Nicaragua desbordada

Situada en la frontera sur del territorio mesoamericano, y siendo parte del cinturón de fuego del pacífico, Costa Rica ha sido destino de diversos flujos migratorios a lo largo de su historia.  Basándose en una política y discurso de pacifismo y sustentabilidad ambiental, ha logrado atraer capital privado y experimentado un desarrollo económico que contrasta con el del resto de la región denominada Centroamérica.

La aparente estabilidad política y económica que se respira en el país, pareciera antagónica a los vaivenes y devenires de su vecino del norte: Nicaragua, mismo que durante el último siglo ha experimentado guerras, rebeliones y revoluciones, así como incertidumbre económica y política, lo cual ha obligado a miles de nicaragüenses a migrar para buscar opciones de vida en su vecino del sur.

Desde abril de 2018, cuando en Nicaragua estalló una revuelta popular contra las políticas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) encabezado por Daniel Ortega y Rosario Murillo, han solicitado asilo a Costa Rica cerca de 40 mil nicaragüenses que temen por su vida y la de su familia.

Marcha del exilio nicaragüense en Costa Rica el pasado 20 de enero.

Como en cualquier proceso y flujo migratorio, aquellos que dejan sus territorios para adentrarse a lugares en donde son considerados extranjeros, tienen que luchar no solamente por encontrar un trabajo y una vida digna, sino por ser respetados y reconocidos como iguales, por preservar su identidad y cultura, al tiempo que tratan de incorporase a la sociedad a la que llegan.

En este contexto, el domingo 20 de enero las calles de la capital costarricense  fueron inundadas por los colores azul y blanco en una movilización en donde cientos de personas, en su mayoría nicaragüenses, se manifestaron por la renuncia de Daniel Ortega, así como por la libertad de las y los presos políticos que permanecen en las cárceles de Nicaragua.

La manifestación convocada por diversos grupos y personas independientes que radican en Costa Rica inició en el parque metropolitano La Sabana. A pesar de la trascendencia y gravedad de las demandas, la movilización avanzó colorida y bullanguera. El carácter y personalidad de los nicas se podía sentir en la música, los cánticos, bailes y colores.  Por un instante, los manifestantes se encontraron en un espacio de recreación de su identidad desde la dificultad de estar en tierras costarricenses.

Sin embargo, también se podían sentir la rabia, el enojo, tristeza e impotencia de mirar desde afuera cómo Nicaragua continúa desgarrándose. Fue una manifestación que articuló a la comunidad nicaragüense y personas solidarias en Costa Rica y que gritaba a los cuatro vientos la falta de libertades en su país, así como la exigencia de un alto a la represión sistemática contra la población.

Para los manifestantes era importante salir a las calles y nombrar a su muertos y presos políticos, así como portar con orgullo en el pecho el rostro de aquellos a los que la policía o los paramilitares les arrebataron la vida, o de aquellas que siguen presas por buscar la libertad. En un profundo acto de memoria, esta movilización logró ponerle nombre y rostro a los caídos en esta lucha por la libertad de Nicaragua.

Se calcula que de abril de 2018 a la fecha han sido asesinadas alrededor de 500 personas y existe una número similar de presos políticos. Durante esta marcha los nicas en el exilio recuerdan a sus compañerxs para unirse en un grito de libertad que traspasa fronteras.

El silencio bajo el volcán 

Mientras tanto en Nicaragua, el recrudecimiento de la represión por parte del gobierno resulta evidente.  El número de presos políticos sigue en aumento; muchos medios de comunicación fueron allanados y silenciados durante 2018, decenas de periodistas perseguidos y encarcelados y las manifestaciones públicas fueron ilegalizadas.

Todo esto sumado al desquebrajamiento interno del FSLN que día con día pierde aliados y figuras claves. Y es que la concentración del poder en la pareja presidencial, contrasta con los ideales revolucionaros de aquél Frente Sandinista de Liberación Nacional que junto con el pueblo nicaragüense liberó una guerra contra la dictadura de la familia Somoza, logrando hacerse del poder del país en 1979 tras más de una década de lucha.

En la actualidad, la gente no puede salir a las calles y ondear la bandera azul y blanca o de cualquier otro color, pues se entiende como una afrenta al desteñido rojinegro acaparado por el ya caduco FSLN. Y es que a pesar de que pareciera que en Nicaragua todo vuelve a la normalidad, la represión selectiva continúa; las detenciones arbitrarias y la búsqueda de los que el sistema consideraba como líderes son cada vez más férreas.

En este ambiente, la sociedad nicaragüense trata de comenzar el año 2019 reconstituyéndose, intentado recuperar la economía que en buena medida dependía del turismo que se ha visto disminuido considerablemente.

En calles y carreteras la policía mantiene retenes buscando seguir con el control del flujo en los caminos, al tiempo que impone miedo en la sociedad. En las principales ciudades del país reina el silencio y el desconcierto, se respira una aparente inmovilidad pues la gente sabe que hay ojos en todos lados y que cualquier movimiento puede ser delatado por los simpatizantes del FSLN.

Así, en los últimos meses la sociedad se ha polarizado aun más. Por un lado, las voces que desde diversos análisis, posiciones e intereses buscan cambios profundos en el sistema político nicaragüense y se sienten traicionados por las cúpulas de poder político; y por otro lado, aquellos que aún confían en el FSLN y en Daniel Ortega como dirigente, muchos de ellos burócratas que forman parte de la estructura del estado, pero también otros que recuerdan la lucha del pueblo nicaragüense en las décadas de los 70 y los 80 en una guerra que desgarró al país y para quienes el FSLN sigue representando aquellos ideales por los que tanta sangre fue derramada.

Abdul Montoya, combatiente histórico y preso político del régimen orteguista.

Pareciera que la caída de Daniel Ortega y Rosario Murillo es sólo cuestión de tiempo, sin embargo, para buena parte de la población es difícil romper con los referentes simbólicos que el Frente Sandinista ha construido, y separar los logros conseguidos por la Revolución de la adjudicación del poder en una sola familia. No obstante, la ceguera del orteguismo y su afán por mantener con sus privilegios de poder, hacen cada vez más profunda la grieta que se abrió en la sociedad y más difícil encontrar los caminos de una solución mediante el diálogo y la sanación de las heridas.

El pueblo sabe que la herida que ese abrió en el sistema político del país, y dentro de cada persona es profunda y que ya no hay marcha atrás. Así, la sociedad nicaragüense permanece en un imperceptible movimiento que fluye como la lava subterránea de aquel territorio volcánico, en donde la conjunción de las placas tectónicas hizo emerger imponentes volcanes que aguardan el momento preciso para hacer erupción.


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