La obsolescencia necesaria

El 10 de enero de 2013 comienza la nueva administración del releecto presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Serán seis años más. Pero no seis años iguales. Al cerrase las urnas el 7 de octubre se abrió el espacio para la crítica interna dentro del chavismo. Numerosas fuerzas apuestan por una transición radical del “hiperliderazgo mesiánico” y el estado socialdemócrata a la conducción colectiva de la revolución y la autogestión.

Mientras las cámaras de televisión, las plumas envenenadas de algunos columnistas y la ira de los opositores se centran en el rostro y el discurso del comandante Hugo Chávez Frías, movimientos populares, líderes socialistas, estudiantes e intelectuales están trabajando en la revolución sin la visibilidad del mediático líder. Sí, están trabajando en algo tan ambicioso y por naturaleza inacabado como la revolución. O traducido: un giro que subvierta el orden capitalista de las cosas y construya una sociedad más justa, más igualitaria y más participativa.

“Chávez nos ha convocado y eso tiene mucho valor, pero él no nos va a llevar al socialismo”. El politólogo Nicmer Evans habla sin ninguna cortapisa en el Café Venezuela, a sólo unas cuadras del Palacio de Miraflores y en el epicentro del chavismo más ruidoso. Su análisis suena contundente unas horas después de las elecciones, aunque unos días antes su posición era cerrada en defensa de Hugo Chávez y de su objetivo de reelección. “Hay que tener en cuenta que aquí, en Venezuela, una mínima fisura es una brecha inmensa para que la derecha nos elimine del mapa. Tenemos una clara conciencia de apoyo al proceso revolucionario y, por eso, hasta el 7 de octubre [fecha de las elecciones presidenciales] todos nos callamos, pero desde el día 8… todos sacamos nuestras banderas”. O explicado de otra manera por el influyente investigador uruguayo Raúl Zibechi en Dispersar el poder: “Los oprimidos se movilizan verticalmente cuando acompañan o siguen la movilización de los de arriba, lo que se resume en una movilización de las élites apoyada por los de abajo como sucede durante los procesos electorales. Cuando hablamos de movilización de los subordinados, se trata de una movilización nacida abajo y dirigida abajo, habitualmente no por dirigentes formales, sino por aquellos ‘naturales’ que reconocen los de abajo”. En este caso, las ‘élites’ serían Hugo Chávez, la tecnocracia bolivariana y la boliburguesía. Abajo, se cocinan a fuego lento otros procesos: más radicales, más sabrosos, más difíciles de mensurar.

Guerra de clases y poder

Para quien no viva la (s) realidad (s) venezolanas es difícil calibrar la violencia de la guerra de clases que se libra en el país petrolero. Aquí las ‘clases’ y la ‘guerra’ entre ellas no es algo demodé. El que pierda esta contienda, retrocede décadas, en especial la clase obrera que hoy disfruta de espacios inéditos en el país. La pérdida sería brutal para quienes están en un proyecto subversivo que atemoriza a las genéticamente temerosas clases medias y que provoca la reacción de las élites, dispuesta a defender con todo sus privilegios. “No sé si somos chavistas, somos comuneros revolucionarios y el hecho de que Chávez esté en el poder nos permite avanzar en la maduración, en la construcción del poder popular; ahora tenemos un marco legal favorable… si llega la derecha, nos toca volver a escondernos y ralentizar la historia”. El análisis que hace un miembro de la Comuna Socialista Ataroa (Estado Lara) se repite en varios de los escenarios de la “revolución bolivariana” que visitamos: Chávez es necesario aún, necesario mientras el Poder Popular no pueda responder al reto de desmontar las viejas estructuras y desarrollar un modelo socialista inédito y, por tanto, complejo.

Dice Modesto Emilio Guerrero que Roland Denis es el “niño terrible” del chavismo. Desde luego el ex viceministro de Planificación, miembro del Movimiento 13 de Abril y de Nuestra América, no tiene pelos en una lengua que nació en el seno de la burguesía y ahora se prodiga en palabras –y en acción- en los sectores más aguerridos de la revolución venezolana. “Chávez es irreversible, él no va a cambiar”. Denis tiene eso muy claro y también es consciente de que “todo Estado quiere quitarle el poder al pueblo y en el caso de un Gobierno de izquierdas a lo máximo que se aspira es a ser socialdemócrata”.

Aunque no comparten el punto de llegada, sí coinciden en el análisis Evans y Denis: lo que se plantea desde el Estado en Venezuela no pasa de ser “socialdemocracia”. “Aquí no hay socialismo un carajo”, sentencia Nicmer Evans bajándose de su discurso intelectual. Denis sí cree que el gran éxito de los movimientos populares fue “imponer un programa socialista” a Chávez, pero ese programa no se cumple. Coincide: “Todo gobierno de izquierdas, como mucho, es socialdemócrata”.

Acosados por la derecha y por los poderes económicos, los revolucionarios han pasado buena parte de los 13 años que han pasado desde que Chávez llegó al poder, defendiendo al Gobierno. Un golpe de Estado, un paro petrolero que casi hunde al país, una permanente presión al Gobierno y a sus bases, escaramuzas armadas, un referéndum revocatorio, 13 procesos electorales más… no han sido 13 años de utopía socialista, sino de trinchera prendida. Pero, quizá, hay dos elementos que están cambiando este estado de cosas: el misterioso cáncer que afecta al comandante Chávez y los resultados electorales del 7 de octubre.

Chávez y su necesaria obsolescencia

La enfermedad que arrastra el presidente de Venezuela desde hace algo más de un año y el desgaste que ha supuesto para un sistema basado en su carisma y en sus reacciones ha prendido las alarmas de los movimientos revolucionarios. “El gran elector y el gran censor sigue siendo Chávez”, asegura el conocido periodista socialista José Roberto Duque. Para él, la cuestión que se debate ahora es “cómo dar el salto de aplaudidores de líderes a ser generadores de autogobierno: ese es el gran reto”. Nicmer Evans cree que la enfermedad de Chávez  que más debe preocupar al chavismo no es el cáncer, sino “el hiperliderazgo”, que lo lleva a gobernar partiendo de “una amalgama entre lealtad y disciplina que condena el proyecto al fracaso”. Una lealtad que, según el politólogo, se traduce en una ecuación perversa: “eres inepto, pero eres leal, sigues a mi lado”. Es más, para él, la única persona que puede poner fin a la omnipresencia política de Chávez es el propio Chávez. Sería algo así como que, con cáncer o sin él, el presidente-comandante programe su obsolescencia: “Una suerte de proceso de autodestrucción para ir más allá de una matriz de poder mesiánico y construir una estructura política real y con base que sostenga el proyecto revolucionario”.

Si se abre el foco, el problema no es sólo Chávez, sino “la institucionalidad, que no quiere soltar el control”, reflexiona Claudio, uno de los más antiguos en el núcleo endógeno cultural Tiuna El Fuerte. Un Gobierno en el que los ministros cambian de cartera pero no se renuevan, una estructura burocrática que es incapaz de llevarle el ritmo a las comunidades organizadas y un impulso desde el Gobierno de la autoejecución de los proyectos y de la autogestión que en algunos puntos del país ya es imparable. Lo que ocurre es que quizá, como explica Roland Denis, “ya están todas las condiciones dadas para el desborde” del Estado-Nación.

El desgaste del poder, la hora de otro poder

El 7 de octubre ocurrieron muchas cosas. Chávez ganó las elecciones, claro está, pero se trata de una victoria con muchos matices.

No consiguió los 10 millones de votos que se había propuesto, se quedó rozando los 8,2 millones. Su opositor, Henrique Capriles, jugó a ser Chávez en 1998 y recorrió el país tratando de convencer a las clases más populares de que no era un demonio burgués, sino un joven dinámico que mezcla conservadurismo y socialdemocracia en la justa y mediática medida. La estrategia, sin programa pero atacando los puntos débiles del gobierno (inseguridad, corrupción y burocracia), le dio resultados y logró un resultado histórico que lo dejó a casi 11 puntos de Chávez pero con un inmenso ‘capital’ político de 6,5 millones de votos. Obviamente, no hay 6.583.420 burgueses en el país. Tampoco hay ese número de ‘caprilistas’. El voto de castigo al chavismo de algunos de sus votantes naturales se fue a la coyunturalmente unida oposición.

“Es que a ese carajo [Capriles] le ha votado gente de los barrios, no hay que hablar pendejadas…. y eso debe hacer reflexionar mi hermano”. Francisco Alvarado es maestro en uno de los barios que se encaraman alrededor de la Caracas visible. El mensaje llegó claro a las bases del chavismo, pero no es seguro que hayan logrado amplificarlo hasta el Palacio de Miraflores. Cierto es que el presidente habló el mismo 8 de octubre de “renovar y reimpulsar el socialismo”, pero, como recuerda Evans, también impulsó hace años las 3R (Revisión, Rectificación y Reimpulso) y nunca se supo más de ellas.

Las bases con las que hablo en el calor sereno de la Plaza Simón Bolívar se quejan insistentemente de cuatro asuntos: la brutal inseguridad que mantiene atenazado al país, la corrupción que está enriqueciendo a ciertos sectores y que carcome la credibilidad del Gobierno, la burocracia que todo lo tranca, y la consolidación de una burguesía (la ‘boliburguesía’) a la sombra del poder. “Los malandros del sistema anterior pasan por revolucionarios y dañan mucho”, insiste Orlando, un campesino reciclado a activista urbano.  John Blanco, uno de los jóvenes activos en la Comuna Ataroa, se queja de que “algunas instituciones no están a la altura del pueblo” y su compañero Edgar Medina, con unos cuantos años más de lucha a las espaldas, señala que el Gobierno “se equivocó al ignorar el proceso y la organización revolucionaria que venía construyéndose desde los sesenta”.  Para Edgar se han cometido muchos errores al echar mano de las viejas estructuras o al enviar a formar a los ideólogos as Cuba. Roland Denis lo elabora un poco más y explica que las estructuras están intactas, que Chávez pactó con la ultraderecha económica y que hay que calibrar el poder de un Ejército (“el más corrupto”) que “jamás dejará de ser Ejército: vertical y controlador”.

Para Maru Fréitez, de Tiuna El Fuerte, “se quedaron cortos los formatos establecidos desde el poder. Ahora, la gente quiere que sus propuestas tengan peso”. ¿Y quién abre el espectro? ¿Cómo se supera este modelo de poder que abusa del vocablo socialismo mientras en la práctica lo matiza con mil apellidos? Dicho por José Roberto Duque: “¿Cómo profundizamos, como depuramos? ¿Cómo hacerlo prescindiendo de Chávez?”.

 “Pues aspiro yo a que sea el pueblo”. Rogmy Armas comienza tibio para luego ser contundente: “el poder popular está casi a punto, maduró mucho y está a punto de superar esta etapa representativa”. Armas es parte de la cooperativa Ejército Comunicacional de Liberación y apuesta al poder popular, a una lenta pero progresiva incorporación de comunidades y movimientos autogestionados y que se coordinen alrededor del proyecto revolucionario. Duque lo explica gráficamente: “Un estado comunal no tiene una Asamblea Nacional, sino miles de asambleas comunales”. Tanto José Roberto como Rogmy prodigan en ejemplos… todos ciertos, todos mínimos aún.

Quizá por ello –y por los años de lucha antes y durante el chavismo- Denis no es tan optimista. “Hay que llevar cuidado con el fetiche del comunitarismo. Esos fenómenos [del poder popular] aún no tienen capacidad de desbordar al Estado y reducir la distancia entre los militantes y la toma de decisiones”. El ex viceministro, y uno de los responsables de organizar las milicias de Caracas tras el golpe de Estado de la derecha en 2002, está seguro de que el “movimiento popular fue violentado y desarmado por el chavismo oficial”, entre otras formas, con el nacimiento del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) en marzo de 2008. Este partido “que sólo existe para propagar lo que le presidente ordena”, en palabras de Nícmer Evans. Y según varias fuentes de esas bases militantes, el PSUV ha jugado a desmovilizar los cimientos del chavismo más militante. “Yo creo que estas elecciones se ganaron por un margen respetable porque las últimas dos semanas las bases que habían tomado distancia se movieron para no permitir la llegada de la derecha”, explica Denis.

La disolución como horizonte

La mayoría de las voces que entran y salen de esta historia creen en mayor o menor medida en el poder popular autogobernando. José Roberto Duque es un entusiasta de la idea, pero un entusiasta realista: “El programa de Chávez es la disolución del Estado pero eso no lo van a ver nuestros ‘cuerpos capitalistas’ en los próximos 100 años”. Las luchas se suman, los aportes se siembran para un proceso complejo en lo económico, en lo cultural, en lo corporal y en lo ideológico. “Ya quisiera pasear yo por Caracas y no ver McDonalds ni mujeres con las tetas de mentira, pero me temo que eso no me va a tocar a mi…”. Luchas que se acumularán si el tiempo –y la derecha- lo permite.

Duque coincide con Claudio en que la revolución –“de verdad”- no comenzó hasta 2006. Los 7 años previos fueron de toma y consolidación del poder político. Una defensa permanente, un tratar de evitar la caída de un Gobierno que llegó del lado menos esperado: “de un militar”, remarca con sorpresa Roland Denis. Si Venezuela recuperó la ilusión de reinventar el país de la mano de un militar ahora, “afortunadamente, hay bases, los consejos comunales, el Poder Popular, el Frente Nacional Campesino, la Coordinadora Simón Bolívar… se trata de una estructura institucional no burocratizada”. Para Nicmer Evans esa es la esperanza al igual que para la mayoría de entrevistados.

Duque asegura que “aquí lo que hay es un país en construcción al margen del Estado. El socialismo del siglo XXI es algo vivo, en construcción, no es una vaina de intelectuales. Hay muchos lugares de Venezuela donde se está construyendo el poder popular en serio, vamos hacia el autogobierno”. El periodista insiste en diferenciar las categorías que los medios convencionales gustan confundir: “Una cosa es el gobierno y otra cosa el proceso revolucionario. Si las decisiones o las acciones del gobierno ayudan al proceso, pues mejor, pero gobierno no es revolución. Cuando hablamos de revolución no es de ministerios, la revolución la hace la gente, gente que no es funcionaria porque la revolución no se hace con un salario”.

“Los políticos no han querido entender que ellos tienen que organizar, pero no ejecutar”, apunta Rogmy Armas, que está seguro de que en el país está naciendo “un Estado paralelo” que no depende del poder tradicional. Habla con entusiasmo del caso de Mérida donde los altos niveles de autogobierno comunal han permitido que la oposición llegue a la alcaldía, pero que no se desarmen los procesos. “Allá, mientras las urbanizaciones e clase media y alta soportan las basuras y el mal gobierno, las comunas siguen autogestionándose”.

Se trata de un aceleramiento del proceso desde abajo que tiene su reflejo arriba. Marianela Ojeda, hija del mítico guerrillero Fabricio Ojeda, asesinado en 1966 los calabozos del servicio de inteligencia de las Fuerzas Armadas, trabaja en el Comando Carabobo, la maquinaria electoral de Hugo Chávez. Sentada delante de un inmenso afiche del comandante con el lema “corazón de la patria”, es de las que cree que desde el Gobierno también se tiene que aumentar la velocidad en este país que, a la vista, es tan capitalista como otros en Suramérica: “Ya es hora. Tenemos que profundizar el proceso y poner ya a cada quien en su lugar. La burguesía está demasiado tranquila”.

Claro que, resumido por Leonardo Ramos, de la Comuna Socialista Ataroa, “del dicho al hecho, hay mucho carajo en medio. Carajos que, compañero, no son revolucionarios”. Leo, como muchos de sus compañeros, cree que la base adelantó al chavismo oficial hace tiempo y, aunque cree que Chávez es necesario aún para consolidar ese “poder popular” que todos empujan con el alma, las acciones y la palabra, “lo haremos con él o sin él. Esto no hay quien lo pare”.

Quizá esa es la esperanza de muchos y muchas venezolanas, que la irreversibilidad del proceso –un objetivo del que se habla todo el tiempo- se garantice desde abajo. Luis Felipe, un trabajador no politizado, me cuenta que para él la mayor hazaña de Hugo Chávez ha sido “quitarle la venda a un poco de gente de los barrios, hacerlos existir, darle educación a los chamos, darles como dignidad”. Quizá por eso asegura Nicmer Evans: “Soy optimista con el futuro del proceso porque el despertar del pueblo no tiene vuelta atrás. Hubo un momento en que no hubo capacidad de autocrítica, pero ahora es diferente”. El propio Ronald Denis, estigmatizado por el oficialismo y curtido en mil derrotas, concluye: “no se ha llegado al punto de desesperanza”.

Por Paco Gómez Nadal