- Capitalismo + droga = genocidio. Traducción del texto de Michael «Cetewayo» Tabor, escrito en 1969.
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¿A quién beneficia la «guerra contra el crimen»? Comentario del investigador y luchador social Mathieu Rigouste a la traducción y difusión en francés del texto Capitalismo + droga = genocidio de Michael «Cetewayo» Tabor.
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Lincoln Detox Center: el programa antidrogas del pueblo. Entrevista con Vicente «Panama» Alba, realizada por Molly Porzig. Publicada el 15 de marzo de 2013 en la revista estadounidense The Abolitionist.
La guerra es la medicina que el capitalismo le administra al mundo,
para curarlo de los males que el capitalismo le impone.
—Palabras del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional durante el
seminario «El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista» (2015)
Ya sea que hayamos crecido en el campo o en la ciudad, en el centro o en la periferia, en los países del «Norte» o en los países del «Sur», una realidad se impuso a la gente en cualquier parte del mundo durante los últimos cincuenta años: la droga y la represión que se orquesta en su nombre por parte de las fuerzas policiacas y militares.
Desde el inicio de la circulación a gran escala, a finales del siglo XIX, de varias substancias químicas ahora calificadas como «drogas duras» —siendo la heroína y la cocaína las más conocidas—, han muerto cientos de miles de personas en el mundo entero por «sobredosis». Pueblos y barrios enteros han sido arrasados. Cárteles armados se han expandido en numerosos países con el fin de asegurar el transporte y la distribución, imponiendo su negocio a través del terror. Y una despiadada represión policiaca y militar se ha desplegado en todo el planeta en los territorios de vida de las «minorías» sociales y culturales, tanto en las zonas urbanas donde las drogas son consumidas, como en las zonas rurales donde son producidas. Resumiendo: durante los últimos cincuenta años, se ha implementado una verdadera economía de guerra alrededor de las drogas en el mundo entero.
Un dispositivo de guerra mundial que, al igual que la presente «guerra mundial contra el terrorismo», se despliega tanto al interior de los Estados —a través del patrullaje de la ciudad y del campo por las fuerzas policiacas y militares— como a nivel internacional, donde «la guerra contra las drogas», oficialmente declarada en 1969 por el presidente estadunidense Richard Nixon, ha servido de nueva justificación para la interconexión general de los aparatos Estatales de represión de todo el planeta.
Ya sea por la represión o por los efectos desastrosos de la drogadicción, sentimos la necesidad de abrir un espacio de discusión entre compañerxs que vivimos día a día esta forma de guerra, que en ocasiones se presenta como un círculo infinito (capitalismo-infelicidadmercancía-consumo-estigmatización-adicciónexterminio), para pensar cómo generamos formas que le hagan frente de manera individual y colectiva. Por esto fue que nos dimos a la tarea de traducir estos textos, que tratan sobre cómo los movimientos revolucionarios se plantearon esta problemática en los años sesenta y setenta en Nueva York, cuna de la adicción a la heroína en los Estados Unidos.
Para nosotrxs no se trata de moralizar ni prohibir las drogas. La desintoxicación pasa por entender este mecanismo de contra-insurrección, como lo hicieron las Panteras Negras y los Young Lords, mediante la reflexión de cómo el sistema capitalista nos está destruyendo y haciendo que nos destruyamos a nosotrxs mismxs. Podemos retomar de la experiencia del Lincoln Detox Center la necesidad de estructuras autónomas de salud comunitaria para tratar y afrontar en colectivo a la droga-mercancía y su guerra.
¿Pero cómo entender la expansión por todo el mundo del uso de drogas tales como la heroína o la cocaína, que tienen como particularidad ser altamente destructivas y generar una adicción fuertísima? En los grandes medios dominantes, se nos impone hasta la saciedad una lectura única: su difusión sería el producto del «crimen», un sector de la humanidad maligno y hostil al control estatal, que las fuerzas «del orden» intentarían perseguir con el fin de proteger la salud y la integridad física y mental de sus poblaciones. Dotado de un poder de corrupción tremendo, el «crimen» sería como un cáncer, una gangrena que infiltra incluso los elementos más bajos de la estructura del Estado para su beneficio, con una ausencia de humanidad tan grande que sería responsable de los actos de terror más horribles, como la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en Guerrero, México. «Afortunadamente», las fuerzas militares y policiacas, cada vez más coordinadas en todo el mundo, trabajan para desmantelar las «estructuras criminales» que soló los Estados tienen la capacidad de enfrentar. O al menos esa es la imagen que los gobiernos intentan vendernos a diario.
Pero, como lo recordaba Eduardo Galeano, «las guerras se venden mintiendo, como se venden las autos. Son operaciones de marketing y la opinión pública es el target». Este es especialmente el caso de la guerra contra las drogas. Tal como cualquier mercancía, su publicidad tiene como propósito real esconder las condiciones reales de su producción. Detrás de una propaganda mediática incesante sobre la guerra contra las drogas en todos los grandes medios de comunicación del mundo –especialmente en las emisiones de televisión–, se esconde, por ejemplo, la resonancia histórica de las «guerras del opio», declaradas en el siglo XIX por Inglaterra, Francia y Estados Unidos, que tuvieron como propósito imponer el consumo del opio en China, el mercado más grande de la época.
Para ir más allá del aparato de propaganda alrededor de la guerra contra las drogas, no hay que olvidar que las drogas son mercancías. «Droga», antes de ser sinónimo de «substancia prohibida», señalaba en el siglo XIX a la substancia química producida por los laboratorios de química industrial y vendida como producto farmacéutico en los drug stores o «droguerías», igual que lo sigue haciendo hoy en día.
La heroína (refinada a partir del opio) y la cocaína (extraída de la hoja de coca) fueron inventadas y producidas a escala industrial en decenas de países del mundo por empresas industriales químicas y farmacéuticas alemanas (la heroína por los laboratorios Bayer, la cocaína por Merck), a finales del siglo XIX. Tal como antes lo había sido la morfina, otra substancia refinada a partir del opio e inyectada intravenosamente por médicos y enfermeros, el uso de la heroína y de la cocaína era ampliamente prescrito en todo el mundo occidental por los hospitales y la medicina moderna, especialmente para tropas militares en contextos de guerra, donde servían contra el dolor de las heridas y otras amputaciones resultado de los enfrentamientos, o como enervantes energéticos, con el fin de aumentar artificialmente la agresividad y las capacidades de atención y de combate de millones de soldados.
La fuerte dependencia fisiológica provocada por estas nuevas mercancías provocaron la formación veloz de verdaderos mercados cautivos que fueron abastecidos por la difusión de una amplia gama de productos paramedicinales difundidos con publicidad a gran escala: vinos y brebajes a base de opio o de coca (láudano, vinos mariani, coca-cola, etc.), píldoras, comprimidos y toda clase de productos derivados. Pero a principios del siglo XX, en el contexto de las guerras mundiales y de la competencia capitalista entre las grandes potencias occidentales, los Estados Unidos prohibieron la distribución de heroína y cocaína, productos de la industria farmacéutica alemana, ya que Alemania era ahora el enemigo que había que enfrentar tanto militar como económicamente, asociándolo en la propaganda de guerra con el imperio del mal, del crimen y de la droga.
Fue entonces que Estados Unidos tomó las riendas del movimiento prohibicionista mundial, una posición que tenía como ventaja poder cuestionar los intereses económicos de las otras grandes potencias coloniales (Inglaterra, Francia, Holanda y Japón) en la producción y la distribución del opio y de la coca. Mientras tanto, la industria estadunidense desarrollaba otras substancias energizantes o contra el dolor para sus soldados, tales como la morfina, la codeína, el café instantáneo, los cigarrillos, el alcohol, las metanfetaminas, etc.
La prohibición de la venta legal de la heroína y de la cocaína, obtenida a nivel mundial por la diplomacia estadunidense entre 1920 y 1950, no significó un desinterés de las grandes potencias occidentales en la producción, distribución y consumo industrial de estos dos derivados químicos fuertemente adictivos y destructivos. Al contrario: una vez prohibida su comercialización oficial, su difusión paralela en el mercado negro fue sometida a la vigilancia y el control selectivo ejercido por los aparatos militares y policiacos de las principales potencias occidentales. Tal como lo explica Mathieu Rigouste, en el texto incluido en este cuadernillo:
El tráfico permite poner en funcionamiento redes de colaboradores y de reaccionarios locales, poner a lxs colonizadxs bajo una esclavitud tóxica, y financiar las unidades especiales y sus operaciones de terrorismo de Estado. Transformar la difusión de las drogas en arma es uno de los dispositivos más secretos de las doctrinas de contra-insurrección.
El propósito de esta compilación es contrarrestar la desinformación propagada por los medios de comunicación masiva que refuerzan este dispositivo y rastrear algunas piezas del rompecabezas histórico para dar cuenta del funcionamiento de la drogamercancía como dispositivo de guerra contrainsurreccional, como «medicina» administrada por el capitalismo para seguir acumulando mediante la explotación, el despojo violento y el genocidio: la guerra siempre, guerra mundial, una guerra cuyo único enemigo es la humanidad.
¡Qué buen artículo! Gracias por las referencias.