La palabra del agua

Sentadas en la orilla del río San Pedro se encuentran más de noventa personas que escuchan, junto con los gritos de los niños que brincan en el torrente cristalino y helado, denuncias sobre la degradación inminente de esas aguas tan importantes para la comunidad. Estamos en el municipio de Xochistlahuaca o Suljaa’ (en amuzgo), en el mexicano estado de Guerrero. En la pequeña y bella playa de este valle enclavado entre las montañas que más adelante se transforman en una gran sierra, están  estudiantes, algunas organizaciones y movimientos urbanos provenientes de la Ciudad de México, miembros de la Policía Comunitaria (que nada tienen que ver con el gobierno), agencias de comunicación autónomas, varios extranjeros (una colombiana, una salvadoreña, italianos de una radio libre, franceses, brasileños…) y gente venida de Xochistlahuaca y de otras comunidades alrededor.

Acompañamos una mesa de discusión sobre la amenaza gestada sobre el río San Pedro, se habla español y amuzgo -lengua tradicional del pueblo originario de esa localidad no muy distante de Acapulco. Es el aniversario de la radio comunitaria y libre –ocho años de duras penas y mucha lucha contra la degradación de los recursos naturales de la comunidad  y por la preservación de su cultura, de sus tradiciones, representadas por la lengua y por la música. El nombre de la radio, Ñomndaa, quiere decir en amuzgo, “la palabra del agua”.

El agua ha generado diversos conflictos entre poblaciones locales y el gobierno, aliado de grandes empresas, por todo México y en otras partes de América Latina. Cierto día, tuberías y máquinas gigantescas comenzaron a llegar a las tierras amuzgas del municipio de Tlacoachis, separado de Xochistlahuaca por el río San Pedro. Fue así como la llegada de las obras de drenaje y construcción de cañerías generaron en las comunidades de la región las percepción de que el agua ya fue negociada, que se hizo el acuerdo con un pueblo de otra etnia, río arriba, para el desvío de lo que puede representar la mitad del flujo actual.

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Como retribución por estas acciones, el gobierno del estado ofreció algunos beneficios y obras a ciertas comunidades de las montañas en donde nace el río a lo lejos de las tierras amuzgas. La principal oferta es la transformación en municipio del poblado de San Pedro, atravesado por el principal afluente del río en el cual será implementado el drenaje. Según lo cuentan los miembros de la radio, aquí la historia se repite: el poblado que hoy efectuó el acuerdo con el gobierno, por medio de supuestos representantes legales, es un histórico “centro de sumisión”, un centro del “caciquismo” regional que es emisario privilegiado de los intereses de las ciudades más ricas.

Hace algunos siglos, las autoridades oficiales ya le reconocían a aquella población una cantidad desproporcional de tierras, en las que vivían también otras comunidades, ignoradas por el gobierno. Años después, durante la revolución mexicana, la misma localidad cooperó con el ejército en la represión de la sublevación del poblado vecino de Rancho Viejo –el cual, irónicamente, cumple hace algún tiempo todos los requisitos para transformarse en municipio y es ignorado por el gobierno estatal.

Una señora de la comunidad nos dice que “el gobierno tiene dos caras”: detrás de los beneficios que ofrece está su verdadera cara, que tiene por objetivo despojar al pueblo de sus más importantes y sagrados recursos naturales. Aquellos que firmaron el acuerdo, como explican los integrantes de la radio, negociaron lo innegociable: sus propias necesidades. Venderán el agua a cambio de lo que ya poseen por derecho, a cambio de promesas de salud, de educación.

Varios kilómetros de tuberías ya están construidos pero poco se sabe sobre el destino de esa agua. Hay muy poca información y no hay consultas al conjunto de comunidades que serán afectadas. Tres de los afluentes del río San Pedro, incluyendo el que pasa por Xochistlahuaca, ya están degradados por otros empresarios y mineras.

“Los camarones y los peces ya no existen en las mismas cantidades”, cuenta otro señor. Todas las comunidades amuzgas de la región tienen un vínculo tradicional muy fuerte con el río y muchas dependen económicamente de él. Representa la vida y sustentó a las generaciones pasadas –en las palabras de otra señora, el río es “la evidencia de los antepasados”. Como el drenaje del principal afluente,  las aguas ya contaminadas se volvieron su principal fuente de destrucción.

Como cuenta, en la orilla de un río que todavía corre caudaloso y cristalino, un estudiante de la capital, la experiencia de otros pueblos que vivieron la misma situación, muestra que, en cerca de diez años, el drenaje del río lleva la contaminación de los mantos freáticos y, en algo como dos décadas, puede trazar la escasez del agua de la región. Esa situación no es rara en México, donde el desgaste de manantiales comenzó con Porfirio Díaz a principios del siglo XX. Emblemático es el caso de Xochimilco, región agricultora a base de canales acuáticos cuya agua fue en gran parte desviada para abastecer la monstruosa capital del país, la cual ahora busca agua más lejos, en otros estados del país.

Después de una larga plática  -en amuzgo- entre habitantes de Xochistlahuaca y de las otras comunidades vecinas, surgen algunas propuestas que se complementan por los demás asistentes. Se planea un foro sobre la defensa del río San Pedro, con la invitación formal a más comunidades, para que se pueda entonces, formar un comité. La división –no sólo entre las varias comunidades, sino en al interior de cada una de ellas- es un arma importante del gobierno contra la movilización, aunque aquí se vislumbra la posibilidad de vencerla.

La lucha por el río es una lucha por la vida, una lucha para mantener vivo al pueblo amuzgo, su cultura, sus tradiciones, su lengua. En Xochistlahuaca esa lucha es la lucha de Radio Ñomndaa. Si hoy ella transmite una señal crítica, en amuzgo y español, desde lo alto de un pequeño cerro en medio de la comunidad y convoca a todos a unirse por el río, es porque consiguió superar las sucesivas envestidas de la Policía Federal, de los caciques y grandes propietarios de la región. Es preciso continuar difundiendo esa palabra rebelde, libre y verdadera de denuncia: la palabra del agua.

Por Leonardo Cordeiro

Fotografías de Luiza Mandetta