Por Agencia SubVersiones y Regeneración Radio
Sobre la avenida conocida como Costera Miguel Alemán, del puerto de Acapulco, se llevó a cabo una de las movilizaciones más grandes en solidaridad con los estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa, Guerrero. Fue una caminata pacífica, tal como había quedado acordado en la Asamblea Nacional Popular del día 15 de octubre. La convocatoria fue lanzada para todas las organizaciones del estado, por lo cual distintos sindicatos, organizaciones populares opositoras a megaproyectos, así como maestros de la Coordinadora Estatal de los Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG) participaron en esta megamarcha de casi casi 80 mil manifestantes (no los 7 mil que afirmó el diario La Jornada).
Los manifestantes exigieron al gobierno estatal y federal, en sus tres niveles, la presentación con vida de los 43 normalistas desaparecidos y la renuncia de Ángel Aguirre, aún gobernador del estado de Guerrero.
Desde el momento en que la caravana de autobuses, provenientes de Ayotzinapa, arribaron al puerto, se vieron muestras de solidaridad por parte de personas que se encontraban en las calles. Con el pulgar hacia arriba, demostraban la aceptación y apoyo a los normalistas que llegaban a la concentración multitudinaria.
Durante el recorrido se apreciaron distintas pintas en los locales de compañías trasnacionales, así como en tiendas de conveniencia. Sin embargo, trabajadores de hoteles y restaurantes, así como vecinos a la zona hotelera postrada en la avenida costera, demostraron con sus gestos y sus manos levantadas, que el sentimiento de unificación y solidaridad harán que la lucha salga avante; en varias partes del recorrido hasta el Centro de Convenciones de Acapulco, regalaron frutas, agua, pan, café y tortas para los integrantes de los distintos contingentes.
La jornada de este día resultó una muestra de fuerza en un territorio adverso que es, además el lugar de despacho del gobernador, por lo que convertir las calles en mares de personas manifestando una exigencia en común es sin duda un logro del movimiento social. A lo largo de varias horas, bajo el sol o bajo la tupida lluvia, las consignas fueron la banda sonora de un hecho sin precedentes en las últimas décadas en el puerto: “Aguirre, borracho, entrega a los muchachos”, “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, “Ayotzinapa vive, vive, y vive”.
No podemos olvidar que la situación de esta ciudad es crítica, los niveles de violencia han escalado hasta colocar a esta población en el segundo lugar de ciudades más peligrosas del mundo, sólo después de San Pedro Sula en Honduras. Con un promedio de 142 asesinatos por cada 100 mil habitantes, Acapulco es uno de los escenarios más sangrientos en donde se libran batallas entre diversos cárteles del crimen organizado, ya sea en su faceta de organizaciones criminales, o bien, en la modalidad de funcionarios de las estructuras de gobierno, los cuales son parte de esta arquitectura del crimen.
Un reportero gráfico del puerto que cubre la fuente policíaca afirma que en los últimos años ha visto más gente muerta que viva y su archivo fotográfico comprueba lo dicho hasta superarlo. Cada día, los homicidios dolosos son el modus vivendi de los periodistas locales y sobre todo de las personas que habitan en esta ciudad. Esta violenta característica ha modificado completamente la percepción de la urbe y las dinámicas sociales. Tradicionalmente se recorrían las calles con tranquilidad y los turistas tenían su zona hotelera con el ambiente festivo que buscaban. Obviamente, como cualquier centro turístico en México, Acapulco constituía una falsa imagen del país y ocultaba procesos y contradicciones sociales entre bares, visitas a la Quebrada y románticas puestas de sol, pero lo que hoy acontece es la desgracia total para miles de familias que viven con temor, con rabia y con el vacío de sus familiares desaparecidos o asesinados en una guerra sin fin.
El cambio más radical entre una ciudad turística típica y una plaza disputada del crimen organizado ocurre, casualmente, bajo el gobierno municipal del perredista Féliz Salgado Macedonio –sí, aquel político que borracho tomó una actitud pedante frente a cámaras de televisión y que años después grabaría un pastiche de película sobre él mismo-, sobre todo con las bases que sus antecesores le dejaron en términos de rutas de trasiego y lugares de compra-venta de estupefacientes, me refiero al también ex gobernador Zeferino Torreblanca Galindo (presidente municipal de 1999 a 2002) y Alberto López Rosas (2002-2005), ambos miembros del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Los secuestros, desapariciones forzadas, trata de personas y el control de las actividades criminales, así como las peleas por la “Joya del Pacífico”, vendrían con los siguientes cinco ediles, los cuales –demasiada casualidad- son miembros del Partido de la Revolución Institucional (PRI). Tal vez en perspectiva y viendo las constantes pugnas por el control total del estado, que primero sean perredistas y luego priístas habla de que unos prepararon el camino para que los segundos, como estructura partidista, volvieran para establecer las bases necesarias del negocio.
Como dijo una señora que pese a lo largo de la manifestación caminaba con mucho entusiasmo, “estamos cansadas de ser las madres de desaparecidos y de asesinados, ya no queremos que esto continúe, exigimos que estos políticos que son también criminales, se vayan de una buena vez”. El hartazgo de la ciudadanía está a punto de desbordarse.
Pies mojados sobre pavimento manchado
El contingente de madres, padres y familiares de los 43 normalistas siempre estuvo protegido por otros normalistas, que como sus hijos, primos, hermanos, son estudiantes resistentes al agua y al cansancio. Son –porque aún no hay nada que demuestre lo contrario- jóvenes que quieren aportar algo para que esta sociedad, la guerrerense y por tanto la mexicana, cambien. Se trata de muchachos conscientes que están dispuestos a pasar lo necesario para salir adelante honradamente y al mismo tiempo tienen ese espíritu politizado y crítico.
Y este contingente, al igual que los que lo precedieron, caminó firmemente hasta lograr el objetivo de subvertir Acapulco. La enorme movilización tuvo sus episodios y sus personajes notorios, entre ellos, el magisterio combativo y solidario que salió a las calles y que incluso vino de otros estados, como los profesores oaxaqueños. Había estudiantes de otras normales rurales, de Chiapas, de Chihuahua, de San Luis Potosí, de Michoacán y de Aguascalientes; había organizaciones ciudadanas de Acapulco, pero sobre todo había personas que exigían la presentación con vida de los muchachos: “Cómo es posible que el gobierno asesine a estos jóvenes tan trabajadores, que duermen en el piso y pasan muchos trabajos para estudiar, mientras que esos delincuentes se la pasan en sus casas de lujo y con todo ese dinero, no es posible eso”.
Para el contingente principal no existió ni el calor ni el cansancio, mucho menos la lluvia, que aunque constante, no impidió que la movilización continuara hasta más allá de la glorieta de la Diana. Los pies de los padres y madres estaban mojados, sus ropas empapadas pero su dignidad intocada mientras sostenían los carteles plastificados con las fotografías de cada uno de los 43 estudiantes desaparecidos. Las cabezas firmes, la voz en alto siempre, pese al dolor y a la desesperación de estos 21 días.
Compartimos las tortas que se prepararon con anticipación, aprovechando los víveres que la solidaridad oaxaqueña y de todo el país han enviado a Ayotzinapa. Compartimos el agua sucia que sale de las cloacas y que inunda las calles de Acapulco. A nuestro alrededor muchas personas salen de los negocios y hoteles para gritar, “no están solos”, pero en medio de tanta euforia, es perceptible que varias de las madres lloran al mismo tiempo que los padres mantienen esa mirada vacía en donde se adivina el hueco dejado por sus hijos.
¿Cómo es posible que luego de 21 días y con todo el país y la opinión internacional exigiendo la presentación con vida no aparezcan los estudiantes? ¿Cómo es posible que luego de muchos años no aparezcan los desaparecidos de la Guerra Sucia y los más de 30 mil desparecidos de la llamada guerra contra el narcotráfico? Lo único cierto es que aparecen fosas clandestinas como si todo el territorio guerrerense fuera un enorme cementerio.
Sin sustento
Cenamos en el comedor de la Normal de Ayotzinapa, llevamos ya varios días instalados ahí, conviviendo con estudiantes y familiares, algunos periodistas que parecen turistas en los pasillos llenos de murales del Che Guevara y Lucio Cabañas. Tenemos la charla de análisis, las impresiones de la movilización en Acapulco y de pronto un tema nos confunde al mismo tiempo que nos molesta: el padre Alejandro Solalinde ha hecho ciertas declaraciones en donde afirma que algunos de los estudiantes desaparecidos fueron quemados y que esto se lo contaron dos testigos, es decir que afirma lo peor en este escenario de incertidumbre y lo hace un poco a la ligera. Nos parece fuera de total lógica este hecho, nos indigna que una persona con el perfil de compromiso social como lo es él decida afirmar esto en la prensa, sin sustento, sin pruebas, sin mayor consideración para los padres y madres que luchan día a día por encontrar a sus hijos. Alborota a la de por sí ya depredadora prensa comercial y revuelve las aguas en un contexto que no conoce y en el cual sus afirmaciones sólo generaran mayor confusión. Si tiene esas pruebas para sustentarlas, si cuenta con testimonios que le permiten hacer estas afirmaciones, lo más respetuoso sería presentarlas de otra forma.