Por Marco Arnez
¿Acaso los niños son azucar, yuca o arroz? —Cuestiona Doña Mercedes, mientras recuerda que antes, los indígenas no acostumbraban pesar a los bebés recién nacidos. Pero desde que se implementó el Seguro Universal Materno Infantil en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure todos los bebés que nacen son pesados y registrados. Doña Mercedes, que además es promotora de salud en la comunidad de San Antonio, en las riveras el río Imose, rememora la creencia de que si se pesa a un niño el siguiente nacerá más grande.
No se trata de un curioso dato etnográfico, esta creencia nos recuerda cuán diferente y singular es la gente que habita el TIPNIS y cuán lejos están de entenderlos quienes gobiernan desde un escritorio y una receta preconcebida de «desarrollo» imponiendo la construcción de una carretera por medio de su territorio. Haciendo escarnio de un caso en que una mujer Yuracaré perdió a su niño por estar en mala posición en el vientre, el gobierno ha difundido a través de la radio «Kausachun Coca» (emisora miembro de la red estatal «Patria Nueva») propaganda en favor de la carretera, argumentando que con ésta vía las mujeres podrían ser rápidamente atendidas en un hospital. Con cierto humor negro, Doña Mercedes replica: «Si la carretera está lejos… acaso vamos a correr «petacudas» (gordas) al hospital». En efecto, la carretera que planea el gobierno pasaría a decenas de kilómetros de las comunidades del TIPNIS y sería absurdo que una mujer embarazada viaje durante días para ser atendida en un hospital. Existen postas de salud en algunas comunidades, pero como parte de la guerra de baja intensidad que ha emprendido el gobierno contra TIPNIS, no están funcionando.
Sin embargo, ese no es el dato de fondo, muchas mujeres aún prefieren ser atendidas en sus comunidades del modo tradicional y rodeadas de gente que conocen. Doña Mercedes recuerda que un hijo le nació muerto la única vez que acudió a un hospital. Que irónico, si su madre es una experimentada partera: suele «sobar» periódicamente el vientre de la futura madre acomodando el bebé y corrigiendo su posición. Sabe que las mujeres prefieren la compañía de sus esposos al anonimato de un doctor; un entorno de chuchíos a la frialdad de un biombo de hospital; el aroma de la tierra y el humo a la arrogancia aromática de desodorantes y antisépticos; las tiernas y cálidas manos de una abuela partera a la hostil frialdad de unos fórceps de acero inoxidable. Pero lo más importante: prefieren la libertad de decidir cómo y dónde parir.
Siguiendo los lineamientos del «Consenso de Washington» (recetario del neoliberalismo) el presidente Evo Morales ha implementado medidas asistencialistas como el Bono Juana Azurduy, para las mujeres embarazadas, una medida que en general ha tenido un impacto positivo en el país. Sin embargo, para acceder a este bono, las mujeres deben asistir a «Controles Prenatales» y parir en Centros de Salud, lo que significa que deben descartar la posibilidad de ser atendidas con una partera en un entorno familiar. Esta sutileza se convierte en una forma encubierta de violencia y aculturación de las mujeres indígenas y una agresión a la soberanía sobre sus cuerpos. Sumado a otras tácticas propagandistas, este bono también es usado para disuadir a las mujeres indígenas para lograr su apoyo en favor de la construcción de la carretera.
Las mujeres indígenas no son objetos, y sus hijos tampoco, por eso dicen que sus niños no son de yuca ni de arroz para ser pesados en una balanza. Ellas solían saber cuándo sus hijos eran saludables y cuándo no. Y solían curarles la diarrea con la semilla de «Vira Vira» o con una infusión de «palo diablo». A alguien, o tal vez muchos alguienes, se les ocurrió que sabían más que aquellas mujeres, y que podían enseñarles a parir. Afortunadamente hay todavía muchas mujeres que no han olvidado las lecciones de las madres y abuelas que las parieron de la única forma posible, de la única que sabían, de la suya propia.