Por Susana Norman
«Jalla, jalla, (ven, ven) muestra si eres hombre». Algunos niños palestinos del campamento de refugiados Aida en Belén arrojan canicas verdes, blancas y azules con hondas de madera contra la torre de vigilancia del muro del apartheid sionista situado frente de la entrada del campamento. Una voz ronca les responde en hebreo a los niños desde la torre. Los soldados no contestan las canicas con granadas de gas esta vez. Pero las calles revelan que la zona es un campo de batalla. Están repletas de granadas y cartuchos de balas de hule ya utilizadas. Las paredes, en un área de juegos para niños en el jardín de una ONG cercana, están quemadas. Casi diariamente hay pequeñas o grandes confrontaciones. Aquí es un campo de batalla entre uno de los ejércitos más entrenados del mundo, con armamento pesado y apoyo financiero estadounidense, contra unos niños con piedras y canicas coloridas que diariamente pierden sus sueños.
Refugiados y desplazados internos
Sobre el arco en la entrada al campamento Aida, posa una llave grande de acero. La llave ha sido el símbolo de lucha para los refugiados palestinos. Durante lo que se recuerda como Al-Nakba, la catástrofe, en 1948, las familias fueron obligadas a huir de sus casas, y la única pertenencia que se llevaron eran las llaves de sus casas. Creyeron que volverían pronto. Los primeros 3 ó 4 años vivían en carpas improvisadas, apoyados por la Cruz Roja, hasta que casas básicas fueron construidas por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados en Oriente Próximo (UNRWA por sus siglas en inglés). En aquel tiempo, muchos estaban en desacuerdo con la construcción de las casas, ya que les alertaba del riesgo de que su desplazamiento forzoso duraría más tiempo de lo que jamás se habían imaginado. Ahora han pasado 67 años y no han podido retornar a sus tierras.
Los niños de hoy son la tercera o la cuarta generación de refugiados, pero ninguno de ellos dice que es de Aida o de Belén. Son de alrededor de 17 comunidades cercanas al oeste de Jerusalén y Hebrón y tienen la esperanza, y el derecho reconocido internacionalmente para regresar a sus tierras. Lo que hace Israel es ilegal según este derecho internacional. A pesar de eso, los 750,000 desplazados del Al-Nakba en 1948, y los cerca de 350,000 desplazados en el Al-Naksa, la tragedia, de 1967 no han podido retornar. Hoy son alrededor de 7 millones de refugiados palestinos en el mundo entero, lo cual les convierte en el grupo de refugiados más grande y duradero del mundo. Se estima que el número de desplazados internos en la Palestina ocupada (Cisjordania, Gaza y el este de Jerusalén) asciende a 263,500. Este número está en aumento. Repetidas demoliciones de casas en Jerusalén y el Valle de Jordán, el aniquilamiento provocado por el muro y el avance de los asentamientos israelíes, confiscaciones de tierras y incursiones militares obliga a cada vez más familias a abandonar sus tierras.
Los mártires bajo la ocupación sionista
Mohamed es activista en el campamento Aida y junto con otros compañeros está levantando un sitio memorial en la entrada del campamento para recordar a los mártires de Aida. Cuenta que en la primera y la segunda intifada, 33 fueron los muertos en el campamento. «No quieren que existamos en estas tierras. Ahora construyeron el muro para que no podamos acercarnos a ellos. Nos encierran entre asentamientos de colonos israelíes y el muro». En Aida son frecuentes las incursiones militares. De día o de noche, las calles del campamento, que mide solo 1.7 km2, y donde radican más de 5,000 personas, se llenan de gases. El año pasado, Noha Katamish, una mujer de 45 años, murió por los daños del gas que entró por la ventana de su casa. Algunos meses después, murió por disparos de arma de fuego, Abed Al-Rahman Shadi Obeidallah, un niño de 13 años. Cuando los soldados vienen de noche, es, la mayor de las veces, para detener alguien. Mohamed cuenta que sólo de Aida, alrededor de 300 jóvenes están presos. «Muchos son detenciones administrativas, y los chavos permanecen presos sin acusación, razón o sentencia. Pensarán los israelíes que quieres o planificas hacer algo. Pero no existe razón o evidencia. El acusador y el juez es el mismo: Israel. Es como si fuera la misma persona. Si la comunidad internacional no puede protegernos, tampoco lo logramos nosotros. No tenemos nada aquí. Algunos jóvenes arrojan piedras para expresar su frustración y sentimientos negativos. Sienten que nadie se preocupa por ellos».
En Deheisheh las paredes hablan
En el sur en Belén se ubica otro campamento de refugiados, Deheisheh. En un espacio de entre 1 y 1.5 km2 radican alrededor de 11,500 desplazados internos, provenientes de 48 comunidades. A pesar de que algunas de las localidades de origen están a sólo 12 km de distancia, los pustos de control y el muro les impiden retornar. Como en Aida, los servicios básicos, como agua y luz son inestables, y el desempleo es alto.
Las paredes de las casas en Deheiwheh son convertidas en memoria de la juventud exterminada. Rostros de jóvenes asesinados por el Estado de Israel pintados en negro con fondo blanco acompañan a quienes transitan por sus estrechas calles. «Nuestros mártires han hablado, ahora las piedras hablan por ellos», se lee en árabe en una de las paredes. También está pintado el niño descalzo Handala, presente en las caricaturas de Naji Al-Ali, y que simboliza la resistencia de la niñez palestina, olvidado o ignorado por el mundo.
Hamsa es el responsable para las delegaciones internacionales que visitan el Centro Ibdaa, un centro que implementa procesos culturales en Deheisheh. Para él, las expresiones artísticas no sólo recuerdan a los mártires, sino ofrecen canales para que la juventud exprese su frustración. «Queremos cambiar la imagen estereotipada de la juventud palestina como alguien que solo arroja piedras, tal como se les representa en los medios occidentales. Nuestros hijos aún tienen sueños. Hacen arte, bailan, hacen deporte, y estudian». Tanto en el campamento Deheisheh como en Aida se han formado coros, grupos de pintura y radios comunitarias, lo último para contrarrestar el impacto de la información tergiversada en los medios convencionales.
A pesar de los esfuerzos, también en Deheisheh la juventud es perseguida. 825 están presos, y el campamento tiene 153 mártires. Uno de los rostros que nos miran desde las paredes es el de Malek Akram, asesinado el año pasado con una bala expansiva en la cabeza mientras jugaba en la calle. Según el cirujano que realizó la autopsia, la bala detonó en 300 fragmentos por causa del impacto, posiblemente una bala de nuevo tipo, más avanzada y peligrosa que los Dum-Dum, que son ilegales, pero que el ejército israelí ha usado en contra de civiles palestinos en varias ocasiones.
Entre los rostros de las paredes de Deheisheh está también el de uno de los paramédicos voluntarios que en un pequeño local entre los campamentos Aida y Deheisha vigilan 24 horas al día por la seguridad de los vecinos. Hace pocos meses, él también fue asesinado por una bala durante una incursión militar en Deheisheh. Su compañero, Abed Ghareep, nos recibe en el cuarto desde donde los voluntarios ofrecen primeros auxilios a quienes han sido lastimados por los gases o por las balas de goma durante las confrontaciones o en las incursiones militares nocturnas. Cuentan con una cama, una camilla, máscaras de gas y equipamiento básico de primeros auxilios. «Nuestro trabajo significa mucha exposición ya que intentamos salvar vidas durante las confrontaciones entre el ejército israelí y la población aquí», cuenta Ghareep. El modesto cuarto ha sido atacado en varias ocasiones por el ejército. Uno de sus compañeros añade, «mientras otras personas sueñan con lo que harán en el futuro, los niños palestinos sueñan con sobrevivir. Todos los días beso a mi esposa, pensando que puede ser la última vez y cada noche que vuelvo a casa, estoy feliz por haber sobrevivido otro día. Nunca sabes cuando la bala te alcanza. Me entra pavor cada vez que mis hijos salen de casa, muchos mueren jugando o yendo a la escuela».
La resistencia pacífica
Los palestinos tienen 67 años de vivir bajo la ocupación. En cuanto los medios de comunicación occidentales se concentran en las bombas suicidas y los misiles de Hamas, y se ilustra de manera perversa la situación entre el ocupado y el ocupante, entre el colonizado y el colonizador, como si fuese una guerra entre dos partes iguales, la experiencia acumulada de los palestinos en resistencia civil es silenciada. Esta resistencia se realiza justamente a través del arte, la música, la persistencia en el territorio y las protestas pacíficas que, al ser brutalmente reprimidos, a veces sí se contesta con hondas y canicas coloridas. Y hay victorias, pequeñas o grandes, pero han costado sangre.
Tal es el caso del pueblo de Bil’in, a escasos 12 kilómetros de Ramala. La comunidad de Bil’in es hermosa, ubicada en un pequeño valle, llena de flores y pequeños arboles de olivos y castaños. Es viernes, y algunos activistas internacionales han llegado para acompañar la protesta semanal. Pasan por el centro de medios comunitarios, en donde se reparte, para quien prefiere, máscaras de gas y pequeñas instrucciones de cómo cuidar la propia seguridad. El pueblo ha ganado la atención de las redes de solidaridad internacional por sus creativas formas de resistencia y protesta en contra de la construcción del muro de apartheid.
El grotesco muro, comenzado en 2002, no ha respetado la línea verde de 1948, confirmada en 1967. 85% del muro está construido dentro de la Cisjordania ocupada. En el caso de Bil’in, el muro favorece al asentamiento Modi’in Illit donde viven alrededor de 40,000 colonos ortodoxos, mientras despoja a Bil’in del 70% de su tierra fértil. Fue en el 2005 cuando las familias de Bil’in comenzaron a levantarse, y desde entonces estas han realizado marchas pacíficas hacia el muro cada viernes. En 2007, la comunidad ganó una victoria parcial, e Israel se vio obligado a cambiar la ruta del muro, devolviendo 30% del territorio confiscado a Bil’in. En una de las protestas de los viernes en 2009, Basem Abu Rahmah murió del impacto de una granada de gas en el pecho, disparada a pocos metros de distancia. Su hermana, Jwahir, murió dos años más tarde, por asfixia provocada por respirar el gas. La muerte de Basem está documentada en el largometraje «5 camaras rotas», que documenta el proceso de resistencia de Bil’in durante varios años. Ahora las marchas se realizan también para recordar y clamar justicia por Basem y Jwahir.
Son los niños quienes van al frente de la marcha este frío viernes de enero. Sus hondas responden con piedras al ser atacados por los soldados israelíes fuertemente equipados. Además de los internacionales que los acompañan, grupos de anarquistas de Israel están presentes. Una lluvia de granadas de gas les obliga a los manifestantes a correr. Después de la marcha, personas de la comunidad llevan al grupo de internacionales a recorrer la comunidad. La tierra está llena de granadas y cartuchos testimoniando la brutalidad que ha caído sobre Bil’in. Al acercarse al muro para fotografiar los murales de la resistencia aparecen dos soldados. «Váyanse o les disparamos» gritan, soltando descargas al aire. Cubriendo sus cabezas con las manos y mochilas, el grupo de internacionales se retira.
La triple opresión y las opciones de la juventud
La opresión al pueblo palestino tiene varios rostros. Palestina no sólo enfrenta a la ocupación israelí. También enfrenta la negligencia o complicidad internacional con el sionismo, tal como Naji Al-Ali quiso ilustrar con el niño Hadala. A pesar de las recientes críticas de los Estados Unidos, la Unión Europea y la ONU sobre cómo las confiscaciones de tierras y los asentamientos israelíes inhiben una solución de dos estados, en febrero 2016, Obama anunció un nuevo paquete de asistencia militar a Israel. Será de más de 40 billones de dólares, por un periodo de 10 años, comenzando en 2018, lo que significa un aumento del programa de 30 billones de 2008. Israel es el país que capta la mayor parte del presupuesto de asistencia militar de los Estados Unidos, con cerca de 55% del presupuesto total.
Desde los Acuerdos de Oslo, los palestinos deben enfrentar una traba más. Sus propias autoridades palestinas. Para muchos, los Acuerdos de Oslo significaron la mayor derrota en la historia de la ocupación. La aceptación de la división del territorio en Gaza, Cisjordania y Jerusalén, y la subdivisión de Cisjordania en áreas A, B y C para algunos era un mal necesario, mientras otros anunciaban la fragmentación que la división territorial llegaría a significar. Para Hisham Sharabati, del Comité de Defensa de Hebrón, el proceso de las negociaciones significó el casamiento entre la clase política y la burguesía económica. «Los que toman las decisiones son los mismos que tienen el monopolio de bienes, negocios, telecomunicaciones e infraestructura. Tenemos una autoridad que vive con ayuda externa de los países del Occidente, a través de las políticas del Banco Mundial. Sus entidades invierten en el proceso de paz. Para ellos el proceso de paz es manejado a través de una autoridad palestina que opera bajo las limitaciones de la ocupación, con ninguna soberanía real. Para ellos, paz es mantener calma en la sociedad y para esto generan ligeramente mejores condiciones para los palestinos a través de creación de empleos y la transferencia de más jurisdicciones civiles a las autoridades palestinas. Entonces serán las fuerzas de seguridad palestinas en vez de las israelíes quienes nos reprimen. Sabemos que la calma hará que la ocupación dure más tiempo. Si tenemos resistencia o revolución, la ayuda extranjera se va a parar. Esto es la razón de porque los intereses del pueblo palestino difieren con los de la clase política. Los millones canalizados para Palestina terminan en las cuentas bancarias de una pequeña elite, mientras los pobres reciben la moneda de cambio. Por estas razones lo saludable es la resistencia».
Los últimos meses ha existido un debate en la comunidad palestina. Desde el octubre del año pasado (2015), jóvenes palestinos desesperados, armados con cuchillos, han atacado a soldados israelíes en los puestos de control. Algunos han identificado los actos como una creciente tercera intifada, mientras otros ven los actos como reacciones aisladas y espontáneas, a diferencia de la primera intifada y la segunda, que sí representaban un levantamiento generalizado de la población. Los actos han sido instrumentalizados por Israel para justificar un aumento en los ataques a jóvenes palestinos.
Entre octubre de 2015 y enero de 2016, 158 palestinos fueron asesinados, la mayoría de ellos en Jerusalén, Hebrón y Gaza. Alrededor de 2,000 personas han sido presas en el mismo periodo. Hisham continua: «Ahora las autoridades palestinas desarmaron los grupos armados en Cisjordania. Al mismo tiempo, cuando la gente hace demonstraciones pacificas mandan la policía para pararnos. ¿Qué nos queda a los palestinos? Los ataques individuales que estamos viendo. Son jóvenes, sin ningún tipo de entrenamiento, que enfrentan el ejército pesadamente armado, sin límites éticos. Si la autoridad palestina nos quisiera proteger, que den a los jóvenes posibilidades de expresar cómo viven la ocupación. Si restringen todo, ¿qué esperan que los jóvenes hagan? Mientras sean oprimidos, buscaran nuevas formas de resistir».