras riega una maceta azul con plantas pequeñitas. Tiene un suéter rojo y mira el correr del agua. Muy cerca, otro niño ríe al mirarla, parece que se juegan una broma, él está sentado en un pequeño balcón, lo acompaña otro niño más que juega con una radio portátil, la cual funciona como pista para datar la imagen. Nada me deja más estupefacta que el contraste entre sus risas y la devastación del escenario que los rodea. Afuera, la plena luz del día deja ver a la perfección las paredes agujereadas por armas de guerra, como heridas en un cuerpo sin sangre, en un edificio del cual se asoman hasta los cimientos. Es Líbano en guerra civil, es el año de 1990. [1]

Zeina Abirached nació nueve años antes y, como los niños de la fotografía, creció en guerra, así hasta que cumplió diez. «En mis primeros años la guerra era normal– me contó en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara en 2010, –no conocía otra cosa, no sabía que el mundo era diferente, cuando terminó, en ese momento entendí qué era lo que había pasado y por qué teníamos que vivir de esa manera«. El 6 de junio de 1982 Israel invadió a Líbano, buscando diezmar a la Organización para la Liberación de Palestina. La ahora denominada “Primera Guerra de Líbano” fue un punto crucial en la historia, dio lugar al surgimiento de Hezbolá y fue el escenario del cruento genocidio palestino en los campos de refugiados de Sabra y Chatila.

Zeina es ilustradora, autora de las novelas gráficas “Me acuerdo” y “El juego de las golondrinas”. En 2002 escribió su primera historia después de caminar por la calle en que vivió de pequeña y recordar de súbito, que justo ahí, en un lugar sin marca alguna, comenzaba la línea que dividía a Beirut Este y Oeste, el frente de guerra, la frontera entre cristianos y musulmanes.

Entonces empecé a hacer este trabajo sobre mis memorias, yo tenía como 18 años, la primera historia que escribí fue acerca de la calle donde vivía, yo vivía en una calle donde estaba la “Green line”, entonces mi calle estaba bloqueada por un gran muro, para protegernos. Cuando era pequeña yo pensaba en realidad que mi calle terminaba ahí. Descubrí que no era así cuando acabó, fui a Beirut Oeste y los primeros días sentía que estaba en otro país, pensaba que tendría que hablar en otro idioma, cada vez que hablaba en árabe y la gente me entendía, me sorprendía.

Foto: Zeina Abirached en la Fil, por Mariana Peña (2010)

Los recuerdos de Zeina están unidos al espacio y a la vida cotidiana, a la tensión entre las calles llenas de francotiradores y el interior de los hogares protegidos por alambres, contenedores metálicos, sacos de arena y tabiques para proteger las ventanas. Salir siempre era una aventura necesaria que entrañaba la ansiedad de regresar. En algunos casos los niños seguían yendo a las escuelas o los padres visitando a sus familiares, y se tenía que estar preparados para ser rehenes de las circunstancias y cambiar los planes. Podría tornarse imposible regresar. «Siempre que queríamos salir de casa, mi mamá cargaba los cepillos de dientes, porque no sabíamos si podríamos regresar en la noche, algunas veces nos quedábamos atorados por las bombas o algo que pasaba afuera… Eso es algo que me interesa mucho, cómo la guerra o una situación de crisis irrumpe en tu vida y te hace cambiar hasta ciertos pequeños aspectos, algunas veces son mínimos, no piensas en ellos, por ejemplo para nosotros era bastante normal, casi natural que mamá nos preguntara al salir, ¿traen su cepillo de dientes?. Nosotros como si nada le respondíamos que sí. Creo que es incluso algo sobre la naturaleza humana: adaptarte para encontrar una manera de vivir. Cuando acabó, teníamos humor para hablar de ello, creo que no puedes hablar de estas experiencias sin tener sentido del humor o tomar cierta distancia».

Las historias de Zeina no tienen una atmósfera terrorífica sino un tono melancólico, lleno de referencias entrañables sobre la infancia: la televisión, las caricaturas; la música. De un modo tal vez incomprensible el estado de sitio y la alerta permanente conviven con el juego, la colección de obuses de su hermano y la mochila siempre lista al lado de cama con todo lo necesario para poder huir: una linterna, un cuaderno y un lápiz, pilas, fotos, un  walkman, casetes, chicles y un muñeco de peluche. Están también, el cariño de la comunidad de vecinos mezclado con el olor a gas pimienta, el trepidar de los bombardeos, las barricadas, los autobuses quemados y los cortes de agua, electricidad y gas. «Por supuesto había miedo, podíamos escuchar las bombas, había días en que no iba a la escuela, y todo eso, no teníamos electricidad, agua, era difícil tener gasolina, claro yo siempre estaba conciente de esto, pero mis padres siempre se las ingeniaron para protegernos, por ejemplo, cada vez que teníamos que ingeniárnosla para correr y escapar de la casa, lograban hacerlo parecer como que “vamos de vacaciones”, era suave de cierta manera… yo tenía también estos vecinos que eran increíbles pero, sabes, creo que es parte de la cultura libanesa en general, tienes sentido del humor sobre ti mismo. Todo está bien, no te preocupes, ese tipo de mentalidad, es un instinto de supervivencia».

Su madre tenía 22 años cuando comenzó la guerra civil, al terminar ya había cumplido 40. Para Zeina, fue una generación sacrificada. Después me cuenta del trabajo de Myrna Gannagé, una psicóloga que concluyó que el contacto directo de niñas y niños con eventos traumáticos, violentos e imprevisibles tales como los bombardeos, son centrales para determinar el grado de afectación traumática que permanece como secuela. El modo en que los padres aborden este tipo de acontecimientos de guerra también es determinante, en medida que los padres se vean afectados, también lo harán los niños.

En julio de 2006 una ofensiva militar de Israel bloqueó Líbano en respuesta al asesinato de ocho soldados israelíes a manos de Hezbolá, durante la denominada ‘Segunda Guerra de Líbano’. Zeina vivía en París y su familia en Beirut. Las tormentas enérgicas en ocasiones le recordaban a los bombardeos. «Es algo que nunca pude superar, creo que esa es tal vez la última huella que cargo sobre la guerra». Esa vivencia íntima es a la vez universal «en las primeras páginas digo, esto pasa en Beirut, en 1984, pero es algo que apela a la esencia humana, cuando fue publicado por primera vez en Francia, mucha gente vino a mí y me decía que mi historia les recordaba a lo que sus abuelos platicaban sobre la Segunda Guerra».

Para Zeina su generación no se dio tiempo para pensar la guerra «éramos muy jóvenes cuando pasó, y la reconstrucción empezó sin nosotros. De pronto estábamos en un nuevo país, que estaba siendo reconstruido, y parecía que nada había pasado. Pasamos de la guerra a la vida normal, sin hablar de eso, sin reflexionarlo, sin pensar cómo vamos a volver a vivir en esta ciudad-. -Líbano siempre está cercano a la guerra, geográficamente», me dice. Y además, en el día a día las disputas reviven cuando algo las detona «cada vez que hay tensiones políticas o religiosas, la gente en Beirut empieza a pensar en esas divisiones, Beirut del Este y del Oeste, piensan que van a cruzar esas fronteras, vuelven las divisiones». Es así, que escribir la guerra, volver a ella, revivir la memoria, es un acto de supervivencia, no sólo respecto al pasado sino proyectada al futuro. «Necesitaba decir qué había pasado, decir, no olviden, esto fue así. Necesitamos la memoria colectiva, no sólo a nivel personal, a nivel de ciudad. Espero que ayude a las nuevas generaciones a entender que si hemos heredado un Beirut plural y con muchos contrastes, algunas cosas tal vez no las entenderíamos si no volvemos a la historia».

Foto: Zeina Abirached en la FIL, por Mariana Peña (2010)

[1] Fotografía disponible en http://periodismohumano.com/files/2012/04/guerra-civil-libano-1.jpg

* Esta es la primera entrega de la columna «LUCHADORAS. Mujeres guerreras».

Las revoluciones se construyen a partir de actos cotidianos en contra de la desigualdad, la discriminación y las violaciones a los derechos humanos. A pesar de los avances del último siglo, la violencia contra las mujeres sigue siendo preocupante, y en los medios sigue siendo secundaria la atención hacia iniciativas que destaquen las luchas de las mujeres. Sin embargo hay mujeres que cultivan la esperanza, desde múltiples ámbitos como el activismo, el arte o la investigación. Sus actos contestatarios son diversos y nos plantean preguntas sobre otros mundos posibles. Aquí las conoceremos. Ellas son luchadoras. Espera una nueva entrega de la contraparte editorial de este proyecto próximamente en Subversiones, Agencia Autónoma de Comunicación.