La única mujer policía de Tancítaro: una historia de resiliencia

Erika Maciel es la única mujer que forma parte del Cuerpo de Seguridad Pública de Tancítaro, Michoacán; trabaja ahí desde hace dos años, antes eran dos pero su ex compañera tuvo que dejar el puesto porque se embarazó; en México este es uno de los principales motivos de separación laboral por parte de la población femenina, ya sea voluntaria o no.

Originaria de Guerrero, Erika confiesa que la desaparición de su esposo, Irenio Saavedra fue lo que la impulsó a formar parte de la policía municipal de Tancítaro. El hecho ocurrió en 2006 dentro del contexto de violencia que iniciaba en Michoacán derivado de la «guerra contra el narcotráfico» emprendida por el ex presidente Felipe Calderón.

«Mis hijos me dan fuerza»

A mi esposo me lo desaparecieron en Uruapan y me quedé con tres hijos, estoy luchando por ellos. Hay una persona que se encarga de ellos mientras trabajo. Como mujer sola, es difícil, pero mis hijos me dan fuerza, por ellos doy hasta la vida; por eso me uní al Cuerpo de Seguridad, no quiero que vuelva el crimen organizado, esas personas fueron las que se llevaron a mi esposo, él trabajaba en un aserradero.

Con voz entrecortada, Erika recuerda que sus hijos fueron testigos de la sustracción de su esposo en su domicilio por parte de hombres armados, «los tuvieron amarrados dos días, a uno lo persiguieron pero no lograron matarlo».

Cuando el crimen organizado desapareció a su esposo, un sacerdote de la Casa del Niño, ubicada en Uruapan, le recomendó llevar a sus hijos al desaparecido Albergue de Mamá Rosa, ubicado en Zamora.

El Albergue de Mamá Rosa, de salvación a pesadilla

«No me dejaban ver a mis hijos, me cobraban 50 pesos cada cuatro meses por verlos. Estuvieron ahí dos años, me los golpeban, les daban de comer pan enlamado o frijoles echados a perder. Pedí permiso de sacarlos pero no me los quería dar, dijo que yo había firmado un papel en donde decía que no me los entregaría hasta los 18 años; me quería cobrar 40 mil pesos por cada uno para sacarlos, de eso me enteré cuando murió mi papá y no me dejó llevarlos al entierro».

«Metí una demanda en Morelia, les dije lo que estaba pasando porque un muchacho se escapó, vino a Tancítaro y me enseñó fotografías. Había niñas picando cebolla, toda la cebolla sucia, y esa era la que ellos comían; tenían que dar una cuota para tener comidas mejores».

«Luego de eso le dejé un teléfono a mi hijo para que se comunicara conmigo, pero lo golpearon para quitárselo. Era peor que en la cárcel. Decían que Mamá Rosa les daba permiso a los federales para que se metieran a violar chamacas, tenían un cuartito que le decían ‘El Pinocho’, ahí también castigaban a los niños, se aventaban hasta tres días sin comer en ese lugar.

«Mamá Rosa tenía un cuarto lleno de mochilas y juguetes que le daba el gobierno para los niños. Gente que tenía huertas cerca de Zamora también apoyaba el albergue, pero la ayuda nunca llegaba a los niños, al contrario, los mandaban a pedir limosna, a robar. A ella no la metieron a la cárcel, sólo a los maestros. En el albergue había hasta fosas, donde echaban a los niños que se les morían».

«Me aventé ocho días afuera del albergue, hasta que me hicieron estudios para comprobar que sí eran mis hijos; estuve a punto de perderlos».

No reciben a los hijos en ninguna escuela

Después de vivir el calvario de tener a sus hijos en el Albergue de Mamá Rosa, Erika lamenta que sus hijos, de 15, 12 y 10 años no puedan estudiar debido a que no tienen papeles; ninguna escuela los quiere recibir, lo que viola el artículo 3º constitucional y el artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, ambos referentes al derecho a la educación.

«El mayor estuvo un tiempo aquí en Tancítaro en la secundaria, pero le hacían mucho bullying por haber estado en el internado de Mamá Rosa, y mejor se salió. A mis hijos los ven como anormales. Yo lo único que quiero es que vayan a la escuela y no me los discriminen, ojalá alguien pueda ayudarme. No son malos niños, sólo crecieron en un contexto difícil».