Décima Caravana de madres centroamericanas: compartir el dolor, la decepción y la esperanza

En el aire caliente de la noche de Tapachula unas mujeres avanzan por las calles del centro, cansadas. Pasan a través de un escenario surrealista, entre casitas de falsa madera nevada, una pista de hielo, un enorme árbol de Navidad. Cada una lleva entre las manos la foto de un estudiante de Ayotzinapa y, pegada a su pecho, tiene otra foto, la de su hijo. Son las madres centroamericanas que participaron en la décima Caravana «Puentes de Esperanza» y que, después de 17 días de búsqueda en 10 estados y 23 ciudades de la República, el domingo 7 de diciembre regresan a sus países. En el día en que los estudiantes de la Normal Isidro Burgos dieron a conocer la identificación de uno de sus compañeros entre los restos encontrados en Cocula, su grito de justicia resuena como un llamado a la conciencia no sólo de esta ciudad fronteriza sino del país entero.

Salida el 20 de noviembre de Tenosique, Tabasco, la Caravana recorrió casi 4 mil kilómetros. Fue una investigación sin descanso, en las plazas, a lo largo de las vías del tren tristemente conocido como La Bestia, en los albergues para migrantes, en las estaciones migratorias y centros de detención donde el Movimiento Migrante Mesoamericano, la asociación organizadora, tiene noticia de la presencia de un alto número de centroamericanos indocumentados. Hasta las últimas horas de su presencia en el territorio mexicano las madres no pararon de tomar notas, de preguntar y de enseñar las fotos de sus hijos con la esperanza de encontrar un indicio, una respuesta, una pista. A quien pregunte cuanto puede aguantar una madre buscando a su hijo, después de escuchar la historia de estas mujeres, sin duda se puede contestar: para toda la vida.

El dolor y la indignación de las madres frente a las fosas comunes de Juchitán de Zaragoza, Oax.. Fotografía: Valentina Valle

El dolor y la indignación de las madres frente a las fosas comunes de Juchitán de Zaragoza, Oax.. Fotografía: Valentina Valle

Las actividades fueron una mezcla de compromiso político, denuncias y emociones. En cada etapa de su recorrido, la Caravana se enfrentó con un aspecto diferente del universo contradictorio que es la migración, y que se presenta como un equilibrio precario que se rige con reglas, leyes y códigos desconocidos a los demás. Viajar con las madres ha significado asomarse a este mundo, compartir dolor, decepción y esperanza.

En el estado de Veracruz, las integrantes pudieron averiguar el trato hacía los migrantes detenidos visitando la estación migratoria de Acayucan. En esta ocasión, denunciaron la congestión de las celdas; la separación de los jóvenes varones de sus madres a la edad de sólo 12 años; la estancia superior a los términos de ley para los migrantes de nacionalidad «no muy común», cuya deportación tarda mucho más de los 7 días previstos; la falta de libertad en cuanto a que los migrantes no sólo no pueden salir de la estructura, sino tampoco de su celda, condición que hace de la estación migratoria una verdadera cárcel.

En Hidalgo, la posición ambigua de las fuerzas de policías y la ineficiencia de los organismos de derechos humanos fueron evidentes frente a un intento de secuestro sufrido por un grupo de quince migrantes procedentes de Honduras y Guatemala. Los acontecimientos fueron sencillos y, lastimosamente, muy comunes: después de un primer asalto en las afueras de Coatzacoalcos y de una agresión en Orizaba, Veracruz, los indocumentados sufrieron un tercer episodio en Bojay, municipio de Atitalaquia, por parte de secuestradores que se identificaron como pertenecientes al cártel de los Zetas. El ataque falló gracias a la intervención de la Policía Municipal que, como declaró el Comandante Marco Jiménez, tenía «focos rojos porqué venía la Caravana de las Madres, y por eso había operativo y se pudo accionar». Cuestionadas sobre qué pasa en los demás días del año, cuando las únicas personas foráneas en el pueblo son los migrantes y sus agresores, las religiosas que mantienen el albergue de Bojay contestaron que “en ausencia de testigos externos, las fuerzas del orden no intervienen, los migrantes están solos y sus denuncias no son escuchadas, sino más bien desalentadas: «hace unos meses unos pandilleros entraron en el albergue con la intención de extorsionarlos y cuando ellos quisieron denunciar, la policía se los llevó y nunca regresaron». Cabe destacar que, en las 16 horas que duró el trámite de la denuncia que las víctimas quisieron interponer, nunca aparecieron los integrantes de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), a pesar de las muchas solicitudes que recibieron por parte de la Caravana para que atendieran el caso.

En Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, se vivió uno de los momentos de máxima indignación, rabia y tristeza: después de las instalaciones del Centro de Internamiento y Reinserción, la Caravana visitó un área limítrofe al cementerio de la ciudad donde se recibió la noticia de una fosa común de migrantes indocumentados. Las madres y sus acompañantes se encontraron en un basurero donde todavía fumaban restos de plástico, flores secas y llantas quemadas. Las imágenes de Cocula no dejaban de estremecer a las presentes. Todo lo que quedaba de las personas que fueron enterradas en este lugar era un escrito sobre el muro que delimita el panteón: una fecha, un número de expediente y una letra que indica el sexo del fallecido. No había cruces, ni velas, ni dignidad para estos cuerpos sin nombres, desconocidos que nadie reclama y a quien no se le concede ni siquiera el derecho de descansar en tierra sagrada. «Los tratan como animales», explotó una madre, antes de empezar a llorar.

El estado de Chiapas fue el destino final, las madres se quedaron en Tapachula tres días, los últimos, los más pesados. Esta ciudad, no es sólo un pasaje obligado para quien quiere «ir pal norte» subiendo a La Bestia, es un punto neurálgico de intercambios comerciales ilícitos donde también los seres humanos, sobretodo las mujeres, son mercancía. Aquí la Caravana tuvo que enfrentarse con la realidad de la trata de mujeres migrantes con fines de explotación sexual y lo hizo en la «zona roja» de Huixtla, unas cuadras de puras cantinas con música ranchera y un intenso ir y venir de mototaxis y jovencitos vendiendo cigarros y chicles. La imagen de las madres que bajan del camión y se dirigen a las entradas de los prostíbulos, buscando a su hija, a su hermana, a la hija de la vecina, es otro testimonio inolvidable de los horrores de la migración ¿Cuántas son? ¿Cuántas mujeres trabajan en estas vecindades de quince cubículos? ¿De dónde vienen? ¿Cómo se llaman? No hay nombre, ni rostro, para ellas. No se sabe de donde vienen, ni si un día podrán llegar donde querían ir. Su historia se ha perdido en esta línea fronteriza que divide sueños y pesadillas, entre Guatemala y Chiapas. Al cruzarla, pocos logran alcanzar sus deseos y aún menos a mantener el contacto con su familia. Para los demás, queda la esperanza de que algún día alguien venga por ellos, como las madres vinieron por las 9 personas que se lograron localizar en esta décima Caravana, 4 de las cuales ya pudieron abrazar a sus familias después de años de lejanía.

Despedida. Ciudad Hidalgo, Chiapas. Fotografía: Valentina Valle

Despedida. Ciudad Hidalgo, Chiapas. Fotografía: Valentina Valle

Los encuentros de la Caravana 2014

El primero encuentro se dio en Coatzacoalcos, Veracruz cuando Doña Leonila y su hermano Oswaldo, originarios de Cerro Blanco, en la región hondureña de Comayagua, se reencontraron después de 17 años gracias a la intervención de una vecina de Oswaldo. Rubén Figueroa, activista e integrante del MMM, no se cansa de repetir la importancia del apoyo de la sociedad civil mexicana en el trabajo de reunión de las familias divididas por el drama de la migración.

Un apoyo que permitió, dos días después, la reunión de doña Delmi con su hijo Yanel, que desde hace 16 años vivía indocumentado al servicio de un terrateniente en el pueblo de San Sebastián Tenochitlán, Hidalgo. En este caso, el «puente» fue Rocío, la hija de los vecinos de Yanel, que se dio cuenta de la condición de semiesclavitud en la qué vivía este joven, originario de otro país y que por un largo tiempo ni siquiera supo en donde se encontraba.

Entre los riesgos que corren los migrantes, de hecho uno de los mayores, es el de ser cooptados como trabajadores ilegales, muchas veces por parte de delincuentes en comparación de los cuales el patrón de Yanel resulta un honesto empleador. La plaga del crimen organizado que afecta todo el territorio mexicano hace que muchas de las desapariciones estén relacionadas con este tipo de reclutamiento: los migrantes son secuestrados y explotados como esclavos en narcolaboratorios, para mover droga o trabajar en el narcomenudeo. Pocos logran escapar de este tipo de esclavitud y los operativos de las fuerzas de seguridad, que en muchos casos podrían ser su esperanza de ser por lo menos repatriados, muchas veces se vuelven otra causa de desaparición. Acusados sumariamente de crímenes de los cuales no se pueden defender, los migrantes desaparecen en los hoyos de un sistema penal que implica la presunción de culpa y sigue llenando las cárceles de indocumentados cuyo verdadero nombre y nacionalidad se perdió en la injusticia burocrática.

Despedida. Ciudad Hidalgo, Chiapas. Fotografía: Valentina Valle

Despedida. Ciudad Hidalgo, Chiapas. Fotografía: Valentina Valle

En su estancia de dos días en la Ciudad de México, la Caravana fue testigo de una de estas historias que casi nunca se logra documentar, a causa de la imposibilidad de los medios de comunicación, y a veces de los mismos organismos de defensa de los derechos humanos, de acceder a este tipo de datos. Durante la visita al Reclusorio Preventivo Norte, una de las madres encontró un detenido que reconoció a su hijo: unas horas después doña Juana estaba sentada en frente de su Carlos, desaparecido desde casi 15 años y que por los últimos 13 estuvo detenido en el Reclusorio Varonil Santa Martha Acatitla, en el Distrito Federal, registrado como veracruzano y acusado de homicidio. Los abogados que colaboran con el MMM se han hecho cargo de la recopilación de las informaciones necesarias para reabrir este proceso y denunciar las irregularidades.

El último encuentro se dio en Tapachaula, Chiapas donde se halló a la joven María Luisa, hondureña de 27 años, quien tenía 3 años sin saber de su familia después de haber extraviado los números telefónicos. La casualidad fue que la Caravana no la buscaba a ella sino a su hermana, Itzia Verónica, desaparecida desde diciembre de 2012. La joven contó que su presencia en esta ciudad fronteriza se debía a las dificultades de continuar un viaje que se ha vuelto en los últimos meses aún más peligroso: como destaca Rubén Figueroa, «la implementación del Plan Frontera Sur para impedir a los migrantes llegar a Estados Unidos, está provocando que más indocumentados queden estancados en la frontera».

A pesar de los logros de esta décima Caravana el trabajo que falta es todavía muchísimo para buscar a los desaparecidos, sensibilizar la sociedad civil y exigir al gobierno que se responsabilice frente al tema de migración. Por estas razones, en la conferencia de clausura de esta décima Caravana, los integrantes del MMM, encabezados por su fundadora Marta Sánchez, se dijeron ya listos para la próxima. Y con ellos las madres que, a pesar del cansancio, contarán los días que las separa de la fecha de regreso a esta tierra que podría, en algún lugar, esconder a sus hijos.