Fotografía: Brett Myers/Youth Radio
Dos narrativas –y luchas– paralelas en los Estados Unidos y México, han comenzado a converger y entrelazarse: Ferguson, Missouri, con el asesinato del joven afro-estadounidense Michael Brown, y los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, en Guerrero. La indignación y rabia ante la injusticia en ambos casos ha sacudido a los dos países en los últimos días, y ha trascendido sus fronteras, al abordarse como incidentes emblemáticos de problemas estructurales persistentes mucho más profundos que detonan el interés y la perplejidad de observadores internacionales. La resonancia internacional se ha profundizado al virar el tema de Ayotzinapa hacia la demanda de que renuncie Pena Nieto.
La convergencia actual incluye el hecho de que se hayan realizado más de 250 actos de protesta en todo México –y en otras ciudades del mundo, además de muchas comunidades de origen mexicano en Estados Unidos– el jueves 20 de noviembre; y en más de 170 ciudades en todo Estados Unidos –así como en otros países, incluyendo Mexico– el 24 y 25 de noviembre, con cientos de detenidos, enfocados respectivamente a cada caso y sus implicaciones.
Las protestas en Estados Unidos incluyeron el cierre de carreteras y puentes en Ferguson mismo y en lugares tan distantes como Nueva York y Oakland. En algunos puntos muy significativos, las protestas ante el veredicto del gran jurado que absolvió al policía responsable de la muerte de Brown en Ferguson, han señalado las convergencias entre ambos casos, además de sus afinidades con otros como Palestina.
Hay muy pocos ejemplos semejantes de una convergencia de este tipo en la historia de los movimientos sociales de ambos lados de la frontera. Algo de esto podría señalarse de manera mucho más incipiente o fragmentaria dentro del marco de contextos como los movimientos sindicales o de las mujeres, del ’68, y de algunos sectores del movimiento chicano o, más recientemente, de los movimientos de los indignados o migrantes, pero nada realmente equivalente en cuanto a su posible contundencia.
Ahora bien, ¿cuáles son los elementos en común que sientan las bases para este tejido emergente? En ambos casos (Ferguson y Ayotzinapa), son palpables el fracaso del sistema de justicia, la incapacidad estructural del Estado para abordar y atender la injusticia y violencia estructural sembrada por el racismo –aquí y allá– y la criminalización de los jóvenes; especialmente los pertenecientes a los sectores más marginados por el racismo y la discriminación: pueblos indígenas, en Mexico, y los afros y latinos, especialmente, los migrantes, en EEUU.
Entendidos como reflejos de violencias sistémicas que se manifiestan en una geografía y economía política de la desigualdad. Esta criminalización se ha exacerbado y extendido a otros sectores en México con las detenciones, torturas, y traslados forzosos de los injustamente apresados el 20 de noviembre. Desde allí se puede ir trazando el mapa abrumador de las injusticias que permean ambas sociedades y que trascienden sus fronteras.
La tarea clave que nos corresponde, en resumidas cuentas, es ver México desde Ayotzinapa, y desde el sufrimiento de las familias y comunidades de origen de los 43, y ver a Estados Unidos desde Ferguson, desde la mirada de Michael Brown, y de tantos otros jóvenes afroestadounidenses cazados y asesinados por las policías en las calles de todas sus ciudades. Estas son las miradas y caminos que tenemos que tejer y lograr hacer converger en un solo grito de indignación y resistencia.
¿Cuáles son las dimensiones de estas violencias actuales en los Estados Unidos? Incluyen un total de más de 12 mil muertes de civiles (56% de ellos afroestadounidenses) a manos de policías en 17 mil incidentes en todo el país desde 1980, con un aumento de estos casos cada año durante los últimos 3 años. Esto se refleja en 461 homicidios cometidos por policías en 2013 y mil 217 entre 2010 y 2012.
Hay un promedio de 96 incidentes cada año –uno cada 3 días– que involucran a policías blancos y «sospechosos» afro; la edad típica de las víctimas afros oscila entre los 15 y los 19 años. Los jóvenes afro tienen una probabilidad 21 veces mayor de ser sujetos del uso extremo de la fuerza policial que la de los jóvenes de otros perfiles raciales y étnicos.
Los lemas que acompañan las movilizaciones masivas en respuesta al crimen de Ferguson y sus implicaciones incluyen «Black lives matter» (Las vidas de los afros cuentan); «Hands up, don’t shoot» (Manos en alto, ¡no disparen!), aludiendo a testimonios que señalan que Michael Brown se estaba rindiendo cuando e policía le disparó); y una de las más reiteradas «No justice, no peace!» (sin justicia, no habrá paz).
Lo que está en juego, en el fondo, de ambos lados de la frontera, es la criminalidad del Estado, y nuestra capacidad para enfrentar y transformarlo.