El Valle de Jordán: espejo del dolor de un pueblo que Israel busca exterminar

Por Susana Norman

 

La árida belleza del Valle de Jordán se extiende ante el ojo. Rocas rojas, pequeños arbustos, y el sol brillante que durante los fríos inviernos calienta los pies y los rostros de los niños durante algunas horas a medio día, justo lo suficiente para sobrevivir a las noches hostiles, mientras que en los meses de verano el mismo sol se hace grande, ardiente, y seca el mítico paisaje al llevar las temperaturas hasta arriba de 45 grados. Desde tiempos antiguos el pueblo palestino que habita estas secas llanuras se ha dedicado a la siembra de uvas, frutas cítricas y de olivos, y el pastoreo de borregos y chivos. A pesar de la aridez, la tierra del Valle de Jordán es fértil por los abundantes nacimientos de agua, el río de Jordán nace en Líbano y compone la frontera entre la ocupada Cisjordania y Jordania hacia el oriente, en su camino hacia el sur donde desemboca en el mar Muerto.

El acceso y el control del agua se convirtió en uno de los principales ejes de la política de limpieza étnica de Israel sobre la población palestina. Al control del agua se le suma los restantes ejes del proyecto expansionista de Israel en el Valle de Jordán: infraestructura estratégica, zonas cerradas militares, 5 puntos de revisión, la colonización del territorio por medio de los asentamientos, demoliciones de comunidades palestinas y la prohibición de reconstruir las casas, de construir escuelas u hospitales.

Militarización

La expansión sionista transforma el paisaje en una cárcel sin paredes. Por la orilla de las carreteras se ubican pequeñas agrupaciones de familias, que al ver demolidas sus comunidades resisten en escasas tiendas de campaña, a lado de letreros que dicen: «Peligro. Zona de disparos. Entrar está prohibido» en inglés, árabe y hebreo. Pasamos por los asentamientos israelís encerrados en su propia cárcel de cercas eléctricas, cámaras y vigilancia, y por el puesto de control Al-Hamra, donde el día anterior a nuestra visita, dos palestinos fueron asesinados por soldados israelíes mientras esperaban pacientemente en su carro para pasar. Los palestinos que se trasladan por las carreteras no saben si algún día correrán la misma suerte. «No necesitan razones para matarte. Matan a mucha gente, en los puestos de control o en las prisiones. Es para crear miedo, y para argumentar ante la comunidad internacional que los puestos de control son necesarios», cuenta Rachid Khudiri, uno de los activistas en la Campaña de Solidaridad con el Valle de Jordán.

Mientras maneja despacio el carro, a través de Al-Hamra, las ametralladoras nos apuntan. Rached es señalado en el Valle por su activismo, y ha sido encarcelado y amenazado más de una vez. «He perdido el miedo de morir», explica. «Llegas a un punto que el único miedo es que nuestra resistencia se debilite, que las comunidades sufran más». La Campaña es una red de comunidades y apoyadores internacionales que apoyan la resistencia de la población palestina en el Valle a través de denuncias públicas de las violaciones a los derechos humanos cometidas por los asentados de Israel y el ejército, apoyo solidario para la reconstrucción de casas demolidas, reconstrucción de los caminos de acceso derrumbados, escuelas y casas de salud.

Rashed Khudiri. Fotografía: Susana Norman

La tierra

El Valle de Jordán se ubica en el oriente de Cisjordania y compone cerca de 30% de los territorios palestinos ocupados. El aniquilamiento del Valle es parte integral del Proyecto Matriz, elemento de la expansión sionista sobre el territorio ocupado. La confiscación de tierras aumentó sobre todo después de la guerra de 1967, en lo que en la memoria colectiva palestina es recordado como Al-Naksa, y puede ser traducido como un día en que el mundo perdió su sentido o el día de la tragedia. Después de la guerra, Israel aniquiló Cisjordania y miles de palestinos buscaron refugio en Jordán, donde permanecen en campamentos de refugiados hasta hoy.

En los Acuerdos de Oslo (1993 y 1995) se dividirían los territorios palestinos en áreas A, B y C. El Área A caería bajo control civil y militar de las autoridades palestinas, el área B seria controlada en lo civil por las autoridades palestinas y en lo militar por Israel, mientras el área C, la más grande, estaría bajo control absoluto de Israel. El Área C sería transferida para control palestino en el año 2000, pero eso no ha ocurrido, e Israel tiene la intención manifiesta de anexarla ilegalmente a la región. Casi todo el Valle de Jordán corresponde al área C. Para un futuro Estado palestino, el valle es fundamental. Representa agricultura, reservas de tierra, agua y la única frontera internacional por tierra. Aquí encontramos la importancia estratégica del aniquilamiento de la región y el control total de sus recursos. La expansión del gobierno israelí en la zona, a través de los asentamientos estratégicos, proyectos de infraestructura, control militar sobre la población, leyes y políticas discriminatorias y constantes demoliciones de casas, que viola convenios internacionales, ha tenido un fuerte impacto sobre las comunidades palestinas, quienes sobreviven y resisten en una aguda marginalización.

Aunque la población israelí es relativamente pequeña, alrededor de 6,000 colonos, esta controla más de 86% de las tierras en el Valle. Antes de 1967, alrededor de 250,000 palestinos habitaban el Valle. En 1968, Israel construyó los primeros 3 asentamientos. Hoy, el número llegó a 37. «Ahora, apenas alrededor de 56,000 familias permanecen en el Valle de Jordán», cuenta Rashed. «La mayor parte del Valle es área militar cerrad para la población que ha habitado las llanuras por centenares de años, mientras que para los asentados que llegaron en el año 2006 está permitido confiscar la tierra y los recursos», continua Rashed.

El agua y los mercados

Los acuerdos de Oslo de 1995 no sólo dividieron las tierras, también destinaron a los asentamientos israelíes cuatro veces más agua de los manantiales que a los palestinos. Junto a la liberación de los presos y el derecho al retorno de los palestinos refugiados, el agua ha sido de los temas más complejos en las negociaciones sobre la «solución de dos Estados». Según datos de Thirsting for Justice, los palestinos consumen cerca de 40 litros de agua por día, muy por debajo del nivel mínimo de 100 l/d recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En el Valle de Jordán, la diferencia en el acceso al agua genera un sombrío contraste entre los asentamientos de colonos de Israel y las comunidades palestinas. Mientras los asentamientos y sus campos agrícolas están irrigados, verdes y rodeados de árboles, las comunidades palestinas sufren de sequedad, la agricultura se dificulta, y los campesinos dependen de la compra de tanques de agua, de la empresa israelí Mekorot, la cual extrae la mayor parte del agua de pozos en el Valle de Jordán.

Fotografía: Susana Norman

La falta de acceso al agua ha obligado a muchas familias a desplazarse y los campesinos que persisten en la región son pocos. Haeel Bshrat y su familia están entre los pocos campesinos que resisten. Siembra plátanos, uvas, cítricos y flores, pero ha reducido la producción hasta menos de una tercera parte de sus tierras, dado que no tiene suficiente agua. Antes, Israel le permitía comprar 1000 metros cúbicos, ahora sólo son 25. La mayoría de los productos se venden en la ciudad de Ramala, porque los impuestos de exportación son altos. «Mientras las empresas israelís pagan 700 US por exportación, los palestinos tienen que pagar cerca de 1,400 US», cuenta Rashed. Los controles militares de los camiones que llevan los productos dentro de Cisjordania y en la frontera son extensos y humillantes. «Nos intentan presionar y dificultar que permanezcamos en nuestras tierras», explica Haeel, que tiene prohibido construir casas y usar el camino principal de acceso a su finca. «De 30 familias que producíamos aquí, solo permanecemos 5», cuenta. Algunos se tornaron trabajadores explorados por las empresas israelíes, con sueldos miserables y sin seguridad médica, otras se fueron a la cercana ciudad de Tubas.

Las demoliciones y confiscaciones de tierras

Los últimos rayos dorados del sol alumbran el paisaje cuando nos acercamos a la pequeña comunidad de Al-Hadidiya. Después de los Acuerdos de Oslo, la comunidad quedó en zona militar y dentro de Área C. Ha sido demolida 6 veces, la última vez el pasado 26 de noviembre. Entramos por un provisorio camino de tierras, vigilados desde las antenas del campamento militar en el cerro más próximo. Al mismo tiempo arriba un camión del ejército, y alrededor de 50 soldados penetran al territorio y comienzan su adiestramiento. Callados y al son de detonaciones, pasamos primero por el modelo de un pueblo beduino, construido para que los soldados ensayen ataques, y un kilómetro más adelante encontramos la comunidad. Pilas de láminas y madera, de lo que solían ser casas, al lado de carpas en donde las familias y sus animales domésticos buscan refugio del frio de invierno. Nos reciben los perros sin ladrar.

Abdel Rahim Basharat es líder, mukhtar, de la comunidad. Tiene 66 años y sus ancestros son todos del Valle. Él no se identifica como beduino, pero pertenece a una tradición nómada, en la que las familias acompañan sus borregos y chivos en búsqueda de pasto y de agua y esta es la única vida que conoce. Este sistema de vivir está acabando en Palestina. «La vida antes y después de la ocupación es muy diferente. Antes de 1967 la vida no era muy buena, y teníamos menos tecnología que ahora, pero nuestro pueblo tenia libertad. Libertad para usar el agua, tener comida, para tener y alimentar los borregos. Libertad de educación y de salud. Ahora atacan y amenazan más. Lo más difícil es la falta de agua, y la falta de libertad de usar nuestras tierras y movernos». La comunidad también carece de luz eléctrica. En lo que platicamos llega un tractor con el tanque de agua para las familias. «El agua cuesta 57 shekel por 1 metro cúbico», cuenta Basharat. Su esposa calienta un poco del agua recién llegada, sirve a los visitantes un café y se retira sin hablar.

El Muhkta Abdel Rahim Basharat. Fotografía: Susana Norman

«Nos matan, y nos encarcelan. La cárcel no es sólo el espacio, es también los puestos de control, la trinchera, el muro y las zonas cerradas militares de disparo. Se deciden por matarnos lentamente, y nos da más dolor y sufrimiento. No tenemos ningún derecho o alguna justicia». La trinchera complementa el muro, y cierra el acceso de familias palestinas a sus tierras en el Valle de Jordán.

Cuando la última demolición fue realizada en Al-Hadidiya, el pasado 26 de noviembre, las familias quedaron 16 días sin ningún tipo de cobijo. Niños, adultos, y los animales domésticos se enfermaron. «Vi claramente que el Estado de Israel no respeta la vida de nadie. Quieren limpiar la zona completa. Veo los sentimientos en nuestros hijos. Aprenden a odiar a los judíos, no sólo Israel, aunque les he enseñado las diferencias de Israel con el aspecto religioso. Pero los judíos permanecen en la región y no hacen nada para parar a su gobierno. Me preocupa que nuestros hijos se tornen más violentos. Los objetivos de vivir, aprender, ser humanidad y amistosos están siendo cambiados». En febrero 2016, en una campaña que duró 3 días, autoridades civiles y militares israelíes demolieron las casas de otras 59 personas, dejando 28 niños sin techo.

El contraste

Los 37 asentamientos en el Valle de Jordán son una estrategia de colonización y expansión del Estado Israel. Es común dividir a los colonos en dos categorías; los fundamentalistas ortodoxos, que obedecen a principios sionistas de ocupación, y los colonos económicos, que huyen de los altos precios, producto de la especulación inmobiliaria en ciudades como Tel Aviv. Los colonos en el Valle disfrutan de privilegios como casa gratuita, tierras, y préstamos de largo plazo cuando se asientan.

Además, los colonos pagan precios reducidos por la electricidad que consumen, y acceso a educación, salud y transportación es financiado por el Estado. En cambio, los palestinos no tienen ni escuelas, ni clínicas, próximas a sus comunidades dado que no tienen permiso para construir en el Área C, sin obtener autorización de Israel. Leyes internacionales prohíben a Israel, como ocupante, a trasladar su población civil a las zonas ocupadas. Los asentamientos en el Valle de Jordán, son por esta razón, no sólo ilegítimas, son también ilegales. Las confiscaciones de tierras también son ilegales según leyes internacionales. No obstante, la expansión en la ocupada Cisjordania y el Valle de Jordán incrementa y en 2014 el Consejo del Valle de Jordán lanzó un plan de triplicar la población colona en 10 años. Las campañas BDS, que invitan a la comunidad internacional a boicotear productos israelíes producidos en la región, instituciones académicas israelíes, a sancionar al Estado Israel, y exigir que empresas y fondos públicos retiren sus inversiones en las empresas israelíes, que no se distancian de la ocupación, se fundamentan en estas leyes internacionales que prohíben la adquisición real de un territorio ocupado en conflictos.

Basharat concluye: «Tengo un mensaje para el pueblo judío. Deben parar el hostigamiento, la delincuencia y los ataques en el Valle de Jordán y toda Palestina para garantizar la seguridad de nuestros hijos. Para la comunidad internacional, deben mirar la historia. Los fuertes no serán fuertes para siempre. Los débiles no lo serán eternamente. Los EU son fuertes hoy, pero hace 100 años era un asentamiento británico. Turquía era un país fuerte mundialmente hace 150 años, ahora está bajo dominio estadounidense. Los palestinos somos débiles ahora, en ejército, pero no en deseos y fuerza. La comunidad internacional debe parar la violencia y abogar por la humanidad. Si esto continua la violencia va a aumentar y será más peligroso para todos los países en la región».

Un pueblo recientemente demolido, en el sur del Valle de Jordan. Se ven las carpas verdes, recién levantadas. Pertenecen a una empresa agrícola israelí. Fotografía: Susana Norman

Un pueblo recientemente demolido, en el sur del Valle de Jordan. Se ven las carpas verdes, recién levantadas. Pertenecen a una empresa agrícola israelí. Fotografía: Susana Norman