Cuando la muerte es tan rápida como el sonido

Por Arturo de Dios Palma/Periódico Debate

La noche del 23 de mayo del 2013, en la comunidad indígena de Tulimán, municipio de Huitzuco, Guerrero, la muerte fue tan rápida como el sonido. ¡Pum! Se escuchó un tronido y un torrente de agua desapareció la casa de la familia Montaño Rueda y a cinco de sus integrantes.

Una hora antes de la tragedia, llovió intensamente, como nunca, cuentan los pobladores. En otras ocasiones la lluvia sólo había provocado el desprendimiento de una que otra lámina de los techos de las casas de adobe que aún conviven con las construcciones de material (muchas de ellas auspiciadas por pobladores que han salido a los Estados Unidos expulsados –en general– por la falta de un empleo rentable). Pero nunca una lluvia había provocado una tragedia como la que sucedió esa noche.

«Pensamos que iba suceder algo más feo» dice el comisario municipal, Federico Jiménez Elizalde, quien fue guía por la zona en la que, por más de 10 años, estuvo la casa del matrimonio de Heriberto Montaño Quiñones y Apolonia Rueda Ortiz.

La noche de tragedia 

Montada sobre una colina, a unos 20 metros de una barranca, está la casa de la familia Montaño Rueda. Afuera, la lluvia no para, es incesante. Adentro están casi todos los integrantes, sólo falta José Luis, el hijo mayor, que como todos los días salió con cubetas en manos a acarrear agua desde un pozo de agua.

Rosa Icela y Heriberto, niños de siete y un año, están dormidos en el cuarto del fondo. En la parte de la sala, está Heriberto con Celia y Sandra de 15 y 13 años, y en la cocina, está Apolonia abrazando a Javier, un niño de meses, acompañados de Maribel de 7 años de edad.

Celia se acaba de bañar; Sandra recién terminó de lavar su pants para su clase de educación física. Las dos platican con su padre, Heriberto, sobre los riesgos que puede tener José Luis con la intensa lluvia.

En la cocina Apolonia cubre bien a Javier para evitar que se moje. Minutos antes decidió, por recomendación de sus hijas, cambiarse a ese lugar porque en el dormitorio una gotera los mojaba.

Afuera, a unos tres metros, justo arriba de la casa de la familia Montaño Rueda, está un terreno amplio, unos 400 metros cuadrados, que ocupa el vecino para cuidar sus animales. El lugar está rodeado por una barda con una antigüedad de unos 40 años. La guarnición está formada por piedras encimadas unas sobre otras y pegadas con cal. No tiene trabes ni columnas. Detrás de la barda con la caída de la lluvia se va acumulando un caudal de agua.

Adentro, la familia Montaño Quiñones está atenta a lo que pasa afuera con José Luis. «Que no cruce la barranca», sugiere, Apolonia. «Grítenle a su hermano», ordena.

De pronto un estruendo se escucha, ¡Pum!. El sonido proviene de la barda que se colapsó y soltó el cumuló de agua en dirección a la casa de la familia Montaño Rueda. El golpe es seco y duro. La fuerza del agua es implacable, arrasa con todo lo que tiene enfrente.

 VOZ DE LOS SOBREVIVIENTES. José Luis: «Cuando llegué ya no había nada»

Voy a acarrear agua de noche porque luego se acaba. Yo siempre voy de noche, aquí por donde está el pozo. Ese día me fui como a las ocho pero como había harta gente estuve esperando, dije: mejor me voy y luego regreso, pero me quede jugando con los chamacos y después me dieron las 10 y ya estaba bien nublado; llene dos ánforas y las saque y empezó a chispear y por eso me vine pues.

Ya por aquí [por la barranca] me agarró el agua bien recio y a fuerzas pude llegar y pues ya vi que el agua ya estaba bien recio. Intente pasar, pero ya no pude.

Mire cómo el agua estaba salpicando [de la barda del terreno de arriba] y pues le empecé a gritar que se salieran, pero como estaba cayendo granizo no escucharon porque el techo era de lámina. Entonces me fui para allá a dar la vuelta y cuando llegue ya no había nada aquí. Luego, luego que se cayó se lo llevó todo.

Mi mamá estaba ahí con mi hermanita en esa parte [señala hacia el lugar donde se encontraba la cocina] con las láminas encima. Yo cuando llegué se las comencé a quitar de encima porque no se podía parar. Con trabajo se paró para poder ir a pedir ayuda. Después nos pusimos andar buscando quitando las piedras, buscándolos pero ya no estaban.

Cuatro niños, cuatro muertos

Los cuerpos son de Celia, Sandra, Rosa Icela y Heriberto, horas antes un caudal de agua había destrozado su casa y los arrastró por la barranca. Ya sin casa, los cuatro menores fueron velados en la iglesia y por el pueblo, sin sus padres. José Luis fue el encargado de los servicios funerarios.

El comisario municipal, Felipe Jiménez Elizalde, y su suplente, Rodolfo Nariño Jiménez, cuentan que esa noche, gran parte del pueblo acudió al llamado de ayuda de la familia Montaño Rueda.

Rodolfo Nariño, comenta que formó parte del grupo de ayuda que salió rumbo a la barranca a buscar a Heriberto y a sus cuatro hijos.

«A dos de las niñas la encontramos hasta allá bajo, como a dos kilómetros de aquí», explica Rodolfo parado justo sobre los restos que de lo que fue la casa de los Montaño Rueda.

«A los otros los encontramos antes, como medio kilómetro antes» continúa.

«Yo me incline más por los vivos» ataja Felipe Jiménez sobre su labor de esa noche «hablamos a Huitzuco para que nos mandaran una ambulancia».

La ambulancia de Protección Civil del gobierno municipal de Huitzuco llegó a las tres de la mañana, casi cinco horas después y con ella también arribó el presidente municipal, el priísta, Norberto Figueroa Almazo.

Ese día, Figueroa Almazo se comprometió a que protección civil regresaría a Tulimán para hacer un diagnóstico de la zona, para ubicar las casas que están en riesgo por estar al pie de la barranca. No cumplió. Desde esa noche, han pasado más de 60 días y ni el presidente municipal ni protección civil ha vuelto a Tulimán. Menos a la barranca.

La casa de la familia Montaño Rueda, era pequeña, cuatro metros por unos ocho. En ella vivían nueve personas. Estaba dividida en tres: una recámara, una sala y la cocina. Tenía techo de lámina de aluminio, piso de concreto y con sus paredes en bruto. No contaban con luz eléctrica, la conseguían de la casa de la hermana de Apolonia. Dormían en tres camas, que una de ellas por estar en la sala, hacía unas veces de sillón y otras de dormitorio. Tenía tres televisores. De todo eso sólo se salvo el fogón.

VOZ DE LOS SOBREVIVIENTES. Heriberto Montaño: «Me salvé de milagro»

Yo tengo mi pierna quebrada. Me dijeron que por ahora no podía pisar bien con mi pierna, estoy esperando a que me digan si me van operar. Yo les dije que si así nada más, pero ellos [los médicos] me dijeron que no, que iba ser más tardado pero que iba a quedar mejor.

Pero por ahora, lo que me dijo el doctor es que tenga mucho cuidado, mucho reposo. Hasta que él me diga que ya puedo apoyar el pie, pero aunque lo pueda apoyar ya me dijo que luego luego no voy a poder salir a trabajar, porque está muy reciente.

Me están atendiendo en Huitzuco, en el hospital general. Me atienden de fractura del hueso del pie. Tengo una fractura acá en esta parte [en la pierna derecha]. La fractura fue ese día, porque yo estaba ahí adentro con las niñas, se cayó la barda y entonces estábamos ahí adentro. Pues ahora sí que de milagro me salvé. Pero pues casi andaba llegando hasta donde llegaron mis hijas. Me faltó una parte nada más de pasar, como de una altura así como de la casa [indica el techo de una altura de cuatro metros aproximadamente] para abajo o un poquito más alto; de ahí ya no pasé, ahora sí que reaccioné antes porque yo iba como dormido y pues no supe ni por dónde iba.

—¿Usted estaba dormido ese día?

No. Estábamos platicando, pero cuando me aventó el agua ya no supe dónde me golpeé, pero me golpeé. Me arrastró el agua y ya no supe, ya reaccioné cuando recibí el golpe acá en el pie.

Yo me quedé enterrado. Me enterré completamente, ahí me quedé enterrado un buen rato en la arena. No sé cómo fue que me salí de ahí, haga de cuenta que llegó una mano a sacarme, se metió debajo de mí, me levantó y me desenterró de la arena y me sacó hacia arriba del agua y el agua me siguió arrastrando. Entonces yo hice el intento de salir. Alcancé a colgarme de un alambre que estaba por ahí por una cerca.

Yo ya no vi a la niñas, ya nada más vi cuando caímos todos hasta abajo a la calle, de ahí para allá no supe nada. Todo fue muy rápido. Cuando salí este pie ya no me respondía, salí arrastrándome de ahí.

La tormenta ya había bajado y los muchachos llegaron, me llevaron a una casa por ahí cerca y ya les dije: «vayan a ver a mis hijas». [Silencio]. Todo fue bien rápido. Yo miré que era muchísima gente, ya ni sabía quienes eran, yo no reaccionaba bien pues. No sé si les contestaba, yo nada más oía que me hablaban. No sé si les contestaba o no. Yo sólo les decía: «vayan a ver a mis hijas, a ver si una de ellas estaba viva». Es todo lo que me acuerdo nada más ya lo demás ni me acuerdo, ya ni me acuerdo ni dónde estaba yo, ni quién era yo. Ya cuando volví a reaccionar, ya estaba en el hospital.

—¿Esa noche con quién estaba platicando?

Con las niñas. Estábamos ahí, no era muy noche, eran como cerca de las 10 cuando comenzó a caer el agua. Estaba platicando con ellas, estábamos parados. Como este muchachito [José Luis] había ido a traer agua al pozo, que me dicen: «mira papi vamos a ver por la ventana,  vamos a gritarle a mi hermano para que no se vaya a pasar, la creciente está muy grande y no se lo vaya a llevar». Le digo: «bueno vamos» y fuimos, dos veces le gritaron para que no se pasara la barranca porque estaba bien crecida la corriente.

Y ya nos dimos la vuelta para salirnos pa ya irnos para donde hacían de comer, allá en la cocina, pero ya no nos dio tiempo dar la vuelta completa, ya nada más volteamos y escuchamos que truena la barda y pasa a traer la casa.

Nos aventó al patio. Ahí todavía me gritó una de mis hijas: «ahora qué hacemos papá». Le dije: «ahorita nada más por ahí nos deja en el patio». Pero no. Llevaba muchísima fuerza y muchas piedras. Todo de lo que cayó no quedó nada ahí, con eso mismo nos aventó, con piedras y con lodo y el agua pues. Ni para dónde hacerse, iba lleno el patio de agua y de piedra.

Ya nada más caí en la calle, no supe dónde me golpeé y ya no supe nada.

—¿Usted iba agarrando a sus niñas?

No. Ya no me dio tiempo agarrarlas, porque yo estiré la mano para agarrarla, a la más grande, pero me golpeó algo acá en la mano y ya no pude agarrarla. Y la otra niña andaba por allá. Los niños, esos estaban dormidos. Todo fue bien rápido, no dio tiempo de nada. Yo ya no puede agarrar a nadie, como nos separó el agua.

Solos, sin casa ni trabajo 

De un lado de Heriberto hay una silla de ruedas, frente a él un camastro y al otro costado un montón de cajas con sábanas y despensas que han recibido como parte de la solidaridad que el pueblo y otras personas les han mostrado.

La silla de ruedas es para Heriberto su nueva forma de transporte.

El lugar donde está Heriberto es prestado. Es un cuarto de 16 metros cuadrados, con un patio y una cocina. Ahí, como antes, duermen amontonados los sobrevivientes de aquella noche.

Heriberto, es un hombre de 42 años, con fuertes rasgos indígenas y se mira fuerte. Sin embargo, por ahora no puede salir a trabajar de albañil como lo hacía, ni tampoco puede cortar leña para ganarse unos 30 o 40 pesos que lo ayudaban cuando el trabajo faltaba en su otro empleo.

Heriberto está a la espera de que lo operen de su pierna derecha, pero también de muchos apoyos que, sobre todo, el gobierno le ha ofrecido pero que no han llegado porque casi todos se los han condicionado para cuando tenga una casa.

Así que la llegada de estos apoyos se advierte difícil. De entrada, porque para tener un casa primero necesita un terreno, y para obtener el terreno primero necesita alrededor de 30 mil pesos, que no tiene.

El presidente municipal de Huitzuco le ha dicho que él le amueblará su nueva casa, pero hasta que esté construida. La esposa de alcalde, les ha prometido que les ayudará con un negocio, pero éste debe estar en un lugar céntrico, y de preferencia que el lugar sea la puerta de su nueva casa.

José Luis, es un joven de 18 años, hace un año concluyó la secundaria, quiere estudiar el bachillerato, pero dice que va ser muy difícil porque por ahora, sin el ingreso de su padre, tiene que salir a trabajar.

Por ahora trabaja todos los días en el campo; pone abono, quita maleza, acarrea agua desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde.

Maribel, la niña pequeña, parece ser uno de los apoyos de su madre. Javier, el bebé de la familia, sólo juega, de seguro, sin saber lo que pasó.

Apolonia, es una mujer también fuerte, pero ahora su fuerza la utiliza para andar de un lugar a otro buscando apoyos, gestionando ayuda y haciendo trámites, como la nueva documentación de la familia, actas de nacimiento, CURP y todo eso.

Los 50 mil pesos que recibieron del gobierno del estado, se han ido en eso: en el funeral, en las idas y vueltas a Huitzuco a las consultas de Heriberto y en las demás gestiones.

Apolonia se mira fuerte, pero en cuanto sale el tema de aquella noche, se derrumba. Sobre el asunto, casi en todo momento, habla con la mira clavada al piso y contiene las lágrimas hasta que puede, pero al final le ganan. Tiene el dolor por la muerte de sus hijos a flor de piel.

VOZ DE LOS SOBREVIVIENTES. Apolonia Rueda: «Los perdí bien rápido»

Yo estaba también adentro con mis niñas, estábamos todos ahí en la casa de material. De hecho ya se había pasado el agua y comenzó a caer granizo. A donde yo estaba sentada estaban mis niños durmiendo. Yo estaba sentada abrazando a mi bebé [Javier]. Después me dice mi hija la grande: «mamá aquí donde estás, está cayendo hielo, hágase a un lado». Le digo: «bueno y que me paro». Que me dice mi hija, la más chica: «mejor hay que llevar a mamá a la cocina».

Y ya agarró mi niña, la grande, el sillón y se lo llevó para la cocina, y la otra fue a traer el cobertor y dice: «vamos para allá para que no se vaya a mojar el niño le vamos a echar encima el cobertor, porque viene mucho agua-viento pues».

Y ya estaba sentada, en eso salieron mis niñas a ver a este niño [José Luis] a la puerta. Después que les digo: «saben qué, grítenle a su hermano que no se vaya a pasar», porque me estaba preocupando por el muchacho que estaba afuera. Me dice: «entonces le voy a gritar». Y le digo: «ahí está el embudo, grítale» y que me dice: «se lo llevó». Ah bueno entonces que le digo: «cierra la puerta», porque estaba entrando harto aire.

En ese momento yo seguí sentada abrazando a mi bebé y esta niña [Maribel] me siguió porque ahí en la cocina tenía un bracerito donde yo hacía tortillas. Se fue a sentar ahí conmigo. Yo miré que mi esposo se salió y después se volvió a meter y miré a mis niñas que iban para dentro. Le dije a mi esposo: «apúrale ya pasó el agua y vamos a cenar». Me dijo: «sí, ahorita». Y ya nada más iba a jalar unos muebles o no sé qué, el chiste que se iba para dentro y las niñas se fueron detrás de él.

Entonces yo estaba volteando para allá cuando escuché como que tronó algo, pero yo cuando quise voltear a ver, me pasó a traer el agua, porque pasó por todo lo que era la cocina.

Me tumbó, me aventó fuera de la cocina, se cayeron todos los palos, pues caí ahí tapada de láminas y la cobija con la que tenía tapado al niño me la arrebató el agua. Se llevó la cobija, pero al bebé lo estaba agarrando fuerte.

Estuvo pasando el agua y entre mí nada más me preguntaba: ¿Y ahora qué pasó? Y ya cuando me grita esta niña: «¡mamá!, ¡mamá!» Pero yo ni pa’ contestarle, porque estaba pasando el agua encima de mí. Yo le comencé a pegar a las láminas y fue cuando ella se dio cuenta y me las comenzó a quitar.

Ya cuando me quitó la última, le digo: ¿qué pasó? Ella me dice: «mamá levántese». Le digo: «¿por qué?», «Es que a mi papá y a mis hermanos se los llevó el agua».

Yo no me podía parar, porque toda esta [la espalda] me dolía. Parece pues, que me dice y ya pues me paré, la luz se había ido. Que le digo: «toma al niño», porque el niño ya estaba bien frío.

Después que le digo «vámonos pa’llá», a verlos, pero ya no había nada. Yo no me había dado cuenta que se había rotó la barda. Cuando vi, ya no estaba la barda y que le digo a mi niña «vamos donde mi hermana», como mi hermana vive ahí a lado, que nos vamos y todavía vi cuando se cayó otro pedazo de barda. Que la dejó con el niño ahí donde mi hermana y que le digo a mi cuñado: «ven ayúdame».

Que me dice: «¿qué pasó?» Y que le digo: «la barda se rompió y se llevó mi casa con todo y mis niños». Salió mi cuñado corriendo y estaba duro, porque volvió a llover y estaban los truenos, yo corrí y mi cuñado que me dice: «ya no hay nada cuñada». Yo salí pa’rriba a buscar ayuda. Por donde quiera fui a tocar, que me apoyaran pues. Yo quería rápido para encontrarlos pues. Y ya comenzó a bajar la gente. Después mi muchacho fue a vocear con mi cuñado y ya comenzaron a llegar, pero pues ya todo fue en balde pues ya no se pudo hacer nada.

—¿Esa noche usted también se fue al hospital?

Sí, porque yo como había tomado mucha agua tenía como majada aquí –señala su garganta– de los animales, yo sentía como que me iba a dar algo y me dolía toda esta parte [la espalda]. Y nos llevaron a los dos.

A mí no me dijeron que mi esposo se había salvado, sino hasta que me dijeron que mis niñas fueron las que encontraron sin vida. De ahí las llevaron a la iglesia, pero a él no lo llevaron, pensé que no lo encontraban, no me dijeron si estaba bien o algo. Ya hasta que pasó la ambulancia y me dijeron que ahí llevaban a mi esposo y fue que también a mí me llevaron.

Todo pasó muy rápido. Todo comenzó como a las nueve y media, a llover muy fuerte, como a las diez y media ya había pasado todo. Porque mi muchachita se bañó como a las nueve y media, se bañó, se cambió y se fue a parar frente a mí y me dijo: «mamá ya me bañé». Le dije: «te acabas de bañar y ya te estás mojando». Y la otra niña estaba lavando su pants porque al otro día iba tener [educación] física, la de la primaria.

Sin pensar que ya no las iba yo a ver, bien rápido las perdí, en un rato.

Yo todavía le decía a mi esposo: «por qué no las agarraste; por qué no les dijiste, si era mucha agua, que nadaran, que se orillaran, que hicieran algo». Pero como lo arrastró lejos y como en la barranca estaba pasando mucha agua.

Fue muy triste su muerte. Muy triste porque mis niños, los chiquitos, estaban durmiendo y ya no despertaron.