Día a día, la lucha por una vida digna en la periferia paulista. Parte 1

Cada vez que miro las fotografías de la primera visita a Jardim da União, pienso en la creación del mundo. No porque la dureza del entorno y la lejanía con el roído concepto de desarrollo sean nuevos, o desconocidos, lo que sucede es que la luz del atardecer cae estrepitosamente y parte el cielo en dos grandes naves, nos deja a su merced entre calles de tierra y barracas de madera. Si la dignidad pudiera congelarse en imágenes, una de ellas sería el retrato de este valle poblado hace a penas siete meses con alrededor de 2000 familias, sería este momento congelado entre violetas claros, grises y la verde tierra que sostiene a la gente que lucha y se organiza.

El viaje fue largo, más de lo esperado: una línea completa de metro, otra más de tren suburbano, dos líneas de autobuses y un pequeño tramo en auto. Viajamos al sur extremo de São Paulo, ciudad que está en la víspera de ser una de las grandes cedes de la Copa Mundial de Fútbol. Es un día nublado, conforme nos acercábamos a la zona de Grajaú, el clima cambiaba, el infierno al que pretenden destinarnos los que controlan el capital y la política profesional resultó ser frío. Guto nos espera en su auto, un clásico de los años setenta, sin dudarlo intercambiamos saludos y subimos de inmediato al vehículo, ahí él comienza con una explicación que no terminará sino hasta casi tres horas después; con intervalos de descanso o de otras ocupaciones, nuestro nuevo referente cuenta las novedades que son también temas de plática en la ocupación –poco a poco vamos atravesando algunas colinas y de pronto ninguna construcción obstruye la vista–, «la fiesta de este fin de semana será muy buena, es el aniversario de los primeros siete meses de la ocupación, luego en junio habrá un foro en los primeros días y ojalá pudieran venir, la gente está muy emocionada y contenta».

A primera vista, en una instancia inicial, lo natural es que ante lo desconocido busquemos algún referente conocido para asirnos y para tener un punto de comparación que nos dimensione la realidad. De esta manera vienen a la mente las ocupaciones que el Frente Popular Francisco Villa Independiente en la zona suroriental del la Ciudad de México. Poco a poco esa manía de asirse y no arriesgarse irá desvaneciéndose para dar lugar a la naturalidad de lo que los ojos miran y las manos palpan: miles de familias han decidido construir su vivienda aquí, en este territorio ubicado entre dos presas y que es amenazado por una nueva estación de trenes. La especulación acecha como una bestia sin fondo.

Calles con casas de una planta pintadas de colores suaves, amarillos y verdes, el color natural de la madera, la reproducción de lo que se ha negado con tanta violencia, algunas esquinas coloridas y adornadas con plantas, una tienda y sus bancos que la hacen tan brasileña. Las personas van tomando rostro y saludan con mucha curiosidad, ¿quiénes serán estos? Pero se nota que hay gusto en la visita así que nos llevan al local que ocupa la cooperativa de costura, al entrar, las mujeres que confeccionan camisetas y bolsas detienen su trabajo pero levanta suavemente su mirada para iniciar la plática acerca de su labor y lo que han logrado.

Hasta ahora, lo que fue un taller de costura en los primeros días, se convirtió en una cooperativa en la que participan 8 personas. Tienen diferentes productos para la venta pero entre los más socorridos están unas camisetas con grabados en serigrafía: A periferia luta se dibuja con un puño en medio de muchas casas; hay además manteles, tapetes, diferentes tipos de bolsas y de cosas hechas de tela. Olga, quien se muestra muy entusiasmada, nos cuenta que casi nadie sabía hacer estas cosas pero que con la práctica eso fue cambiando y quienes quisieron participar también se formaron. Para vender cada una de las fabricaciones de esta alegre cooperativa no se tiene un catálogo, tampoco se distribuyen en otras tiendas, el mecanismo es promocionarlas en Facebook y listo, la gente busca lo que le gusta, manda un mensaje privado y se ponen de acuerdo para encontrarse y realizar la operación. Sí, aquí, hasta este rincón sureño de São Paulo, el internet ya no es sólo la pertenencia de quien detenta poder y sirve para fortalecer los proyectos autogestivos de la ocupación.

También es la cooperativa de costura la que provee de banderas al movimiento, grandes y rojas que ondean en las manifestaciones y protestas.

Mariano nos captura al salir de la cooperativa, su alegría resalta en medio de aquella escena, porque aunque suene esperanzadora, la lucha por la vivienda no es una cosa sencilla, es dura y agotadora, no todo mundo la resiste y al final termina reduciéndose el grupo inicial más pequeño. Vivir en este valle, con los cambios bruscos de temperatura, protegidos apenas con tablones de madera, amenazados por un desalojo latente, no es fácil. Habrá que escuchar las palabras de Guto y los otros militantes de la Red, sin embargo, basta ver el cansancio en los ojos para saber que los efectos de la resistencia están agudizándose en lo físico. Y sin embargo, Mariano no deja de cantar y de brincotear entre las barracas que nos guían al barraco educativo, ahí tendremos una reunión para conocer más del proyecto, compartir con más habitantes y conocer las diferentes expectativas de este movimiento de David contra Goliat.

Mariano es un señor que tiene, más o menos, 50 años, es conocido por todos y no duda en invitarnos a un pequeño partido de fútbol antes de comenzar el trabajo político, posa para que le tomemos fotos; una amiga suya, una pequeña de 9 años, toma el aparato y comienza ella misma a retratar el momento, las volteretas y redobles que dan otros niños –unos bolivianos que están adaptándose a esta situación– en medio del Mundial instantáneo que se forma en esta ladera del valle. Hace frío y sin embargo las personas usan chancletas y shorts, una chamarra ligera y mucha dignidad.

Mariano y su fortaleza

Mariano y su fortaleza

Existen diversos movimientos sociales que luchan por la vivienda en distintas zonas de esta ciudad, entre estos, el más conocido es el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MT-ST). Sea por que su origen se puede localizar como parte de la estrategia del MST para conectar la ciudad con el campo o porque recientemente sus estrategias de lucha han sido cuestionadas, es un referente polémico. Por ejemplo, una diferencia en las ocupaciones –de las tantas que se dan por aquí– que realiza el MT-ST y la Red de Comunidades do Extremo Sul de São Paulo es que los primeros toman temporalmente un predio, instalan un campamento y cubren todo con plásticos negros (las famosas lonas pretas) para hacer presión al gobierno de la ciudad o al federal y conseguir otros predios y otros espacios; por otro lado, Jardim da União, por ejemplo, como parte de las tomas de la Red, ocupó este espacio no para negociar otro sino para quedarse aquí y resolver la necesidad de vivienda con un proyecto integral.

Esta diferencia resalta más cuando las negociaciones que tiene el MT-ST van más allá de ciertos límites y permiten la permanencia de vínculos cada vez más fuertes, lazos que en la lucha tienen el efecto concreto de desmovilizar al propio movimiento social. Por lo que alcanzamos a escuchar en esta visita y por la insistencia de varias de las personas presentes, la relación que se tiene con las autoridades, sea en la movilización en las calles o en otros espacios, es sólo de logística. Nada político se está negociando. Y sin embargo, nada de esto es tan esquemático, siempre hay altibajos en las decisiones tomadas, en la claridad de las personas, pero en términos generales, hay una intencionalidad de autonomía y no queda mucho espacio para esa artimaña de la negociación.

São Paulo es una ciudad que cuenta con 20,893,053 habitantes (datos del censo de 2010) y es la principal ciudad de la región metropolitana de este estado brasileño que lleva el mismo nombre, en su interior confluyen tantas realidades como sea posible imaginar, sin embargo, pese a su diversidad, el origen de la desigualdad no es otro que la concentración de pocos y la carencia de muchos. La lucha de clases es perceptible de inmediato: el nivel de vida de esta ciudad es muy alto, el salario mínimo decretado en 2014 es de 724 reales y eso no es suficiente para pagar los costos de vivienda, salud, educación y alimentación. Pese a los diversos programas de gobierno que discursivamente afirman el fin de la pobreza y el hambre, lo cierto es que la distancia entre clases sociales no disminuye y la consolidación de una clase media adinerada es una realidad.

Esta experiencia de lucha cuenta con una gran presencia de niñas y niños, así que son ellos los que van dando alegría y ánimo a muchas de las batallas por la vivienda digna.

Los pobres siguen siendo pobres a pesar de las “ayudas” que el gobierno otorga se mantengan: el programa Hambre Cero, por ejemplo, ha sido reproducido en otros países de América Latina pese a que no disminuye la desigualdad sino aumenta la dependencia y genera la cooptación política para fines electorales.

Caminando por las calles de esta enorme ciudad una de las cosas que resaltan es la proliferación de edificios de enormes dimensiones que anuncian departamentos en renta o en venta. Cientos de nuevos edificios están construyéndose fortaleciendo la especulación inmobiliaria, más ahora que la Copa Mundial de Fútbol está por comenzar en menos de diez días. Sin embargo cada vez aumentan más las ocupaciones y la realidad de las periferias se agudiza, los servicios encarecen o simplemente son inaccesibles. Para muchos de los habitantes de la zona sur de São Paulo la vida dista mucho de la gran comodidad que se vive en barrios como Vila Madalena, no pasa por la comodidad del metro privado o la cercanía de sus centros de trabajo y sus lugares de vivienda. Simplemente no hay lugar en donde vivan y por eso la necesidad de ocupar terrenos ociosos, abandonados o que fortalecen la concentración de tierras en pocas manos. Por eso la periferia lucha día a día, aunque también lo hace para construir un proyecto integral que concibe la vida con un acceso justo y digno a los servicios básicos que ahora se reparten a cuentagotas, nuevamente: salud, educación, trabajo, alimentación.

Guto nos cuenta que muchas de las personas que están ocupando el predio de Jardim da União no tienen acceso a servicios médicos, o si lo tienen,  están forzados a esperar muchas horas para ser atendidos. Al inicio de una reunión entre habitantes de este predio, una señora con mucho ánimo y fuerza en sus palabras nos comenta que “la mayoría de las veces los doctores no quieren revisarlas bien, les hacen una consulta muy superficial y sienten que los médicos tienen asco porque son negras”. Además de la exclusión natural del capitalismo, el racismo es perceptible en un país como este, el segundo con mayor población negra en el mundo, sólo Nigeria supera esa proporción.

Además de la falta de vivienda se suma la preciaría situación en comunidades como Parque Cocaia I, Jardim Toca, Jardim Lucélia, V. Nascente, Recanto Cocaia, Jardim Tangará y Jardim Prainha, entre outras: grandes encharcamientos y deslaves en temporada de lluvias, situaciones de verdadero riesgo en que las personas no pueden salir  de sus casas ante un deslave inminente; la presencia de enfermedades como sarna y leptopirosis aumenta el riesgo de vida en estas zonas. No hay agua potable, ni calles pavimentadas, mucho menos servicios básicos de salud. El enojo aumenta cuando el mundo entero conoce las cifras millonarias que se han invertido en las obras específicas para la Copa del Mundo y para los Juegos Olímpicos de 2016. Por ejemplo, el gobierno federal, invirtió, sólo en São Paulo, un total de 1,881 millones de reales (3,762 millones de dólares aproximadamente) en mejorar la calidad del transporte y la movilidad para que durante el evento deportivo no hubiese contratiempos en las zonas privilegiadas (Um caldeirão prestes a explodir, Revista Caros Amigos, no. 206, mayo 2014).

Gracias a que la violencia se expresa también en cifras de inversión y en indicadores económicos (como gustan muchos organismos internacionales), la respuesta suele ser violenta y frontal. La cantidad de familias desalojadas también es un indicador de las preferencias gubernamentales que los funcionarios petistas aplican sin restricción, para muestra, un botón: sólo en 2013, 409 familias fueron desalojadas de su lugares de vivienda y alrededor de 4,028 fueron amenazadas con ser removidas (ídem, Revista Caros Amigos, no. 206, mayo 2014). No hay inversión en hospitales, escuelas, alimentación libre de agrotóxicos, no hay una respuesta política a la demanda de vivienda y de trabajo, el compás se va cerrando poco a poco y la consolidada burguesía brasileña voltea hacia otro lado para dejar a los pobres entre la miseria y la violencia.

A partir del 1 de enero de 2009, la ciudad paulista comenzó a ser gobernada por el Partido del Trabajo (PT) a través de Fernando Haddad, un político y académico brasileño que antes de ser prefecto de la gran urbe encabezó el Ministerio de Educación en el gobierno de Dilma Rousseff. Al mismo tiempo que este gobierno de “izquierda” comenzó, la especulación financiera sobre amplios terrenos en el extremos sur de São Paulo se acrecentó; por ejemplo, en el territorio de Jardim da União, de pronto apareció un dueño y la necesidad de utilizar este espacio para la construcción de una nueva estación de trenes, sin contar que con ello la oferta de lotes para construcción de casas se ha incrementado.

Durante los siete meses que tiene de existencia esta ocupación, la única respuesta han sido las amenazas de desalojo.

La Red de Comunidades do Extremo Sul de São Paulo tiene poco más de cuatro años de existencia y es hasta cierto punto un movimiento nuevo y, según sus propias palabras, tiene como objetivo «la organización autónoma del pueblo de la periferia, sin depender de políticos, ni de patrones, ni de la migaja de quien sea». Guto y otros militantes con los que conversé convergen en la necesidad de cambiar el rumbo de la lucha política y empezar a alejarse de los pactos con el PT, de la desmovilización ocasionada por relacionarse demasiado con el gobierno. Por el contrario, parte de la reflexión histórica que han hecho, resaltan que las conquistas y libertades son fruto de los propios esfuerzos populares y no de una estructura partidaria.

A pesar de la claridad política que muestran, la realidad no siempre es tan sencilla, muchas veces –y de ellos fuimos testigos en una amplia reunión política a la que pudimos asistir- las contradicciones existentes entre los hábitos políticos y el horizonte al que se quiere llegar son demasiadas; la cultura política, es decir las experiencias vividas y acumuladas en muchos años de asistencialismo y cooptación partidaria han dejado una amplia huella de dependencia y apatía (una interesante discusión sobre experiencias y horizontes para la construcción de la historia se puede consultar en O novo tempo do mundo del profesor brasileño Paulo Arantes, Boitempo Editorial, 2014). Por otro lado, la realidad de la lucha por un proyecto integral de vida lleva a las personas habitantes de predios ocupados a reflexionar sobre la necesidad de la autogestión y la autonomía, les lleva a plantear un horizonte diferente al que otras organizaciones han planteado como camino de lucha. La relación entre experiencias y horizonte, las formas de abordar y construir dentro de estos parámetros, resulta una forma de tener un mapa histórico que genera conciencia.

En aquella visita inicial, a mitad de la reunión que se desarrollaba en el barraco de educación (donde se llevan a cabo las sesiones de alfabetización y los cursos de español), muchas voces se alzaron al mismo tiempo, pese a ello era posible distinguir a quienes han comenzado a empoderarse y resaltan más, son hombres y mujeres que van desplegando esa contradicción histórica que existen entre la enajenación de la práctica y el deseo de una vida libre, cargan la noche de un dinamismo que no oculta lo que hay sino que lo muestra para ser abordado colectivamente. O al menos eso es lo que la Red pretende cada día.

Recuerdo a Caio explicándonos, durante todo el trayecto de ida, los antecedentes históricos de las ocupaciones, los distintos movimientos, la diferencia entre ocupar un edificio en el centro de São Paulo y la de ocupar terrenos en las orillas de la misma ciudad, con gran seriedad en su rostro nos habló que lo que implica negociar políticamente con el gobierno, de las estrategias desmovilizadoras que utiliza el Estado para neutralizar a los movimientos sociales a través de un proceso de “inclusión”. Él nos contó también los pormenores de la Red y explicó que algunos militantes de están desgastados luego de pasar mucho tiempo en las ocupaciones y en las batallas que representa el propio movimiento, esto lo confirmaron Guto y Liz, en distintas pláticas que tuvimos, mismas que sirvieron para delinear una de las cuestiones centrales del trabajo político más allá de la seguridad de las familias entre amenaza y amenaza: la construcción de una colectividad que rompa con la práctica política partidista y construya otra, cercana sobre todo a la experiencia histórica de construcción de alternativas apropiadas.

Con mucha fortuna, los propios habitantes hablan de su experiencia y a través de diversos videos que son relatos de la trinchera, los propios protagonistas de la lucha muestran lo que significa una ocupación, lo que representa la posibilidad de empatar experiencias y expectativas bajo la lógica de la vida digna. Es a través de un trabajo conjunto con la Red que estos videos muestran eventos, entrevistas, testimonios, trabajo concreto, expectativas y experiencias que las personas comparten, sin esto no sería posible conocer de viva voz la historia dibujada en una línea de contradicciones pero también de honestidades.

Por el momento dejaremos aquí la historia de Jardim da União y pondremos tres puntos suspensivos para que venga una segunda parte.