Desde la Cruz Negra Anarquista bielorrusa: resistencia y lucha anti-represiva sin fronteras

«Yo sólo soy una pequeña partícula en ese entorno de sentimientos, pensamientos y acciones. Como una gotita en el océano: sin mi presencia, no hubiera menos agua, pero la entidad depende de todas esas gotas y cada una de ellas contribuye al movimiento general del océano. Que los verdugos hagan lo que quieran conmigo, ya gané de todas formas…»[1], escribía Ihar Alinevitch desde su celda en la prisión especial del KGB bielorruso, el Amerikanka, donde quedó encerrado varios meses mientras estaba esperando que se llevara a cabo su proceso. Anarquista originario de Bielorrusia, fue arrestado el 28 de noviembre de 2010 por su presunta participación en un ataque con cocteles molotov dirigido hacia la Embajada de Rusia el 30 de septiembre del 2010, en solidaridad con activistas rusos recién encarcelados. Ocho años de colonia penitenciaria –la pena máxima– resultó ser su condena, por lo que hoy en día sigue encarcelado y resistiendo.

Su historia no es una excepción en el país, sino un caso simbólico de la ola represiva que golpeó al movimiento autónomo y libertario bielorruso a partir de esa época, para luego extenderse a cualquier tipo de organización popular. Es lo que fueron compartiendo algunxs miembros y solidarixs de la Cruz Negra Anarquista bielorrusa[2] en el marco de una gira de solidaridad que acaban de dar por varios países de Europa. Más allá de presentar un poco de lo que está sucediendo en su país tan lejano, aprovecharon el viaje para demostrar, una vez más, que si bien la violencia y las fuerzas represivas orquestadas por los gobiernos no tienen fronteras, los ánimos para seguir luchando tampoco las tienen y que en ese marco, la solidaridad y el diálogo no tienen precio.

Bielorusia - http://www.rebelion.org

Bielorusia – http://www.rebelion.org

Bielorrusia, o República de Belarús, es un Estado de Europa oriental que tiene fronteras al norte con Lituania y Letonia, al este con la Federación de Rusia, al sur con Ucrania y al oeste con Polonia. Tiene su capital en Minsk. La mayoría de la población –casi 10 millones de habitantes– vive en las áreas urbanas alrededor de Minsk o en las capitales de las otras provincias. Hasta 1991, el país formó parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Tras el colapso de la Unión Soviética, Bielorrusia se declaró independiente el 25 de agosto de 1991. El régimen siguió teniendo relaciones cercanas con Rusia y es integrante de la Comunidad de Estados Independientes, organización supranacional compuesta por la mayoría de las ex-repúblicas soviéticas, la cual instaura acuerdos de cooperación económica, de defensa, relaciones internacionales y seguridad colectiva entre sus Estados-miembro.

El tono que adoptaron los compañeros de la CNA-Belarús al presentar brevemente su país, fue un poco más sarcástico. Con un consumo anual de alrededor de 17,5 litros de alcohol puro por persona, Bielorrusia es el primer consumidor mundial de bebidas alcohólicas, incluso delante de Rusia. Pero lo que más caracteriza al gobierno bielorruso es su autoritarismo. Con un promedio de casi 1,500 policías por cada 100,000 habitantes, es el primer país en términos de presencia policiaca. Según cifras oficiales de organizaciones de derechos humanos, el Estado cuenta con entre 40,000 y 50,000 presas y presos.

La actividad represiva del gobierno bielorruso funciona en base a un aparato legal sofisticado que ha venido consolidándose a lo largo de su historia. Varias de las leyes e instituciones que rigen el país han sido directamente heredadas de la Unión Soviética, otras fueron proclamadas luego, bajo el gobierno de  Aleksandr Lukashenko, presidente  desde 1994. La KGB, la agencia de seguridad e inteligencia heredada de la Unión Soviética que controla tanto a la población como a la Policía, nunca dejó de funcionar. De hecho, Bielorrusia es el único país que sigue manteniendo el nombre «KGB» desde la disolución de la URSS. Para las y los compañeros de la CNA-Belarús, es «la fuerza principal para el mantenimiento de la ideología del Estado». La Ley bielorrusa condena severamente los delitos de “difamación o humillación al presidente”, y de “ofensa a la patria”. El uso de Internet es estrictamente controlado. «Para usar un acceso público a Internet, desde un ciber por ejemplo, tienes que proporcionar tu identificación», contaron los y las compañeras. «Luego, la policía puede llegar a pedir tus datos y checar todo lo que hiciste». Los contenidos también son restringidos. Para poder administrar una página, primero hay que ir a registrarla al Ministerio de la Información. Además, los flujos de información en Internet sufren una censura drástica, a costos particularmente bajos para el gobierno: pasan primero por Rusia –donde muchas páginas ya están bloqueadas– antes de llegar a Bielorrusia. «Por ejemplo, la página de la CNA-Belarus ya está censurada en territorio ruso, el trabajo ya está hecho», nos informaron. La pertenencia a una organización no-autorizada (declarar una organización supone un sinfín de trámites burocráticos por lo que es una tarea casi imposible) es formalmente prohibida, y sujeta a 3 años de encarcelamiento. En Bielorrusia, hay alrededor de 3 marchas legales al año, una de ellas en conmemoración de la tragedia de Tchernobyl.

Según los y las activistas, el autoritarismo y paternalismo que dominan al país desde hace décadas han ido borrando casi toda posibilidad de protesta política. El movimiento contestatario es reducido, la oposición “partidaria” es principalmente «nacional-demócrata». Además, se ha expandido dentro de la población la idea según la cual «las cosas están muy feas pero así es, no podemos hacer nada». En fin, las oportunidades de discusión entre el poder y la sociedad son inexistentes. Para A. Zhinevitch, sociólogo y activista social, eso ha sido la razón que provocó la radicalización de algunos grupos del país a finales de los años 2000. «La represión gubernamental, junto con la escasez de resistencia popular, funcionaron como un desafío al enfrentamiento. Por eso, los años 2009 y 2010 fueron el teatro de varias acciones radicales, cuya responsabilidad fue asumida por grupos anarquistas». Marcha antimilitarista, ataques al casino Shangri-La, a una oficina de policía, a la federación sindical –que lleva años de haber dejado de defender a las y los trabajadores para proteger los intereses de los empresarios–, incendio del Banco Central Bielorruso, son algunas de las acciones que fueron llevadas a cabo a lo largo de estos años. De ahí, el movimiento anarquista empezó a beneficiarse de cierta visibilidad mediática… que no tardó en transformarse en una dinámica de criminalización y estigmatización de esos grupos  «agresores», «violentos», «hooligans sin cerebros». El ataque hacia la Embajada de Rusia del 30 de septiembre de 2010 fue el que dio el último giro, al funcionar como pretexto para que el gobierno designara al movimiento autónomo y libertario como blanco principal del aparato represivo.

En el transcurso del otoño, más de 150 personas fueron interrogadas, 19 detenidas, de las cuales 5 acabaron por ser condenadas por su presunta participación en las acciones directas mencionadas: Ihar Alinevich (sentenciado a 8 años de privación de libertad), Nikolaï Dedok (4 años y medio de privación de libertad), Aleksandr Franzkevitch (3 años de privación de libertad), Maksime Vetkin (4 años de limitación de libertad) y Evgueniy Silinovitch (1 año y medio de limitación de libertad). Durante su detención preventiva, un grupo llamado los Amigos de la Libertad emprendió una acción de solidaridad en la que cocteles molotov fueron lanzados hacia la prisión especial de la KGB donde estaban detenidos. En octubre, otro acto tuvo lugar en contra de la KGB de Bobrouysk. De ese último, cayeron presos otros 3 activistas: Evgueniy Vaskovitch, Artiom Prokopenko y Pavel Syromolotov, todos condenados a 7 años de encarcelamiento.

A pesar de todo eso, la resistencia aumentó en diciembre de 2010 cuando el 19 de ese mes, Aleksandr Lukashenko fue reelegido como presidente por medio de elecciones falsificadas, provocando un importante descontento popular en el que otras personas fueron arrestadas. El año siguiente, nacieron movilizaciones de miles de personas que se juntaban en las calles y se quedaban aplaudiendo, en signo de protesta. Ante el aumento del numero de participantes, la policía empezó a detener personas. Pronto, su intervención se vio reforzada por el uso de la ley. Al igual que en la mayoría de las demás legislaciones de Europa, la autorización oficial ya era necesaria para manifestarse en las calles. Sin embargo, el gobierno aprobó una modificación que hizo obligatoria la autorización oficial para cualquier tipo de concentración pública, a tal punto que el año pasado, cuando los habitantes de un pueblo convocaron a esquiar en su región, las personas que llegaron fueron detenidas ya que no habían pedido autorización para hacer el llamado. En algunos meses, el Estado bielorruso desarrolló sus métodos represivos para extenderlos como respuesta a las diversas tendencias y manifestaciones. El anarquismo ya no es lo único que combatir: la represión se aplica a cualquier tipo de organización popular.

Para las y los activistas que pertenecen a la tendencia más radical del país[3], la situación se volvió muy crítica. Las detenciones preventivas y la intimidaciones se van multiplicando, sea en las calles, en su lugar de estudio o trabajo. La clandestinidad es una necesidad par todas sus actividades, lo cual dificulta bastante la organización y expansión del movimiento. No son más de unas 50 o 60 personas en total, sus actividades están casi únicamente concentradas en Minsk. Para muchos y muchas, la emigración aparece cada vez más como una alternativa.

Ese es el marco en el que la CNA-Belarús desarrolla sus acciones. Además de brindar solidaridad y acompañar a militantes que están en prisión, trabajan activamente a la inhibición de la represión dentro del movimiento social a través de la organización de talleres de sensibilización, análisis de las tácticas represivas policiacas o de entrenamientos prácticos. Para sus activistas, esa lucha anti-represiva es una condición indispensable para que el movimiento permanezca y crezca, aún bajo la creciente represión estatal. De hecho, los y las activistas que viajaron alrededor de Europa hicieron hincapié en un elemento interesante: el aumento de las fuerzas represivas no sólo provoca miedo y violencia sino también cierta tendencia al descuido. Mientras se va banalizando la persecución, la gente empieza a pensar que «las autoridades nos tienen infiltradxs, ya saben todo», por lo que tiende a bajar sus protocolos de seguridad. Al contrario, advirtieron sobre la necesidad de seguir alerta. «La policía sabrá todo si ustedes no esconden nada». Al compartir su experiencia, subrayaron la importancia de la solidaridad, tanto a nivel nacional como internacional: siempre y cuando seguirán existiendo movimientos anti-sistémicos, seguirán sufriendo represión por parte de los Estados. Sin embargo, el ser consciente de ello, y sobre todo el compartir experiencias y ser solidario son oportunidades para hacerse más fuerte a la hora de estar resistiendo.

También nos hicieron algunos llamados para aportarles apoyo a sus compañeros presos, comunicar y difundir lo que está sucediendo en su país, seguir trabajando en torno a la difusión y expansión del pensamiento anti-carcelario y, sobre todo, seguir luchando. «La mejor forma de ser solidario con lxs que están encarceladxs es seguir la lucha que llevaban antes de caer presxs», declararon al cerrar la discusión.

Por su lado, la Cruz Negra Anarquista-Belarús ya tiene un proyecto para el verano: la Semana Internacional de Solidaridad con las y los presos anarquistas que se llevará a cabo del 23 al 30 de agosto de ese año. La idea surgió ante la observación de que sí bien ya existen fechas establecidas a nivel internacional respecto al tema carcelario –tales como el día de los presos políticos– en muchos casos lxs presxs anarquistas quedan olvidadxs  ya que su lucha no cabe dentro de la concepción de la justicia social que adoptan la mayor parte de las organizaciones oficiales de derechos humanos. Además, las informaciones sobre la represión circulan con dificultad de un país a otro. Esa semana será por lo tanto una oportunidad para intercambiar, dialogar y aprender de las distintas experiencias que se viven alrededor del mundo, desde Bielorrusia hasta México.

Para más información respecto a la CNA-Belarus :

Sobre la CNA-México :


[1]  “Me voy a Magadan” es un testimonio escrito por Ihar Alinevich durante su detención preventiva en la prisión especial del KGB bielorruso. Fue publicado bajo la licencia «Creative Commons» y traducido a varios idiomas.

[2] La Cruz Negra Anarquista (CNA), red internacional conformada por grupos que se dedican a brincar solidaridad y acompañar a compañeras y compañeros – mayoritariamente anarquistas, pero no sólo –  que están en prisión, así como a la difusión y expansión del pensamiento anti-carcelario, es presente en  varios países del mundo, principalmente en America del Norte, America Latina y Europa. La CNA-Belarus, grupo local con sede en Bielorrusia, es uno de ellos.

[3] Incluye al movimiento antifascista (muy vinculado con el fútbol), un movimiento punk (cuyos conciertos son una oportunidad para que la gente pueda encontrarse), el  movimiento llamado “Food Not Bombs” (que se encarga de distribuir comida en las calles), a varixs grafiterxs, una librería, una batucada, y unos grupos anarquistas, dentro de ellos, la Cruz Negra Anarquista-Belarus.