Curado de espanto

Por Jayme Romero
Fotografía de portada de Natalia Monroy

El viernes había sido tan destructivo como ponerse una lata de insecticida en la boca y disparar. Pero para las dos de la tarde del sábado, ya teníamos ojos para poder abrir las cortinas y mirar ese sol del DF que, pienso a veces, tiene algo de radioactivo. Como el departamento está vacío, yo estaba tendido en una cama improvisada con toallas y algunas mantas. Wey, me dijo la Güera desde su rincón, ¿quieres un pulque? La miré con cierta escama, pero dije que sí. De paso compramos cigarros y algo de comer, respondió, y de un brinco se fue al baño.

Ya en la esquina de República del Salvador y el Eje Central, entre el montón de gente apurada y comercios frenéticos, nos disponíamos a cruzar, cuando un grupo de artistas paró el movimiento de transeúntes y autos con un acto de teatro; un performance, creo que le dicen. Eran siete mujeres y cinco hombres con cubetas de pintura que se apoderaban de esa arteria de la ciudad. Para el escándalo de los presentes, de buenas a primeras, los artistas se quitaron la ropa y se empezaron a bañar en pintura roja que, supongo, representaba sangre. Algunos carros sonaban sus cláxones. El semáforo cambió a verde y los muchachos no permanecieron sin moverse. La desnudez, pensé, es una fuerza tan poderosa que la tapan. Por la coyuntura política, pensé otra vez, se trataba de un acto más por Ayotzinapa. Pero para mi sorpresa, los artistas gritaron: «Por los estudiantes y profesores asesinados en el 68» y se echaron más sangre. Me quedé turulato, como varios de los presentes. En eso algunos gritaron: «Ni perdón ni olvido», al cual se sumó la Güera, con el puño levantado. En eso se acercaron algunos policías de tránsito. Pero se quedaron mirando nada más, tal vez por una especie de vergüenza o miedo o asomo de dignidad, no lo sé. Algunos automovilistas salieron de sus autos para sumarse a la protesta. El siguiente grito fue «Por la matanza brutal de Acteal». Y la respuesta de los presentes, a la cuál yo y la mayoría de los presentes nos sumamos «Ni perdón ni olvido». Y otro chorro de sangre que les escurrían entre las tetas desnudas y los testículos. Así pasaron por la matanza de campesinos en Aguas Blancas; por los feminicidios en Ciudad Juárez; por los más feminicidios en el Estado de México; por los ilimitados abusos de la PFP en Atenco; por los bebés quemados en la guarderías ABC, y así hasta llegar a la punta del iceberg que asoma en nombre de los muchachos de Ayotzinapa y las muchas fosas comunes que siguen apareciendo. Para ese momento, ya los artistas estaban cubiertos de sangre hasta los ojos. Sentí un asco profundo por los agravantes del país. No faltó quienes se molestaron por su tiempo robado y gritaban «Ya pónganse a trabajar, güevones». Esa acción me provocó una especie de tristeza profunda que no supe combatir. Al final los artistas se hicieron a un lado y el tráfico se empezó a mover lentamente, como una especie de ola que devolvía la cotidianidad a la ciudad. Wey, me dijo la Güera, ¿sabes si en alguno de esos crímenes ha habido detenidos? No, ni uno solo, respondí con algo de duda, mientras miraba como se iban los artistas, con La Torre Latinoamericana como un paisaje de fondo. Vale madres, wey, me respondió la Güera con una voz medio cortada, ya se me fueron las ganas del pulque. A mi también, le dije, pero vamos. El cielo estaba despejado, como si no supiera nada de la oscuridad histórica que nos colmaba aquí abajo. Nel wey, yo ya no quiero ir, dijo, y se abrazó como si un frío venido de otro lado le recorriera el cuerpo. Ya estamos acá, insistí, vamos ¿A poco crees que con unos pulques se hará justicia por tanta muerte y tanta chingadera que nos está pasando?, me respondió ella con un aire de indignación. No, le dije, pero tampoco un performance ayuda mucho, ¿o sí? Me miró con cierta desconfianza y se puso un mechón detrás de la oreja. Le sonreí como un idiota. Lo que hace falta es un estallido social que nos obligue a sacar los dientes y las uñas, dijo, los pulques no tienen la culpa. Justo en eso se puso el verde para cruzar la avenida, y lo hicimos.

Esa noche me quedé pensando en la infinita indiferencia que nos habita como sociedad, y el aguante hasta el colmo del silencio; en lo siniestro de la Narco-Política contemporánea y sus frutos de sangre; en las cuentas pendientes con la historia y el olvido que lo acecha todo. En fin, pasan muchas cosas en este México que se hace barranca y, de buenas a primeras, quiérase o no, nos orillará a brincar.