De Júarez a Chapultepec, de Chapultepec… ¿hacia dónde?

El jueves pasado, en lo que se ha llamado “un salto mortal” (W. Delgadillo) Javier Sicilia e integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, se sentaron frente Felipe Calderón y otros miembros del gabinete, en la mesa de negociaciones.

«Diálogo» con sordos

Las víctimas –incluido Javier Sicilia- plantearon las denuncias y demandas, frente a un mandatario que no hacía más que avalarse y reiterar el discurso oficial: se está cumpliendo en todo, estamos avanzando, y “seguiremos combatiendo a los criminales”. Diálogo de sordo, ante el cual la respuesta no puede ser otra: “no nos insulte señor presidente”. El pretendido diálogo pronto se convirtió en monólogo y terminó en el espectáculo mediático del Ejecutivo.

Sicilia comenzó diciendo estamos aquí “contra las fundadas dudas de que el diálogo no servirá de nada”. Al final de la jornada para todos es claro que el “diálogo” sirvió, pero sirvió al gobierno, para dar la imagen de condescendencia y escucha, y como oportunidad para legitimar la estrategia bélica.

El “calderonismo ilustrado” tenía certeza de que podía capitalizar políticamente el “diálogo”. No iba a escuchar, sino a rebatir cualquier intervención en pos de su defensa y en busca de autolegitimación. Se mantuvo en la posición en que se ha colocado cada vez que se le ha cuestionado por su estrategia fallida, por su gobierno fallido. Desde esa postura actuó, desempeñó bien su papel, posó para las fotos (de preferencia con la víctimas) sonriendo, y se fue satisfecho.

Nadie del lado del movimiento, supongo, esperaba que Felipe Caderón aceptaría que su sexenio ha sido de las peores cosas que le ha pasado al país, y que es el responsable de la debacle nacional y del dolor de las miles de víctimas de su absurda guerra. Pero entonces, ¿qué se esperaba?, ¿a la movilización, para qué le sirvió el “diálogo”?

Sin duda es un acto histórico que ciudadanos de a pie se sienten frente al presidente y le digan “usted esta equivocado”, “usted es responsable”, señor presidente “le debe disculpas a México por los 40,000 muertos”; eso no se puede rebatir. Con el encuentro en Chapultepec “le quitamos un poco ese adjetivo de “inapelable” a las decisiones que toma el Estado”. (A. Casanueva)

No obstante, más allá de eso, el diálogo en condiciones desventajosas –entre las que incluyo la abierta oposición por parte de sectores del propio movimiento-, con un presidente sordo, negado a aceptar que el país atraviesa por una situación sumamente grave, de la que él es el principal responsable, y por el contrario, dispuesto a aprovechar la oportunidad para ampliar sus cuotas políticas y reducir al naciente movimiento, ¿cómo sirve a la movilización? Y aquí hay que hacer explícito que el cuestionamiento no es al diálogo en sí, como forma de interpelación política,  sino -en este momento y caso concreto- a la claridad de la respuesta ¿para qué se quiere?, ¿qué se busca con el diálogo?

Es cierto que este acto pone bajo los reflectores las desoídas voces de las víctimas; claro que el diálogo visibiliza, pero ¿cómo lo hace y con qué sentido? ¿Como voces de un movimiento amplio al que se han sumado y adherido miles de personas identificadas en el dolor múltiple de un México a la deriva, o como víctimas con casos individuales que buscan sólo la respuesta a eso, a “su” caso? Me parece que es aquí donde las cosas ya no están tan claras y que esto es algo en lo que hay que detenerse, pues lo sucedido saca a flote cuestiones de fondo.

Divergencias y unidad

Al interior de la movilización hay una evidente divergencia política. Existe una diversidad de motivaciones, objetivos, estratos y posicionamientos políticos que se han dado cita en el movimiento, y que aun no terminan de definir cómo van a caminar juntas, si es que quieren seguir caminando juntas.

Si bien es cierto que la Caravana ofrece “formas, estilos y lógicas distintas de participación” (Álvarez Icaza),  también es cierto que no servirá de nada ignorar que existen divergencias que son más profundas, y que si pensamos en los causes de este incipiente movimiento, hay que contemplarlas y asumirlas.

Los que “sólo quieren paz”, los que “sólo” quieren que les regresen a sus hijas, esposo, padre, los que quieren eso pero también exigen al gobierno que haga justicia, y todos los que apuestan a la refundación del país, pero entre ellos los que dicen que aun así hay que buscar la negociación y los que dicen “del gobierno nada”. Así de disímiles son las motivaciones y las posiciones.

La gestación y la esencia heterogénea de este movimiento obliga a tener siempre en primer plano lo común. De principio, en lo que coinciden enteramente la diversidad de personas que lo integran, es en lo dicho en el Ángel de la Independencia a la partida de la Caravana: “No somos nada solos y juntos somos más poderosos”. Para mantener esa unidad que le ha dado su fuerza a esta movilización, es necesario priorizar el acuerdo para avanzar sobre los objetivos comunes, que también son muchos.

Contemplar que las divergencias existen no es avizorar y sostener que “dentro del arca” hay y habrá luchas “entre los duros y los moderados”, historia de siempre y cosa que suele  conducir a confrontaciones y quiebres irresolubles, riesgo ahora mismo latente, sino es que ya consumado.

Lo importante es cómo se hace para que la movilización siga siendo aglutinante y que comience a ser incluyente, es decir, que reconozca que ha crecido y que se responsabilice de ello, sin perder de vista los objetivos que lo hicieron emerger. Efectivamente, la caravana descubrió que la tragedia de la víctimas es más honda y desgarradora de lo que se pensaba, pero descubrió también que la violencia confluye y se correlaciona en diversas aristas, y que las víctimas de todas esas violencias también quieren ser partícipes de este movimiento de México dolido y doliente que busca organizarse para cambiar cosas. Visibilizar a las víctimas y exigir una respuesta del gobierno es importante, “pero no es incluyente de la vasta problemática que entraña un pacto nacional en lógica de refundación.” (M. Gómez)

Y cómo hacer para apuntar a un posicionamiento claro y a un horizonte que sea amplio y que al mismo tiempo haga converger en lo común, sin dejar del lado que lo que da su fuerza al movimiento es su carácter “inclusivo, autónomo e incluyente”. Esto no es fácil, pero es justo lo que podría seguir construyéndose. Es el reto central para que la movilización pase a ser realmente un movimiento.

La marcha del 8 de mayo y la Caravana mostraron la entereza de un México que siempre se ha arrinconado a los márgenes. El México que sabe ser sin gobierno, que es solidario, que se organiza, que decide. Que no es la masa electoral de ningún partido político. De ese México que parecía haber sido derrotado o cuando menos olvidado. Pero no, sus raíces están vivas y dan frutos, como lo hicieron en el 94 para solidarizarse con la emergencia del zapatismo, y como lo hicieron después del terremoto del 85, cuando se abrieron espacio para salir de entre los escombros.

Por lo anterior, hay que partir de la importancia de lo que se pretende y va construyendo. Tener muy claro que la movilización que se va gestando podría hacer que las cosas tomarán un rumbo distinto, en un contexto en el que el rumbo parece ser la guerra, la catástrofe nacional, el dolor, la muerte.

Ahora bien, todos tenemos responsabilidad de mantener y hacer crecer este esfuerzo que ya es nacional. No obstante, el que se pone al frente, la tiene siempre en mayor medida. Y si esto se asume, no se le pide tímidamente cuando la voluntad de todos es exigir. Si esto se sabe, no se interrumpe al “señor presidente” en medio de la interpretación de la farsa para pedirle permiso –entre un intercambio de gestos jocosos- para fumar un cigarrillo. No se puede porque no es valido, cuando miles de mexicanos –agraviados en distintas formas por este gobierno- esperan que se aproveche cada instante para hacerle saber su responsabilidad en el dolor de este país y la absoluta negación de que las cosas sigan así.

El que se pone al frente, no abraza afectuosamente al que tiene que “pedir disculpas por nuestros 40, 000 muertos”. Un dirigente debe tener la capacidad de reconocer sus errores, es lo que dijo Sicilia refiriéndose a Felipe Calderón. Una vez más: congruencia, poeta.

El trasfondo ético y fraterno de los que conforman este movimiento es lo que mantendrá su unidad y su fuerza. Olvidarlo es contribuir a extinguirlo. En efecto, actualmente existe en el movimiento “un alto grado de volatibilidad”. La verticalidad, las exclusiones y las descalificaciones al interior, contribuyen a alimentarla. Debilitan la movilización y la hacen más propensa a ese fracaso, que ya satisfechos se aprestan a anunciar los opositores de este esfuerzo.

A partir de los resultados obtenidos del “diálogo”, es necesario volver a preguntarse, ¿qué objetivos persigue el movimiento?, ¿qué hacer para alcanzarlos?, si lo que se acuerda es el diálogo, entonces sí, cuáles son los objetivos del diálogo y cómo hacer que un “dialogo” sea benéfico para el movimiento, y no para el adversario.

G.D.G

– Gómez, Magdalena, “De la movilización al movimiento: ¿cuestión de agendas?”

http://www.jornada.unam.mx/2011/06/21/opinion/022a1pol

– Rodríguez Araujo, Octavio, “Congruencia, poeta

https://www.jornada.com.mx/2011/06/16/opinion/020a1pol

– Willivaldo Delgadillo, “El Gran desafío de Sicilia”

http://www.jornada.unam.mx/2011/06/23/index.php?section=politica&article=008a1pol&partner=rss

– Nota de Alonso Casanueva Baptista

http://www.facebook.com/notes/alonso-casanueva-baptista/mis-conclusiones-prematuras-respecto-al-di%C3%A1logo-entre-la-caravana-de-la-paz-y-el/164201050312268

– Pronunciamiento Coordinadora Metropolitana contra la Militarización y la Violencia

http://jovenescontralamilitarizacionylaviolencia.wordpress.com/2011/06/23/pronuncimiento-coordinadora-metropolitana-contra-la-militarizacion-y-a-violencia/

– Alvarez Icaza, Emilio, “Balance de la caravana”

http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/53323.html

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