No se trata de héroes, sino de personas solidarias

Por Alexis Jiménez

Fotografías: Kino Luiggi

No hay héroes tras una catástrofe; por lo mismo no debe haber honores, mucho menos a las fuerzas armadas. Los sismos del 7 y 19 de septiembre del año pasado nos demostraron que la solidaridad es necesaria, y que la exaltación de unos sobre otros va en sentido contrario a lo que se logró trabajando hombro con hombro.

En la desgracia, no vale mas ni menos el trabajo del voluntariado. A algunas personas, el miedo las hace reaccionar instantáneamente; a otras les lleva tiempo asimilarlo y, por ende, movilizarse y accionar. Llevar medicamentos, palear, servir comida, verificar información, atender heridos, etc. no implica el mismo desgaste físico o mental, pero todo es parte de un engranaje que permitió salvar vidas, alimentar, dar abrigo y seguridad a quienes en esos momentos lo necesitaban.

Los primeros en llegar pasan desapercibidos, no sólo después del sismo sino cotidianamente: jóvenes en su mayoría, que optaron por usar la bicicleta como medio de transporte. Ahí estuvieron escasos minutos después del sismo, ayudando a quitar los primeros escombros, horas antes que el ejército.

Pequeños negocios, restaurantes, tiendas, ferreterías y farmacias cedieron las pocas cosas útiles que tenían para atender la emergencia: palas, agua, cubetas, cubrebocas, vendas, comida, sus manos, sus pocas o muchas fuerzas, sus esperanzas.

Trabajadores de la construcción, quienes en el día a día conocen el golpeteo del mazo contra el concreto, el apuntalamiento con vigas y el traslado del cascajo abrieron más lozas, muros, trabes de concreto y de acero que la poca o más bien inexistente maquinaria del Estado para atender casos de desastres.

En el mar de confusión, las redes sociales brindaban datos, no todos ciertos, había también mucho rumor generado por el miedo; hubo ojos y manos que se dieron a la tarea de verificar y sociabilizar la información que los medios de comunicación tradicionales no tenían tiempo siquiera de enterarse. La difusión de las necesidades de cada punto con desastres circulaba, antes en un tuit o en grupos de WhatsApp, que en cualquier boletín de gobierno.

Hubo quien, cargando con su miedo sólo alcanzó a acercarse a alguien para tenderle la mano, darle un abrazo a un desamparado, parar el llanto de quién no tenía noticias de un familiar con palabras de aliento o simplemente donar dinero.

A la par de todos están los que, por profesionalización, entrenamiento y experiencia saben qué hacer en estos casos: médicos, topos, enfermeras, rescatistas, especialistas en la tierra, en ingeniería y hasta animalitos.

El Estado mexicano busca volver una catástrofe en una tragedia al estilo griego, donde sus instituciones –principalmente las fuerzas armadas- queden como los héroes de una historia que aún no termina de escribirse. Del otro lado hay víctimas, desamparados y sin techo. Pero la solidaridad sigue, más o menos organizada, pero demostrando que no se trata de héroes, sino de personas solidarias.