La justicia no está repartida como debe de ser

Don Serapio Reyes, padre de Salvador Reyes, preso político del 2 de octubre de 2013. Fotografía: Heriberto Paredes Coronel

Sentado en una banqueta, a las afueras del Reclusorio Norte, don Serapio Reyes intenta sostener la mirada, perdida y llena de coraje. Acaba de recibir la noticia de que a su hijo Salvador le han dictado un auto de formal prisión sin derecho a fianza. La familia entera está destrozada y no atinan sino a llorar desconsoladamente.

No son los únicos. Hay otras ocho familias con el mismo desconsuelo. Sus hijos, hermanos, compañeros, amigos –salvo que alguna argucia legal en el país de las ilegalidades- deberán pasar su proceso penal en reclusión.

A las familias no se les permite, adecuadamente, el paso al juzgado 40 de lo penal, donde el juez Jorge Martínez Arreguín presume el ejercicio de sus facultades al mismo tiempo que descarta los primeros videos presentados como pruebas. Dos policías franquean la puerta de la audiencia pública a la que tenemos derecho de asistir. Cuando se escucha a lo lejos el dictamen de los autos de formal prisión, el llanto no pudo contenerse en don Salvador. Inmediatamente fue desalojado por “interrumpir” la audiencia.

Educadamente, don Serapio sale del edificio y se dirige al plantón que permanece en la calle. Como perros son tratados los ciudadanos más humildes de este país, así nos considera la justicia mexicana: seres de segunda.

Salvador, el hijo, uno de los ocho que componen la familia formada por don Serapio y doña Silvia, trabaja en una empresa de pinturas en Ecatepec, le gusta el deporte y la música punk, tiene dos hijos y nunca ha tenido una queja del trabajo. Es trabajador a decir de los testimonios de sus hermanos, hermanas y algunas amistades. Este es el perfil de los supuestos delincuentes detenidos por los elementos de la Secretaría de Seguridad Pública, uniformados o civiles.

Luego de las primeras visitas en el Reclusorio y a decir de doña Silvia, Salvador está “un poco decaído pero bien, dice que luchará por su libertad”. La señora trata de ahogar el nudo en la garganta que se le forma sólo de pensar en que su hijo está preso en una cárcel sin haber cometido delito alguno. De inmediato se talla los ojos y dice que no se irá del plantón hasta que su hijo sea puesto en libertad.

El plantón es pequeño y se respira un ánimo de lucha, ahí están también los familiares de Iribari, un estudiante de Diseño Industrial en la Universidad Autónoma Metropolitana campus Azcapotzalco. Y las familias de Víctor y Alejandro, el resto está cumpliendo tareas que convergen en el mismo objetivo: la libertad. Don Serapio acepta platicar con nosotros, nos tiende la mano y en su mirada es perceptible la desesperación de un padre al que todo esto lo ha rebasado.

“Soy ayudante de barrendero, mi sueldo es crítico, gano 120 pesos al día. Yo soy el que sostengo la casa, mis hijos trabajan pero dan su gasto también”, platica un poco apenado don Salvador, aunque de inmediato vuelve a levantar la cabeza. No es posible que la justicia capitalina (de la federal ya sólo se pueden hablar cosas decepcionantes) tenga a bien encarcelar a jóvenes que trabajan y que al mismo  tiempo sostienen una posición crítica frente a su realidad. Porque si se milita en alguna organización o grupo político, sea anarquista, socialista, o con cualquier tendencia, es porque haya una inconformidad frente a lo que nos rodea.

Tal vez Salvador se percató desde hace mucho tiempo de que las cosas no van bien, de que las injusticias se multiplican diario y de que las personas que más trabajan y más padecen son las que menos reciben. No hablo sólo de dinero, también de respeto y oportunidades para construir su vida libremente. Tal vez el hecho de que ahora Salvador esté en la cárcel tenga que ver en ello; y el hecho de salir a manifestarse sin haber cometido acto vandálico alguno, sea su peor crimen. De lo contrario no hay explicación lógica para que personas como él se mantengan en reclusión, no hay explicación lógica posible para que personas que sí delinquen estén libres, para que manipulen el sistema de justicia a su antojo. No hay explicación.

Don Serapio tiene la claridad del que ha sufrido: “principalmente a las autoridades capitalinas yo les pediría que juzguen bien y que no cometan los errores que se han cometido siempre que se agarra a gente inocente. Y son a los que culpan, a los pobres”. No está pidiendo dinero, indemnizaciones, fama o cualquier otro distractor, don Serapio está exigiendo la libertad de su hijo y la de los otros ocho que continúan presos en el Reclusorio Norte y en el Oriente.

Aunque la calidad moral de esta familia nos ha impresionado, también hay que decir que nos ha indignado la malicia y la corrupción con las que actúan los diversos funcionarios del gobierno capitalino, desde los policías que presentan las acusaciones hasta el jefe de gobierno en turno, Miguel Ángel Mancera, pasando por ministerios públicos, personal administrativo y hasta el juez del Juzgado 40. Es notoria la consigna de endurecer los “castigos ejemplares” para intentar desmovilizar a la población, para generar miedo en la juventud, todo esto acompañado de la excesiva presencia de policía en las calles, el uso desmedido de cámaras, la utilización a destajo de la prensa comercial para desprestigiar movimientos políticos, protestas y cualquier expresión de disidencia que se haga pública. Esta es la izquierda del Partido de la Revolución Democrática. En esto se ha convertido la bola de nieve que se arrastra desde hace ya varios años.

El momento en el que se da a conocer la imposibilidad de obtener la libertad bajo fianza, don Serapio apela a la solidaridad: “Lo que nos está pasando le puede pasar a cualquier, entonces le pido a la sociedad completa que nos eche la mano, a lo mejor en marchas, a lo mejor en algo económico, lo que sea su voluntad es bienvenido, estamos en un campamento afuera del reclusorio, en resistencia por los compañeros presos. Hay veces que no tenemos que comer. Sólo le pido a la sociedad que se ponga en mi lugar, no es lo mismo decir que son vagos o irresponsables, ahora que estoy en esto veo lo que realmente pasa”. Nuevamente resalta la entereza, o como lo llamara Jean Robert, la potencia de los pobres.

Antes de seguir en la tareas del plantón, con el peso de su hijo, de los hijos de su nueva familia, en la cárcel, don Serapio concluye que la justicia en este país y en esta capital “está muy mal dictada, es decir que la justicia no está como lo mandan las leyes, como lo garantizan, porque yo creo que así, siendo un indio que no sabe hacer nada, siendo un millonario, yo creo que tiene las mismas garantías cualquier ser humano. Claro, un rico o millonario, tiene más garantías por su dinero, pero uno de pobre tiene también garantías. Entonces yo creo que la justicia no es imparcial, no es repartida como debe de ser”.

There is one comment

  1. mauricio

    Es indognante la forma en que se aplican las leyes, si tu posición social es baja te hunden peor, pero si tienes los medios posibles para comprar la justicia la cosa cambia, los niveles de corrupción en México ya estan institucionalozados, eso es un secreto a voces, los medios de comunicación vendidos y coludidos a la corrupción se encargan de mal informar a una sociedad que se deja manipular por su información vendida. Esto llena de coraje a todo ser pensante

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