Día de visita

Fotografía de Rafael Prime

Frente a mi hay un custodio. Un hombre joven de mirada extraviada, gesto duro, los músculos del rostro contraídos. Viste de negro, pantalones abultados, botas, chaleco grueso del que cuelgan infinidad de cosas: otros bolsos más pequeños, la placa que lo acredita como guardián del orden, balas, lámpara; de sus manos sale una correa que mantiene controlado a un perro inquieto y agresivo. Trae en bandolera un rifle de asalto R-15 mientras en la cintura lleva un arma automática calibre .45. Más balas.

Esta es la explanada principal del Reclusorio Preventivo Varonil Norte, es mediodía y el sol quema y deslumbra. Es diciembre, la víspera de Navidad. Hay 14 presos políticos, 13 aquí y una mujer en otra cárcel. Sola.

Es día de visita, desde temprano se abarrota esta explanada de personas que cargan bolsas y botellones de agua, son cientos. Traen la comida y de paso cartas, cigarros, algo de ropa, rastrillos. Dolor.

Varias horas pasan para que su sello sea puesto en el brazo derecho, claro, si se trata de un interno recién llegado; si el interno corrió con la desventura de pasar a las siguientes zonas de este infierno, la familia tiene que registrarse para sacar un pase más duradero. Otra fila. Más documentos y malos tratos en las ventanillas.

Burocracia que lacera a quienes aún se esfuerzan por vivir normalmente y convivir un poco con el hijo, el padre, el hermano, el amigo.

-Vas pa’dentro o vas pa’fuera?, alcanza a preguntar un viejo señor que carga una de esas bolsas usadas para mercancía.

-Ya voy de salida. Nomás vine a ver un rato a Pedro, ya tiene ocupaciones. Hizo su vida adentro, aprendió a no salir.

Un ejército de señoras llega y permite la reproducción de la esperanza en esta mole de concreto que celosamente guarda a miles de seres humanos. Otros esperan a que la visita termine, esperan afuera del Reclusorio con el fantasma de la cárcel sobre sus hombros. El recuerdo de sus seres queridos en libertad. Sólo eso, un recuerdo.

Por si fuera poco, cada una de las personas que aún permanecen detenidas luego de las batallas del 1 de diciembre, son acusadas de delitos que no cometieron, sus derechos civiles sobre impartición de justicia han sido violados desde entonces; se trata, pues, de un caso paradigmático que pone en evidencia la criminalización de la protesta como un eje de gobierno. El derecho a manifestarse se ha vuelto el pasaporte directo a la situación carcelaria; ser joven y manifestarse es sinónimo de “alteraciones graves a la paz pública”, por lo menos esas son las consideraciones que tiene un gobierno ilegítimo como el que gobierna la Ciudad de México: ha perdido de inmediato y para siempre la legitimidad que, bien o mal, se había ganado.

Fotografía de Rafael Prime

Las actuaciones deplorables de quienes detentan este gobierno capitalino están más cerca de la ilegalidad priísta que de cualquier otra cosa. Este como tantos gobiernos mexicanos ha decepcionado a las personas, ha depositado sus cartas en las ganancias y no en la confianza de la gente. Estado policial, gobierno temeroso. ¿A qué le tienen miedo?

Tal y como dicen los zapatistas, ellos están escuchando cómo se derrumba su mundo, cómo poco a poco el rumor de inconformidad se extiende pro todos lados, dentro y fuera de las cárceles. ¿Nos van a meter a todos presos por alterar su ficticia paz pública?

En las calles que rodean los reclusorios, algo parecido a la rapiña se reproduce diariamente. Paqueterías, venta de ropa del color reglamentario, platos desechables, bolsas, comida, tarjetas telefónicas, abogados, afianzadoras, puestos de comida atestados de funcionarios, baños públicos, policías, servicios de copias e impresiones, coyotes. De la misma forma que existe esta vida dependiente de las cárceles y las desgracias, alrededor de la corrupción y la ilegalidad hay un mundo de políticos intentando reacomodarse al ver que todas su jugadas dejan de funcionar.

En la zona 4 de Ingreso existen ciertas posibilidades de mantener el ánimo. Recordemos que sigue siendo una cárcel. Sin embargo desde adentro salen mensajes de lucha, palabras que se comunican a través de cartas y recados.

Como medida de presión, desde el 22 de diciembre se instala un plantón en las afueras de las oficinas centrales del Gobierno del Distrito Federal. Se trata de familiares de los presos del 1 de diciembre, se trata de familias destrozadas que no quieren irse a sus casas hasta que logren arrebatarle a la cárcel los rehenes que mantiene.

No puede haber una vida democrática si existen personas recluidas por haber ejercido su derecho a manifestarse o por estar en el lugar equivocado. Por eso presionar desde las calles, por eso los ayunos escalonados y la huelga de hambre, por eso jugarse el todo por el todo: salen libres o salen libres. Ni fianza ni reducción de condenas. Ellos y ella no son delincuentes.

Delincuentes quienes usan uniforme y nos son capaces de cumplir la ley, ese cuerpo de granaderos que detiene arbitraria e ilegalmente, esos policías mal comidos que con coraje golpean a las personas una vez que éstas están indefensas, criminales los policías capitalinos que cobardemente detienen por la espalda y sin razón alguna, esos son los criminales que deben de rendir cuentas a la sociedad, los mismos que vestidos de civil van por las calles cazando a personas inocentes e indefensas, esos mismos policías que delinquen desde un escritorio y despachan una ciudad completa como si fuera una comisaria.

Por estas y otras tantas razones no puede haber paz en México, hasta que los agravios enlistados sean resueltos uno por uno.

En su mayoría son mujeres quienes visitan este centro penitenciario. Madres, esposas, hermanas o hijas. Entran con grandes bolsas, con la ropa de todos colores menos negra, blanca o café con la esperanza de que su “interno” salga pronto o sobreviva, al menos, a la experiencia carcelaria en México.

¿Cómo sobrevive uno a esta realidad?

Fotografía de Rafael Prime