Fotografía de portada: Angelina trabajando en su telar de cintura, mientras cocina el frijol a la espera de los hombres de la casa, que se encuentran en la cosecha de café.
Artesanas, madres, campesinas, amas de casa, vendedoras de su artesanía; lidian con una sociedad patriarcal, con el asecho de la maquila devoradora de lo tradicional y con los desinformados clientes que regatean sus tesoros. Todos los días, en los altos de Chiapas, se puede ver a estas luchadoras del color –asomadas a las ventanas, o fuera de sus casas de humeante leña– horas abrazadas por la cintura, de sus telares-amantes, en un baile sensual donde la magia da vida a las perfectas tramas coloridas.
Mujer tzotzil preparando la urdimbre de su telar de cintura, para la confección de bufandas de hasta catorce colores. En los alrededores de Pantelhó, unos de los últimos pueblos de las montañas del sureste de México.
Trabajando sentada el telar de cintura, aprovechando el buen tiempo, las mujeres traman sus hilos afuera de sus casas, decorando los poblados con sus colores. En el Municipio de Pantelhó.
Florinda, nuestra gran anfitriona, tejiendo con sus hábiles manos, hasta bien entrada la noche, esta es una práctica habitual en su familia ya que el silencio ayuda la concentración, en su casa de Pantelhó.
Artesanas Chamula vendiendo sus artesanías en San Cristóbal de las Casas, mayormente duermen varias noches con sus niños en la calle debido a la distancia que se encuentra la ciudad de sus comunidades
Carolina de Pantelhó, sorprendiendo a gente de todo el mundo con su habilidad, en una muestra realizada en Abril de 2014, en San Cristóbal de las Casas.
Los niños de los altos de Chiapas nacen y juegan hasta el cansancio entre las coloridas prendas realizadas por las mujeres, en Mayo de este Año por San Andrés Larraizar.
Niña de Aldama observa a su madre, aprendiendo a dar sus primeros pasos como aprendiz de araña, recibiendo el bagaje de prácticas culturales, de generación en generación. En San Cristobal de las Casas En el mes de Abril del 2014.
Muestra de trabajos en San Cristóbal de las Casas, en Abril de este año, donde los visitantes quedaron sorprendidos por la alta calidad de las prendas confeccionadas.
Doña Rosa de más de 90 años, después de mostrarnos su casa que había padecido al fuego, posa para inmortalizar su belleza y un poco de su alma indomable. En su casa de Chenaló en Septiembre de 2013.
Este grupo de mujeres rezando, muestran la identidad de sus diseños que identifican un pueblo de los demás, en la Fundación León XIII, a finales del 2013.
Niña de Pantelhó, realizando sus primeros trabajos. Las jóvenes comienzan desde muy pequeñas a trabajar a la par de sus madres, tías, abuelas. Recibiendo oralmente, la tradición, los conocimientos, y a la vez que replican innovan en sus diseños. Pantelhó 2013.
Florinda y su tía buscando un lugar para trabajar comodamente. En los altos de Chiapas las precipitaciones son muy abundantes y pueden durar semanas, lo que dificulta el lavado y secado de las prendas así como el secado del café.
Pequeña aprendiz de araña en Pantelho. Las mujeres muchas veces cuidan y alimentan a sus niños mientras tejen.
Los nuevos materiales posibilitan mejores colores y durabilidad de las prendas.
La armonía del sureste mexicano se compone de paisajes naturales de extraordinaria belleza y de un mosaico multicultural donde coexisten pueblos originarios de ascendencia Maya, cuyas tradiciones los distinguen. En los altos de Chiapas hay pueblos en lucha que resisten los embates de la ambición y del poder, que avanzan sin perder la memoria ancestral identitaria que los distingue como indígenas mexicanos.
Los diseños que incorporan en sus prendas reflejan las fuerzas de la creación y de la naturaleza; son el lenguaje a través del cual se expresa su cosmovisión, sus creencias, su mundo propio. Para ellas, los textiles están ligados a la divinidad lunar, al parto, a la creación, al universo, a los animales y al maíz.
La artesanía textil es una de las actividades de mayor importancia para la economía familiar de los altos de Chiapas, muchas mujeres solteras viven casi exclusivamente de ella y de sus plantaciones. Sus huipiles son mucho más que bellezas intrínsecas producto de largas horas de trabajo, sino la condensación última de un conocimiento transmitido generacionalmente desde tiempos precolombinos, marca indeleble de la identidad cultural de un pueblo.
Desafortunadamente es muy difícil comprar estas bellísimas prendas en sus lugares de origen. La mayoría de estas mujeres venden sus obras en las tiendas de la calle Real de Guadalupe, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas donde los dueños «ladinos» regatean el precio que piden las tejedoras. Nunca he visto a nadie regatear precios en las grandes tiendas de las grandes ciudades, sin embargo, cuando quieren comprar algo producido a mano por un indígena mexicano, casi le piden que se los regale. En los países europeos se le da mucho más valor a cualquier prenda tejida, bordada o realizada a mano. En Bavaria, en Alemania, donde los habitantes siguen vistiendo sus ropas tradicionales casi a diario, las prendas realizadas a mano (un sweater para dama, por ejemplo) puede llegar a costar entre 150-1000 euros.