¡Fiesta ciudadana!, las protestas en Guatemala

Por Anaïs Taracena

 

Desde el 25 de abril de 2015, el antiguo Palacio Nacional y el Parque Central son el escenario donde casi todos los sábados se genera una fiesta ciudadana en medio de expresiones coloridas y críticas que reclaman el cambio inmediato de un sistema profundamente corrupto, impune y desigual. Las principales ciudades de Guatemala han sido testigo de marchas, reuniones, debates abiertos, expresiones artísticas y la ocupación del espacio público, invitándonos a una reflexión sobre el poder que tenemos las ciudadanas y los ciudadanos para exigir y gestar un cambio social. Poco a poco el movimiento ha ido creando espacios para el diálogo y la creación colectiva; el encuentro entre lo viejo y lo nuevo, lo distinto y lo posible. Simultáneamente, ha bajado la convocatoria en las calles sin que podamos saber muy bien cuál será su rumbo. Pero una cosa queda clara: este movimiento ha dejado un bocado de alegría y esperanza necesario y sanador para un país tan complejo y herido como lo es Guatemala.

Les compartimos, entonces, estas imágenes de lo que ha sido esta «fiesta ciudadana» guatemalteca, pues ellas hablarán mucho más que estás palabras.

¿Cuál fue el detonante de estas protestas?

Más allá de la complejidad de un sistema profundamente desigual, racista y clasista, el detonante fueron los casos de corrupción e injusticia que han llegado a su máxima expresión con el actual gobierno, legado histórico de un Estado fallido y opresor. Como consecuencia de estos patrones históricos tenemos una violencia crónica en aumento, hospitales saqueados, cárceles sobrepobladas, el sistema educativo en decadencia, partidos políticos que funcionan como «clubs», donde un diputado puede cambiarse 5 veces de bancada en sus 4 años como representante electo, así como una red gigante de desvío ilícito de impuestos por parte de funcionarios públicos y un sinfín de etcéteras que ya no alcanzarían estas líneas para describirlos. Estos escándalos han llevado a la renuncia de la vicepresidenta Roxana Baldetti, a más de 30 detenciones de funcionarios corruptos y a la salida del Gobierno de cuatro ministros incluyendo el de Gobernación, antiguo teniente coronel quien, junto con el actual presidente general, Otto Pérez Molina, participó de los grandes operativos militares durante el conflicto armado en la década de 1980. Por supuesto, este destape no hubiera podido ser posible sin la presión y los intereses de la embajada de los Estados Unidos y de la Comisión Internacional en Contra de la Impunidad en Guatemala (CICIG), un organismo avalado por la ONU. Sin embargo, hoy al ver un movimiento tan empoderado, estas instituciones han terminando por bajar el perfil de su acción bajo el pretexto de no «desestabilizar» el país y respetar el status quo, sosteniendo de paso a un presidente bastante debilitado.

Lo genuino de este movimiento participativo, principalmente urbano y de clase media, ha estado en lograr mantenerse como expresión polimorfa y descentralizada. Ninguna organización específica la ha liderado ni tampoco la izquierda guatemalteca. Las redes sociales permitieron que las convocatorias fueran rápidas, espontáneas y con una consigna clara: las marchas son pacíficas y no se acepta ningún protagonismo de parte de los partidos políticos. La organización y la autogestión han sido sorprendentes frente al marcado silenciamiento del movimiento popular en las últimas décadas. Gracias a esta alegría solidaria se han gestionado equipos de sonido y tarimas abiertas para que cualquier persona se exprese públicamente durante las marchas. Lo que en un principio se semejaba más a la celebración de un partido de fútbol, fue convirtiéndose en un lugar abierto de expresión ciudadana libre, colmado de cantos, carteles, poemas, bailes, indignación y, sobre todo, de mucho humor. Desde hace más de dos meses el Parque Central se ha vuelto un lugar de fiesta semanal que reúne personas de diferentes horizontes, jóvenes, universitarios, trabajadores, niños, sindicalistas, activistas de grupos LGTB, familias enteras y hasta perros con sus carteles. Una diversidad y un acercamiento humano tan necesario en una sociedad profundamente golpeada y subestimada.

Los más veteranos cuentan que desde finales de los 70 no había una movilización de tal magnitud y las que rememoran estuvieron marcadas por un fuerte enfrentamiento y represión. Otros, comentan que nunca habían ido a una marcha tan alegre y festiva. Los más soñadores asocian la protestas a la Revolución de Octubre de 1944, cuando fue derrocado el dictador Ubico, logrando un periodo democrático que después de diez años un golpe militar apoyado por la CIA los enterró hasta el día de hoy, junto con cualquier intento de cambio social y de reforma agraria en Guatemala, país por excelencia agrícola.

Nos preguntamos entonces, ¿el sector urbano de Guatemala por fin despertó de su apatía y conformismo? Esperemos. Ahora, si bien este fenómeno de protestas es bastante reciente en la capital y las principales ciudades del país, no debemos dejar de recordar y honrar el hecho de que en Guatemala decenas de comunidades campesinas e indígenas llevan años de resistencia y protestas en defensa de la vida y del territorio. A diferencia de muchos otros países, lograron revocar la llamada Ley Monsanto y los intentos de apropiación del subsuelo y la vida por las grandes transnacionales. Toda una lección en defensa de la soberanía. Sin embargo, sus luchas y sus propuestas, con menos cobertura mediática y víctimas de desinformación, han sido y siguen siendo fuertemente reprimidas por las fuerzas del Estado y por grupos paramilitares privados.

La energía del principio ha decaído y las calles se tiñen con menos personas, y ya se escucha ese lamento que se repite en Guatemala, el «casi, casi, pero no». Una rebelión que siempre resulta ser un intento de cambio sin que éste llegue al cambio social tan necesario y deseado. Esa duda no la resolveremos en este artículo ni tampoco nos aventuraremos en saber cuál será el futuro de las marchas. Pero hay algo que aprendimos de estas movilizaciones: el color y el fervor inicial era sólo el coagulante, ese impulso que aglutina y consolida grupos y plataformas diversas, con propuestas más programáticas que evitan agotar la creatividad y la logística de la protesta por el cansancio. Ahora se requiere pensar juntos y juntas qué sigue, pero en espacios distintos y coordinados, y sobretodo articulados con los intereses ciudadanos de las guatemaltecas y los guatemaltecos, con la necesidad de frenar las fuentes de la corrupción, la injusticia, la impunidad y el racismo.