Despertando la conciencia: un mural en la ciudad

Mauricio

Ana

Hace no mucho tiempo dos jóvenes colombianos llegaron a México, algunos meses nada más. Ana y Mauricio han recorrido su país pintando muros y platicando con la gente que se van encontrando acerca de un tema fundamental para la reconstrucción del tejido social: la memoria. Para ellos, la pintura mural ha sido un canal de comunicación, no el único por supuesto pero sí uno crucial en la composición de los canales a través de los cuales se construye una comunicación realmente popular y al mismo tiempo un conciencia histórica.

Ahora instalados en un bello departamento al sur de la capital mexicana, estrenados como estudiantes de posgrado, aprendiendo los modos –no siempre fáciles- de la vida en este país, comemos y platicamos sobre muchas posibles maneras de colaborar, de trabajar en proyectos comunes. De pronto sueltan la lanza: el fin de semana harán un mural en uno de los barrios que colindan con la universidad, uno de esos barrios proletarios y populares que resultan tan cálidos para aprender.

Todo listo en Huayamilpas, un barrio lleno de colorido y en el que poco a poco van instalándose más jóvenes provenientes de muchos lados del mundo, un barrio que es resultado de una de las ocupaciones de tierras más grandes en el continente y que tuvo su esplendor en los años 70. El sol no deja de pegar en las calles y los primeros bocetos del mural van cobrando forma y color en un muro de estas calles. Es el último octubre antes de que el priísmo recupere todos los espacios de poder que aparentemente había perdido, las cosas en el país empeoran cada día y se siente en el ambiente un aire de conformismo, de pasividad, como si se tratase de una resignación eterna, incontrolable. La memoria comienza a perderse, a difuminarse. “La idea es sacar al espacio público discusiones que van más allá de la memoria, no solamente como un recuerdo sino como un incentivo de lucha y de algo que trasciende más allá de nuestros muertos, creo que es la historia, que en algunos momentos se cuenta, creo que lo que hace Dexpierte es sacarla a la calle a hablar con la gente, con la gente de los barrios, vivirla, caminarla, dialogarla, pintarla, cantarla y creo que así se hace un poco más de sentido a la memoria, no solamente a través de un recuerdo sino a través de una vivencia misma”, apunta Mauricio mientras en sus ojos se puede ver la voluntad de tener estas experiencias en suelo mexicano.

Para Ana, quien comparte este balance acerca de su actividad muralista, el que se pueda disponer de un muro en un barrio mexicano es motivo de satisfacción y de alegría, es una oportunidad extraordinaria para intentar la interacción entre lo que se pinta y lo que los vecinos ven, como dice ella, “no son sólo simples dibujos, también está toda la acción detrás”. Y lo que hay de fondo es lo que verdaderamente sustenta el resultado de los muros, si hay un trabajo de reflexión colectiva el mural se mantendrá, más que intacto, vivo, puede convertirse en un referente barrial y entonces despertar más sentimientos e ideas de las que se imaginaron al principio, en su concepción inicial. Este es el trabajo que hacen los dos jóvenes colombianos a través de un colectivo.

Dexpierte nace en Bogotá como una iniciativa para hacer memoria en el espacio público, en las calles. Empezamos a sacar esa memoria casi de la historia de los vencidos, esa memoria que nadie cuenta, y empezamos a plasmarla en  las calles de Bogotá y de ahí empezamos a recorrer el país con esta idea”, cuenta Ana al mismo tiempo que se limpia las manos de las pinturas en la antesala de un cigarro. El colectivo Dexpierte, tal y como se define en su página de internet, “plantea en la resignificación del espacio público su acción transgresora frente al silencio; interpelando en su función comunicativa la relación frente a lo realmente publico, como escenario de práctica social generadora de cultura e identidad desde múltiples escenarios de confluencia, disputa y control; pero que a su vez contienen un mismo sentido de país frente a la impunidad, frente al olvido y de cara a los espacios cotidianos como escenarios artísticos de denuncia y re-construcción de historias de vida”.

Se trata de la verdadera ocupación de los espacios públicos, se trata de vivir el espacio de otra manera, de utilizar los resquicios de las calles como indicadores de que algo hemos vivido como sociedad, de que no somos meros desconocidos que usamos los transportes públicos sin mirarnos a la cara. Es cierto, esta necesidad de cambio desde lo espacial es un fenómeno urbano, algo que surge como un grito en medio de la tajante industrialización de los modos de vida, del grisáceo panorama que ofrecen las ciudades latinoamericanas en sus perímetros y en las profundidades de los centros.

Más allá de las ciudades las cosas son diferentes, los verdes campos y las amplias extensiones de territorio que definen países enteros se viven de manera distinta, los campesinos y los pescadores tienen una relación distinta con el espacio, ya es suyo, ya es parte de su vida y de la explicación que le dan a esa vida. El espacio es parte de su visión del mundo, de ahí que la defensa sea invencible. Pero algo conecta la problemática del espacio público entre las alienadas urbes y los despojados campos y riveras: la memoria de ciertos procesos que dan sentido a la vida, el manejo de aquellos acontecimientos que marcaron pautas en el rumbo social, el recuerdo de que hay un pasado digno, aunque aplastado por los relatos dominantes.

Desde las ciudades, pero no sólo, el colectivo Dexpierte afirma que “dichos espacios se configuran y construyen desde el plano popular, desarrollando ejercicios de participación urbana a través del arte y la pedagogía frene al recuerdo y a la dignificación de la memoria, en donde se puedan rescatar los diversos diálogos involucrando a la ciudadanía como parte del enriquecimiento simbólico de la memoria pública local y nacional”. Tarea de toda la vida.

Octubre negro

“Estamos en Huayamilpas y la idea era retomar un poco, aquello del octubre negro y plasmarla de una manera, con la historia de quienes hacen los mundos verdaderos, la idea de hoy es compartir con los otros chicos que son de acá, Farid y Karas. La idea que planteamos ante ellos no es solamente hacer un mural por la cuestión estética sino en parte, toda la historia que trae el 12 de octubre a todo el continente latinoamericano y lo que significa ser latino y la explicación de que son 520 años de dominación absurda y absoluta. Aunque muchas palabras están en los mundos, hay gente en el barrio y en las localidades y en las periferias que construyen mundos verdaderos. Esto es como un homenaje a la gente, al campesino colombiano y a muchos otros mexicanos que se la luchan día a día por construir un país mejor y por sobrevivir a una realidad bien cruda y bien guache que le plantea un Estado criminal y asesino”, contesta Mauricio cuando le pregunto el sentido de la propuesta gráfica que se está plasmando mientras platicamos.

Los que crecimos en este país tan desgastado recordamos aquella manera de “festejar” el Día de la Raza: no asistiendo a clases. Los discursos del “descubrimiento de América” en los cuadernos de las primarias y las secundarias de millones de niños latinoamericanos durante décadas, y entonces nos preguntamos ahora el origen de tanto desapego, de tanto olvido. Nuevamente un muro en proceso de cambio vuelve a cobrar sentido. “Queríamos que fuera visible, que fuera en un barrio como Huayamilpas, una colonia donde la gente sale y la gente te pregunta. Y no cualquier otro espacio, acá creemos que es un espacio bien popular que pega la idea que nosotros traemos y los compas de México también”.

Varias personas pasan y abren los ojos al ver que el muro en donde habitualmente sólo hay pintas de partidos políticos o de presentaciones de bandas que no necesitan mucha publicidad, ahora hay otra cosa. La gente de las casa aledañas se asoma por las ventanas y algunos hasta de las ventanas de los autos mientras pasan. Una señora nos lleva una gran jarra de agua de horchata y unos vasos, nosotros, sedientos la aceptamos y nos alegramos de que el gesto exista. “Creo que la gente se ha visto impactada ante la ocupación de un espacio, su espacio, pero también lo comparten, lo aprueban y lo legitiman con el hecho de plantear escenarios para compartir y disfrutar un poco el día, la noche, el sol y hablar un poco de lo que se hace, de cómo se hace”, concluye Mauricio.

El campesino latinoamericano

¿Qué imagen puede incitar a las reflexiones y a los cuestionamientos? “Hace algún tiempo estábamos trabajando en la recuperación de, no solamente de la memoria de aquellos personajes que son reconocidos dentro de los asesinatos o genocidios, sino que también hay anónimos y sujetos como invisibles dentro de la historia. Esta imagen forma parte del archivo del periódico Voz, un periódico comunista en Colombia que tiene un archivo de tomas de tierra, de recuperación de espacios y de diferentes manifestaciones que ha habido allá. Esta imagen la encontramos en este archivo, es de más o menos 1970. La idea es poner a colación, no solamente qué ha pasado con el campesino sino con el campesinado, dónde está la lucha que ese campesino llevó. Va mucho más allá de un país, una región o un continente”, nos aclara Mauricio, mientras que para Ana “es la memoria de la lucha que es común a todos los países latinoamericanos, es la memoria de los que siempre están ahí, camellando, trabajando la tierra, reivindicándose como indígenas, ese campesino sí representa la lucha popular de la clase trabajadora”.

Nunca solos

Ana y Mauricio, el colectivo Dexpierte en México, no pintan solos, también invitan a otras personas a que lo hagan con ellos, sea para complementar la idea que han trabajado o para que plasmen su visión y su identidad gráfica. Para el mural de Huayamilpas han invitado a dos jóvenes pintores mexicanos, dos expresiones distintas que van complementándose con el diseño inicial y le dan movilidad, le dan un rostro propio.

No es casualidad que sean ellos quienes estén invitados a pintar en este mural, sus perfiles lo demuestran, “me di cuenta que me gustaba estar en las calles, por el tiempo que se necesitaba para terminar la obra y la gente lo percibía. En primera instancia, mi trabajo no quedaba dentro de lo que era el graffitti, por los temas que siempre trataba, eran con conceptos, con ideas contaba historias, estaba alejado un poco del graffitti”, resume Farid Rueda, quien coincide en la importancia de contar historias a través de la pintura, de las paredes que albergan ahora varios de sus trabajos.

Mientras que Dexpierte parte de la imagen de un antigua diario comunista, Farid retoma otras vertientes y explora terrenos que suenan más a un trabajo de retrospectiva que de construcción de un discurso, pero desde ahí también bien lo social, la conexión con preguntas esenciales: “hay temporadas en las que me agarro series para trabajar, tengo series, por ejemplo de los pecados capitales y cada mural era un pecado diferente, de repente eran murales sobre la metamorfosis y también conceptos filosóficos, como el eterno retorno, y cada pinta tenía por elemento común un árbol que los enmarcaba”.

Los estilos son distintos, los referentes también, pero algo hace posible la conexión entre el homenaje al campesino latinoamericano y el mundo onírico que desencadena Farid. “Me envió el boceto y me gustó su propuesta para que cada quien pintara su mundo, él lo ve más desde los social y yo lo veo más desde lo fantástico; parto de una cabeza gigante de la cual nacen cabezas más pequeñas, cada personaje tienen su mundo, una especie de referencia al planeta Tierra en el que habitan muchas personas y que cada una concibe un mundo diferente del mismo; y tengo un hilo conductor, que es el árbol, y que los atraviesa a todos, tenemos una percepción de la realidad dependiendo de quien la vea, aunque al final el mundo es el mismo.” Mundos distintos, hilos conductores que permiten esta reflexión sobre la memoria histórica que reposa en la gente.

Por su parte, Karas, el otro rostro de este mural de barrio, al contarnos su experiencia en el esténcil desencadena una realidad que remite al tema inicial: la ocupación de los espacios públicos. ¿Por qué la realización de murales y de trabajos gráficos tiene que ser considerada como algo ilegal? ¿Por qué hay un velo negativo en la expresión de ideas e historias en los muros de las ciudades? ¿Acaso no son los aparatos de propaganda del Estado los que usurpan hasta la vista y nos imponen productos para comprar, candidatos ilegítimos para votar, valores ajenos para asumir? Las palabras de Karas reflejan mucho de lo que hay detrás: “Yo nunca he pintado ilegal, siempre, todo lo que he pintado lo he hecho con permiso porque me gusta hacer los murales de manera detallada y que la gente que los ve los sienta suyos, no los sienta ajenos. Siempre he pedido permiso de los dueños de las bardas para poder trabajarlo en paz; algunas veces los policías pasan y como no saben, piensan que estás haciendo vandalismo, tratan de intimidarte y de sacarte dinero, pero como uno ya sabe sobre ese tema, platicando con ellos entienden que no te van a sacar nada, como tienes permiso de la gente”.