El despojo navega Venecia

México y Venecia son
dos ciudades celebradas
porque sobre el mar fundadas
con notable perfección
son ciudades y son naves.

El piadoso veneciano, Félix Lope de Vega

 

La ciudad sin automóviles

Se dice que cuando los conquistadores europeos llegaron a Tenochtitlan, fueron deslumbrados por la magnitud y belleza de la capital del imperio mexica. La única referencia que tenían de otra ciudad construida sobre el agua era Venecia.

Mientras en América, en medio de la guerra de conquista se destruían y saqueaban templos, pirámides y otras expresiones del arte y la religión del mundo prehispánico, la Venecia renacentista atraía artistas de toda Europa y comenzaba un periodo de bonanza. Desde su fundación en el siglo V, los venecianos habían desarrollado un poderío marítimo que les permitió dominar buena parte del comercio mediterráneo.

La riqueza de Venecia —en manos de la Iglesia, los gobernantes y algunos comerciantes— permitió que existiera un largo periodo de mecenazgos. Escultores, pintores, músicos, arquitectos y bailarines eran atraídos a la ciudad.

Cinco siglos después, los ríos, lagos y canales han desaparecido casi por completo en la ahora mercantilizada Ciudad de México. Hay pavimento por doquier, segundos pisos son construidos para los cerca de 10 millones de vehículos que circulan en esta ciudad, una de las más pobladas y contaminadas del mundo.

Por su parte, Venecia —construida sobre un archipiélago de 118 islas unidas entre sí por 455 puentes— sigue siendo tal vez la única ciudad del mundo donde no existen los automóviles. Para desplazarse en ella es necesario hacerlo a pie o en las pequeñas embarcaciones que recorren sus canales.

El legado artístico, la belleza de una ciudad casi exclusivamente peatonal, o quizá la mística construida por la mercadotecnia en torno a ella, atraen a millones de turistas al año. Se calcula que, en temporada alta, Venecia recibe hasta 20 mil visitantes por día.

 

Turismo voraz

En la actualidad, Venecia cuenta con una población de 60 mil habitantes, lo que contrasta con los cerca de 24 millones de turistas que recibe cada año. La población veneciana se ha reducido en más del 50% en menos de un siglo; sin embargo, el turismo ha aumentado 400% en las últimas décadas.

Durante los 365 días del año se pueden observar hordas de turistas que llegan desde muy temprano a la ciudad. La mayoría de ellos buscando un paseo en góndola, tomarse una selfie en la plaza de San Marcos, o visitar la Bienal de Arte de Venecia, algo así como el Disneyland del negocio del arte internacional.

El incremento del turismo ha hecho que Venecia sea una de las ciudades más caras de toda Europa. Cada vez es más difícil para los venecianos —o para cualquier persona que no posea una propiedad— pagar los alquileres. Muchos prefieren vivir fuera y trasladarse todos los días a trabajar a la isla.

Según cuentan las personas mayores, poco a poco han ido desapareciendo restaurantes con comida tradicional, tiendas con productos locales, o lugares para comprar alimentos básicos a un precio accesible. La mayoría de los negocios están enfocados al turismo y los precios llegan a ser absurdamente elevados.

De esta manera, el turismo masivo ha transformado dinámicas comunitarias e identidades de barrio, elevando los costos de vida y expulsando a miles de venecianos de sus hogares.

No Grandi Navi

El turismo representa más del 50% de la economía de Venecia. Sin embargo la presencia del turismo masivo ha deteriorado el tejido social, así como el delicado ecosistema de la laguna de Venecia.

Una de las principales causas del deterioro de los canales y de las estructuras de los edificios venecianos es la entrada de los grandes cruceros —Grandi Navi, como se les conoce en la región. Se trata de navíos de más de 30 mil toneladas y de dimensiones que superan por mucho cualquier construcción veneciana.

Contaminación ambiental, sonora y visual son algunas de las consecuencias evidentes del paso de estas naves. Estas grandes embarcaciones amenazan el ya de por sí sensible ecosistema de la isla. Miles de litros de gasolina y aceite son vertidos a sus canales todos los días.

Hace varios años existía una prohibición para el acceso de estos barcos a aguas venecianas. Sin embargo, en 2015 las autoridades italianas cancelaron la ley que impedía a barcos de este calibre atravesar los canales.

Las autoridades y políticos argumentan que la llegada de estas embarcaciones —así como de los miles de turistas que viajan en ellas— son una fuente de empleo y riqueza para la ciudad. Sin embargo, la ciudad cada vez está mas despoblada y los venecianos promedio no ven reflejada esa riqueza en su capacidad adquisitiva. Las ganancias que genera el turismo masivo se quedan en manos de hoteleros, empresarios y políticos, con un costo muy elevado para el medio ambiente y para la mayoría de los pobladores.

La batalla contra los grandes cruceros que representan —de manera real y simbólica— la voracidad del capitalismo en su forma de turismo de masas, tiene ya varios años y es una de las muchas que se libran alrededor del mundo.

Como parte de esta resistencia, el 18 de junio de este año diversos colectivos, organizaciones ecologistas y vecinos, llevaron a cabo una consulta popular sobre la entrada de las Grandi Navi. En dicha consulta participaron cerca de 18 mil personas, y el 95% votó a favor de la prohibición de la entrada de estas embarcaciones.

A pesar de los resultados del referéndum, el turismo sigue arribando de manera masiva a Venecia, ya sea en grandes embarcaciones, en trenes o caminado. El despojo y el deterioro del territorio veneciano sigue avanzando de manera alarmante.

 

 

Repensar el turismo

Venecia es sólo un ejemplo de las consecuencias del turismo global masificado. Playas, bosques, ríos, zonas arqueológicas y ciudades con potencial para el turismo, son arrebatadas a sus propietarios o guardianes, para acapararlas y privatizarlas por el capital mundial.

Aquellos que resisten al despojo de sus territorios tienen que enfrentarse no sólo al poder del dinero sino también a la represión que, desde los Estados, se ejerce contra ellos para que dejen sus territorios y formas de vida.

Es probable que muchos de nuestros viajes, desplazamientos, consumos y prácticas cotidianas pueden estar abonando a la gentrificación de algún barrio o ciudad, al despojo de territorios de comunidades, o al saqueo desmedido de los recursos naturales.

¿Cómo transitar de un espacio a otro de manera respetuosa con la naturaleza y con las personas que habitan diversos territorios? Se vuelve necesario pensar formas diversas de viajar, de habitar y de desplazarnos, en donde nuestros intercambios no sean mediados por el dinero y los grandes capitales, y donde podamos reconocernos en los otros construyendo redes de apoyo y solidaridad que nos fortalezcan en la defensa de nuestros territorios e identidades.