Los enormes edificios se mantienen en un punto concreto de la ciudad, forman un conjunto muy definido que da vida al centro de esta maraña de luces y avenidas, de historias que subyacen entre puentes, callejuelas y barrios muy distintos entre sí. Como dice Jim Gierach, ex policía de Chicago, esta es la tierra de Al capone y de la prohibición del alcohol que en los años 20 del siglo pasado enredaron la economía estadounidense en el apogeo de una gran crisis. Esta ciudad es Chicago.
A su paso por esta ciudad, la Caravana por la Paz recorre iglesias y universidades, es invitada a caminar por algunos barrios significativos de esta ciudad: los mexicanos y los afroamericanos. Los más de 120 integrantes del periplo de dolor dan su palabra en distintos foros a distintos públicos, siempre con la consigna de dar a conocer las historias que definen uno de los rostros de la guerra contra las drogas en México.
No es fácil encontrarse con la realidad que las estadísticas quieren comunicar cuando se emprende la búsqueda de las ciudades más pobladas por mexicanos en Estados Unidos, Chicago aparece entre las tres principales, algunos datos dicen que es la segunda después de Los Ángeles, otros conteos ubican esta gran urbe luego de New York. Lo cierto es que esta gran ciudad ya tiene grabada en su geografía la piel de bronce que son los millones de mexicanos habitantes aquí, lo que verdaderamente sucede es que en las calles caminan como si nada los mexas, los brownies, los michoacanos que han tenido que salir corriendo de un país en emergencia, aquellos que desde Puebla no han logrado encontrar una mejor manera de sobrevivir en sus pueblos, los tlaxcaltecas que llevan casi veinte años atendiendo bares y alimentando caballos en las grandes propiedades que se acumulan en la opulencia de las afueras de esta ciudad.
Este es otro México, el país que se nos ha escapado en la crisis sin fin, este México se parece mucho al nuestro pero también se parece mucho a este otro país que los alberga, aunque es muy clara la división, porque no todos somos iguales y porque no dejamos de ser tratados como ciudadanos de segunda categoría. La entrada de Little Village, la Villita, es un arco que se parece a los que en el bajío inauguran muchos otros pueblos. Acá se trata de barrios bien delimitados, se trata del encuentro de una caravana con los ojos sorprendidos de quienes caminan en la calle y se topan con una marcha de protesta, para Chicago lo que se ha vivido en estos días es el encuentro de los sobrevivientes de una guerra que buscan desesperados a sus familiares en los rostros de otros mexicanos.
No es tan fácil. La respuesta no es evidente y cuesta trabajo creer que las consignas se diluyan de pronto en una tarde soleada y sean sólo relámpagos los que de pronto muestren su apoyo al grito de todos los días, No more drug war, pero el miedo está ahí igual que la rabia, la nostalgia de un país que los ha vomitado y los ha convertido en los latinos de este territorio. Los mexicanos, los latinos, los que trabajan en las cajas de los supermercados, los que conducen en los autobuses, los que hablan spanglish, así es Chicago mientras la Caravana por la Paz irrumpe en el barrio de Pilsen y se posiciona en el Museo de Arte Mexicano. “Qué Dios bendiga a esta gente que con tanta valentía recorre nuestro país denunciando las políticas inhumanas, el exceso de la violencia en una guerra inútil. Qué Dios bendiga a estos compañeros y compañeras, nosotros desde la comunidad afroamericana damos la bienvenida fraterna y combativa a esta Caravana, tal y como lo dijo Marcus Garvey y Martin Luther King: la unidad entre los oprimidos sin importar el color de la piel es la certeza de que un día la victoria llegará” dice emocionado el Reverendo . En la sala, mientras tanto, las personas guardaban un silencio atento, un silencio de reconocimiento.
Durante dos días completos, la Caravana por la Paz fue llevando uno por uno los casos de desapariciones, asesinatos e injusticias que componen este esfuerzo binacional. Guadalupe, madre de José Luis Arana Aguilar habla con fortaleza –aunque destrozada- ante un público estudiantil en la Northeasthern University of Chicago: “Al darme cuenta de que las autoridades no me ayudan, mi familia y yo formamos un contingente para buscar a mi hijo. La camioneta aparece en otro estado pero todo esta mezclado con el crimen y obstaculizan las investigaciones. Hace un año hablé con la máxima autoridad del país, con el presidente Felipe Calderón, él me prometió que me iba a ayudar en este caso y hasta la fecha, nada. Por eso estoy aquí, para unirme con este montón de mujeres que como yo sufren por la desaparición de nuestros hijos. Estamos unidas en el dolor, estamos unidas en la búsqueda, nos encontramos en los SEMEFOS, nos encontramos en las fosas clandestinas buscando entre los cuerpos a nuestros hijos, sólo queremos saber en dónde están”.
Mientras estas historias se desbordan, las palabras que reciben a la Caravana en Chicago, son de una índole distinta, transpiran fuerza, muestran que el hecho de haber juntado el mundo negro y el mundo café no es algo menor, se comprueba que la lucha por el fin de una guerra como ésta no es ajena a la lucha por un cambio cultural que permita a la comunidad afroamericana vivir dignamente. Y eso se aplica al resto de las diversas comunidades que conviven en esta unión de uniones, en este país inventado en demasía. “Tenemos un mismo camino y una raíz común, y es capital de la raza negra y la raza café que seamos hermanos naturales y este es el momento en que los indígenas, los negros, los latinos, la familia original del planeta regresen al poder, porque aunque nuestros enemigos saben como hacer armas y producir drogas y nosotros no hagamos ni armas ni produzcamos drogas, ellos saben perfectamente cómo ponerlas en nuestras manos. Nuestro enemigo siempre ha sido el mismo: divide y conquistarás” concluye el Ministro Ismaeal Muhhamad al hablar en la iglesia New Mont Pilgrim justo al término de las actividades del primer día en Chicago.
En esta parada, la vida es así: un barrio mexicano al lado de uno afroamericano, los ciudadanos de segunda categoría que a veces tenemos la osadía de atacarnos entre nosotros, los que seguimos manejando las cajas del supermercado, quienes no tenemos reparo en barrer las calles en la madrugada, en no decir nada cuando se nos trata con condescendencia y se cree que no entendemos inglés. Es así la vida en la tierra de la arquitectura moderna y la cuna del neoliberalismo.