Por Arturo de Dios/Periódico Debate
Fotos: Salvador Cisneros, Arturo de Dios Palma y Karla H. Mares
El cerro de El Cruzco, ubicado en la comunidad indígena de Acatlán, Chilapa, se convierte en un ring: los hombres tigres se enfrentan con el único propósito de rendirle tributo a la Santa Cruz y a las deidades prehispánicas, para tener un buen temporal de lluvias. Con el sol a cuestas, los pobladores de Acatlán salen de sus casas rumbo al Cruzco a rendir sacrificio y ofrecer honores a la naturaleza para atraer las lluvias, las cuales permiten tener una cosecha de maíz abundante.
Según la tradición, los pobladores llegan caminando atravesando laderas hasta alcanzar la cima de El Cruzco, una planicie que se ha convertido en un santuario para los habitantes de este pequeño pueblo. En el cerro comienza el ritual llamado Atlzazilistle: rezos, flores, cera, comida, copal y el sacrificio de decenas de gallinas; con las que se alimentará a los visitantes por la tarde.
Después, en el centro del santuario los tres elementos del ritual de petición de lluvias se hacen presente: primero, los tlacololeros danzan; el sonido que generan con sus chirriones, representan a los relámpagos. Tlacocol es la palabra nahua que se utiliza para el momento en el que se inicia la preparación de la tierra para la siembra. Por ello, los tlacololeros son los encargados de preparar el ruedo o “abren corral” para que combatan los hombres tigres.
El segundo elemento: los combates de los hombres tigre. Los golpes entre los ellos significan los tronidos del cielo. Entre más fuertes sean, más fuertes tronidos habrá durante el temporal de lluvias. Para los luchadores que entran el ruedo, los rencores, la ira y el enojo se quedan en ese lugar, nunca trascienden, porque para ellos significa su sacrifico, explica uno. Los protagonistas de las peleas pueden ser niños, mujeres, jóvenes, sin importar edades, aunque en su mayoría son hombres adultos.
El tercer elemento: los Cotlatlastin. Un grupo de 20 hombres corren alrededor de una de las cruces, se detienen y a una sola voz imitan el viento.
La unión de estos tres elementos es lo que permitirá que haya buen temporal de lluvias y las familias podrán tener una buena cosecha. En El Cruzco, las peleas, los golpes y, tal vez, la violencia, tienen otro sentido: son una ofrenda para que el temporal sea bueno, para que el temporal llegue a tiempo. Pero, además de ser un ritual pagano-religioso, la subida a El Cruzco para los habitantes de Acatlán, es toda una tradición que ha pasado de generación en generación.
Los Cotlatlastin (Hombres del viento) en el ritual de petición de lluvia que realiza la comunidad indígena de Acatlán, Chilapa, son los encargados de “vestir” –honrar– todas la cruces que se encuentran en esa localidad, además son los mensajeros de las personas que, por problemas de salud o alguna emergencia, no pueden llevar sus ofrendas ante la Santa Cruz. Son hombres, por lo regular jóvenes, que desde que comienza el ritual de petición de lluvias, el 25 de abril, recorren cada una de las cruces que se encuentran en Acatlán. Estos hombres del viento se visten totalmente de negro con paliacates color rojo. Su rostro lo cubren con una máscara también color rojo junto con un morral. Su función es hacer la petición al viento para que el temporal de lluvias sea bueno y para que haya equilibrio entre los vientos y la lluvia y así evitar desastres naturales.
En la víspera del 25 de abril, los Cotlatlastin se presentan en el principal templo católico de la comunidad para llevar el ritual, No-Tlaxacuilai, que es la solicitud de protección a la deidades. Después, se trasladan ante el comisario para que les dé su aval y así comenzar su primer tarea. Ahí, en la comisaria, los Cotlatlastin ponen un cigarro al Teponaztle (una especie de deidad para los pueblos nahuas). Este ritual de prenderle un cigarro al Teponaztle, lo realiza el comisario al iniciar sus funciones como la toma del mando. La tarea consiste en iluminar todas las cruces que se encuentran en cada una de las esquinas de la comunidad. Este año comenzaron a las 11 de la noche del 24 de abril y terminaron de iluminar las casi 50 cruces a las 7 de la mañana del 25.
De ahí los Cotlatlastin vuelven a aparecer hasta el día 1º de mayo cuando forman parte de Teopanticalixti: una ofrenda que hacen en el templo principal de la comunidad como preámbulo de lo que serán las peleas de los hombres tigres en el ceremonial ubicado en el cerro de El Cruzco. El día 2 de mayo, tal vez el más intenso de todos, los Cotlatlastin comienzan a “vestir” todas la cruces que se encuentren en los cerros que rodean a Acatlán. El “vestir” las cruces para los Cotlatlastin es adornarlas con flores, un mantel o huipil, y prenderle velas. Esta función termina hasta el 3 de mayo. El 4 de mayo, los Cotlatlastin son los encargados de llevar la cruz a los pozos de agua de Colozapan donde será entregada al nuevo mayordomo.
Este año, los Cotlatlastin fueron alrededor de 80 hombre, encabezados por el principal, quien es el encargado de tocar el Teponaxtle y guía la columna de corredores. Para ser hombre viento no hay ningún impedimento, sólo la intención de ser parte de ellos. A los principiantes, el principal de los Cotlatlastin les regala la máscara.
Arnulfo Tecruceño Valle tiene 15 años vistiéndose de hombre tigre para combatir en el ritual de petición lluvias en Zitlala, sin embargo, reconoce que en los últimos cinco años el rito ha distorsionando. Ahora, dice, muchos combatientes lo hacen para dirimir asuntos personales, rivalidades y ya no sólo para ofrecer un sacrificio a los dioses prehispánicos para que les traigan un buen temporal.
En esencia lo que afirma Tecruceño Valle tiene sentido. El contexto en el que ahora se desarrollan las peleas es más parecido al de un espectáculo que al de un ritual. Este año la plaza principal de Zitlala lució como una arena coliseo o la plaza de toros. Los espectadores estuvieron colocados en dos gradas, parecidas a las de un estadio de tenis y los gladiadores rodeados por cuerdas que delimitaron el cuadrilátero, protegidas por policías municipales.
En un templete, tipo escenario, estuvo montada la banda de chile frito que amenizó los combates. Arriba, el balcón del ayuntamiento de convirtió en una especie palco donde estuvo gran parte de la clase política del PRD: el senador Sofío Ramírez Hernández, los diputados federales Sebastián de la Rosa Peláez y Jorge Salgado Parra; los presidentes municipales Francisco Tecuchillo Neri, de Zitlala, y Gustavo Alcaraz, de Tixtla, y los secretarios de Cultura, Arturo Martínez Núñez, y de Asuntos Indígenas, Filemón Navarro Aguilar. En el palco de los políticos se bebió mezcal, cerveza y whisky. Las bebidas, los políticos las acompañaron con botanas, resguardados por guaruras.
No obstante, las peleas de tigres en Zitlala aún conservan una parte de ritual. Arnulfo Tecruceño este año, por décima ocasión, volvió a ser capitán de los hombres tigres del barrio de la Cabecera. Como los demás años, ofreció a los hombres tigres mezcal, cerveza y pozole. Pero también fue quien compró las cuerdas con las que combatieron, que pueden medir hasta 20 metros. Las cuerdas, dice Tecruceño, las tienen que comprar en Iguala donde aún las hacen de manera artesanal. Llegando a Zitlala las ofrecen a San Nicolás Tolentino, el santo patrono del municipio, y a Quetzalcóatl (el dios del viento), que muestra el sincretismo que se vive en el municipio.
Las máscaras también las ofrecen para que tengan buenos combates y en consecuencia el temporal sea bueno. Para Tecruceño aún los peleadores se convierten en Quetzalcóatl (el dios del viento, representado por el tigre amarillo) y Tezcatlipoca (el dios de la noche, representado por el tigre verde o negro).
Las peleas de tigres en Zitlala desde hace 80 año dejaron de realizarse en el cerro de El Cruzco Grande, por los peligros que representaba que familias completas lo subieran. Desde entonces se realizan en la plaza principal y su sentido se ha desvirtuado. En el última representación del combate de los Xochimilcas, tres personas murieron por una discusión sobre las peleas ya en un contexto distinto a ellas.