De bailes y otras aglomeraciones

Fotografías de Kino Luiggi

El barrio de la Merced no es tan sólo un espacio de vivienda y comercio, ha sido el escenario de múltiples migraciones, entre ellas, la comunidad libanesa, que a finales del siglo XIX tuvo que viajar con pasaporte turco —pese a los conflictos existentes— para que el gobierno de Porfirio Díaz se lavara las manos con su asilo político. Una vez instalados, los miles de refugiados comenzaron, a principios del siglo XX, a desarrollar negocios textiles, jercerías, ventas de semillas y granos, cafés turcos, e incluso le dieron el toque definitivo a un sector de los tacos mexicanos para parir lo que hoy son los «tacos al pastor»

Esta semana, este barrio multicolor, multicultural, multisonidero, celebró el 57 aniversario de su mercado, uno de los más singulares de toda la capital mexicana. Un mercado que guarda cualquier tipo de alimento, complemento, aditivo, bebida, colorante, detergente, esencia, especia, garnacha, tepache y música. Quienes han recorrido sus pasillos sabrán de qué estamos hablando y quienes no lo han hecho… se están tardando.

Miles y miles de personas reunidas para bailar, para celebrar en un auténtico ambiente popular. Uno de los reflejos más claros de nuestro país se encuentra en este barrio y en este mercado.

Los pasillos se convirtieron en escenarios musicales, de salsas y cumbias, así como de música vernácula. Entre jitomates y ajos la gente bailó y cantó. Cada año este ritual deja una renovada capacidad de asombro.

Sin embargo, las pésimas políticas públicas del gobierno del Distrito Federal enrarecieron la festividad, su entrañable vocación represiva —inútil sin duda— impidió el establecimiento de sonideros en las calles, ocasionando pérdidas de hasta 60 mil pesos entre los habitantes del barrio. Y a pesar de ello, la fiesta continuó.