Por Kora California
Ha pasado más de un año desde que el sismo del 7 de septiembre devastó el istmo de Tehuantepec, en Oaxaca. No queda ya nada de los viejos salones azules, tapizados de pintas, frases y murales, pero en la Preparatoria Comunitaria José Martí la fiesta sigue bajo la sombra de los árboles: huanacastes plantados hace más de 36 años en el viejo campo de la cuarta sección de San Francisco Ixhuatán. El lunes 8 de octubre, en medio de risas y rituales, pusieron la primera piedra de el nuevo espacio que será reconstruido como se prometieron, sin un centavo del gobierno.
La Prepa es ahora más que nunca un proyecto colectivo: nació en 1982 a iniciativa de un grupo de maestros, se construyó con tequio en un terreno donado por la comunidad, y ha sido sostenido desde entonces con la cooperación de madres, padres y estudiantes sin financiamiento alguno del Estado. Actualmente es un proyecto educativo crítico, autogestivo y anticapitalista, orientado a la defensa del territorio y el modo de vida de los pueblos originarios que habitan esta región ikoots y binniza.
Treinta y cinco generaciones habían egresado de la escuela hasta esa noche del 7 de septiembre, cuando tras el sismo más grande de la historia se convirtió en un centro comunitario de acopio y distribución de apoyos. A pesar del hundimiento y las fracturas de sus cuatro salones, donde hacían la vida cotidiana más de cien jóvenes, se organizó durante cuatro meses –y más de 20 mil réplicas– la respuesta colectiva a la tragedia.
Las aportaciones que hicieron posible la acción solidaria de la escuela llegaron de todo el mundo. Desde Guatemala hasta Argentina, de toda Europa, de Estados Unidos y Canadá, de Australia, de Pakistán… y sobre todo, de cada rincón de México. Cada una llegó de la mano de amigas y amigos de la Prepa, que más que ver en ella una institución, han convivido con quienes hacen posible el sueño colectivo: la pedagogía de la libertad como práctica y la autonomía como horizonte y expresión.
La Universidad La Salle de Oaxaca está entre ellos. María del Rocío Ocádiz Luna, su rectora, llegó a la Prepa los primeros días después del sismo. Recorrió a pie las calles y conoció de primera mano sus efectos, la devastación que dejó sin casa a más de 2 mil 500 familias en un pueblo de diez mil habitantes. Desde entonces hizo todo lo posible por conseguir apoyos que hicieran al menos soportables las pérdidas. “Los amigos de la Prepa son así, como veneros que se conectan con nosotros desde lejos”. Así dice una de las maestras.
La primera piedra de los nuevos salones es una confirmación, un testimonio que Manuel Antonio Ruiz, el director de la Prepa, no deja de aprovechar frente a los estudiantes: “la fuerza que nos habita nunca ha estado en lo individual, somos fuertes porque somos con otros, porque la fuerza habita en lo colectivo, en lo comunal”. Su palabra suena fuerte entre las chicas y los chicos que han llegado vestidos de uniforme al arranque oficial de la obra. A ellos les cuentan orgullosos que los dineros vienen de todas partes, “de todas y todos aquellos a quienes los amigos de La Salle convocaron a ser solidarios”.
Y así, formando en y para lo colectivo, la José Martí reconstruye no sólo los espacios, sino la vida en común, a contrasentido del sistema escolar y las lógicas competitivas e individualistas del capitalismo. De hecho, este complejo que ya tiene cimientos será edificado sobre un terreno preparado en mayo pasado por arquitectos de la UNAM, y se sumará a las tres aulas provisionales levantadas con tequio desde enero por mestros y estudiantes.
Una de ellas, mediante el uso de técnicas tradicionales de construcción con barro y otate. Otra, con ladrillo y materiales conseguidos con el trabajo autogestivo de la escuela. La tercera, a partir de una estructura de ferrocemento donada por la Universidad de Chapingo. Cada una terminada con las propias manos de quienes hoy la habitan, cada paso, sostenido en el apoyo de colectivos, organizaciones solidarias, amigos y amigas.
Manuel recuerda cómo en el último año han rechazado ofertas de reconstrucción que obedecen a lógicas distintas. Una universidad privada que llegó “con el dinero en el bolsillo” y un proyecto ya hecho. También una Asociación Civil, incapaz de reconocer el valor del conocimiento local y de tratar a los muchachos con respeto, como personas y no como sirvientes. Un político, un partido. “Al final, debemos ser congruentes, no podemos enseñar a los muchachos sin el ejemplo, y mucho de lo que nos proponían era renunciar a nuestra dignidad, por dinero o por necesidad”.
Es más de medio día. Inicia el torneo de voleibol organizado por los muchachos como parte del evento. Ocho equipos pelearon hasta el final un lugar en la final para enfrentarse a los maestros. En su gesto se adivinaba la malicia: ganarle a “los profes” es más divertido en la cancha. Y lo hicieron. Derrotaron por dos puntos a los que llaman el “consejo de ancianos”, a pesar de que tienen apenas 30 y tantos años en promedio.
La apuesta política de la Prepa está centrada en la convivencia. En la celebración de la vida que se teje cotidiana, imperceptiblemente mientras platican y preparan alimentos, mientras organizan asambleas o reuniones o visitas o rituales o fiestas. Sobre todo fiestas. En esta escuela comunitaria –que forma parte del Congreso Nacional Indígena-, los vínculos afectivos son el cimiento sobre el que se contruye su proyecto. Por eso el sismo más fuerte en la historia reciente de México sólo pudo destruir completamente sus techos y paredes.
Esa es my prepa siempre de pie¡!