Fotografía de portada: Caravana Climática
A mis compas de 43más.
Cuando pensábamos que vivíamos en un régimen de terror, descubrimos la barbarie. Pensábamos que lo habíamos visto todo en San Fernando, en Villas de Salvarcar, en Allende y en Tlatlaya… pero nos faltaba Ayotzinapa.
La noche del 26 de septiembre de 2014 quedará marcada para siempre en nuestra memoria, esa que, como escribiera un usuario en tuiter, es capaz de asociar números con crímenes y tragedias: 72, 49, 47, 43, 5.
El crimen de Estado perpetrado contra los estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos sintetiza la putrefacción del sistema político y del sistema jurídico mexicano. Ayotzinapa es prueba de la complicidad entre políticos, empresarios y criminales que en su afán de acrecentar sus riquezas, utilizan las instituciones del Estado para asesinar, desaparecer y reprimir a quien se interponga en su camino.
Pero Ayotzinapa también nos ha dejado otra lección, otra que hace arder nuestros corazones y abrazarnos en la esperanza; me refiero a la digna lucha que desde hace un año emprendieron los papás y las mamás de los estudiantes desaparecidos y asesinados. Ellos y ellas, junto a otros estudiantes de la Normal Rural nos han invitado a sacudirnos el miedo y hacer humanidad, a renacer juntos y juntas y emprender la construcción de un México con justicia, con verdad, con memoria, con dignidad. Nos han enseñado a no olvidar.
Y en el ejercicio de recordar, nuestra terca e insurrecta memoria nos dice que la «verdad histórica» es siempre la mentira histórica; que la «historia oficial» es siempre historia mutilada, traicionada.
Así, con la memoria hecha revuelta, Ayotzinapa nos hace recordar que la cuenta es larga y los nombres muchos. Ahí están los estudiantes asesinados el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971, los campesinos asesinados en Aguas Blancas en 1995, los indígenas asesinados en Acteal en 1997, los migrantes asesinados en San Fernando, las niñas y niños de la guardería ABC, el maestro zapatista Galeano, Trinidad de la Cruz y Pedro Leyva de Santa María Ostula, Digna Ochoa y Pavel González en la Ciudad de México, Nepomuceno Moreno asesinado por buscar a su hijo desaparecido, Alejandra García Andrade asesinada en Ciudad Juárez por ser mujer, las y los periodistas y defensores de derechos humanos asesinados por no guardar silencio y seguir alzando la voz por los más desprotegidos, las mujeres asesinadas en todo México y en todo momento; los miles y miles de asesinados y desaparecidos en todo el país…
Si, la lista es grande, como grande es también nuestra memoria que no perdona.
Estamos próximos a cumplir 365 días sin 43 de nuestros compañeros, 12 meses sin verdad ni justicia para los asesinados; un año en el que 43 familias han hecho de todo para recuperar a sus seres queridos y a cambio han encontrado un año de mentiras por parte del gobierno pero también la solidaridad de muchos pueblos en México y el mundo.
¿Qué sigue?
Seguir buscando, seguir luchando.
La digna lucha que emprendieron las y los familiares y compañeros de los estudiantes desaparecidos y asesinados de Ayotzinapa nos marcó el paso y ha dotado de un nuevo sentido a nuestras luchas. Parar la barbarie es hoy objetivo común de un pueblo que se niega a vivir entre el fétido olor a muerte y el dolor que causa tener seres queridos desaparecidos.
Recuperar a los 43 jóvenes de Ayotzinapa, conseguir verdad y justicia para ellos y para los otros jóvenes asesinados es un primer paso para detener la barbarie e iniciar la reconstrucción de nuestro país.
Pero el reto es más grande: si la justica no vendrá del Estado, toca echarlo abajo, derrumbarlo y construir algo nuevo.
¿Y qué es ese «algo nuevo»? En colectivo y entre colectivos toca descubrirlo, describirlo y construirlo. Toda crisis es también un reto, una oportunidad. Estamos llamados a imaginar y crear. Echemos ojo a la memoria colectiva de este y otros pueblos, quizá allí encontremos algunas pistas.
Un día no muy lejano, nuestrxs muertxs se levantarán de sus tumbas, lxs desaparecidxs saldrán de todos lados; vendrán a reclamar justicia y el lugar que les pertenece. Cada uno de ellos y ellas habitará en nuestra memoria. Darán nuevamente fuerza y dignidad a nuestros pasos y a nuestros gritos. Ese día los poderosos, los señores de la guerra y el dinero temblarán y llorarán sus riquezas. Nuestra justicia no será piadosa, será justa.
Desde Panamá y con corazón campesino ya en la tercera edad, gimo, entiendo, valoro, comprendo y me mantengo alimentada por la fuerza de las vidas caídas a manos del poder corrupto.