Día a día, la lucha por una vida digna en la periferia paulista. Parte 2

Fotografías de Heriberto Paredes y Omar Vargas

Un número mediano de bomberos llega el domingo por la tarde acompañado de tres motocicletas, cruzan desde la entrada hasta la calle de la Unión, donde la gente está conversando, riendo, pasando la tarde soleada con los problemas y asuntos propios de la convivencia interna en una ocupación que poco a poco va definiéndose. Hay que decir que estos bomberos son parte de la Policía Militar (PM).

El cambio es evidente, las personas se concentran en el punto en donde los bomberos descienden de los vehículos. Hay tensión, preguntas. ¿Qué hacen aquí? ¿Por qué vienen los bomberos si no hay fuego? Aparentemente recibieron una llamada que denunciaba un incendio en dónde está el campo de fútbol y además tenían que hacer un estudio de suelo, justo ahora. En la escena hay varios militantes de la Red y de otras organizaciones que se han acercado recientemente. Se acercan a los «bomberos» mientras éstos bajan de sus vehículos, se trata de hombres blancos de gran estatura y mirada vacía, van armados, no llevan ninguna vestimenta adecuada en caso de que un incendio aconteciese.

Entre los comentarios que no dejan de escucharse, lo evidente sale a flote en boca de una joven, «esto es una provocación y una visita de reconocimiento, estos tipos están para vigilarnos y causar miedo entre la gente, sobre todo entre aquellos que mantienen fresco el recuerdo de desalojos pasados».

No ha pasado ni una semana desde que una amenaza de desalojo llegó a Jardim da União, este 29 de mayo. Con la misma sorpresa, las autoridades correspondientes recibieron la respuesta organizada de los habitantes de esta ocupación y de la Red. Lo que sucedió sorprendió a los propios moradores, por su agilidad y efectividad, pero sobre todo porque comenzó a resaltar líneas fundamentales del camino que toca ahora seguir en lo que respecta al carácter de la organización política.

Las estrategias jurídicas son muy complejas y su lenguaje siempre se presta a confusiones que perjudican a los que están en un papel inferior al aparato estatal. En el caso de Jardim da União, la gente que compone esta ocupación está usando un terreno ocioso que tiene la característica de ser propiedad pública, lo que implica que una institución de gobierno puede reclamar su reintegración para los usos preferentes que tenga decididos. La Compañía de Desarrollo Habitacional y Urbano (CDHU) tiene la propiedad del terreno en donde está la ocupación. Ésta ha dado preferencia a las constructoras y empresas respectivas para desarrollar ahí los programas de vivienda que el estado de São Paulo destina a familias que son parte de una lista que tiene mucho tiempo de conformarse. A fin de cuentas son terrenos que se usan para —en su momento y a disposición de los funcionarios y gobernantes— cumplir promesas de campaña o alguna otra necesidad que tenga que ver con la vivienda, como la especulación inmobiliaria.

El riesgo de desalojo ocurrió cuando la CDHU presentó la orden de reintegración del terreno —y por lo tanto desalojo del mismo— en un máximo de cinco días. Este recurso jurídico existía desde principios de 2014 pero se mantenía parado gracias a un punto de acuerdo al que llegó la Red y las familias de Jardim da União.

Los militantes y habitantes decidieron hacer un acto público el 2 de junio y ocupar las oficinas de la CDHU hasta que la misma suspendiera dicha orden de reintegración de la propiedad, por lo menos durante 6 meses más. Al mismo tiempo que asumía —con un documento escrito de por medio— el pago de 20,000 reales por unidad habitacional a través de otro programa estatal llamado Casa Paulista que, junto con el programa federal Minha Casa Minha Vida, harían posible otorgar una casa a cada familia. Sin embargo hay que resaltar que esto será en otro terreno, ya que el que ahora da vida a Jardim da União no está en discusión y será usado para otros proyectos. La CDHU también asumió el compromiso de realizar los estudios necesarios en esos otros terrenos para llevar a cabo lo acordado.

La movilización de las familias comenzó en la avenida Paulista, siguió hasta el centro de la ciudad y ahí mismo ocupó las instalaciones del programa de gobierno. A pesar de que la idea era ocupar estas oficinas las personas no tuvieron que pasar ni una noche para que los funcionarios tomaran en cuenta la situación y alrededor de las 20 horas se consiguió el acuerdo referido.

Con este escenario, la ocupación transita el mes de junio acompañada de muchas tareas que pretenden desembocar en el fortalecimiento de la organización entre las familias para hacer de esta un espacio de lucha sostenida, de construcción de alternativas frente al panorama político partidista y clientelar que han dejado doce años de gobiernos del Partido dos Trabalhadores (PT). Se trata de la apuesta por un proyecto en donde la vivienda esté acompañada de otros ámbitos, como la educación, la salud, el trabajo y la comunicación.

A pesar de lo complicado que resulta la movilización y la propia situación de alerta frente a un desalojo, las personas que habitan Jardim da União poco a poco desarrollan estos espacios que habitualmente les han sido negados o a los que, a partir de sus condiciones de pobreza, no han tenido acceso. El colectivo de educación —y ya es un referente tener un colectivo y no una comisión— desarrolla tareas educativas como la alfabetización y ciertos espacios de refuerzo pedagógico. No ha sido fácil. Entre los militantes de la Red y las personas de la ocupación que están asistiendo a las sesiones educativas de cada semana, algo más definido aún está lejos.

Conversando con quienes desarrollan esta parte de la lucha dentro de la ocupación, lo que es fácil percibir es que este momento de amenaza y protesta sirvió para reafirmar los lazos colectivos que parecían debilitarse por algunos momentos, además de generar un aumento en la conciencia política, ya que «si no permanecemos unidos nos van a quitar lo que hemos logrado y si entramos en el juego de los partidos vamos a terminar como muchas otras luchas, vendidas» afirma sonriente doña Linda.

Varias reuniones se planifican, muchos pendientes engrosan las agendas, pero luego de esta pequeña victoria hay resultados que dan mayor forma a la nueva experiencia de lucha. Se colocan nombres a las calles que dibujan la ocupación, hay disposición para discutir y resolver problemas de la vida cotidiana, cosa nada menor si tomamos en cuenta que esta colectividad está intentando construir nuevos mecanismos para todo y la resolución de conflictos entre vecinos, en muchos casos, puede volverse motivo de violencia.

En ese mismo sentido de cambio es que el proyecto de la radio se plantea, junto con la participación de integrantes de otras radios comunitarias y libres que trabajan en esta región sur de São Paulo, pero también con la participación de moradores de la ocupación. Radio Jardim da União comienza en una de las construcciones de madera con algunos voluntarios y pronto consigue su antena y su transmisor. En pocos días también aparece una computadora en donde comenzar a integrar el archivo musical y los programas que están por nacer. Mientras tanto, el 101.7 de FM es la frecuencia en donde se mandan mensajes, se programan canciones y se habla de la situación de lucha en la que se encuentran las varios cientos de familias que habitan estos terrenos reclamados por la CDHU. La programación con debates y entrevistas, reportajes y noticias está planificándose, por el momento la radio está abierta los fines de semana y en ocasiones especiales. Tiene un buen alcance, más o menos unos 30 kms de radio. Tanto las discusiones de educación como el proyecto de radio, se suman a la cooperativa de costura y a las clases de capoeira para que cada día, esta ocupación se parezca más a un proyecto social y político de largo aliento.

La realidad cotidiana es muy exigente. Lo que hemos mencionado en la primera parte de este trabajo es la contraposición de dos polos. Por un lado las experiencias de vida de cada habitante y militante, y por otro los horizontes a los que se quiere llegar. Tarea de esta segunda parte es mostrar que el camino además de estar plagado de contradicciones en lo personal, en lo colectivo, en lo político y en lo social, está compuesto de posibilidades que implican fuertes rupturas con tradiciones y costumbres. Es tan sólo una visión que nace de las propios actos de Jardim y de los testimonios de las personas que amablemente me han dado su confianza en varias semanas de convivencia.

La primera ruptura, a consideración de este acercamiento, es la que tiene que darse entre la usual costumbre de esperar a que las transformaciones lleguen desde afuera, por no decir desde arriba y que sean consolidadas por un grupo experto que pueda dirigir el rumbo en la batalla legal (los enredos jurídicos en el terreno de la vivienda son muchos y si no se tiene conocimiento de los detalles es poco probable que algo se pueda hacer al respecto), que pueda dar luz sobre las decisiones políticas y, finalmente, indicar el camino a seguir al interior. América Latina entera está llena de esta mala costumbre de esperar a que las cosas sucedan, a que cambien sin nuestra participación, sin embargo no por haberse constituido casi como institución, esta mala costumbre deja de ser un cáncer.

Muchos partidos políticos u organizaciones con estructuras afines actúan en este mismo sentido, tratan de dirigir procesos, de controlar acciones, desafortunadamente lo logran en la mayoría de los casos. En el caso brasileño, el PT suele beneficiarse de esta estrategia de desmovilización, de control vertical y de cooptación en muchos de los casos. No es sencillo escapar de esas prácticas, mucho menos si toda la fuerza de sus aparatos está puesta en esta dirección. Para dar ejemplo de ello —por lo menos en lo más reciente— se puede mencionar el caso del Movimento dos Trabalhadores Sem-Teto (MTST), quien en su más reciente ocupación se plegaron a la línea estatal y negociaron hasta conseguir una dotación de casas de interés social (aún por construir) a cambio de algunas prebendas que incluyen la desmovilización contra la Copa Mundial de Fútbol, convirtiendo a los militantes en nuevos socios de las empresas y constructoras de las nuevas casas que recibirán —no de forma gratuita sino a crédito— a través del programa federal Minha Casa Minha Vida, amén del fortalecimiento de la especulación financiera.

Y la cuestión no es acusar a esos militantes dedicho movimiento. Muy por el contrario se trata de proponer el análisis puntual de esta situación para entender las formas en las que se reproduce este modelo jerárquico que depende de una cúpula dirigente que impone «beneficios» sin que sepamos realmente si estis llegan a las familias que están arriesgando la vida en las ocupaciones. Esta tradición es una de las primeras que se tiene que romper, que desarticular en aras de la construcción de un movimiento nacido en el seno de las ocupaciones, o bien, si cuenta con la participación de organizaciones sociales afines, con la toma de decisiones más incluyente y consciente.

La segunda de las malas costumbres institucionalizadas es, considero, la falta de espacios para la formación política que fortalezca la autonomía de los moradores y militantes. En muchas experiencias de lucha, no sólo vinculadas a la lucha por la vivienda o por servicios básicos, se da prioridad a la toma de decisiones en base a la coyuntura, a partir de lo urgente y se deja en un segundo plano lo fundamental: que las personas que son parte del tejido de lucha sepan porque se actúa de cierta forma, porque se toman determinadas decisiones y sobre todo qué camino seguirá la propia lucha. Si las experiencias de vida de cada persona no cuentan con el acercamiento a una formación política, una de las tareas fundamentales (diferenciadas de las urgentes) debe ser la construcción de espacios que permitan la discusión de ideas, el que las personas puedan compartir conocimientos y construir nuevos, espacios en donde la mirada crítica empiece a ser parte de la cotidianidad, sin que estos mismos espacios se vuelvan un mecanismo de diferenciación entre los propios habitantes de una ocupación. Más allá de eso se trata de la necesidad de construir una maquinaria de combate político en cada militante o morador para fortalecer la autonomía, reducir la dependencia y ampliar el espectro de acción. Sencillo no es, tal vez sea esta una de las más complejas y dilatadas acciones dentro de la lucha diaria.

Tan sólo con señalar estas dos malas instituciones, enraizadas en las más simples de las prácticas políticas, considero que es posible empezar a construir un aparato de análisis que fortalezca las miradas sobre procesos en construcción, el caso de Jardim da União es uno de ellos, aunque no el único afortunadamente. En las zonas urbanas brasileñas —por mencionar sólo un horizonte— muchas de las dinámicas que se mantienen en constante cambio son las luchas por vivienda, por educación, por trabajo, por libre tránsito, por el ejercicio de derechos políticos fuera del aparato estatal.

En tanto no se haga un profundo análisis del origen de los militantes (cuáles han sido sus experiencias políticas previas, si las hay, cuáles son las principales preocupaciones y análisis que hace cada uno respecto del futuro de su lucha, cómo la imaginan), moradores o no de las ocupaciones —aunque eso ya marca una diferencia—, será difícil construir una base común que defina principios y que permita identificar con precisión hasta que punto las «malas costumbres» del asistencialismo paternalista están presentes. Sin este núcleo consolidado, tal vez la cooptación esté mucho más cerca de lo que se cree.

En el caso de la ocupación de Grajaú, muchas contradicciones salen a flote, unas están centradas en el terreno de la lucha legal y los escenarios de negociación para sobrevivir como proyecto, otras existen y son parte de la experiencia de vida que cada persona —morador y/o militante— tiene consigo. Sólo que es preciso aclarar que estos cuestionamientos están ya sobre la mesa de trabajo de Jardim da União, con lo bueno y con lo malo, se está construyendo poco a poco, lo cual es ya un avance en medio de este complejo panorama, un logro frente a la tradición que no concibe un movimiento social que no pase por los filtros de partidos políticos o los buenos ojos del Estado.

Desde el punto de vista del que parto, la experiencia de ocupación ha transitado por un camino diferente al de muchas otras ocupaciones, tal vez lento y doloroso en varios episodios, pero con una fuerza que no siempre se mira desde el interior y que en el distanciamiento puede apreciarse con mayor precisión. Inspira ver como, a pesar de las dificultades y de las realidades tan complejas que se viven en la pobreza, una ocupación se plantea la lucha para transformar su realidad y construir otra. Es preciso reconocer cómo las necesidades internas se van convirtiendo en comisiones y espacios concretos, en posibilidades en medio de un mar de impotencias.

La pregunta sigue en el aire, ¿cómo construir una nueva organización social que rompa con las experiencias de vida que han sido enajenadas por la vivencia capitalista? Tal vez sea preciso un rompimiento que no oculte la carga de aprendizajes que cada persona trae consigo y las potencialice, en tanto que se fortalezca el colectivo en la autogestión y la autonomía. Tal vez ese rompimiento será más fuerte y duro de lo que se espera pero en esa medida puede dar como resultado formas de vida más dignas, libres y justas.