Los muertos vienen cada año, su camino está marcado por el olor del cempasúchil y la luz de las velas que siempre les indica a dónde llegar; nuestro pueblo lleva la tradición de las fechas, entre papel picado y colores, la alegoría y festividad de «la flaca».
El pasado 3 de noviembre, la Asociación de Padres y Familiares de las Víctimas de Sucumbíos, recordaron a sus hijos en las inmediaciones del consulado colombiano, con una ofrenda dedicada a los cuatro jóvenes que murieron en Ecuador el 1 de Marzo de 2008, cuando un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ubicado en la frontera con Colombia, fue bombardeado por el ejército de éste país.
Verónica Velázquez, Soren Avilés, Fernando Franco y Juan González murieron en un bombardeo a un campamento diplomático de las FARC. Los jóvenes mexicanos, acompañados también de Lucía Morett (sobreviviente) llegaron al lugar de los hechos tras un congreso de corte bolivariano.
La madruga del mismo día en que arriban al campamento, el ejército colombiano lanza las bombas que dejarían sólo tres sobrevivientes. Lucía Morett, la única mexicana que regresó con vida, da testimonio de ser torturada posteriormente y ver cómo el ejército colombiano «remató» a los sobrevivientes.
Todos eran estudiantes mexicanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (México), menos Soren Avilés, quien estudiaba en el Instituto Politécnico Nacional (IPN); todos llegaron al campamento con fines académicos. En 2011, los cables de Wikileaks confirmaron la información de que los jóvenes no pertenecían a la guerrilla.
Tras los hechos ocurridos y con una fuerte campaña de criminalización mediática, los padres de familia crean la Asociación de Padres y Familiares de las Víctimas de Sucumbíos y «Cada uno por la justicia», además de que escriben el libro Sucumbíos. Historia de una infamia, donde relatan los hechos y acusan al Estado colombiano, ecuatoriano y mexicano de la muerte de sus hijos.
Todos los años los padres llevan a cabo una ofrenda, no sólo por la tradición popular, sino también con la exigencia de justicia y difusión del caso. Este noviembre no fue la excepción, en la ofrenda se leyó poesía y se dibujaron calaveras con gises de colores en el piso del consulado.
Al grito de «¿por qué, por qué, por qué los asesinan, si son la esperanza de América Latina?» La madre de Juan González recordó también a los 3 normalistas asesinados en Iguala.
A medida que avanzaba la noche otras manos se integraban a colorear el adoquín y acompañar a los padres.