Todo empezó el 18 de mayo. Un grupo de activistas ambientalistas se manifestaba en contra de la destrucción del parque local Gezi (que significa “caminar” o “paseo”) en la Plaza Taksim. De inicio, las autoridades reaccionaron con una política de cero tolerancia enviando máquinas excavadoras a los manifestantes. La tensión fue en aumento, conforme la gente se fue sumando al primer grupo de activistas y exigiendo que se detuviera la destrucción del parque. Las autoridades fueron reacias. Así como la policía. Gas lacrimógeno fue utilizado y muchos fueron lastimados. Pero lo que sucedió después no tuvo precedentes.
Primero fueron cientos, después miles las personas que se conjuntaron en solidaridad; pero en esta ocasión con demandas distintas, ya no se trataba de un parque y sus árboles, sino de la frustración con el gobierno en turno del Partido pro Justicia y Desarrollo (Adalet ve Kalkınma Partisi por sus siglas en turco AKP). Se hicieron evidentes las consignas y demandas solicitando la renuncia de Recep Tayyip Erdogan, Primer Ministro de Turquía.
Un día de protesta se convirtió en una lucha -durante los últimos 7 días- y parece que la resistencia continuará mientras las autoridades sigan reacios a las demandas de la gente.
Conforme el número de manifestantes creció, la reacción del gobierno se acrecentó – la policía y su trato brutal fue la respuesta. La policía estaba autorizada a “dispersar” a las multitudes con gas lacrimógeno y tanques de agua.
El 31 de mayo yo estaba en la Plaza Taksim. No podía creer la brutalidad policial que hubo. Estaba completamente ausente cualquier sentimiento de compasión. Después de todo las víctimas eran ciudadanos turcos, y los policias también. Los ciudadanos ejercían su derecho a la protesta pero la policía no tenía intención alguna de desistir a la represión. A partir del 31 de mayo las fuerzas policiales comenzaron a escalar la violencia.
Traducción: Karla H. Mares
Fotografías y texto: Arzu Geybullayeva