Voces sobre la asonada popular, ad portas a la Huelga General

Por: La Raza Cómica
Fotografía: María González (en embajada de Chile en México)

El gobierno no entiende. El gobierno ha apagado el fuego con bencina. La oposición no existe, y tampoco entiende. Son de los mismos. Miopes, del principio hasta estas horas; pensaron que todo se resolvía con treinta pesos. Luego, el presidente declaró una guerra contra los manifestantes, que no era sino el mismo pueblo que pretendía dirigir. Desesperado, pide disculpas por su sordera e intenta arrojarnos la misma piedra a tropezar: un paquete de «arreglines sociales», donde todo se resume a que el Estado subvencione el sistema empresarial (pensiones, salud, servicios básicos) y un alza del salario mínimo que apenas si hubiera valido la pena 15 años atrás. Sería hasta cómico, pero es una vergüenza: en medio del descontento, nos quieren volver a estafar. Nos tratan como si fuéramos weones, mientras estamos resistiendo las balas. Es impresentable de principio a fin.

No les perdonamos; ustedes nos llevaron hasta acá. No nos mientan: las movilizaciones están en la calle hace más de diez años. Sus llantos por televisión diciendo «no sabíamos» sólo nos hierven la sangre. Ver a los milicos en la calle es algo que no se olvida. Sebastián Piñera, mejor huye en un avión, pues no te lo vamos a perdonar. Han jugado con los peores traumas de la población. El miedo al país donde una, sin quererlo, nació: el miedo a la policía, el miedo a los machos y los fachos, el miedo a una oligarquía que demuestra sin pudor que no le tiene asco a asfixiar a un pueblo entero. ¡Una que no está acostumbrada a los estados de excepción, pos niña! La declaración de estado de Emergencia fue una estupidez; pensaron que reprimían a los mismos de unas décadas atrás, a los que mezclaban el miedo con el miserable consuelo de las migajas expuestas en vitrinas y en módicas cuotas. Quizá aún tenemos de eso, pero ya no se aguanta más. Y hace rato. El 4 de agosto del 2011, yo me pensé, ilusa, en este escenario. Hoy, el escenario nos supera. Y la frustración, también. No se sabe qué va a pasar. Pero en el escenario anómico, de organización urgente, sólo queda una certidumbre, un grito, o mejor dicho, una sentencia: ¡Váyanse a la chucha!

No me canso de recordar la historia relatada en una entrevista por Alejandra Holpzafel, estando detenida en La Venda Sexy. Les habían dado para comer lentejas mezcladas con fecas, a lo que una compañera detenida gritó: «Nos están dando lentejas con caca. Nos las vamos a comer igual, pero ni crean que no lo sabemos». Es como una parábola del oprimido, que ha sido desprovisto de cualquier clase de arma para resistir, aparentemente. Pero en ese contexto, gritar la injusticia, desafiar los estados de excepción, son una asonada para restablecer un poco la justicia en este orden tan desequilibrado. Tal vez no cambien mucho las cosas. Así el «orden» se vuelva a «restablecer», y sigamos como borregos trabajando igual, vamos a recordarles que sabemos lo que hacen, y que la paciencia se nos agota. No se crean tan astutos, manga de infelices.

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[Erick Valenzuela]

El sistema de transporte más caro de América Latina: Un dólar con veinte centavos. Y que en promedio duplica al resto del continente. La tarjeta «Bip» se convirtió en la forma más «exitosa» de bancarización forzada dirigida a millones de trabajadorxs. Desde su implementación, año 2007, a la fecha, su precio se ha incrementado más de un 100% ¿En cuánto se ha incrementado tu sueldo desde entonces?

Las movilizaciones si bien parecieran criticar el alza en las tarifas del sistema de transporte, tiene una expresión aún más profunda, se trata de un hartazgo ante un sistema segregador, que se sustenta en el lucro y la propiedad como pilares del modelo, por sobre los derechos humanos. Si bien los estudiantes secundarios marcaron el punto de partida de la movilización hoy ha adquirido un carácter masivo, popular y nacional.

Chile tiene un costo de vida de la OCDE, con un salario per cápita de país periférico. El crédito es la divisa que se normalizó para comprar el pan y el coludido costo de los medicamentos continúa incrementando y mengua de paso las precarias pensiones que reciben lxs jubiladxs.

Este sistema no permite la proyección de la vida, proscribe las utopías, ya que cada una de las áreas del desarrollo humano han sido privatizadas. Esta movilización es contra el sistema neoliberal en sus diferentes dimensiones: extractivista, depredadora, ecocida, monocultivadora, expoliadora, agrotóxica, contaminante, consumidora, lucrativa, privatizadora. Vivimos en una realidad donde el derecho a la propiedad vale más que el derecho a la vida.

No está de más recordar que su implementación sólo fue posible en un contexto de dictadura cívico – militar y para ello se dedicaron a asesinar miles de personas. De otra manera nadie hubiera admitido el retiro de derechos sociales en pos de agradar la acumulación capitalista.

Hoy, así como en la dictadura, los militares vuelven a la calle. Miles de personas, notables y excepcionales fueron perseguidas, detenidas, torturadas y asesinadas. Hoy como entonces el pueblo sale a la calle. Salimos con un montón de emociones revueltas, con euforia al ver los símbolos del poder arder; con miedo al ver cómo nos disparan a quemarropa y nos torturan; con ansiedad, con cuotas de incertidumbre, pero salimos, insistimos, continuamos porque estamos despiertos y a la vez soñando con que de una vez por todas podamos quebrarle la mano al neoliberalismo.

 

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[Matías Marambio]

Lo que comenzó como una batalla por la movilidad bajo tierra ha salido a la superficie y paralizado los recorridos por la ciudad de Santiago. En ese salir a la luz también se ha producido un movimiento con otro carácter: la violencia dictatorial ha salido de su estado de latencia atemperada de los últimos treinta años. Estados de excepción, militares en la calle, toques de queda. Lo que hemos incubado en las últimas décadas dio como resultado la confrontación entre quienes sostenemos al país con nuestra precariedad y quienes lo disfrutan como un oasis neoliberal.

¿Por qué en momentos como este sentimos la necesidad de explicar lo que ocurre? ¿Qué desorientación es esta que nos impulsa a levantar tesis sobre la coyuntura? Acaso es la manifestación por excelencia de la política moderna, ese momento de apertura y la indeterminación como el principio de coherencia ante una situación que parece destinada a no tener un sentido estable.

Dentro de esa sensibilidad confusa, sin embargo, algunas ideas decantan. La principal entre ellas es que la aparente espontaneidad de la protesta y su escalada vertiginosa son eso, una ilusión óptica. El descontento no se anticipa como los días de un eclipse porque se parece más al magma acumulado de forma subterránea o a las presiones atmosféricas. Los indicios están para quien los busca, en las tendencias largas que se juntan y llevan a anticipar el estallido, pero nada más. Para encauzar un torrente se debe contar primero con la infraestructura, o crearla en la emergencia a sabiendas de que puede ser desmantelada por esa fuerza en movimiento o privatizada por quienes pretenden la vuelta a lo normal. (Ya sabemos qué ha pasado con el agua y sus flujos en nuestro país).

Desigualdad, abuso, violencia estructural, precarización. Se podrían sumar más conceptos, algunos incluso más precisos o con mayor pedigree teórico. Anomia. Descomposición neoliberal del tejido social. Esa precisión será necesaria en un momento posterior. Por ahora lo central puede –y quizás debe– ser expresado con más simpleza porque la agudización del conflicto satura todo y delimita los contornos con más radicalidad. La lucha nos lleva a las consignas y no debemos temerles a las consignas. Ahí tampoco hay certezas sobre cuál es la más clara, la más eficaz o la más radical. Entre el «Piñera renuncia» o «Los milicos pa’ la casa» se dibujan frases con menos música: «No son 30 pesos, son 30 años», «Por una vida digna», «Chile se cansó», «Despierta Chile».

El vocabulario de las jornadas de protesta nos recuerda también otra cosa. A treinta años de la caída del muro de Berlín –analizada con lujo de detalle por los administradores-concesionarios de nuestra fértil provincia y señalada–, a más de diez del mayor colapso financiero desde el crack de 1929, esas «ideologías trasnochadas» retornan bajo la forma de una rebeldía práctica que entona, de nuevo, «El pueblo unido». Pero no es que la lucha de clases haya vuelto, porque nunca se fue. Persiste en las expresiones del movimiento mapuche que resiste todos los días contra la militarización del Wallmapu. Se manifiesta en la lucha por el aborto libre y contra la violencia patriarcal. Existe ahí donde se le han arrancado concesiones dolorosas al Estado para que la educación sea un derecho. Aparece en los territorios que rechazan los efectos deshumanizantes de un capitalismo extractivo, que seca o envenena lo que pilla a su paso. En todos esos gestos bulle el conflicto, a pesar de no vestirse con cascos y overoles.

Los movimientos populares, las expresiones organizadas del pueblo, jamás estuvieron compuestos por la tipología imaginaria del obrerismo ortodoxo. Y lo mismo ocurre hoy, cuando el combate contra la legalidad represora y asesina viene acompañado de manifestaciones que desagradan al poder y a quienes se quieren congraciar con él. Sí, hay violencia y espontaneidad y gestos que nos gustaría no ver. Pero en este momento se trata de los pesos relativos. ¿Queremos que nuestra mirada de izquierda le asigne más importancia a un supermercado en llamas o a los disparos a quemarropa? ¿Preferimos la condena de «esas no son las formas» o la condena al cierre de la precaria democracia que tenemos?

Habrá contradicciones en este proceso. Contradicciones entre quienes se han sumado por el entusiasmo de lo colectivo y quienes exigen la mayor de las radicalidades. Contradicciones entre el ecosistema heterogéneo de las organizaciones sociales (partidos, colectivos, coordinadoras, federaciones estudiantiles, centrales sindicales, gremios, juntas vecinales) y la participación individualizada. Contradicciones al interior de familias, barrios y lugares de trabajo. No hay que temer a la contradicción. Después de todo, a veces tenemos que pasar por lo opuesto de lo que buscamos para llegar al lugar deseado.