Edith Rosales fue una de las 47 mujeres torturadas sexualmente durante la represión en mayo de 2006 en el municipio de San Salvador Atenco. A doce años, su testimonio refleja la actual impunidad del Estado.
San Salvador Atenco es una localidad de México a 40 kilómetros del Distrito Federal, escenario en 2006 de un operativo policial que derivó en la represión que se conoció como el “Mayo Rojo”.
El origen del conflicto se remonta a 2001 cuando el ex presidente Vicente Fox anunció la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México. Esto implicaba la expropiación de predios en los municipios de Texcoco, San Salvador Atenco y Chimalhuacán, zonas agrícolas donde se desarrollan vidas indígenas campesinas.
A partir de allí, la historia de estos municipios estaría marcada por la resistencia de pobladores y ejidatarios que conformaron el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) y que todavía se oponen a ser desalojados de sus tierras. A la resistencia se sumarían, años más tarde, adherentes a la campaña del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
El 3 de mayo de 2006, el actual mandatario Enrique Peña Nieto (que en ese entonces era gobernador del Estado de México) ordenó el desalojo de comerciantes de flores en el mercado de Texcoco para construir un supermercado. Ante esto, los pobladores y el FPDT decidieron bloquear la carretera Texcoco-Lechería.
El 4 de mayo por la madrugada, más de dos mil quinientos miembros de las fuerzas policiales ingresaron a la comunidad, dejando como saldo trágico dos muertos, la detención de 207 personas, la expulsión de cinco extranjeras del país, cientos de manifestantes heridos y decenas de mujeres que fueron torturadas física, psicológica y sexualmente.
No hay sentencia, no hay justicia
Georgina Edith Rosales Gutiérrez fue una de las 47 mujeres detenidas y torturadas sexualmente en la represión de Atenco. A doce años de aquel Mayo Rojo, sigue en el camino de buscar justicia.
En el 2008, ella, junto a diez mujeres acudieron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para denunciar la tortura sexual de la que fueron víctimas durante la represión de Atenco. Edith aclara que no fueron solo once las que sufrieron agresiones, pero que en el caso de algunas compañeras, prevaleció el silencio provocado por el miedo.
En el 2015 se dio una audiencia con la CIDH. Poco tiempo después, la Comisión dio a conocer “recomendaciones” al gobierno de México. Las mismas son resumidas por Edith de la siguiente manera: “Que se promueva la justicia para nosotras. Que se nos repare el daño. Que no se vuelva a repetir”. El gobierno hizo caso omiso: nunca cumplió.
La CIDH mandó el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH). La misma tiene la potestad de condenar al Estado por su responsabilidad en los hechos ocurridos en Atenco y ordenar una nueva investigación. Así es como se desarrolló una audiencia en 2017 en Costa Rica, en que se presentó una delegación del gobierno mexicano y las once mujeres denunciantes de violencia sexual, entre ellas Edith.
La ex presa política de Atenco manifestó la necesidad de que se juzgue tanto a los autores materiales como a la cadena de mandos de las fuerzas públicas de seguridad, así como a los autores intelectuales:
“Que se haga justicia implica que la gente que lo hizo materialmente no se las castigue nomás a ellas, sino que implica que juzguen a todos, entre los que está el presidente Peña Nieto. Estamos esperando la sentencia, que es vinculatoria. Pensamos que no va a ser antes de que él salga”.
Al mes de haber regresado de la audiencia en Costa Rica, las denunciantes se encontraron con la promulgación de la Ley de Seguridad Interior, norma que perpetúa el uso de policial de las fuerzas armadas: el Ejército y la Marina asumen el trabajo de fuerzas civiles en las calles y rutas de cientos de municipios en México, desde 2017, con un marco jurídico para su actuación. La sentencia de la Corte está demorada y la justicia no llega.
Con temor y amedrentamiento hacia los pobladores de Atenco, el proyecto del Aeropuerto intenta seguir avanzando.
Doce años antes
“Querían matar dos pájaros de un tiro, la resistencia en Atenco y la Otra Campaña. No pudieron”.
Edith se recuerda doce años atrás como una mujer luchadora, trabajadora, madre de tres hijas. En ese entonces, era empleada en el Instituto Mexicano de Seguro Social (IMSS). En 2006 estaba en el recorrido de La Otra Campaña, iniciativa política impulsada por el EZLN y el movimiento zapatista que implicó el crecimiento de una corriente nacional de solidaridad y apoyo a las luchas mexicanas, basado en la adhesión a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona.
Ese 3 de mayo de 2006, Edith ya era adherente a la Sexta y parte de la Otra Campaña. Les tocaba organizar el recorrido en la capital mexicana. Cuando la delegación zonal centro estaba reunida en la Plaza de las Dos Culturas, desde Atenco les comunicaron que Javier Cortés, un niño de 14 años, había sido asesinado de un balazo. “Todos nos indignamos. En el recorrido estaba el Subcomandante Marcos. Nos reunimos por sectores y decidimos ir a la gobernación, a los periódicos, y otros dijimos ‘ahorita vamos’. Fue como nos fuimos a Atenco a solidarizarnos”.
A Atenco llegaron el 4 de mayo. A Edith la detuvieron y la acusaron de secuestro equiparado y ataque a las vías comunicacionales. Estuvo dos años presa, hasta que la absolvieron en 2008.
Durante esos dos años en la cárcel, Edith reconoció los fuertes lazos de solidaridad que la mantuvieron en pie. Hasta que salieron la última y el último preso de Atenco, se consolidó un plantón en solidaridad en las afueras de la prisión. Por otro lado, entre muros realizaban tareas manuales que sus compañeras y compañeros solidarios vendían, tales como cuadros de repujado, que son imágenes con relieve. Edith todavía recuerda uno de sus primeros cuadros: la figura de Emiliano Zapata.
Ella fue víctima de violencia sexual al igual que las otras 47 mujeres detenidas entre el 3 y 4 de mayo. El relato de su detención es estremecedor: “En mi caso, me detienen el 4 de mayo. Me golpean con violencia, me insultan. A base de golpes me llevan a una camioneta para transportarme. Cuando me suben, había otra mujer a la que estaban violentando sexualmente. Se sube uno de los granaderos. Me empieza a decir que me va a cargar en ese momento la fregada. Empieza a manosearme los pechos, las nalgas, me rompe el pantalón, me lo baja, me quita zapatos, calcetines, me rompe la blusa. Y bueno. Hace lo que hizo. Cuando me deja es porque llegan con más gente. Ahí es cuando le dicen que se calme. Entonces dijo algo así como ‘ya me echaron a perder mi fiestecita, pero tú no te salvas’”.
En ese momento comenzaron a subir a más personas dentro de la camioneta y a empujarlas una encima de la otra: “Hubo un momento que quedé abajo y toda la gente encima de mí. Nos empiezan a apilar unos sobre otros. No sé cuánta gente. Parte la camioneta y ya llegamos a otro lugar. Yo ya no me podía parar. Los policías me empiezan a patear y me pasan a otro camión. Ahí fue otra vez otro martirio porque siguieron divirtiéndose con más compañeras”, relata Edith.
Así fue todo el transcurso del recorrido desde Atenco hasta el primer penal en el que las alojarían: Santiaguito, situado a dos horas de Atenco. Edith dice que ese tiempo se multiplicó por tres: “Se hicieron casi seis horas en que se estuvieron divirtiendo con nosotras”.
Bajaron golpeadas. No les dieron asistencia médica. Las incomunicaron. No les dijeron de qué estaban acusadas. Las llevaron a declarar. Se negaron. Quisieron denunciar lo que habían pasado. No las dejaron. Edith reconstruye que le preguntó a uno de los policías por qué les hacían eso y hasta cuándo. Le respondió “hasta que salgas”. “Prácticamente me sentenció a no denunciar nada hasta los dos años de haber salido”, afirma.
“Desde que nos detuvieron, éramos 47 mujeres que nos mantuvimos juntas hasta que salió la última compañera. El plantón permaneció día y noche, durante cuatro años, hasta que salió el último compañero. La solidaridad nos dio mucha cobertura al interior de la cárcel y permitió que las presas estuviéramos más tranquilas”, explica Edith.
Doce años después
“Hace doce años ya estaba yo participando y luchando. Ahora sigo en lo mismo. Y ahora con mayor razón porque hay que visibilizar todo lo que pasó y además hay que exigir justicia”.
Edith me cuenta que participó del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que luchan. Que desde mucho antes, incluso de los hechos del Mayo Rojo en Atenco, se hizo adherente a la Sexta y fue simpatizante del zapatismo. Sus reflexiones post encuentro de mujeres que compartimos hablan de una luchadora. Está convencida de que no va a haber un cambio político y social si no es encabezado por nosotras.
A doce años del Mayo Rojo, Edith también reconocer que la represión estuvo marcada por un brutal ensañamiento y la necesidad del Estado de dejar una lección: “Encarcelarnos, golpearnos, atacarnos sexualmente era con el fin de amedrentar a todos los demás para que se calmaran. Y que por miedo se replegaran”, dice. Pero además, la violencia sexual hacia las mujeres fue también una marca patriarcal, de demostrar el poder, de hasta dónde podían llegar. Una invitación a “mirar” lo que eran capaces de hacer.
“No lograron destruirnos. Por eso nos metieron presas tanto tiempo, para que nosotras saliéramos destruidas, deshechas. Pero creo que ha sido al contrario. Lo que no te mata te fortalece. Y eso es cierto. Nosotras salimos más fortalecidas”, concluye Edith.
Publicado en La tinta