Año nuevo p’urhépecha: Kurhikuaeri

Desde hace 33 años, los pueblos de las cuatro subregiones –Sierra, Cañada, Lacustre y Ciénega– de la región p’urhépecha, en el estado de Michoacán, celebran en medio de música, bailes y distintos rituales, la llegada de un año nuevo: la renovación del fuego. La fecha coincide con el cambio de ciclo agrícola y con el momento en que la constelación de Orión se encuentra a la mitad de su recorrido: el 1 de febrero. Las calles se impregnan del olor a churipo, mole, carnitas, corundas y aguacatas –las dos últimas, bolas hervidas de masa del tamaño de un puño pequeño que acompañan como la tortilla a múltiples platillos— que mediante el trueque se intercambian en diferentes puntos del pueblo sede. En esta ocasión el pueblo de Tarejero fue el anfitrión.

La fiesta está llena de elementos culturales tradicionales de los p’urhépecha –Kurhikuaeri, los hijxs del sol– que, a través de la memoria colectiva, simbolizan la unidad y el fortalecimiento del pueblo p’urhépecha en el México contemporáneo. A pesar de que el Instituto Nacional de Antropología e Historia no reconoce que haya evidencia de la existencia de la fiesta, se sabe por tradición oral, que el antecedente principal es el antiguo ritual al fuego, en honor a la principal deidad del pueblo prehispánico: Kurhikuaeri, el Sol.

Como una forma en la que los pueblos de la meseta se organizan y se consolidan, esta fiesta inicia con la espera de la salida del sol, en el punto más alto del pueblo. La cita es a las 5 de la mañana, donde el pueblo reunido, realiza un saludo a los cuatro puntos (norte, sur, este y oeste) y al agua, la tierra, el viento y el fuego. La música resuena y marca el comienzo de la celebración con los primeros rayos de sol, mismos que son recibidos como símbolo de la renovación e inicio de un nuevo año.

Durante todo el día se ofrece comida en los cuatro puntos estratégicos que son seleccionados. Bailables de todas las regiones se presentan en el centro del pueblo para deleite de todos los presentes.

Antes del atardecer, se recorren las calles en medio de una fiesta de carnaval; las mujeres se pasean mostrando sus enaguas —faldas de la región en las que se envuelven y que se sostienen con una faja— regalando una variedad de artesanías mientras bailan y cantan.

Al finalizar el día, el último acto, y el principal, es el encendido del fuego nuevo. En la plaza se concentran los consejeros principales de las cuatro regiones, leen unas palabras en p’urhépecha, nuevamente agradecen a los cuatro puntos y prenden fuego a una fogata. El fuego se comparte de mano en mano, entre cada uno de los presentes, quienes caminan con un pequeño palo de ocote prendido y bailan al ritmo de la música.