Este texto fue publicado originalmente en lundi.am número141, el 9 de abril de 2018.
Fotografía de portada: Nantes Révoltée
Es la mañana del lunes 9 de abril, dos mil 500 policías y gendarmes están en la ZAD. Algunos amigos en el lugar nos han enviado este texto con el fin de que lo difundamos.
Hace cinco años que nos preparábamos para esto, haciendo siempre todo lo posible para que jamás pudiera pasar. Pero ahora estamos frente al inicio de una nueva gran operación policiaca, cuya amplitud y duración desconocemos. El Estado necesitaba emprender su revancha, necesitaba tener su segunda vuelta. Por todas partes en este país, las personas que han venido aquí se preguntan hasta dónde puede llegar Macron para poner fin a una de las más bellas aventuras políticas colectivas del decenio pasado y a la posibilidad de un espacio en donde se buscan otras formas de vida. Mientras las barricadas se forman de nuevo en las carreteras de este bocage [1] cada uno aquí se abraza y se pregunta por lo que aún existirá mañana de todo cuanto ha constituido día tras día el corazón vibrante de nuestras existencias. Aquello que nuestros abrazos quieren decir, sobre todo esta noche, es que, cinco años después de la «Operación César»,[2] nos tocará afrontar la invasión, resistir cueste lo que cueste y asegurarnos de nuevo de que el porvenir permanezca abierto.
Tras el abandono del proyecto de aeropuerto, nosotrxs hemos vivido un periodo tumultuoso de numerosas tensiones, así como tentaciones a plegarse a los propios intereses, cuando no simplemente de renunciar a todo. Pero este periodo también ha estado marcado para muchxs de nosotrxs por la búsqueda continua de aquello que podría seguir dibujando un camino común. A veces ha sido bastante desolador ver hasta qué punto, en las últimas semanas, un mismo discurso binario y depresivo ha podido expandirse. En esta hora de la verdad, preferimos regresar por nuestra cuenta a aquello que nos parece que permite pensar hoy este camino común. Antes de que la tormenta venga nuevamente a soplar por aquí, estas líneas son una manera de transmitir por qué sigue siendo vital, según nosotros, continuar defendiendo la ZAD.[3] Sobre el terreno, y donde sea que cada unx se encuentre en los próximos días. En los siguientes meses también, ya que, sin duda, «César 2» no se acabará en donde hasta ahora ha llegado.
Lo que negociar no quiere decir
Después del abandono del proyecto de aeropuerto,[4] el movimiento ha decidido entrar en diálogo con el gobierno para tratar de negociar su visión del porvenir de la ZAD. Este escenario nos ha forzado a confrontarnos a nuevos problemas. Nos sentíamos guiadxs por objetivos claros y extremadamente complejos a la vez. Neutralizar, en el mejor de los casos, la necesidad casi absoluta del Estado por vengarse de la ZAD mediante una operación de desalojo y, por tanto, mantener a lxs habitantes de este territorio en su diversidad. Guardar lo más posible los márgenes de autonomía, los cuales han forjado el sentido propio de esta experiencia, y encontrar los medios para la deseada estabilidad que numerosas personas proyectan aquí. Mantener y amplificar el cuidado colectivo de las tierras de la ZAD y su vínculo con otras resistencias en curso. Para nosotrxs, durante este periodo, nunca se ha tratado de hacer una elección entre negociar o luchar. Nunca hicimos la apuesta de que obtendríamos de entrada lo que deseábamos. La negociación no es sino uno de los resortes que el movimiento ha decidido procurarse después del abandono, apoyándose en una correlación de fuerzas procedente de años de resistencia. Y siguen siendo estas mismas fuerzas las que, desde esta perspectiva, pensarán una negociación combativa y organizarán paralelamente una concentración frente a la prefectura cuando las respuestas del Estado sean insatisfactorias. Son las mismas fuerzas las que durante las últimas semanas han librado un combate político y jurídico contra todos los desalojos, al mismo tiempo que organizando una manifestación en Nantes por la misma razón con los colectivos de refugiadxs y sin techo, o quienes se comprometerán en la resistencia física sobre el terreno cuando se intente venir a desalojar los lugares.
No estaba claro para lxs ocupantes el lanzarse a la apuesta de la negociación con el temor de perder en el transcurso lo más afilado de la ZAD. No estaba más claro para otros componentes, si continuaban la lucha y dejaban la suerte del periodo post-abandono, con la toma de decisiones urgentes que éste necesitaría, en las manos de asambleas largas y heterogéneas. Correr estos riesgos, junto con superaciones mutuas, es lo que, como siempre, nos ha permitido seguir avanzando juntxs, más que desertar o aislarse. En este caso, de verdad creíamos necesario hacer este intento para poder ir más allá de la situación cada vez que la negociación mostrara sus límites.
La capacidad de composición del movimiento anti-aeropuerto ha sido durante años una pesadilla para el gobierno, pues le resultaba extremadamente desagradable imaginar que pudiera perdurar más allá del abandono del proyecto. Por lo tanto, al inicio de estas negociaciones, uno de los primeros objetivos del gobierno era claramente el de hacer que estallara nuestra elección por una delegación común. Se trataba también de obstaculizar su deseo de abordar de manera transversal los desafíos para el porvenir: desde el rechazo contra los desalojos hasta el cuidado colectivo de las tierras por el movimiento, desde una oposición firme hasta el regreso a la gestión agrícola clásica, pasando por la cuestión de la amnistía. Así pues, la prefectura trató de seleccionar de entre nosotrxs a sus interlocutorxs y de convocarlos, unx a unx, a una comisión directiva estrictamente agrícola. El debate con respecto a esto ha sido duro entre cada componente y en las asambleas. Seríamos incapaces de pasar por alto la fuerza de estos señuelos y la energía que la prefectura ha desplegado para no verse contrariada. Nuestro marco minuciosamente elaborado estuvo cerca de explotar bruscamente en el vuelo, pero la maniobra fracasó. La ACIPA[5] declinó la invitación de la prefecta, mientras que la Confederación Campesina llamaba a una concentración organizada frente a la comisión directiva y decidía llevar al interior el mensaje del movimiento. La delegación común aguantó. La prefectura tuvo que regresar inmediatamente a su posición y aceptar recibirla de nuevo. El mantenimiento de actividades puramente agrícolas se transformó en «para-agrícola» en un sentido amplio, y es casi un hecho, de ahora en adelante, que varias centenas de hectáreas de tierras salvadas y sostenidas colectivamente, además de aquellas de los habitantes históricos, tendrían que dedicarse todavía a proyectos vinculados con el movimiento. Es una primera etapa considerable, que sin embargo no resuelve la suerte del combate vinculado con los hábitats y la necesidad de tomar a cargo colectivamente el territorio durante esta fase de transición para poder conservarlo mejor en lo venidero.
Resistir a la selección
En esta primera fase de negociación, la prefectura anunciaba su voluntad de seleccionar en función de criterios inaceptables y ha solicitado la presencia de aquellxs que querían tener una oportunidad de quedarse a fin de que lleven a cabo una demanda de convención individual y de que se inscriban lo más rápido posible en la MSA.[6] Algunxs, incapaces de escrutar el horizonte de otra manera que a través de unos esquemas preconcebidos y la pasión de la derrota, auguraron pronto la traición de unxs que por la fuerza se harían su lugar bajo el sol a expensas de lxs demás. Efectivamente, durante las últimas semanas era demasiado fácil salvarse individualmente en cualquier momento por medio de algunos simples correos y trámites burocráticos. La prefectura sólo esperaba eso. Pero la realidad es que, a pesar de las presiones, nadie cayó en esta trampa.
Nadie ha devuelto los documentos para hacer por separado el examen selectivo: no hemos aceptado seleccionarnos a nosotrxs mismxs. Por el contrario, ha habido un rechazo político y concreto de estas órdenes y el mantenimiento de la reivindicación y de la búsqueda de un marco colectivo que proteja a todxs; entre otras cosas, una convención global sobre las tierras del movimiento. Es precisamente esta solidaridad real la que hoy arrincona a la prefectura en al menos dos niveles: el de continuar la negociación en el sentido que ella deseaba inicialmente imponer y el de legitimar su operación de desalojo selectivo.
No obstante, mucho se escucha en este contexto hablar de «radicales» o de «irreductibles», por un lado, y de cobardes impacientes por negociar o de campesinos dispuestos a regularizarse, por el otro. Es notable, aquí también, ver hasta qué punto esta ficción gusta tanto a los medios de comunicación dominantes y a la prefectura, del mismo modo que a los predicadores de la buena moral de una radicalidad fantaseada. Pero, para la mayor parte de lxs habitantes que han defendido la ZAD, que han cultivado y vivido en este bocageen el curso de los últimos años, esta escisión no es sino una ficción. Entre aquellas y aquellos que sostienen una línea común en el movimiento por la negociación y la lucha, entre aquellas y aquellos que quieren quedarse aquí y verdaderamente mantener la ZAD como un espacio compartido, existen, por otra parte, personas y grupos que emergen de varios de los componentes: campesinxs, jóvenes y viejxs okupantes, habitantes históricxs, adherentes de la ACIPA, vecinxs, ecologistas, camaradas sindicalistas, apasionadxs de los senderos, militantes de la Coordinación. En la óptica que la ZAD continúa desplegando, la idea de que todo debería ser legal o de que todo debería seguir siendo ilegal son las caras de una misma (deficiente) moneda. Se corresponden con fetichismos ideológicos que son igualmente estériles para proseguir las luchas sobre el terreno. Las personas que realmente han participado en el despliegue del movimiento en los últimos años, más que contentarse con comentarlo en Internet, lo saben bien: estas visiones unívocas «legalistas» o «ilegalistas», «violentas» o «no violentas», nunca han correspondido con aquello que ha conformado nuestra fuerza efectiva y que nos ha permitido doblegar al Estado. Ya no son aptas, al día de hoy, para responder a los horizontes de unxs y otrxs y a los objetivos que se dieron en los «6 puntos».[7]
Para nosotrxs, nunca se ha tratado de entrar cabizbajos a la normalización, sino de determinar aquello que podría permitirnos resguardar concretamente, en esta reconfiguración de la situación, el conjunto de los lugares para la vida y las actividades. Para ello hace falta determinar paso a paso lo que será mejor para preservar los márgenes de autonomía y de apoyo, justamente para no tener que terminar por someterse aisladamente al conjunto de trabas impuestas por las formas de producción mercantil e industrial. Se trata, aquí, de prácticas bastante reales en una concreta correlación de fuerza con un enemigo poderoso, y no de supercherías mentales sobre un mundo ideal. Podemos tener confianza en el apego que tenemos al sentido encontrado desde años atrás en la libre reinvención de la relación con aquello que producimos para no soltarlo así como así.
Tregua de mitología de los caminos
Luego de haber participado durante semanas en la resistencia física frente a la operación César en 2012, sabemos que la eficacia de la defensa de la ZAD no ha girado únicamente en torno a la carretera D281, bloqueada con barricadas por un grupo aislado, menos aún, en la obsesión nostálgica por ese dispositivo al margen de un periodo de ataque. Para nosotros, siempre ha consistido en la posibilidad, cuando se da el momento, de bloquear los diferentes accesos estratégicos y de mantener tomado el terreno con modalidades muy diferentes, con un conjunto variado de apoyos en la zona y los alrededores. Desafortunadamente, es la posibilidad misma de esta amplia resistencia lo que la crispación de estas últimas semanas sobre la carretera ha tenido el riesgo, entre otras cosas, de poner en peligro.
Durante meses, hemos intentado no dejar ninguna apertura política al Estado para que expulse a ninguna persona. Este desafío superado reiteradamente en los últimos años era todavía, según nosotrxs, absolutamente viable después del abandono del proyecto, a pesar de las intimidaciones del Primer Ministro. Para concretizar estas amenazas, la prefectura necesitaba una historia adecuada. Le hacían falta personas que pudieran encarnar a los famosos «ultrarradicales» en la postura más caricaturesca posible. Algunos adoptaron brillantemente el papel esperado, en particular sobre la cuestión de la carretera D281, reduciendo las bases de la lucha a una historia que se volvía cada vez más incomprensible para la gran mayoría de aquellas y aquellos con quienes habían luchado, para sus vecinxs y, como regla general, para la mayoría de la gente que veía todo esto de cerca o de lejos. Al bloquear una primera vez las actividades, algunas personas —que sería imposible confundir con lxs habitantes cercanxs a la carretera— justificaron la presencia policiaca que durante semanas hemos sufrido y permitieron a los policías volver a pisar el terreno. Con la destrucción de algunos pedazos de asfalto al final de las actividades, mientras la policía era capaz de retirarse, al clarificarse la situación y ver que nosotrxs podíamos esperar encontrar una fuerza común, se consiguió de golpe desesperar por algún tiempo al menos a una buena parte de quienes continuaban apoyando sin reservas frente a las amenazas de desalojos. Al mismo tiempo que el Consejo General rechazaba abrir la carretera en estas condiciones, los desalojos en cuestión se volvían prácticamente inevitables y encontraban una justificación mayor.
Enfrentarse a quien sea
De forma constante, la fuerza de esta lucha ha radicado en ir a contracorriente tanto del gueto identitario que se dice a sí mismo «radical» como del militantismo ciudadano clásico. Por eso mismo, a menudo ha tropezado con quienes se encerraban en una u otra de estas polarizaciones y ha forzado a convulsiones a quienes querían acompañarla. Encontró aquí su propio camino y colocó las bases de un frente único a la vez anclado, combativo y popular. Esta consecuencia simple fue para muchos de nosotrxs un acontecimiento político asombroso y el motor de una derrota histórica del Estado. Sin embargo, no sorprende que el advenimiento de otra fase distinta lleve a cuestionamientos inéditos, a nuevas esperanzas, pero también a esclerosis ideológicas. La secuencia que sigue a la victoria es sin duda un momento de verdad en el que se revela la consecuencia real de unxs y otrxs. En esta fase densa, no cabe duda de que ha habido de una forma típica dos maneras que se responden recíprocamente saboteando nuestros compromisos comunes y el movimiento: bloquear los trabajos en la carretera o disociarse públicamente de una concentración organizada por el movimiento frente a la comisión directiva para apoyar la delegación interbloque. Por un lado, la triste verdad es que algunxs han preferido fragilizar el edificio común encogiéndose entre obsesiones indefendibles para el resto del movimiento y que otros han sido tanto más proclives a olvidar sus líneas comunes frente a las presiones del gobierno. Algunxs se han dedicado brillantemente a justificar un desalojo parcial y a empujar a quienes serían entonces apuntadxs en la posición más aislada posible. Otrxs han permanecido casi mudos ante la cercanía de la operación de los desalojos. Podríamos atarnos a estas constataciones amargas y rememorarlas indefinidamente. Pero otra verdad mucho más luminosa es que, hasta aquí y a pesar de todo, la mayoría de las personas, todas ellas componentes en confusión, que han formado en el curso de los años la comunidad de base de este combate, que han superado juntas los peligros y las pruebas, han permanecido fieles a las promesas que se han hecho. Es sin duda esa verdad a la cual tenemos que continuar aferrándonos, si queremos eliminar profecías autorrealizadoras sobre la caída inevitable de los espacios de autonomía y de las aventuras colectivas.
A pesar de las resacas, que sin ninguna duda han debilitado durante las últimas semanas al movimiento y su legibilidad, la cuestión sigue siendo impedir que el gobierno lleve a cabo los desalojos sin combatir. Sin importar cuáles sean las trampas en las cuales pudimos caer en alguna ocasión, la base real de la zad, y las esperanzas que continúa suscitando, no se ha desagregado en algunas semanas y a través de lamentaciones. Esto lo sentimos en las fuerzas que se han vuelto a movilizar en vísperas de la operación, en quienes tal vez dudaban, pero que hacían una llamada y se echaban inmediatamente al camino, en las asambleas de última hora, en las barricadas de todos los tipos que se erigen ahora frente a las fuerzas armadas del Estado y frente a la historia que éste se dispone a contar.
Vamos a tener que superar una prueba violenta que, del mismo modo, podrá repartir todas las cartas. Lo que es cierto para nosotrxs es que la ZAD sobrevivirá esta operación «César 2». Lo que aquí seguiremos llevando a cabo no será un escaparate de alternatividad dócil ni un gueto radical. Pero sí se tratará aún de un granero de luchas y un bien común de las resistencias, un espacio donde habitan y se cruzan personas tan diversas como inesperadas, un territorio que hace emerger las ganas de organizarse seriamente, de vivir al máximo, unas obras permanentes para construcciones maravillosas y sueños suscitados. Seguimos teniendo una completa necesidad de lugares donde sea visiblemente deseable y posible el hecho de no someterse a la economía y la gestión institucional. Y precisamos que estos lugares duren, al mismo tiempo que asumimos las impurezas y las hibridaciones que acarrean. Porque los espacios que más nos excitan conducen a componer y a poner en tela de juicio nuestros atuendos políticos. Creemos que, en el fondo, es esto precisamente en la ZAD lo que continuará moviendo a decenas de miles de personas a través del país.
¡Y ahora tenemos que ir a combatir!
Unas voces comunes
[1] Boscaje o bosquecillo típico del ecosistema en la ZAD de Notre-Dame-des-Landes. Todas las notas son de los traductores.
[2] Primera gran operación de evacuación de la ZAD organizada por el gobierno francés el 16 de octubre de 2012. El 17 de noviembre de 2012 fue recuperada y reconstruida por cerca de 40 000 personas luego de una manifestación en Nantes.
[3] ZAD, siglas para Zone d’aménagement différé (traducible como «zona de ordenación a largo plazo») nombre asignado desde 1962 por el gobierno francés a aquellos «sectores» o espacios territoriales que son por él destinados a proyectos urbanos, favorecimiento del turismo o la construcción de, por ejemplo, un aeropuerto. Los habitantes de la ZAD recuperaron estas siglas para transformarlas en «zona a defender» (zone à défendre). Existen numerosas ZAD de este último tipo en Francia, siendo la más conocida la de Notre-Dame-Des Landes. Por último, los redactores de este texto y otros más prefieren escribirlo en minúsculas: zad.
[4] El proyecto de aeropuerto del Gran Oeste o de Notre-Dame-des-Landes inició en 1963, manteniéndose en suspenso hasta 2000 y siendo formalmente abandonado el 17 de enero 2018 «por 50 años de vacilaciones».
[5] Asociación ciudadana intermunicipal de poblaciones afectadas por el proyecto de aeropuerto, por sus siglas en francés.
[6] Mutualidad social agrícola, por su siglas en francés.
[7] Referencia a «6 points pour l’avenir de la ZAD de NDDL», un texto de la Asamblea General de la ZAD que resume desde 2006 las bases comunes considerando la terminación del proyecto de aeropuerto.