Rocky es un hombre alto y fornido, no carga maletines y tan sólo lleva una libreta en la mano. Su cabello entrecano es algo más largo de lo usual en hombres de más de cincuenta años, lleva gorra roja y su mirada demuestra atención en lo que escucha. Es un hombre de una sola pieza, no habla mucho pero cuando la situación lo requiere, su voz se puede convertir en una cascada de historias asombrosas. Es el locutor de una radio comunitaria llamada La Chilenita.
Nos conocemos en una especie de oasis, coincidimos en un taller de radio que se da en el contexto de un encuentro de medios y nos alberga una comunidad náhuatl que está resistiendo la imposición de un gasoducto en las entrañas de las tierras de las que nacen los frutos para vivir. Rocky está sentado en las mismas pequeñas sillas del salón que sirve para el taller, un ejercicio nos junta y de ahí su historia me resultó tan importante que ahora mismo trato de ordenarla para transmitirla.
«En mi comunidad, que es San Gabriel Chilac, hablamos el náhuatl, aunque ya se está perdiendo un poco aún quedan muchas personas grandes y jóvenes que lo hablan y en La Chilenita yo también les hablo en la lengua materna, porque es importante no perderla y porque a través de ella recupero mucho de la cultura de mi comunidad», comienza diciendo Rocky mientras le muestro el funcionamiento de una grabadora de voz. Dice que él no sabe nada de estos aparatos sino que fue recién el año pasado que un amigo suyo lo invitó a formar una radio, entonces él juntó los aparatos a los que tenía acceso gracias a su hijo: una computadora, unos micrófonos y unos cables. Lo demás lo pondría su socio.
Mientras fumamos un cigarro y paramos un poco los consejo técnicos de la grabadora y la estructura básica para las entrevistas, Rocky sigue su relato: «Mi amigo me dijo que yo sabía hablar, que yo podía comunicarme con la gente, así que me anime y le entré a este proyecto. Al principio poníamos sólo música y mandábamos saludos, pero luego, poco a poco, fuimos hablando de lo que nos parecía mal, de cómo el gobierno local se enriquecía gracias a la corrupción y de cómo afectaba a la comunidad en lugar de beneficiarla».
San Gabriel Chilac tiene poco más de 12 mil habitantes, según cifras oficiales del censo de 2010. Ubicado, aproximadamente, a 40 minutos de la ciudad de Tehuacán, Puebla, la comunidad habla mayoritariamente el náhuatl y cultiva el ajo, además de maíz y otras hortalizas. Cuando Rocky habla de su comunidad siempre menciona el ajo como un producto de talla internacional, se emociona mucho y su tono de voz se alegra. Sin embargo, no sólo ha sido calma y el rescate de las costumbres, desde comienzos del 2014 una serie de manifestaciones contra la inseguridad y la marginación han ocurrido en el municipio y como consecuencia de ello se formó un grupo de autodefensa que va sumando apoyos.
El presidente municipal, Gerónimo Solano Espinoza, del Partido del Trabajo (PT) no ha sabido establecer puntos de diálogo con la población que, harta de situaciones de inseguridad –atribuidas a la presencia de grupos de delincuencia organizada– ha decidido organizarse. Frente a la radio La Chilenita, los funcionarios petistas no sólo desaprueban su existencia sino que además han atacado al proyecto de comunicación y mantienen un hostigamiento constante.
La actitud del gobierno local recuerda, con mucho, a otros gobiernos; sin importar el partido al que pertenecen, comparten la sordera frente a las demandas de la población y se caracterizan por el alto nivel de represión y violación a los derechos humanos, en este caso, el de libre expresión. Afortunadamente, la población de San Gabriel Chilac, tal y como nos cuenta Rocky, «siempre protege a la radio y me protegen a mi, porque les gusta lo que digo y lo que les cuento, de hecho, escuchan La Chilenita por encima de las otras radios comerciales».
La comunidad vuelta radio
Recientemente, las radios comunitarias vuelven a ser atacadas y desmanteladas, nuevamente sus locutores o técnicos son acusados de violar la ley y en no pocos casos son consignados penalmente para pugnar condenas recluidos como si de asesinos o narcotraficantes se tratase. Por lo que tal vez sería necesario escribir algunas líneas sobre las razones que llevan a considerar una radio como un elemento comunitario fundamental.
Dentro de las poblaciones campesinas, indígenas o no, las radios se han convertido en un punto de encuentro, un lugar que recrea el espíritu comunitario en sus diferentes dimensiones. No sólo se trata de hablar frente a un micrófono o poner música, quienes son locutoras o locutores de estas radios se convierten también en transmisores de mensajes compartidos con la población, en traductores de los sentires comunitarios, son un vehículo de aprehensión de la realidad y al mismo tiempo para la comunidad se trata de «alguien que puede alzar la voz si es necesario», como dice un campesino de Morelos al referirse a la radio de su comunidad.
Rocky deja muy claro cómo trabaja él, nuestro ejercicio en el taller donde nos conocimos consiste en entrevistar a alguien del lugar, nuestro tema es la recuperación de las tradiciones y costumbres que el capitalismo ha ido desvaneciendo a lo largo de muchos años; me dice «te invito un refresco y ahí vemos a quien entrevistamos, pero no nos quedemos en el centro, mejor vamos a las orillas del pueblo, ahí siempre viven quienes tienen más conocimientos de la historia de la comunidad. En el centro están los que comen Maruchan y ya no saben de las costumbres».
Sentados a la sombra, vemos pasar a muchas personas, cada una de ellas nos saluda y quien lleva sombrero se descubre la cabeza para indicar respeto. Nadie nos conoce en la comunidad, simplemente es un gesto de cordialidad que se mantiene. Rocky me cuenta que ha aprendido mucho en estos meses de hacer radio, que para él era impensable y que ha descubierto que a mucha gente le gusta que hable de la historia de la comida, de la siembra y la cosecha, de quiénes fundaron el pueblo, de las fiestas patronales, de pronto me dice: «¿cómo ves si entramos a esa casa de enfrente? Se ve que ahí vamos a encontrar lo que buscamos, mira la barda, no tiene cemento, son sólo plantas y ramas».
Este locutor tiene una sensibilidad para escoger a sus entrevistados, es decir, conoce los códigos para ver más allá de lo obvio, para leer entre líneas con la mirada, sabe cómo se manejan las personas y al entrar a la casa su intuición se confirma: bajo el universo de cientos de árboles y hamacas colgantes, al lado izquierdo está una mujer echando tortillas en un comal y del lado derecho, una voz llama a otra mujer:
-¡Abuela, venga que aquí la buscan estos señores! No se preocupen ella habla náhuatl a lo mejor eso les puede servir.
-Gracias, está muy bien, ¿podemos pasar para sentarnos?, responde Rocky.
-Pase usted, ahí hay unas sillitas, ahora viene mi abuela para que les cuente de lo que habla y platiquen con ella.
Mientras tanto muchas niñas y niños juegan a nuestro alrededor.
Para muchas radios comunitarias el idioma o lengua materna es el vínculo principal para comunicarse con la gente de una manera distinta, y más familiar que cuando una radio comercial lanza comerciales y emite noticias de un país que no es lo que viven día a día mujeres y hombres en el campo mexicano. En el caso de La Chilenita, el náhuatl es el principal vínculo para comunicarse con los pobladores, y ha sido –tal vez sin medir el alcance– una de las razones por las que la gente defiende la radio y a quien le imprime voz, se sienten identificados como no había sucedido antes.
Resulta fundamental señalar que la defensa de esta radio y de las muchas formas radiales comunitarias que existen y que existirán es un acto que pugna, no por la magra democratización de los medios, sino por la construcción de nuevas maneras de comunicación, formas y lenguajes que nos den identidad y sean nuestras voces potencializadas.
Si algo queda claro al conocer el trabajo de Rocky es que su sencillez le permite seleccionar su lenguaje, responder a los códigos, abonar a la identidad colectiva de su comunidad y regresar al pasado para entender el presente. Es decir, es parte de una maquinaria de combate político que no se va a detener, porque su seguridad recae en el pueblo y no solamente en un transmisor o algunos aparatos electrónicos. Y eso, el gobierno y sus instituciones no lo entienden y no lo quieren entender.